Respiré en alivio cuando el autobús aceleró e hizo su camino lejos de Montgomery, lejos de esta ciudad. Ahora si me quedaba completamente sola, sin mi mejor amiga y su esposo, y sin ningún novio en absoluto. Siempre le tuve miedo a la soledad, tal vez se debía al hecho de que mi familia siempre fue unida, hasta que mis padres murieron y mi hermano se fue al ejército, me dejaron sola. Esa fue la razón del porque me enamoré tan perdidamente de Devon, él me había ofrecido una compañía muy anhelada.
Cuando lo conocí, apenas tenía dieciocho años, mi hermano acababa de irse y mis padres se habían muerto hacía unos seis meses, estaba sola. Me sentía perdida, sin saber que hacer o a donde dirigirme. Un día estaba en la universidad, llorando porque extraña a mi familia cuando Devon apareció, se ofreció ayudarme en todo lo que podía, me acompañó hasta mi casa y me brindó su amistad. Dos meses después, ya éramos novios oficialmente.
Yo estaba muy sola en ese tiempo, aun no conocía a Britanny, por lo que él era la única persona con la que pasaba mi tiempo. Le dediqué todo lo que tuve, me aferré a él porque era el único que estaba allí para hacerlo. Y el hecho de que Devon siempre pareciera estar ahí para mi ayudó mucho también, lo último que supe, era que me había enamorado como solo un adolescente puede hacerlo.
Su personalidad fue encantadora los primeros dos años, nunca demostró un mal comportamiento, y aunque siempre había notado lo posesivo que era, jamás pensé que llegara a de esa forma. Él me llevaba hasta mi casa, me cuidaba y me hacía compañía cuando me sentía demasiado sola, me brindaba todo el apoyo que un novio haría. No fue difícil aceptar cuando me propuso vivir juntos, había estado necesitando alguien en casa conmigo.
Allí fue cuando comenzaron los problemas, la primera vez que me golpeó, fue cuando conocí a Britanny y a Jonathan. Ellos me pidieron que los acompañara a un bar a beber un trago, acepté porque estaba demasiado feliz de tener nuevos amigos. Pero un trago se convirtió en cinco, y cuando me di cuenta, ya era muy tarde.
Cuando llegué a casa ese día, Devon estaba esperándome en la sala de estar. Estaba furioso, diciendo que yo había estado con un hombre porque tenía su perfume en mi ropa. Me gritó, y cuando le grité de vuelta por comportarse de esa forma, me golpeó. Fue una simple bofetada, pero nunca nadie me había pegado en mi vida, así que no me lo tomé bien.
Le dije que se fuera de mi casa apenas llegara el amanecer. Pero cuando el día siguiente se hizo, su actitud volvió a ser como la de siempre, me hizo el desayuno y se arrodillo para pedirme disculpas, diciendo que no sabía lo que le había ocurrido, y que nunca más pasaría. Le creí, pero ahora que me daba cuenta, lo hice solo porque quise hacerlo, no porque lo pensara en realidad.
La segunda vez fue algo muy parecido, solo que fue porque me encontró mensajes de un compañero de clases. Ni siquiera había estado coqueteando con el chico, solo siendo amable, pero Devon no lo vio así. Me golpeó de nuevo ese día, e hizo lo mismo al día siguiente, logrando que lo perdonara de nuevo.
Para cuando me di cuenta de que tenía que dejarlo porque en realidad no me quería y solo estaba haciéndome daño, ya era demasiado tarde. Ya le temía, tenía miedo de él como no lo tenía de nadie más en el mundo. Los golpes se habían hecho muchos más comunes, hasta que dejó de pedirme disculpas al día siguiente para culparme a mí de lo que él mismo me había hecho.
Intenté dejarlo muchas veces, pero me amenazó con hacerle daño a las personas que quería, y me repetía una y otra vez que estaba sola, que él era el único que estaba allí para mí, tantas veces me lo gritó, que llegué a creérmelo. Hasta hace dos semanas, cuando me encontró hablando con mi hermano y me dio la paliza, con la mala suerte de que Jett no había colgado el teléfono.
Él fue quien me salvó, estaba muy agradecida por ello, de otra forma, no habría encontrado el valor para irme del lado de Devon. Se lo debía a mi hermano, y a Britanny, ellos fueron los que de verdad me había apoyado, lo que de verdad estuvieron para mí. No como Devon hizo creerme, llenándome la cabeza de tonterías que me creí como una tonta.
No me di cuenta de cuando habíamos llegado Atlanta hasta que el autobús se detuvo. Los pasajeros comenzaron a bajarse, así que hice lo mismo, aliviada y feliz. Una parte de mí pensó que Devon enviaría a alguien a detener el autobús para poder detenerme de irme. Pero no, él probablemente ni siquiera sabía aún que yo me había ido, era lo mejor, mientras más tiempo se tardará en saberlo más tiempo tendría yo de liberarme de él.
No sabía nada de Atlanta, nunca había venido a esta ciudad, así que fue fácil perderme entre el mar de personas. Mi hermano me había dado la dirección de la casa del hombre donde me quedaría, junto con su nombre y su número de teléfono. Saqué el papel donde lo había anotado de mi maleta y verifiqué, prestándole atención por primera vez al nombre del tipo.
Jay Colton.
Bonito nombre.
Detuve a un taxi, porque seguro como el infierno que el chofer sabría mucho mejor la dirección que yo. El hombre me dijo que sí tenía idea de donde quedaba el lugar, así que me metí en el auto y esperé pacientemente. Estaba nerviosa, pero aún no sabía por qué. Tal vez se debía al hecho de que viviría con un hombre de nuevo, esperaba que esta vez el tipo no se le ocurriera golpearme, no iba a ser tan tonta de soportarlo de nuevo.
El viaje duró unos buenos veinte minutos, en donde el chofer no dejó de preguntarme cosas sobre mí. Como de donde venia, cuantos años tenía y en qué trabajaba, era muy amable y se veía confiable, así que le conté bastamente lo que hacía. Pareció de verdad interesado en mi historia, pero ¿qué taxista no estaba emocionado por una buena historia?
Cuando al fin llegué a la dirección, me di cuenta de que el barrio era muy bonito y pintoresco, mucho más bonito que el barrio donde había vivido con Devon. Le pagué al taxista y me despedí de él con una sonrisa, a pesar de mis nerviosa, estaba contenta de empezar una nueva vida desde cero, donde nadie me conocía realmente, donde no tendría miedo de encontrarme con mi exnovio en cualquier momento. Se sentía bien, y relajado.
Caminé hasta el número de casa que me indicaba, el barrio estaba solitario, no veía más que un par de personas caminando a lo lejos. Me acerqué a la puerta y toqué suavemente. Esperaba que cualquiera que fuera la persona detrás de esa puerta, fuera amable y cordial, realmente lo necesitaba después de tres horas de viaje y veinte minutos en taxi.
No quería sentirme sola de nuevo, no como cuando mis padres murieron. Sabía por experiencia que eso me hacía susceptible, y no quería me pasara lo mismo que paso con Devon. Tomé una respiración larga, sintiendo como mi corazón latia muy rápido. Se estaba demorando demasiado en abrir la puerta, pero eran las siete de la mañana, tal vez la persona que estaba dentro dormía hasta muy tarde. Sea lo que sea, esperaba que me dejara hacer lo mismo a mí.
Pero la puerta nunca se abrió. Miré la dirección en el papel de nuevo, para verificar si me había equivocado o no. No lo había hecho, esta era la casa número veintidós, estaba en el lugar correcto. Di un suspiro cansado y me senté en el suelo del pequeño pasillo, a la espera de que alguien saliera o decidiera entrar. Joder, las cosas nunca eran sencillas conmigo, con la suerte que tenía, el dueño de la casa podría llegar en la noche, lo que me dejaría todo el día en la deriva.
Cerré mis ojos, tratando de pensar en que hacer. Tenía hambre, y mi cabeza dolía. Tenía mis medicamentos para el dolor en la maleta, pero justo ahora, no quería tomarlos, ellos tendían a ponerme un poco atontada. El medico me los había recetado para calmar los dolores después de la paliza, y estaba tan acostumbrada a ello que me había comprado cinco malditas cajas.
Sí, Devon me había convertido en una adicta de sedantes.
No sé qué momento me quedé dormida, pero lo hice. Cuando me desperté de nuevo, fue por el sonido de unas llaves. Me sorprendí del hecho de que me había quedado dormida en el suelo sentada, en una extraña e incómoda posición, pero ya había pasado por mucho, esto no significaba nada.
Levanté la vista para ver al culpable de que me despertara. Y. Oh. Mi. Dios. El hombre era hermoso. Llevaba unos pantalones deportivos, una camiseta gris ligera y tenía un cuerpo enorme, completamente tonificado, musculoso y bronceado. Parecía el protagonista de una novela erótica, tan jodidamente hermoso y todo masculino, exactamente mi tipo de hombre.
Joder ¡deja de pensar en eso!
—Mmm ¿eres Jay Colton? —pregunté atontada.
El hombre ni siquiera asintió, solo me dio una mirada fría.
—Depende de quién lo pregunta.
Vaya, que respuesta. Me levanté del suelo con rapidez, no iba a presentarme sentada en el suelo como una chica de la calle. ¿Y en que había estado pensando al quedarme dormida en el suelo como una vagabunda? Había venido Atlanta para comenzar una nueva vida, no para que la gente pensara que era mujer sin hogar.
—Soy Kate Fisher, la hermana de Jett Fisher.
Iba a extenderle mi mano, pero me arrepentí al último momento. No creía que fuera a devolvérmela, así que mejor que quedaba en mi lugar. Y tuve razón cuando el hombre siguió sin mirarme, como si no le importara en absoluto quien era yo. Tal vez no era el dueño de la casa, Jett me había dicho que su amigo era una persona de confiar y muy bueno, no un idiota engreído.
Carraspee un poco, esperando a que me diera su respuesta. Él tenía las llaves, y estaba abriendo la casa número veintidós, lo que significaba que había muchas probabilidades de que en realidad fuera Jay Colton y no un maniático que estaba abriendo la puerta de una casa ajena.
Cuando la puerta se abrió, el tipo habló.
—Entra —ordenó con naturalidad.
Abrí mi boca para reprenderle por hablarme de esa forma, pero el tipo se giró hacia mí y me miró por primera vez. ¡Diablos! Si su cuerpo era hermoso, su rostro era la personificación de lo perfecto. Tenía una mandíbula cuadrada y dura, una nariz perfilada y unos labios ni muy llenos, ni muy delgados. Sus facciones eran masculinas, casi perfectas. Pero lo que más me impresionó fueron sus magníficos ojos grises, eran bellos y muy claros, casi azules.
Aunque me daba una mirada muy, muy fría. Nunca había conocido a nadie que mirara de esa forma, como si no tuviera nada por dentro. Y me estaba helando a mí misma.
Me obligué apartar la mirada y fue a recoger mi bolso, solo porque no quería seguir mirándolo. Cuando entré al apartamento, me asombró el hecho de que estaba muy, muy limpio. No había nada regado por ninguna parte, estaba limpio y parecía como si hubiese recién salido de una foto. Muy diferente a como habíamos tenido nuestra casa mi hermano y yo antes de que él se fuera, todo había sido un completo desastre. Y hubiese sido igual cuando viví con Devon, si no fuera porque el muy imbécil me obligaba a ordenar todo.
El apartamento no era demasiado grande, al entrar, lo primero que vi fue la sala de estar. Había dos sofás blancos en forma de L, un televiso LCD frente a ellos y una mesita de noche transparente en medio de todo, y encima de una alfombra gris. Las paredes también tenían el mismo color gris opaco, casi nada de decoración.
Y a la derecha, estaba una isla de cocina, con dos taburetes perfectamente ordenados. Podía ver la mitad de la cocina, pero tenía que acercarme más si quería verla completa. A la izquierda, estaban dos puertas grises ¿todo en este lugar era de ese color? Al parecer, a Jay Colton le gustaba mucho el color, aunque no era ni por mucho tan hermoso como el gris se sus ojos.
—Lindo y ordenado lugar —dije con una sonrisa amable.
Aunque él no me respondió.
—No me gustan las chicas en mi apartamento —fue su respuesta—, demasiado dramáticas y escandalosas. Pero he hecho una excepción porque tu hermano es un gran amigo mío —Fruncí el ceño, pero él me ignoró. — Aunque eso no quiere decir que no habrá normas.
Me tensé, odiaba las normas. Devon me las había puesto todo el tiempo, que no podía salir de casa después de las cinco de la tarde, que no podía utilizar el teléfono en su presencia, que no podía reírme a menos que de él hubiese contado un chiste. Todo eso me había hecho ser infeliz, y no quería volver a lo mismo, mucho menos con un hombre que no conocía de nada.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté con un hilo de voz.
—Lo que suceda en esta casa, se queda aquí —comenzó ignorando mi rostro—. No me interesa lo muy alocada que puedas ser, no quiero chicos en mi maldito apartamento. Si ensucias, limpias. Nada de escándalos, me gusta el silencio, así que procura ser silenciosa también.
Mi boca estaba abierta mientras lo escuchaba.
—Y si pierdes la llave que te daré de la puerta principal, y estoy durmiendo, no intentes despertarme, no te abriré. — Fue hasta una de las puertas y la abrió, haciendo que lo siguiera rápidamente— Está será tu habitación, no entraré en ella y respetare tu privacidad, pero pido lo mismo a cambio. Te veo husmeando en mi habitación, y te vas el mismo día.
¡Wow! Decir que estaba sorprendida era poco, este tipo incluso había superado a Devon y su manía por las reglas. Quería decirle que gracias y largarme de aquí, pero no tenía a donde ir, era mi primer día en la ciudad tan grande como Atlanta, y además, mi hermano había dicho que era un buen tipo, y yo confiaba en mi hermano y su buen juicio. Tal vez solo fuera un poco raro, todos lo éramos en realidad.
Busqué su mirada con la mía, para tratar de descifrar que era lo que pensaba. Pero no encontré nada, él estaba inexpresivo y frio, tan cerrado como una barrera invisible. Me hice una nota mental para preguntarle más tarde como era que lograba hacer eso, sería útil que me enseñara.
—¿No crees que es demasiado? —pregunté nerviosamente.
Él se encogió de hombros, manteniendo su expresión.
—Mi casa, mis reglas.
Asentí sintiéndome como una chiquilla regañada. Me metí en la habitación antes de que él pudiera decirme algo más. La habitación tampoco era demasiado grande, pero estaba bien para mí. Tenía una cama matrimonial en medio, dos mesitas de noche, un armario empotrado con una puerta deslizable y un espejo a la vez, y otra puerta abierta donde podía ver una baldosa de baño. Al menos tendría mi propio baño, eso era algo refrescante, nunca me había gustado compartirlo.
Oh ¿y adivinen qué? ¡las paredes también eran grises! Una vez mi madre me dijo que las personas expresaban sus sentimientos con los colores, así que tal vez ese hombre se sentía demasiado vacío, y no encontraba otro color perfecto para expresarlo que el gris. ¡Bah! Yo solo estaba pensando tonterías.
Me giré para decirle agradecerle a Jay, pero ya no estaba. Fruncí el ceño de nuevo, preguntándome en qué momento se había desaparecido. Era muy extraño, esperaba que al menos de verdad fuera un buen tipo, uno que no se fuera aprovechar de que tenía a una perdida chica en su apartamento.
Joder. Ahora que recordaba, ni siquiera me había preguntado por el dinero que tenía que pagarle. Pensaba pagarle tres meses de adelanto, pero notando su extraña actitud, lo mejor sería que le pagara un solo mes. Nunca se sabía cuando tendría que tomar mi maleta y huir de nuevo. Ya fuera por Devon, o por el nuevo hombre en mi vida.