No quise ilusionar a mi mamá diciéndole que tendría una entrevista en la mejor firma de abogados del país.
Ella no aguantaría una desilusión más. Ni yo tampoco.
Desde que me gradué del colegio, busqué trabajos como dependiente judicial, secretaria, cajera, barrendera, cualquier cosa que me permitiera tener algún ingreso, y aunque fui con la mejor disposición —y mi mejor ropa—a esas entrevistas, siempre pasaba lo mismo: me decían que no tenía la experiencia suficiente.
No podría ser más absurda la situación laboral en Colombia. ¿Cómo quieren que un joven tenga experiencia, si no le permiten tener su primer trabajo? Me parecía ilógico que, yo con apenas 18 años, recién salida del colegio, ya me estuvieran pidiendo mínimo dos años de experiencia.
Me había planteado la posibilidad de irme a trabajar a Bogotá, ya que Bucaramanga y su área metropolitana, al ser una ciudad tan pequeña y sin nada de industria, no hay muchas oportunidades laborales, pero mi fobia social hace que me dé terror vivir en una capital tan grande y peligrosa.
No puedo salir a un lugar sin antes imaginarme todo un escenario catastrófico. Y si me pasa esto en mi pequeña ciudad, que es de las menos peligrosas del país, ¿cómo sería entonces en Bogotá, que de por sí siempre ha sido un caos?
—Déjame adivinar...—habló mi hermana, apoyada en el marco de la puerta de mi habitación, mientras yo le daba unos últimos retoques a mi suave maquillaje —estás pensando en las mil maneras en que podrías morir tomando el autobús.
—Eso lo pensé durante el desayuno —me pongo una delicada diadema de piedrecillas negras, adornando así mi espectacular melena rizada —. En estos momentos estoy pensando en que, si no me dan este trabajo, será la peor decepción de mi vida.
—Te irá bien, Dani —dijo ella con su siempre dulce voz, acercándose a mí y tirando de un largo mechón rizo —. No más con esta cabellera, ya llamarás la atención.
—Quiero conseguir el trabajo por mis conocimientos, Sofi, no por mi físico —repliqué, mirándome una vez más en el espejo de cuerpo completo.
Me puse mi mejor pinta. El vestido que usé en la fiesta de los 15 de mi hermana, y eso fue hace...ocho años.
Sí, es un vestido algo viejo, pero por ser tan formal no lo he utilizado mucho desde entonces, solo una tres veces a lo sumo. Es rosa, con un estilo floral fresco, se ciñe solo un poco a mi inexistente cintura y me roza la rodilla.
Me calcé con unos tacones bajitos de satín azul que combinan con mi cartera. Ambas cosas me las compró mi tío para que usara en la cena de navidad hace unos meses.
Todo lo que tengo, sea buena ropa, zapatos o incluso mi celular, fue regalo de mi tío Diego. De no ser por él y por mi abuela, mi hermana y yo vestiríamos como unas andrajosas, porque mi madre no tiene para comprarnos ni siquiera unos calzones.
—Eres hermosa y muy inteligente, tienes entonces más puntos a tu favor para conseguir ese trabajo —dijo mi hermana, acariciándome la espalda.
Sonreí, a pesar de que estaba a punto de tener un ataque de pánico.
La ansiedad estaba haciendo de las suyas de nuevo. No había sido capaz de desayunar bien, y mi cuerpo temblaba levemente. Si no me ha dado taquicardia, es porque las medicinas que me recetó el psiquiatra están funcionando.
Sí. Ante mi colapso nervioso, me habían enviado a terapia con el psiquiatra del seguro social. Le ocultamos tal cosa al resto de la familia, porque lo último que necesito es que haya por ahí comentarios de que estoy loca. Y tal vez lo estoy, solo que...logro controlarlo con ayuda de la música, libros, películas y mucho helado de chocolate.
Me subí al taxi que me llevaría al edificio Blue Gold, que es uno de los únicos edificios inteligentes de la ciudad. Bucaramanga es una ciudad pequeña y un poco atrasada en cuanto a tecnología, no es como Bogotá, en donde sí se ven edificios inteligentes en todos lados.
Y el propietario de ese edificio es nadie más que Fernando Orejuela. Por supuesto que tiene mucho dinero, y es que aparte de abogado y CEO de la firma, se hizo cargo de los negocios que tenía su madre, la famosa empresaria Lina Bustamante, que lamentablemente falleció al dar a luz a su tercer hijo, ya que fue un embarazo de alto riesgo debido a su edad.
Aquel tercer Orejuela es...todo un misterio. Nadie sabe nada de él. La sociedad solo conoce a Fernando y a su hermano mayor, el coronel Carlos Arturo Orejuela. Siempre lo suelo ver hablando en los discursos protocolarios de los desfiles del día de la independencia. Tiene 33 años, es tan guapo como su hermano y..., es a él a quien sigo en i********: desde que lo vi en un desfile del ejército a mis escasos 13 años. En ese entonces, él era teniente, y apenas lo vi hablando en la tarima en donde estaban los más importantes políticos y militares de la región, yo quedé enamorada.
El mayor de los Orejuela no publica muchas fotos. Solo una que otra de su perro y viajes al exterior. Nada de fotos familiares, supongo que por seguridad.
Fernando ni siquiera tiene r************* .
Mis pensamientos quedaron interrumpidos cuando el taxi se detuvo al frente del gran edificio moderno. Pagué con lo poco que me quedaba de lo que me regalaron Miller y doña Bianca como “ayuda de sostenimiento” y me bajé del vehículo.
El corazón me empezó a latir a mil cuando vi aquel edificio que se alzaba imponente en la calle más famosa de la ciudad. La Carrera 27. Es como un Wall Street, pero en una pequeña ciudad de Colombia.
Las pocas empresas importantes que están en la ciudad tienen sus oficinas aquí. Pero por supuesto, la que más sobresale es la firma Orejuela.
El Blue Gold, desde que fue inaugurado hace unos ocho años, me deslumbró completamente. Es una ultramoderna edificación que se compone de 15 plantas y ocupa una superficie un millón de metros cuadrados, abarcando dos manzanas enteras.
Desde el suelo hasta el techo, están instaladas cientos de metros lineales de ventanas inteligentes de la compañía View Smart Windows, cuya inteligencia artificial tiñe los vidrios en función de la incidencia de la luz del sol, ayudando así a aprovechar la luz natural al máximo, e incluso ayuda a los trabajadores a reducir la fatiga visual y los dolores de cabeza hasta en un 50%.
Es la misma tecnología utilizada para los edificios en Nueva York, así que no me quiero imaginar la cantidad de dinero que debe tener la familia Orejuela para haberse permitido construir un edificio así en esta comarca.
Sí, me suelo referir a esta ciudad llamándola “comarca”, porque soy fanática de los libros y películas del señor de los anillos.
Las grandes puertas de vidrio de la entrada principal se deslizaron y me dejaron entrar. Un guarda de seguridad me pasó un detector de metales, y tuve que pasar mi cartera por los Rayos X. Algunos se preguntarían a qué se debe tanta seguridad, pero es apenas lógico. Es la firma de abogados más importante del país, y el hermano del CEO es militar.
—Bu-buenos días. Vengo a una entrevista —le dije a la recepcionista.
Mierda. He tartamudeado por los nervios. Y si le he tartamudeado a la recepcionista, ¿cómo será entonces con el abogado me vaya a entrevistar?
La mujer cincuentona, con elegante traje y con cara de que no le gusta su trabajo pero que está ahí por el dinero, me miró de arriba abajo, como si me estuviera escaneando.
Cuando se tomó todo su descarado tiempo de escanearme, tecleó algo en su computador, y me volvió a mirar a través de sus grandes lentes de montura negra.
—¿Daniela Torres? —preguntó, y yo asentí —. Sí. Tiene entrevista con la Dra. Ortiz en la sección de Derechos Humanos para la vacante de dependiente judicial —dijo la señora, y me pasó un carné de visitante —. Tercer piso a mano derecha.
El corazón me brincó de la emoción. El padre de Miller había dado pocos detalles sobre la vacante de la que se había enterado por medio de un socio de Orejuela Lawyers que es amigo de él. Yo solo había salido de casa sabiendo que es una vacante para dependiente judicial, pero no tenía ni idea de que era para una sección de la firma que se encarga de los casos concernientes a mi rama favorita del Derecho. Los Derechos Humanos.
Las ramas principales del Derecho siempre han sido el penal, civil, laboral y administrativo, pero lo mío siempre fueron los derechos humanos. Mi sueño es, en algún futuro —espero que no tan lejano— trabajar en alguna ONG, y tal vez, si Dios lo permite, en la ONU.
Y al parecer, las cosas parecen ir a mi favor, por obra y gracia de Dios. Porque no puede ser coincidencia que vaya a tener una entrevista en la mejor firma de abogados del país, en donde es difícil conseguir una entrevista de trabajo, y justo en la rama de la carrera que más me gusta.
Gracias, Padre celestial. Ahora ilumíname en la entrevista. Dije mentalmente mientras me dirigía al ascensor.
Marqué el piso indicado por la recepcionista, y las puertas estuvieron a punto de cerrarse, cuando apareció entre ellas una mano.
Las puertas se volvieron a abrir y la quijada casi se me cae cuando vi al hombre más hermoso que yo nunca había esperado ver por este lado del globo terráqueo.