Por un instante, todo se detuvo a mi alrededor, incluso mi respiración y los latidos de mi corazón se detuvieron.
Él estaba admitiendo el hecho de que me había engañado y a pesar de todo esa era una noticia de muy fuerte impacto para mí.
Tragué más saliva. De esa gruesa que cuesta que te pase por la garganta y tomé aire, tan profundamente que mi pecho se alzó.
—¡Habla, entonces! —le exigí con firmeza y alzando la voz más de lo que realmente quería hacerlo—. Dime la verdad de una vez por todas, ¿quién era la persona que iba a mi lado ese día del accidente?
Soltó sus brazos y llevó una de sus manos hasta su barbilla para rascarla, al mismo tiempo en que se inclinaba hacia el frente.
—He sido yo —dijo, calmado, serio, impasible—. Yo era el hombre que iba junto a ti en el coche.
Me quedé en silencio, mirándolo. Como si estuviera rebobinando sus palabras en mi cabeza y cuando junté todas las palabras y sumé uno más uno y las cuentas no me dieron, negué, moviendo la cabeza.
—No —musité—. No eras tú. Ese era un hombre diferente. No sé parecía en nada a ti.
—Era yo —insistió—. Y siento decirte esto, pero recuerda que no estás bien de tu cabeza. El golpe te afectó bastante y tu mente te está confundiendo .
Agité mi cabeza con más intensidad, negando .
—¡Mientes! —espeté un poco exasperada, alzando mucho más la voz, pues me estaba alterando—. ¡Me has mentido desde el primer segundo en que te vi en ese hospital! ¡Dijiste que no iba nadie más en el coche!
—Y ahora estoy admitiendo mi mentira —declaró, todavía hablando con ese tono tan calmado que me perturbaba por completo—. Era yo quien te acompañaba en ese coche.
—Si es así, ¿por qué mentiste? ¿Por qué estabas tratando de ocultar esa verdad?
—Porque me daba vergüenza.
—¿Vergüenza? —murmuré, confundida.
—Sí —manifestó—. Me daba vergüenza admitir que yo había sido el culpable de que tuvieras ese accidente y, por ende, hubieses terminado perdiendo la memoria. Mientras que a mí no me pasó absolutamente nada.
Cerré los ojos y negué con más fuerza.
—No, no, no... Eso no puede ser verdad —exclamé con frustración—. Era otro hombre. Yo lo recuerdo. Piel trigueña, ojos oscuros, y...
Tragué saliva y junto con ella me tragué las otras palabras que iba a decir.
¿Cómo iba a decirle a mi supuesto esposo que amaba a otro hombre?
No podía hacerlo. Por más que desconfiara de él y no estuviera segura de que realmente era mi esposo, no podía decir semejante cosa.
—No, Leyla —rebatió y se inclinó más, acercándose más a mí—. Perdóname por repetirlo, pero recuerda que... no estás bien. Tu mente no está trabajando como debe ser y distorsiona las cosas.
Otra vez negué.
—¿Quién más, a parte de mí, podía ser ese hombre? Dime, ¿acaso hay alguien más?
Titubeé, vacilé y balbuceé, sin saber qué responder, pues de verdad no sabía si ese hombre existía.
—No lo sé —respondí confundida y con voz titubeante.
Me llevé las manos a la cabeza y cerré los ojos, tratando de traer algún otro recuerdo a mi cabeza. Un recuerdo que me dijera si ese hombre sí existía y quién era, pero mi cabeza continuaba en blanco.
—¿Entonces? —murmuró, como si esperara una respuesta de mi parte—. ¿Quién era esa otra persona, Leyla? ¿Ese otro hombre que supuestamente iba contigo el día del accidente?
Me sentí muy frustrada y sentí que la cabeza comenzaba a darme vueltas por el esfuerzo que había hecho al tratar de recordar algo más. Lo poquito que había en mi cabeza, serpenteaba violentamente dentro de ella, haciendo estragos, que amenazaban con lanzarme al precipicio de la locura.
Sin embargo, en el caos que había en mi cabeza logré concentrarme y recordar mi punto.
—¿Y lo del dinero? —espeté, alzando mi vista para verlo.
Por un momento, uno leve y apenas perceptible, ví algo parecido a una chispa de recelo y alarma en su mirada.
—No entiendo —dijo, volviendo a parecer calmado.
—Dijiste que no éramos personas con dinero, pero has podido pagar la cuenta del hospital y sé muy bien que no ha sido algo pequeño.
Sus labios se curvaron en una sonrisa que pareció algo ácida.
—Así es —contestó—. Tienes toda la razón. La cuenta del hospital no fue algo pequeño.
—Entonces, ¿cómo pudiste pagar algo así, si no tenemos el dinero suficiente para hacerlo?
—Pues porque no lo he hecho yo directamente.
—¿Ah, no? ¿Y quién lo hizo, entonces?
—Pues el seguro —respondió, como si fuera algo bastante obvio—. Una cosa es que no seamos ricos, y otra que no seamos precavidos y no tengamos algo tan simple e importante, como lo es un seguro médico.
Parpadeé, sintiéndome más confundida de lo que antes estaba. No sabía si creerle. No sabía si había despejado mis dudas o me había llenado de más.
Se levantó de la silla y se sentó en la cama, en el borde, pero muy cerca de mí. Me sentí bastante nerviosa por tenerlo tan cerca. Parecía que él tenía ese efecto en mí.
—Escucha —dijo, hablando de la forma más tranquila y dulce en la que jamás me había hablado desde que lo vi por primera vez en la habitación del hospital—. Sé que todo es difícil para ti, por tu condición. Que estás confundida y que debe de ser frustrante no recordar nada y tener que adaptarte a lo que no conoces y que yo te estoy prácticamente exigiendo que hagas.
Lo observé, un tanto desconcertada, tratando de entender a dónde iba a llevar esa conversación. Fruncí el cejo, esperando que terminara de hablar.
Tomó una de mis manos entre las suyas y me sentí extraña. Mi corazón revoloteó en mi pecho y mi pulso se aceleró.
—¿Qué tal, si en vez de que yo trate de que seas como antes y te exija estar en el mismo punto en el que yo estoy, con mis recuerdos intactos, volvemos a crear recuerdos nuevos?
Mi ceño se arrugó más, pues no estaba entendiendo del todo.
—¿A qué te refieres?
—A que veamos esto como un nuevo comienzo. Olvidemos todo lo que sucedió antes del accidente y volvamos a empezar. No me veas como tu esposo. Mírame como a alguien a quien vas a conocer y de quién vas a volver a enamorarte, como lo hiciste la primera vez y por lo que decidiste convertirte en mi esposa.