Prólogo
Alexandro
Actualidad
El delicioso aroma, el cielo estrellado y una copa de buen vino español, hacen de esta, una velada estupenda. Después de cinco años, he logrado unir los pequeños fragmentos de mi corazón y armarme de valor para regresar a mis tierras.
Olvidar, ese había sido mi objetivo, cuando tomé el vuelo más próximo con destino a Italia. El olvido era mi mayor sueño y yo, yo había sido todo un experto en el arte de desechar personas, pero ella, olvidarla a ella, me había costado muchísimo tiempo, esfuerzos y lágrimas, porque mentiría si dijese que no sufrí, que no lloré al punto de quedarme dormido entre sollozos con la única compañía de una botella de whisky.
Esa vez, yo había tomado mi propio camino a la muerte: enamorarme.
Tal vez, mi madre había tenido razón. No sabía aprender de los errores del pasado. Luego de haber sido engañado por mi primera esposa, creí haber aprendido una lección. El pasado me hizo construir muros con paredes reforzadas, que por cierto tiempo, las había creído inquebrantables, hasta que llegó ella, la trigueña segura de sí misma, con una bella sonrisa, una mente brillante y un corazón cerrado, que cual sismo, removió mis capas, derrumbando todo a su paso, llegando hasta lo más profundo de mi ser.
Nicole, había significado el principio y el fin de un ciclo que pensaba jamás volver a experimentar. Ella había sido “el pero” de todas mis objeciones, la fecha de caducidad de todas mis reglas y…sin dudas, mi mayor error.
Me había dejado llevar por la marea de sensaciones que había despertado en mí y creía muertas, pero al final, no se encontraba el horizonte, sino una cascada en medio del océano.
—¿En qué piensas tanto c*****o? —pregunta Jaz, tomando asiento a mi lado. Sacándome de mis pensamientos.
—¿En qué momento te volviste tan curiosa, bonita? —contesto, tomando la copa en mis manos para darle un pequeño sorbo.
—Desde que tengo a Lucia y a Adam —suspira, mirando al jardín—. Ahora, me dirás que es eso que te preocupa.
—Quisiera verle.
Confieso, muy a mi pesar.
Jazmín me observa callada, con esa extraña manera de mirar, que ha adquirido con los años. Luego de que me perdonara por todos los daños que causé, nos volvimos inseparables, grandes amigos y…yo, por supuesto, que me convertí en el padrino de sus dos hijos.
—Es imposible y lo sabes —es todo lo que responde, echa la silla hacia atrás y se pone de pie —. Sabes que estoy en el medio, Alexandro.
Y ahí está, mi nombre completo y el entrecejo fruncido.
—Lo sé, bonita.
—No puedo intervenir, lo tengo prohibido. Solo te reafirmaré una vez más, que no todas las cartas están sobre la mesa, aún hay mucho juego por delante.
—¿Qué quieres decir con…?
Me deja con la palabra en la boca. Cada vez que intentaba hablarle sobre lo sucedido con Nicole, siempre me decía lo mismo, no todas las cartas están sobre la mesa y, como en cada una de las anteriores, esta, no había sido la diferencia.
¿Qué me quería decir?
No mentía cuando decía que quería verle, quería saber si estaba bien, si, en algún momento sus sentimientos fueron reales, porque joder, los míos sí que lo habían sido, sólo eso, sólo eso me faltaba para cerrar completamente esta tortuosa etapa de mi vida.
Me retiro de la terraza, es tarde y ya es hora de descansar, mañana es un día muy importante.
—Buenas noches, cariño —susurra Graciela, cuando tomo sitio a su lado en la cama que compartimos.
Graciela es mi esposa. Hace un año decidimos casarnos y, aunque no la amo, ya que, no creo que vuelva a amar a nadie en mi vida, más allá de mi familia. Es una excelente compañera. La conocí en Italia. En una de esas noches locas donde perdía el conocimiento bebiendo, fue la enfermera que me asistió en el hospital. La invité a cenar como agradecimiento y nos volvimos muy cercanos.
—Buenas noches, Ela —le susurro, tomando sitio a su lado.
—Buenas noches, mi amor.
Amor.
No me acostumbro a escuchar esa palabra en otros labios.
Amor.
Tan mágico y letal.
Amor.
Como el que sentía yo, por ella.
* * * * * * * * * *
La mañana promete ser extremadamente aburrida, la asociación de la nobleza francesa nos ha convocado a una reunión de suma importancia, donde deben de asistir todos los representantes de cada familia real.
Nuestro linaje, hasta ahora, ha sido dirigido por el ducado Leuchtenberg, los nobles con el mayor grado nobiliario demostrado, ya que luego de fallecer el rey Marcus, sin herederos; no hubo príncipes que asumieran el trono, por tanto, Antoine era una especie de rey regente y yo, su mano derecha.
—Entonces son ciertos los rumores —susurro solo para Antoine.
—Sí, han encontrado un heredero al trono —contesta.
Me asombra lo sereno que se mantiene.
—¿No estás nervioso?
Le pregunto, el poder siempre ha estado en manos de su familia y aunque mi amigo no se ha dejado encandilar por el brillo de su poderío, tener al toro por los cuernos siempre es mejor que ser un mero espectador de la función.
—¿Quieres la verdad?
Asiento.
—Me importa una mierda —agrega entre risillas y río con él.
Entramos al salón donde ya nos esperan todas las familias nobles que integran la asociación. Tomamos nuestras posiciones, a la espera de que inicie.
Antoine comienza a removerse incómodo cuando ve entrar a Jazmín, la rubia, luego de dar a luz, recuperó su figura, en una versión extremadamente mejorada.
—Ya llegó esa —comenta despectivamente mi madre, al ver como Jaz, se acerca para tomar el asiento que le corresponde como madre del futuro heredero del ducado Leuchtenberg.
—Señora, cállese, por favor —interviene Antoine.
—¿Dejarás que me hable así? —se voltea indignada.
—Madre por favor. Compórtese como la dama que dice ser y respete para que le puedan respetar.
Resopla y gira el rostro para no mirar a Jazmín. No sé qué sucedió entre ellas personalmente, o si solo es rencilla de que la rubia se lleve con Nicole, pero no se toleran, juntas, han protagonizado épicas peleas de gatas.
—Buenos días —me saluda solo a mí y Antoine pone los ojos en blanco.
Es increíble cómo son tan orgullosos como para no darse cuenta que, luego de cinco años, aún siguen tan enamorados como la vez, en que aceptaron a comprometerse.
—Buenos días para ti también rubia —dice Antoine, molestándola.
—Imbécil.
Es su respuesta.
—Tus insultos solo consiguen ponerme más —agrega mi amigo y río, porque los años no lo cambian.
De repente, los murmuros y los cotilleos cesan, cuando el juez que presidirá la reunión de hoy, entra al salón.
— L’héritage nous unit. Le sang nous lie et la couronne nous plie —saluda y toma asiento—. Estamos aquí reunidos, para presenciar el acontecimiento más esperado por todos. Hace treinta y cinco años, el rey Marcus falleció, dejándonos un gran vacío, desde ese entonces, no ha vuelto a sentarse un legítimo heredero en el trono real, pero hoy, hoy la historia cambia.
(L’héritage nous unit. Le sang nous lie et la couronne nous plie : el legado nos une. La sangre nos ata y la corona nos doblega)
Comienzan las murmuraciones de quienes se mantenían ajenos a la noticia más comentada, desde el juicio de Antoine.
— Nuestras investigaciones comenzaron debido a una carta del puño y letra del rey, que llegó a esta corte, donde explicaba su aventura con la condesa Adriana de Ara, apellido de soltera, donde producto a este romance, ella había quedado embarazada. Luego fue encontrado el colgante del rey en posesión de una joven, de edad contemporánea con la que tendría la, o él, heredero del rey.
Muestra el colgante a todos y…me da la ligera impresión de que se lo he visto antes a alguna persona.
—Finalizando, los restos fueron exhumados para realizar una prueba de ADN que obtuvo un resultado del 99.9 % de compatibilidad, por lo tanto, les pido se coloquen de pie para recibir a la futura reina de Francia —anuncia y todos lo obedecemos a la expectativa de conocer al nuevo monarca.
—Espera un momento —se voltea Antoine para verme— ¿Ha dicho reina? —inquiere.
—Sí —contesto, igualmente consternado.
—Nicole y el príncipe heredero Orión Lauverngne.
No puedo creerlo, todas las luces de mi alrededor parpadean, debe de ser un espejismo.
¡No! ¡no puede ser mi misma Nicole!, esa que entra envuelta en un vestido rojo con una tiara dorada sobre su larga cabellera castaña. Se ve imponente. Aterrada, pero feliz.
De pronto, siento como el aire que llega a mis pulmones es cada vez menos y la opresión de mi pecho amenaza con quitarme la vida. Entra al salón un niño de la mano de una joven, suelta el agarre y corre, hasta Nicole. El pequeño sujeta ahora su mano y la mira sonriente. Tendrá apenas, unos cinco años.
¿Cinco años?
El mismo tiempo que he pasado sin verle, es un niño hermoso, cabellos negros, piel blanca y ojos grises.
—Es… —intenta hablar mi madre.
—Nicole, señora. Se llama Nicole —termina por ella Jazmín, aplaudiendo emocionada.
—Joder Ale, el pequeño es idéntico a …
—Ya lo sé —interrumpo a Antoine.
Es idéntico a Felipe cuando tenía esa edad, además, los tiempos coinciden, y, esos ojos grises en ese tono en específico, son un sello distintivo de los Simón y, como si fuera poco, le ha llamado Orión, justo como mi constelación favorita; pocos lo saben, pero soy un apasionado del Universo y todo lo que lo integra, sobre todo, si de constelaciones se trata y Orión, fue de las primeras que mi abuelo, me enseñó a identificar: mi favorita.
—Si algún día pudiese tener un hijo varón, le llamaría Orión —le había dicho, aquella noche en el observatorio, justo la noche en que también por primera vez, le había dicho que la amaba.
Nicole, ha regresado y al tenerle aquí, enfrente de mí, con mi hijo a su lado, no consigo cerrar completamente esa etapa a la que tanto presumía tener superada; al contrario, siento como las vendas que le he colocado a mi corazón, se deshacen lentamente, al ver, que todo el sufrimiento había sido en vano, porque ella, siempre me había dicho la verdad.
Y entonces, quise que la tierra me tragase, por todos los errores que había cometido, todos, excepto uno, permitirle adueñarse de mi corazón, porque ella, ella era de esos errores que me atrevería a cometer cientos de veces, con tal, de volverle a tener entre mis brazos.