Sobre el reluciente piso blanco y brillante, resonaba el eco de los pasos apresurados de un empleado nervioso tras su jefe, quien se dirigía a la oficina de presidencia.
—Buenos días Sr. Bustamante. ¿Cómo está? —Su jefe se giró levemente para observar de reojo de quién se trataba, pero sin detenerse o al menos aminorar su paso.
—Rodríguez... —Es la única respuesta indiferente que emite levantando su ceja.
—Tenemos un problema...
—Termina de hablar, Rodríguez.
—Nuestro relacionista público ha renunciado. —Bustamante se detuvo en seco y miró al jefe de recursos humanos con tanta severidad que daba la impresión de que lo iba a atacar.
—¿Qué has dicho? —Interrogó ladeando el rostro, exponiendo la oreja hacia el empleado, como si hubiera oído escasamente.
—Nuestro...
—Si, si, te escuché. —Dijo sacudiendo la mano. ¡A mi oficina, ahora! —Ordenó con un rugido que retumbó en el piso y puso a temblar a cada empleado que lo escuchó
Continuó caminando con el hombre asustadizo tras él, hasta llegar a la oficina.
—Buenos días Sr. Bustamante, Sr. Rodríguez. — Les saludó cortésmente la asistente de Bustamante.
—Hola Lucy, vamos a estar en reunión.
—Okey, señor.
Ambos siguieron a la oficina, no sin que el empleado le lanzara una mirada de temor a Lucy antes de ingresar, como si fuera hacia una habitación de tortura. Ella solo ladeó una sonrisa de pesar.
—¿¡Cómo puede renunciar justo ahora que necesitamos publicitar el nuevo casino!? —Bustamante golpeó la superficie de su escritorio una vez que estuvo tras él.
—Este año es el segundo relacionista que renuncia, con todo respeto señor, le temen. —Bustamante sabía perfectamente que todos le temían, por lo que no refutó. Rodríguez continuó con los nervios de punta, pero logró levantar la compostura.
—No hay tiempo para contratar a alguien y ponerlo al corriente con lo que respecte a la inauguración del casino. Tardaría semanas la capacitación de un nuevo relacionista. —Se frotó la barba, pensativo, con el entrecejo fruncido. —Yo personalmente me encargaré de esto y me reuniré con una agencia de publicidad. —Dijo seco, decidido.
—Entendido. Entonces, le enviaré a Lucy los datos de contacto de una buena agencia, para que pueda programar la reunión lo antes posible.
—Okey. Puedes retirarte y, le dices a Lucy que entre.
Albert Bustamante era un adinerado empresario gruñón, apodado “el Ogro Bustamante”. Un hombre al que la vida lo llevó a madurar a temprana edad, cuando tuvo que enfrentarse al mundo empresarial y a tener grandes responsabilidades con tan solo veinte años.
***
A los diecisiete años, los padres y hermana de Albert fueron a un importante evento de negocios en otra localidad, en el que todos perdieron la vida tras un accidente aéreo. Él estaba en plena etapa de rebeldía adolescente y se negó rotundamente a ir con ellos aquel fatídico día.
—¡No iré con ustedes papá! ¡Déjenme en paz! Además, ustedes no fueron a mi partido de fútbol, tenía la ilusión de que irían. ¿Por qué debo ir yo a su estúpida reunión de negocios?
—No tengo tiempo para estas tonterías Albert... Okey, te quedarás pero estás castigado, cuando volvamos, conversaremos mejor sobre esto. Le dejaré instrucciones a Doris para tu sanción. —Aseveró Joseph, su padre, apuntándolo con el índice, para luego salir de su habitación con un fuerte portazo.
Fue la última conversación con que sostuvo con él.
Después de esta catástrofe, Albert se vio obligado a cortar de raíz con esa rebeldía, quedando a cargo de su tío Dorian. Éste hombre era frío y distante, no estaba interesado en hacerse cargo de las empresas por tanto tiempo, ya que él tenía sus propios negocios. Dorian orientó, pagó los mejores cursos e instructores de economía y finanzas para su sobrino, para que tomara las riendas de Bustamante's Corporation lo antes posible, sin importar su poca edad.
Aquel futuro era abrumador para el joven Albert, su único e incondicional apoyo era el de su nana Doris, una mujer amorosa y comprensiva que lo había cuidado desde que nació y lo amaba como si fuera su hijo, lamentablemente, unos pocos años después ella también falleció.
Han pasado quince años desde entonces, ahora Albert es un hombre de treinta y cinco años, atractivo, elegante, 1.80 metros de estatura, de tez media, abundante cabellera castaña y unos profundos ojos cafés. A pesar de ser tan joven cuando tomó el control de las empresas de su padre, demostró ser muy inteligente y tener grandes habilidades para los negocios, ampliando así su herencia; ahora es dueño de una red hotelera cinco estrellas, restaurantes, centros comerciales, edificios, entre otros, y continúa expandiendo sus inversiones y fortuna. La personalidad que da a conocer es la de un hombre estricto y calculador en los negocios, prepotente con sus empleados, adicionalmente es mujeriego, superficial, egocéntrico y arrogante, detestado por muchos. Son escasas las personas que conocen quién es él realmente, ha creado una coraza que no permite penetrar. En ocasiones se escabulle a sitios donde sea un completo desconocido y poder ser él mismo, cree que así no perderá su esencia.
Aunque su orgullo no fuera capaz de admitirlo a los cuatro vientos, Albert tiene un enorme vacío que lo carcome cada día; aunque tenía algunas diferencias con su familia, siente que ellos se llevaron consigo parte de él, luego Doris. Han sido tantas las veces que ha deseado haber ido en aquel avión. Es un hombre solitario que no tiene con quien compartir sus logros ni riquezas, no tiene con quien ser feliz. También desconoce qué se siente exponerse ante alguien más. Él intenta llenar desesperadamente ese vacío haciendo grandes fiestas casi todos los fines de semana, rodeándose así de personas adineradas y banales, alcohol, lujos y sexo.
***
Una noche de fiesta más inició. Una noche en la que Albert no había tomado ni una sola gota de licor y tampoco tenía muchos ánimos de hacer sus excentricidades en la mega celebración, puesto que se sentía algo melancólico, aquella soledad labraba silenciosa cada día más en su fortaleza. Albert ya estaba agobiado de todo ese ambiente trivial, a su vez, ese día había perdido un objeto muy valioso para él, el cual llevaba consigo a donde quiera que fuera. Un obsequio de su nana antes de morir y por ello lo preciaba como ningún otro en el mundo.
Durante largo rato estuvo de pie, apoyado contra la pared y las manos en sus bolsillos, alejado de la multitud pero podía observar dentro del gran salón. Todos bebían, comían, se divertían, reían y gozaban de todo aquello que él estaba auspiciando; observaba lo superficial de su vida y círculo, aceptando después de tanto que esto jamás llenaría su gran vacío, ni le daría la felicidad que en el fondo añora con exasperación. Fue en ese momento, que eso que estaba reteniendo en su interior y que lo consumía como la lava de un volcán, terminó de surgir con una fuerza descomunal. Aquella profunda tristeza y soledad estancada, reprimida por tantos, estallaron sin más con lágrimas que salieron a borbotones.
Albert corrió hacia un apartado jardín del salón que, para su fortuna parecía estar solo; nadie se percató de nada. Cruzó sus brazos sobre el borde de una barandilla y hundió su cabeza entre ellos, llorando desconsoladamente como un niñ0.