CAPÍTULO 3: ELLA

2230 Words
El jardín cercano al salón de fiestas era de ensueño. Consistía en un gran cuadrado con arbustos y árboles perfectamente podamos, flores de diferentes especies, formas y colores; en el centro había una enorme fuente de sirena con algunos bancos de concreto alrededor. Una parte del jardín estaba delimitada por barandas de vidrio templado, convirtiéndolo en un enorme balcón que permitía una amplia vista hacia la playa. Aquel espacio cuidadosamente diseñado se veía como un fragmento sacado de algún cuento de hadas. Albert tenía largo rato sollozando en la misma posición, con sus brazos cruzados sobre las barandas y su rostro hundido entre sus brazos. Cerca de la fuente se encontraba una mujer que lo había estado escuchando con inquietud desde que él llegó apresurado a ese lugar, pero con temor de acercarse por tratarse de un completo desconocido. Finalmente, después de meditarlo y dejar que su empatía la guiara, ella caminó hacia él, con cautela, y se detuvo a su lado. Levantó su delicada mano, aun dudosa, para tomarse el atrevimiento de colocarla en el hombro de Albert. —Disculpe, ¿Se encuentra bien? —Preguntó al mismo tiempo que hizo contacto físico con él. Albert sacó brúscamente su cara empapada de lágrimas, había olvidado por completo dónde estaba. Tenía la vista empañada y trató de secarse torpemente con las manos desnudas, buscando instintivamente tener una mejor visión de quién le hablaba. Rápidamente la desconocida sacó un pañuelo de su pequeño bolso de fiesta plateado y se lo ofreció con una dulce sonrisa. —Tenga... creo que le puede ayudar más que a mi. —Su voz fue melodiosa. Al verla con claridad, Albert quedó deslumbrado por su delicada y natural belleza. Era una mujer de cabellera castaña y lisa hasta los hombros, unos adorables ojos color miel que brindaban calidez, su piel de tonalidad media lucía suave y delicada que contrastaba a la perfección con el matiz verde de su vestido. Ella se llevó una de sus manos al pecho con un notorio gesto de preocupación, al notar la perplejidad de Albert. —¿Puedo ayudarle en algo? ¿Le busco agua o alguna bebida? Albert solo la contemplaba casi sin parpadear, con sus ojos enrojecidos y ligeramente hinchados de tanto llorar, sin articular palabras y con el pañuelo de la mujer aún en su mano extendida. Después de unos largos segundos de silencio y de que la mujer lo escrutara con total extrañeza, él al fin reaccionó, pestañeando repetidamente y desviando su mirada, tratando de recuperar la compostura. —E-eh, no gracias, es mu-muy amable... —Titubeó después de aclararse la garganta. —Si quiere nos ubicamos por allá... —señaló hacia donde ella estuvo refugiada antes de intervenir. —A un lado de la fuente, hay unos asientos. No creo que usted esté recuperado tan pronto, así que le acompañaré hasta que lo vea con mejor semblante, no puedo dejarlo por ahí en este estado. —Le dijo guiándolo con una mano y con la otra apenas tocando su brazo. Él se dejó llevar. —Gracias... ¿Nos hemos visto antes? —Cuestionó Albert, cuando estaban tomando asiento. — Hmmmm, la verdad es que no lo creo, su rostro no me parece familiar. —Respondió la mujer después de escanear su rostro pensativamente. Albert no podía creer que ella no supiera quién era él y no le estuviera hablando con un interés banal de por medio, además, parecía genuinamente preocupada por un extraño, cosa que era bastante inusual para él. —No quiero importunarla señorita... Estaré bien, soledad suele ser mi mejor compañía. —Contestó desviando esta vez su mirada hacia sus manos, pues, se sintió curiosamente apenado. El imponente "Ogro" estaba apenado ante una desconocida. —¡Oh! Que triste. Opino que soledad no es muy buena compañía, aunque yo no sea la persona más apta para decirlo... —Añadió resoplando una ligera sonrisa e hizo una pausa. —Sé que cada persona libra sus propias batallas, pero hoy he aprendido que siempre hay alguien librando una peor que la nuestra, por más terrible que nos parezca la propia. Todo tiene solución en esta vida, excepto la muerte, le aseguro que en algún lugar o de algún modo podrá ganar su batalla y logrará ver su luz al final del túnel. —Le dio un suave apretón en la muñeca y nuevamente le sonrió amablemente. —Usted parece ser alguien fuerte, lo hará. Albert se quedó pensativo, mirando hacia un punto fijo, repitiendo las palabras en su cabeza, analizando una por una. Una vez más silencioso, pero ella lo respeto. —Guau. —Musitó de pronto, asintiendo ligeramente. —Se lo agradezco, es usted muy amable... —No se preocupe, no es nada. —Nuevamente ella le regala un tierno gesto, para luego alzar su mirada hacia el cielo. —Mírelas... Albert observa a la mujer por un momento, la ve a ella maravillada por la belleza del cielo nocturno, por su simplicidad extraordinaria. Su naturalidad lo envuelve y le atrae como una polilla a la luz. Seguidamente él sigue su mirada hacia el cielo. —¿Qué ve exactamente? —Indaga aún sabiendo la respuesta. –Las estrellas están hermosísimas esta noche, se pueden contemplar perfectamente. En la ciudad no se pueden apreciar como aquí y, es algo que siempre me ha fascinado de este lugar... —Apretó sus labios y entrecerró sus ojos. —Ojalá tengamos la suerte de ver alguna estrella fugaz. —¿Pedirá su deseo si vemos alguna estrella fugaz? —Preguntó en un tono bastante curioso y a la vez sorprendido. —¡Claro que sí! Realmente no sé si se cumplen pero me encanta hacer, es emocionante y me lleva a la infancia. —Se encogió de hombros. —Quién quita que se cumpla. ¿Usted cree en ellos? —No, pero igual los pido, no desaprovecho la oportunidad. —Respondió algo más animado, con una pequeña sonrisa apenas dibujándose en su rostro. Durante largo rato estuvieron charlando al respeto, sobre estrellas, creencias y mitos, deseos y sueños, como si ambos se conocieran desde hacía mucho tiempo, para él era una conversación genuina con alguien a quien no le importaba su estatus ni quería sacar provecho de ello. Ella parecía real, pero esa autenticidad lo tenía completamente desarmado. —¿Siempre viene a éste hotel? —No, es la primera vez que vengo. Pero si frecuentaba estas playas cuando era más joven, la última vez que vine por acá cerca, este hotel estaba en construcción. —Vaya, fue hace mucho tiempo. ¿Le ha gustado? —Me ha fascinado éste jardín y las áreas al aire libre. —Toda esta red hotelera posee jardines así o más hermosos. —¿De verdad? ¡Me encanta! No lo sabía, es un toque único y acogedor. Mi... Su agradable conversación fue interrumpida por una llamada entrante al teléfono celular de ella. La mujer sacó el móvil rápidamente y miró de quien se trataba. —Discúlpeme, debo contestar... —Él asintió. —¿Aló? ... Tranquilas, estoy bien. ¿Dónde están ustedes? ... Okey, Okey. Ya voy para allá... —Bye. Tan pronto cortó, guardó su teléfono en el pequeño bolso, dejando un suave suspiro en el aire. —¿Todo está bien? —Preguntó él. Ella volvió su atención hacia el rostro de Albert, lo escrutó atentamente para serciorarse de que él se encontrara un poco mejor. —Si, todo está bien. —Hizo un sonido con su lengua golpeándose el paladar. —Lo siento, debo irme ya. —Se sintió algo inquieto con lo que ella le dijo. —¿Se siente usted un poco mejor? —Por supuesto, su compañía ha sido muy gratificante... Ambos se pusieron de pie para despedirse, el corazón de Albert empezó latir desbocado sin entender el motivo, pero de lo que sí estaba seguro era que deseaba pasar más tiempo con aquella desconocida y saber más, todo, absolutamente todo de ella. Como un pequeño no entendía qué era eso tan extraño que estaba experimentando, ni cómo manejarlo y, en un impulso desmedido cerró sus manos a ambos lados del rostro de la chica y la atrajo hacia él, plantando un beso apasionado en sus rosados y suaves labios. Ella no esperaba aquello, fue muy repentino, invasivo; la mujer reaccionó tan pronto como pudo, dando un fuerte rodillazo en la entrepierna de Albert, soltándola así de inmediato después de que su garganta dejara salir un gruñido ahogado. Cuando éste se inclinó para sujetarse el miembr0 por el terrible dolor que sintió, ella concluyó con una bofetada que resonó con sequedad en cada rincón del jardín. —¡No sé cómo pudo mal interpretar las cosas! —Lo-lo siento... No quise ofenderla...—Habló con voz intermitente. Su rostro estaba completamente rojo, de rodillas frente a ella sin poder recuperar la compostura. —Espere... —¡Pues lo hizo! —Elevó su voz furiosa. —¡Adiós! Ella se alejó rápidamente, realmente muy enojada. Él intentó recomponerse para seguirla, pues, ni siquiera sabía su nombre y quería volver a verla. Todo su ser le gritaba que necesitaba verla de nuevo. Sin embargo, aquel dolor no le permitió avanzar más de tres pasos, entendiendo así que había metido la pata hasta el fondo. Tras algunos minutos Albert recuperó la compostura y salió en búsqueda de la mujer que despertó en él nuevos y extraños intereses, buscó por todo el salón y parte del hotel con ansía, pero ella se había esfumado, como si se hubiese tratado de un espejismo. Inmediatamente sacó su teléfono celular, seleccionó uno de sus contactos y realizó una llamada. —Frank, tengo un trabajo para ti. —Señor, dígame... *** Pasado el mediodía Albert era despertado por una línea de claridad que daba en su rostro, ésta se filtraba por las cortinas de la habitación donde se alojaba. Se movió perezosamente entre las sábanas, no quería levantarse y, de forma fugaz llegó a sus pensamientos el rostro de la chica que conoció en la noche, reafirmando esa necesidad de encontrarla. Repentinamente pegó un brinco que lo sacó estrepitosamente de la cama, al sentir una mano que acaricia su pecho y bajaba intentando llegar a su intimidad. Albert había olvidado que después de algunos tragos y excesos terminó la noche con Sasha, una rubia supermodelo de ojos verdes con quien había tenido sexo casual. «¡Oh mierda! Precisamente Sasha.» Se reprochó. Albert trataba de evitarla. Sí tenían buen sexo y no podía negar que era bellísima, pero le molestaba su voz, toda ella era agobiante e inmadura, la típica rubia hueca. —Bebé, ven a la cama un rato más. —Le dijo aún somnolienta. —Vístete. —Le ordenó tajante cuando se dirigía hacia el tocador. —¿Nos duchamos juntos? —No. —¡Qué gruñón! Albert se dio una larga ducha con agua fría y se alistó en el mismo tocador. Al salir, Sasha ya estaba lista y despampanante como siempre. Se acercó a él de forma seductora y comenzó a juguetear con el cuello de su polo. —¿Podría irme contigo hoy? Mi chófer me acaba de informar que se accidentó el auto. —Albert la miró severo y apartó sus manos de él con suavidad. —Okey. Partimos en diez minutos. —Advirtió secamente sin hacer preguntas. Simplemente, no quería que su voz lo atormentara más de lo necesario. —Gracias, guapo. —Le estampó un beso en la comisura de los labios. —Voy por mis cosas. Cuando estaban en en estacionamiento guardando el equipaje en su auto deportivo, Albert tuvo la sensación de que los observaban, sin embargo, no prestó atención. Luego escuchó a una chica llamar a su amiga desde un auto, e instintivamente él se giró para curiosear de quién se trataba la mujer que corría hacia ellas, pero no logró divisar su rostro. Él no había podido sacar de su cabeza a la desconocida de la noche anterior y tenía la esperanza de volver a verla antes de partir. El viaje de regreso fue eterno para Albert con Sasha como su acompañante, no la envió con Frank porque él tenía un importante encargo y debía quedarse hasta hacer el trabajo. En casi todo el camino de retorno, Sasha lo sedujo y al llegar, trató de convencerlo de quedarse en su departamento, acariciándole la entrepierna y besándole en el cuello. —No puedo, sabes que mañana es lunes y soy estricto con el trabajo. —Quiso desligarse de la forma más educada posible. —Sabes que nos divertiremos, eres el dueño de todo y puedes hacer una excepción. —Por sus besos y caricias él ya estaba empezando a excitarse. Sin decir nada, Albert la hizo incorporar correctamente en el asiento del copiloto, bajó del auto, sacó el equipaje y le abrió la puerta a Sasha. —Nos vemos Sasha... —Ella abanicó sus pestañas sorprendida, pensó que había logrado convencerlo de quedarse. —¡Oh! Tu te lo pierdes. —Refunfuñó cuando descendió del auto, tomando el equipaje de mala gana. —Supongo que si. Finalmente en casa, Albert se sentía exhausto debido a su trasnocho, por lo que se recostó tan pronto terminó de cenar. No dejaba de pensar en aquella mujer, ese día se había convertido en su primer pensamiento al levantarse y en el último antes de dormir.
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