Antesala.
– Enlistémonos.
La voz suave de Anton acarició sus oídos como la sutil caricia de un copo de nieve sobre la yema de los dedos, sus ojos se abrieron para observar aquella mirada llena de vivacidad que tanto caracterizaba a Anton. Había una resolución extraña en el fondo de sus ojos, algo que parecía competir con el amor que el de menor edad siempre profesaba en el silencio de la habitación que compartiesen, de los brazos que se enredaban para sentirse más cerca que en ninguno otro instante.
– ¿A qué te refieres?
Dominik se lo preguntó tratando de fingir que no conoce la respuesta, que no ha adivinado desde hace ya mucho los pensamientos que rondan por la mente audaz de quien ha considerado siempre el amor de su vida. Quiso decirle que no son más que dos adolescentes, que tenían una vida entera para decidir qué hacer, cómo vivir su amor. Sin embargo, las palabras murieron en su boca por miedo a ver flaquear el amor en los gestos de Anton.
– Me refiero al ejército, Dom. A que estaremos juntos sin que nadie pueda interferir. Nadie podrá separarnos, amor.
Había decisión en los ojos del menor, la decisión que en su pecho se comprimió porque sabía lo que Anton no estaba diciendo, las palabras y razones que se estaba callando. Dominik podía ser cualquier cosa menos tonto, podía desconocer mucho sobre el mundo, pero jamás dudaría sobre lo que conocía y comprendía de Anton Werner. Habían crecido lado a lado, codo a codo y así mismo, se había amado.
Conocía bien lo que callaba, lo que al corazón de Dominik le dolía.
Nadie lo sabrá.