Al día siguiente, Nikolai salió de su ala privada y caminó hacia el comedor principal, donde su tía Ekaterina ya desayunaba rodeada de tazas de porcelana y el aroma del pan recién horneado.
—Buenos días, tía. —Se inclinó y besó su frente con respeto.
—Buenos días, sobrino. —Ella lo miró con ese aire de quien nunca se deja impresionar—. ¿Ya te aburriste de tu experimento? A veces pienso que intentas educar a un niño huérfano.
Nikolai tomó el café que una de las muchachas de servicio acababa de servirle y sonrió con calma, aunque sus ojos brillaban con cierta amenaza escondida.
—Tal vez lo sea, tía. Pero dime… ¿acaso los huérfanos no merecen educación, respeto, amor?
Ekaterina lo miró, con un leve destello de vergüenza. Ella no era una mujer cruel, ni mucho menos discriminatoria, pero su tono siempre sonaba más duro de lo que deseaba.
—No quiero decir eso, Nikolai. —Suspiró—. Lo que no entiendo es quién es esa chica. La traes sin familia, solo con un nombre extraño… Serafín. ¿Quién se llama Serafín? Ni siquiera tiene apellido.
Nikolai soltó una breve risa mientras probaba el pan sin perder la compostura.
—Un ángel, tía. Eso significa su nombre. Y claro que tiene apellido. —Clavó su mirada en la de ella, con una chispa peligrosa—. Smirnov.
El gesto fue tan inesperado que Ekaterina dejó caer la taza, derramando café sobre el mantel bordado.
—¿Qué…? ¿Te casaste con una desconocida? —su voz temblaba más de preocupación que de enojo—. Una muchacha que no sabes de dónde viene, quién la envió, o con qué intención. ¿Ya olvidaste tus enemigos en México? ¿O lo fácil que es tenderte una trampa con una cara inocente?
Nikolai golpeó la mesa con la palma abierta, haciendo saltar la porcelana.
—¡Basta! —rugió, con esa voz que imponía silencio hasta en los hombres más duros.
Las muchachas de servicio se detuvieron, tensas, pero Ekaterina se mantuvo erguida.
—Sé quién es y de dónde viene. —Sus palabras salieron firmes, casi como una sentencia—. Y la aceptarás. La respetarás. Porque aquí mando yo.
Se inclinó hacia ella, la voz baja, cargada de amenaza.
—Serafín no es un animal para tenerla encerrada. Caminará donde quiera y cuando quiera. Yo también estoy harto del maldito encierro.
Ekaterina se levantó despacio, mirándolo con esos ojos fríos que tantas veces habían logrado ablandarlo.
—A mí no me pidas ignorancia, Nikolai. No la practico. No me preocupa su nombre ni su ropa. Me preocupa que alguien te engañe… que alguien te mate. No olvides que eres el último varón de este linaje. Y, sobrino, algún día necesitarás hijos. —Su voz se suavizó, pero sus ojos se humedecieron con dolor contenido—. Si tu padre viviera, se avergonzaría de verte convertido en un hombre que vive como un monstruo.
Nikolai sonrió con ironía, aunque por dentro sintió la herida abrirse.
—Si mi padre viviera, tía, estaría tan orgulloso que hasta me temería. —Enderezó la espalda con arrogancia—. Y en cuanto a Serafín… ten mucho cuidado. Porque si alguien se atreve a dañarla, Ekaterina, yo mismo incendiaré esta mansión, y no quedará piedra sobre piedra.
La tía lo observó, midiendo cada palabra, antes de responder con un murmullo.
—Eres tan parecido a tu madre cuando amenazaba con el corazón, no con el arma.
Él apartó la mirada, incómodo, y se levantó de la mesa.
—Trátala bien, Ekaterina Smirnov. Y mantén a Irina lejos. Porque si ella vuelve a cruzar el camino de Serafín, le diré a mi ángel que la golpee hasta cansarse. Y si alguien se atreve a tocarle un solo cabello después… tía, qué terrible será el final.
La besó en la frente con una sonrisa casi tierna.
—Buenos días, tía. Cada vez más hermosa… y cada vez más terca. Deja de pensar en la vejez, aún nos queda mucho por quemar.
Se fue sin esperar respuesta, con la taza de café aún humeando en la mesa.
Pero mientras caminaba hacia su ala privada, un pensamiento lo persiguió con más fuerza que las palabras de Ekaterina: ella tenía razón. Necesitaba descendencia. Necesitaba asegurar el nombre Smirnov.
Y, por primera vez, se preguntó si Serafín estaría dispuesta a darle no solo amor, sino también un futuro.
Más tarde el sol caía sobre la mansión Smirnov. Serafín, vestida con uno de los elegantes vestidos que Nikolai había mandado a hacer a su medida, caminaba despacio por la galería de ventanales. El silencio era apenas interrumpido por el murmullo lejano del viento entre los pinos.
—Querida. —La voz de Ekaterina sonó con suavidad, pero firme como siempre. Estaba sentada en un diván, con una taza de té humeante entre las manos—. Ven, acompáñame.
Serafín se acercó con timidez. Siempre le costaba mirarla a los ojos: aquella mujer parecía leerle el alma con solo un parpadeo.
—¿Cómo te trata la casa? —preguntó la tía, como quien inicia una charla sin importancia.
—Bien, señora. Todo es… demasiado hermoso para mí.
—No digas eso. —Ekaterina ladeó la cabeza, observándola—. No es demasiado. Si Nikolai te lo da, es porque cree que lo mereces.
Serafín sonrió con timidez, bajando la mirada hacia sus manos entrelazadas.
—Dime, niña… —la tía dejó la taza sobre la mesa de mármol y la miró fijamente—. ¿De dónde vienes? ¿Quiénes eran tus padres?
La pregunta la atravesó como un cuchillo. Su garganta se cerró.
—No lo sé —confesó en voz baja—. No tengo recuerdos… Solo… que nunca fui adoptada.
Ekaterina frunció el ceño, pero su voz permaneció calmada.
—Curioso. Una muchacha sin raíces, sin apellido. Y ahora, de repente, convertida en la sombra de Nikolai Smirnov.
El corazón de Serafín dio un vuelco.
—Yo… yo solo estoy con él porque…
—Porque él lo decidió. —completó la tía con una sonrisa enigmática—. Eso lo sé. Pero dime… ¿qué sabes de mi sobrino?
—Que es un buen hombre conmigo. —respondió casi de inmediato.
—¿Solo contigo? —La pregunta la desarmó. Ekaterina sostuvo su mirada unos segundos antes de inclinarse un poco hacia ella—. Nikolai quiere tener hijos, querida. Lo ha dicho muchas veces. Es su deber con esta familia.
Serafín abrió los ojos sorprendida.
—¿Hijos?
—Claro. —Ekaterina se recostó con elegancia—. El linaje Smirnov no puede morir con él. Es joven, fuerte… y necesita descendencia.
La joven sintió un nudo en el estómago. Nunca lo había pensado así. Nunca lo había escuchado de su boca. Recordó, como una punzada, las pastillas que él mismo se encargaba de darle cada día, a la misma hora, como un ritual inquebrantable.
Su corazón se encogió.
¿Entonces no era porque la cuidaba?
¿Era porque no quería hijos con ella?
—Pareces sorprendida. —La tía la observó con una calma peligrosa—. ¿No lo habías pensado?
Serafín se obligó a sonreír.
—Él… él nunca me ha hablado de eso.
Ekaterina ladeó la cabeza, con un brillo extraño en los ojos.
—No lo dudes, querida. Nikolai tendrá hijos. La única pregunta es… ¿con quién?
Las palabras se clavaron en el pecho de Serafín como espinas. Esa noche, mientras Nikolai salía de la mansión con un traje impecable —tan apuesto, tan inalcanzable—, ella permaneció en el ala privada, sentada frente al ventanal. Las sombras del bosque parecían susurrarle lo que temía escuchar:
Él no la quería para darle un futuro.
Solo era un ángel prestado en medio de sus demonios.
Y mientras el reloj marcaba las horas de su ausencia, el veneno de la duda se instaló en su corazón, junto con el ardor insoportable de los celos.
Pero unas horas después.
Cuando ya la noche había caído como un manto de terciopelo sobre la mansión Smirnov. Serafín estaba sentada en el diván de su ala privada, con un libro abierto en las manos, aunque no había leído una sola palabra en horas. Desde la conversación con Ekaterina, un peso frío se había instalado en su pecho.
El sonido de pasos firmes en el pasillo le hizo levantar la vista. Era él. Nikolai entró con su porte imponente, llevando un traje oscuro que parecía hecho para dominar cualquier lugar. Se detuvo frente a ella y, con solo mirarla, supo que algo había cambiado.
—¿Qué ocurre, Serafín? —preguntó con voz baja, encendiendo un cigarrillo.
—Nada, mi señor. —respondió, demasiado rápido.
Él exhaló una bocanada de humo, acercándose hasta inclinarse frente a ella.
—No me mientas. Tus ojos hablan más que tu boca.
Ella tragó saliva, desviando la mirada.
—Solo… pensaba.
—¿En qué? —insistió él, con un tono que no admitía evasivas.
Serafín apretó el libro contra su pecho, buscando valor.
—En… en el futuro. —susurró.
Nikolai entrecerró los ojos, la observó unos segundos y luego sonrió apenas.
—Bien. Entonces sabrás que tu futuro depende de mí. —Su mano acarició suavemente su mejilla—. Y esta noche lo demostrarás.
Ella lo miró, confundida.
—¿Cómo, mi señor?
Él se incorporó y se encaminó al armario, sacando un vestido n***o de seda que brillaba bajo la luz. Lo colocó sobre la cama.
—Vas a vestirte con esto. Esta noche vendrás conmigo.
—¿Adónde? —preguntó, con un hilo de voz.
—A un evento. —La miró con intensidad—. Donde todos podrán verte. Donde todos sabrán que eres mía.
El corazón de Serafín latió con fuerza. Nunca había salido con él a un lugar lleno de gente. La sola idea la aterraba, pero al mismo tiempo la llenaba de una emoción desconocida.
Mientras ella se cambiaba con la ayuda de una de las chicas, Nikolai la esperaba en el salón, bebiendo un whisky. Cuando la vio bajar las escaleras, se le detuvo el aire.
El vestido se ceñía a su cuerpo con una elegancia peligrosa; sus rizos rojizos caían como fuego sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y determinación.
Él se levantó despacio, ofreciéndole su brazo.
—Estás perfecta.
Ella bajó la mirada, sonrojada.
—Me siento nerviosa, mi señor.
Nikolai sonrió con esa calma letal que lo caracterizaba.
—No tienes por qué. Si alguien te mira demasiado, lo mato.
Las palabras la hicieron sonrojar aún más, aunque sabía que no era una broma.
El salón del club privado olía a coñac y tabaco caro. Hombres trajeados y mujeres enjoyadas se movían entre murmullos y risas contenidas. Todos se giraron cuando Nikolai entró, con Serafín colgada de su brazo.
Ella sintió las miradas clavarse en su piel, algunas curiosas, otras con evidente desprecio.
—Mantén la cabeza en alto. —murmuró él, apretando su mano—. Eres una Smirnov.
La frase la estremeció. Era la primera vez que la nombraba así en público.
Una mujer se acercó enseguida. Alta, rubia, con un vestido rojo que dejaba poco a la imaginación. Sonrió con un aire venenoso.
—Nikolai… no esperaba verte esta noche. —Sus ojos se desviaron hacia Serafín con descaro—. ¿Y quién es tu… acompañante?
Él no titubeó.
—Mi mujer. —respondió, sin quitarle la vista de encima a Serafín.
El silencio que siguió fue palpable. La rubia apretó los labios y se retiró con una sonrisa falsa.
Serafín se quedó muda, con el corazón a punto de estallar.
—¿Por qué dijiste eso? —susurró apenas, cuando quedaron solos un instante.
Nikolai se inclinó, rozando su oído con sus labios.
—Porque necesito que lo creas tú primero… antes que el mundo.
Ella tembló, sin saber si era de miedo o de felicidad.
La velada continuó entre brindis y conversaciones tensas, pero Serafín no soltó el brazo de Nikolai en ningún momento. Y él, por primera vez en su vida, no se cansó de presentarla, de mostrarla, de dejar claro con cada palabra que aquella mujer —su ángel— era la única capaz de caminar a su lado.
---
De regreso a la mansión, en el auto, él encendió otro cigarrillo y la observó en silencio.
—Lo hiciste bien. —dijo al fin, con voz grave—. Nadie sospecharía que no naciste para este mundo.
Ella lo miró, con una timidez llena de anhelo.
—Gracias, mi señor.
Él sonrió apenas y le tomó la mano.
—Recuerda, Serafín: fui el primero en todo. Y también seré el último.
Sus palabras se volvieron a clavar en el corazón de ella como un sello. Y por primera vez, se permitió creer que, tal vez, no era solo un ángel prestado, sino la dueña de aquel corazón oscuro.