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La Reina Cobarde

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Historia sobre una reina

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Capítulo 1
En algún lugar que no recuerdo, leí que cualquier mujer joven y bonita tiene el mundo entero a sus pies. No me explico por qué. Al menos ese no era mi caso. Después de 19 años el mundo no solo no estaba a mis pies, sino que ignoraba por completo mi existencia. No era falta de belleza, mis ojos verdes y cabello castaño me concedían un aspecto agradable, posiblemente era más un defecto de personalidad. Mi defecto era no tener personalidad. Las personas se aburrían rápido de mi compañía, jamás tenía comentarios sagaces, ni talento para contar historias o alguna característica especial que hiciera mi compañía deseable. Como bien lo dijo una maestra en el colegio: –Anna es una estrella sin brillo. Hacía dos años, en mi cumpleaños número 17, llegué a la conclusión de que no era feliz y probablemente no era capaz de serlo. Me resigné a que no todos en esta vida nacimos para ser felices, tal vez la infelicidad de gente como yo hacía la felicidad de otros más valiosa. A veces deseaba ser como las otras jóvenes, alegres, saliendo en citas y divirtiéndose. Yo jamás había tenido una cita, ni dado un beso o caminado con alguien agarrada de la mano. Me dolía, pero jamás se lo había confesado a alguien, no me gustaba parecer vulnerable frente a los demás. Creí que la universidad iba a cambiar mi suerte, que podría empezar de cero, pero no fue así. Un lugar nuevo no me hizo una persona diferente. Seguía siendo la misma, sin gracia y sin muchos amigos, pero al menos la universidad era tan grande que pasaba desapercibida; yo no le importaba a nadie y a mí nadie me importaba. Descubrí con alivio que el secreto para no ser miserable era ser invisible. La universidad no solo había traído a mi vida el anonimato, sino también un torbellino llamado Sonia, una de las personas más complejas que había conocido en mi vida. Sonia vivía con intensidad cada momento, para ella cualquier asunto, por más pequeño que fuera, era de vida o muerte. Toda la chispa que a mí me faltaba la tenía Sonia, ella sentía una verdadera alegría por vivir y a veces lograba contagiarme de su energía. Era la primera vez que tenía una amiga cercana. A Sonia no le importaba que yo fuera tímida y pasmada, ella tenía suficiente personalidad para las dos. Empezaba mi tercer semestre estudiando arte, y aun cuando adoraba pintar más que cualquier otra actividad, la sensación de vacío e insatisfacción seguía conmigo. Con un poco de suerte, la llegada de mi hermana, Victoria, este semestre ayudaría a atenuar mi perpetuo letargo emocional. Victoria era un año menor que yo, desde la muerte de nuestros padres, hacia ya varios años, me había sentido responsable de ella y por eso me alegraba su decisión de venir a estudiar conmigo, así podría cuidarla lejos de nuestro tío, quien había resultado ser un tutor autoritario y despota. Ahora Sonia, Victoria y yo viviríamos juntas. –Qué triste te ves ahí sola –la voz chillona de mi hermana me sacó de mis cavilaciones. Victoria no entendía como yo podía pasar mis tardes sentada a la sombra de un árbol, viendo a la gente pasar mientras meditaba cualquier bobería que cruzara mi mente. Victoria no era la clase de persona a la que le gustara reflexionar sobre la vida o pasar los días en calma. –¿Y qué querías que hiciera? Llevo horas esperando –dije en tono de reproche, aunque ambas sabíamos que no estaba realmente molesta. –Lo siento, el curso de inducción tomó más tiempo de lo previsto. Pero al fin estoy libre y ansiosa de conocer la loca vida universitaria –contestó con ojos llenos de expectativas. No pude evitar reírme para mis adentros. Yo no tenía idea de lo que era la “loca vida universitaria” y no había manera de que pudiera enseñársela a mi hermana. –Tómalo con calma, es tu primer día aquí. Busquemos a Sonia, ella ha planeado la tarde para nosotras –respondí de manera evasiva. Afortunadamente, Sonia y mi hermana resultaron ser dos gotas de agua, ambas adoraban las fiestas, a los chicos y los chismes. Cosas que yo tomaba como misterios del universo. Ni siquiera necesitaron de mi intervención, en unas cuantas horas ellas ya eran grandes amigas. Después de pasear por innumerables tiendas hacinadas en los alrededores del campus y comer en el restaurante favorito de Sonia, decidimos reposar en el jardín de la meditación, un lugar escondido que yo descubrí meses atrás durante un paseo. Me agradaba por ser pequeño y solitario. Sabía su nombre gracias a un oxidado letrero a la entrada, en realidad el jardín no tenía nada especial, al contrario, estaba abandonado y un incompleto muro de piedra lo atravesaba justo por la mitad. Era difícil deducir con qué propósito se había comenzado a construir aquel muro, además de estorbar, ni siquiera servía para recargarse pues estaba cercado por rosales. El día de hoy el jardín de la meditación tenía un gusto diferente, el cotilleo y las sonoras risas de mi hermana y Sonia ponían fin a la habitual paz. Me recosté sobre el pasto mientras ellas hablaban sobre la fiesta a la que iríamos esta noche. La idea no me entusiasmaba, pero ya me había resignado a que con Victoria aquí sería arrastrada a muchos eventos sociales en los cuáles yo estaría fuera de lugar. –Hoy es un día muy especial, ¿saben? Una alineación en el universo que sucede cada 30 años está liberando energías misteriosas en la tierra... –contó Sonia, alegre. –¡Maravilloso! Una razón más por la que mi primera fiesta universitaria será un éxito –interrumpió Victoria. –¿Y qué hacen estas energías tuyas tan especiales? No veo la relación entre una alineación de planetas a millones de kilómetros de aquí y una fiesta llena de gente alcoholizada –intervine burlona. Victoria me reprochó con la mirada y Sonia ignoró mi pregunta consciente de que yo tomaba como absurdas sus creencias en los astros y las fuerzas del universo. Sabiendo que era inútil disuadirlas de sus supersticiones, cerré los ojos y disfruté de los últimos rayos de sol del día sobre mi piel, al menos hoy en la fiesta no me vería tan paliducha. De pronto, mi cuerpo se tensó. Abrí los ojos de golpe, una extraña sensación se apoderó de mí: alguien me observaba. Me incorporé y busqué en todas direcciones, pero estábamos solas. Victoria y Sonia estaban tan absortas en su plática que ni siquiera percibieron mi estado de alerta. Tenía el corazón acelerado y me sentí muy tonta cuando descubrí a nuestro espía: un hermoso búho blanco nos observaba desde la rama de un árbol. No pude evitar sonreírle al majestuoso animal. Mi paranoia se convirtió en fascinación, la criatura era sublime, desconocía qué clase de búho era, pero debía ser una especie peculiar, su tamaño era del doble de los búhos comunes y sus ojos eran increíblemente expresivos. Jamás había visto un búho de ojos azules tan intimidantes. Un escalofrío recorrió mi espalda, esos ojos parecían la ventana al alma de un hombre y no de una bestia. Unos minutos después, el hermoso animal abrió sus alas y se alejó de nosotras. Sentí una punzada en el corazón, probablemente jamás volvería a contemplar a ese magnifico animal. –Anna, dile que es estúpido –chilló Victoria. –¿Qué? –pregunté, de vuelta en la realidad. –¡Por Dios! Pon atención, ¿quieres? Tu amiga está sufriendo alucinaciones y tú nadando en las lagunas de tu mente –me reprochó. Sonia soltó una carcajada burlona antes de intervenir. –Yo no estoy teniendo ninguna alucinación. Mira el muro, Anna, y dime si no ves ese brillo también. Giré la mirada en dirección al muro y vi un intenso destello contra la luz del sol que se ponía a nuestras espaldas. –¿Qué es? –pregunté sin mucha curiosidad. –¡Un diamante! Es obvio –contestó Sonia, como si mi pregunta fuera absurda. –¡Oh, vamos! Anna, haz que entre en razón. ¿A quién se le ocurre pensar que hay un diamante incrustado sobre un muro en medio de la nada? –Entonces, ¿cómo lo explicarías tú? –preguntó Sonia, ofendida. –No lo sé, cualquier explicación tendría más sentido que eso –contestó Victoria, molesta. Una risa seca se escapó de mi pecho, era de esperarse que dos personalidades tan fuertes como la de Victoria y Sonia no pudieran convivir mucho sin chocar. Las discusiones entre ellas iban a ser frecuentes en los años venideros. –Solo hay una forma de averiguarlo –sugerí, intentando mantenerme neutral. –¡Tienes razón! Voy por él –dijo Sonia determinada, y se puso de pie. –¡No te espines con las rosas! –grité mientras se alejaba. –Qué absurda –murmuró Victoria una vez que estuvimos fuera del alcance de los oídos de Sonia. Mi hermana y yo observamos como Sonia se aproximaba al muro. Con cuidado apartó los rosales de su camino y se paró sobre las puntas de sus pies para poder alcanzar el supuesto diamante, el cual estaba en la parte más alta del muro. Mi amiga se estiró lo más posible, pero no pudo mantener el equilibrio y se fue de boca contra la piedra. Al instante Sonia desapareció. Parpadeé para asegurarme de lo que acababa de presenciar, volteé hacia los lados, no entendía qué había sucedido. Sentí un nudo en el estomago. ¿Estaba dormida? ¿Alguien había puesto drogas en mi bebida en el restaurante? Mis ojos sabían lo que habían visto, pero mi mente se rehusaba a creerlo. La gente no desaparece, debía haber una explicación lógica, pero no podía pensar en ninguna. –Desapareció... cruzó ese muro como un fantasma –balbuceó mi hermana. –No, eso es ridículo –sabía que había visto lo mismo que Victoria, pero la lógica me decía que aquello era imposible–. Claramente es una broma. ¡Sonia! ¡Sonia! ¡Déjate de tonterías! ¡Anda! Vamos a irnos si no sales pronto... –grité a todo pulmón, pero Sonia no contestó. No sabía qué hacer, los minutos pasaron y se convirtieron en una hora, Sonia no sería capaz de hacer una broma de tan mal gusto. Me sentí desesperada. –Deberíamos ir con la policía –sugirió mi hermana con voz temblorosa. –¿Y decirles qué? ¿Que Sonia se evaporo al contacto con la pared? Nos encerrarían en un psiquiátrico –repliqué irritada. –¡Pues tal vez deberían encerrarnos! Ese muro se tragó a tu amiga –exclamó Victoria y rompió en lágrimas. –No llores, por favor. Te voy a demostrar que eso es imposible. Caminé hacia el muro con más confianza de la que en verdad sentía. Tal vez ir a la policía no era mala idea, pero al menos antes debía comprobar por mí misma que ese no era más que un muro común y corriente. Mi salud mental me suplicaba que lo comprobara. Victoria balbuceó algo sobre que no debía hacerlo, pero la curiosidad de ella también era grande y prefirió dejarme verificar el “muro traga personas”. Me acerqué temblorosa, mientras la distancia entre el muro y yo se reducía, también lo hacia mi valor. Sentí una gota de sudor frío recorrer mi espalda. Aparté los rosales de mi camino y estiré la mano. Era absurdo que el contacto con un muro de piedra pudiera hacerme temblar, recargué mi mano dispuesta a sonreír triunfal, pero en ese instante me precipité al vacío y todo a mí alrededor se volvió borroso. No pude ni escuchar mi propio grito cuando perdí el conocimiento.

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