6: La Confrontación de las Gemelas

1672 Words
Agnese. Después de delinear nuestro plan, ambas nos dirigimos a nuestros respectivos destinos. Ágata, al club deportivo, y yo, a la cafetería para mi tediosa reunión con las "ex compañeras". La esperanza de que la perspicacia de mi hermana fuera certera era alta; deseaba verlos, y más aún, escuchar de sus propios labios esa confesión. Me obligaba a parecer tranquila, concentrada en el diálogo banal de la mesa, mientras que, internamente, repasaba cada detalle de la estrategia. —Todavía no puedo creer que ustedes hayan sido invitadas por los De Rosa —comenta una de ellas, el tono teñido de envidia apenas disimulada. —¿Qué puedo decirles? Las señoras De Rosa hicieron un pedido especial, y la cortesía fue mutua —respondo con calma. Aunque no provengamos de su círculo social, no permitiré que su soberbia me pisotee. —Sí, esos vestidos han sido muy comentados —dice otra, intentando sonar desinteresada. —Son diseños únicos. Nadie más los tendrá —sonrío con suficiencia, llevando la taza de café a mis labios. —Ya saben lo que cuesta conseguir piezas hechas a medida con esa exclusividad. Apenas unos minutos después, la incomodidad de mis amigas se hacía palpable, listas para retirarse. Pero una voz masculina, grave e imponente, detuvo su huida. —Señorita Agnese, qué placer inesperado —dice Patrick. Las chicas se giran con los ojos desorbitados. Me volteo con cuidado, sintiendo un escalofrío de confirmación: Ágata tenía razón. Allí estaban Patrick, Lance, Arturo, Valenty y Oliver, mirándome con sonrisas calculadas. —Qué gusto verlos de nuevo —logro decir, fingiendo sorpresa. —¿Interrumpimos? —pregunta Oliver, barriendo con la mirada a mis compañeras. Me adelanto antes de que ellas puedan responder. —No, ya se retiraban. —Les dedico una sonrisa de victoria contenida. —Adiós, chicas. Disfruten el resto del día. —Mis "amigas" aprietan la mandíbula y se marchan, derrotadas. Los cinco hombres se sientan, rodeándome. Valenty y Oliver a mis flancos, el resto enfrente. Tras ordenar sus bebidas, todas sus miradas convergen en mí, envolviéndome en una tensión que me eriza la piel. —¿Y qué los trae por aquí? —pregunto, luchando por mantener la voz firme. —Teníamos ganas de tomar algo, y casualmente encontramos este lugar —responde Lance, su sonrisa encantadora. —Y tuvimos la suerte de encontrar a una dama tan hermosa. —Qué curioso —tomo un sorbo de mi café. —¿Y sus otros hermanos? —Están ocupados con asuntos de la familia —Valenty interviene, manteniendo el engaño. —No pudieron unirse. Asiento, midiendo mis palabras. —Comprendo. Mi corazón late con fuerza. La intensidad de sus presencias es embriagadora. Intenté levantarme. —Bueno, si necesitan privacidad, los dejo... Con una delicadeza que contrasta con su tamaño, Valenty toma mi brazo, impidiendo mi huida. —En realidad, queremos hablar contigo. —Me jala suavemente de regreso. —Esperamos que nos escuches y no te alarmes. —Si no es una amenaza, no tengo por qué asustarme —me acomodo, mirándolos con concentración. —Soy toda oídos. —Lo que vamos a decirte puede sonar apresurado, incluso descabellado —comienza Patrick, su tono profesional se suaviza con urgencia. —Pero desde que te vimos, tanto tú como Ágata no han abandonado nuestra mente. Esto no es solo una atracción, sino una obsesión compartida por todos nosotros. Oliver, tomando mi mano, continúa: —Sabemos que es inusual, diez hermanos pensando en las mismas dos mujeres. Pero tu dulzura y la fuerza de tu hermana nos han llamado. —Suspira. —No queremos incomodarte o presionarte. —Solo queremos ser honestos sobre nuestros sentimientos —Lance muerde su labio, inusualmente vulnerable. —Cada una tiene algo diferente que nos exige atención. —Agnese, tú y tu hermana nos atraen de una manera total. Queremos una oportunidad con ustedes —Oliver aprieta mi mano con firmeza. Valenty toma mi otra mano. —Pero te daremos el tiempo que necesites para pensarlo. No hay presión, no hay obligación. —Sus ojos reflejan genuina preocupación. —¿Qué piensas de todo esto? No pude evitar sonreír, un gesto que los hizo relajar sus posturas. —Honestamente, es sorprendente. Y me confirma que mi hermana es increíblemente perspicaz. —¿Qué quieres decir? —Patrick frunce el ceño. —Ella me confió que alguien nos vigilaba —observo cómo el asombro se transforma en temor en sus rostros. —No la subestimen. Sus presentimientos suelen ser profecías. —¿Sabe que somos nosotros? —pregunta Arturo. Asiento. —Eso es… impresionante. —¿Te asustó saber que estábamos vigilándolas? —Valenty aprieta mi mano. —No me asustó, me molestó —los miro con firmeza. —Si querían hablar, debieron hacerlo de manera formal, no con vigilancia. —Lo sentimos. No queríamos molestarlas. Solo queríamos asegurarnos de su seguridad y estar cerca —se disculpa Lance, apenado. —Aun así, debo admitir que el gesto de protección es... dulce —les sonrío. —Y respecto a su confesión: a mí y a mi hermana no nos molesta una relación polígama. De hecho, siempre fue un sueño imposible. Pero esto es algo que deben discutir con los doce juntos. —¿Entonces aceptarías considerarnos? —Arturo pregunta con una esperanza palpable. —Aún no lo sé. Necesitan exponer sus verdaderas intenciones. Pero debido a su franqueza, quiero invitarlos a mi departamento para una charla más cómoda y privada —les propongo. Todos asienten con sonrisas. —Ahora, todo depende de si sus hermanos han sido igual de directos con mi hermana. Ágata. En el club deportivo, ya no es solo entrenamiento; es una prueba de fuego. Llevo semanas difíciles, y la caminadora es mi terapia. Voy completamente alerta. Mi ropa de deporte, ajustada y mínima, atrae las miradas lascivas de los hombres del gimnasio, algo a lo que estoy acostumbrada. Siento el cambio en la atmósfera. Un aura intensamente familiar se acerca, y en las máquinas adyacentes a la mía se instalan los cinco hermanos: Raffael, Angelo, Nicholo, Thomas y Richard. El equipo de asalto. Bajo la velocidad de la caminadora hasta el paso lento, sin girar la cabeza. —¿Hay algo que deseen decirme? —Queremos hablar contigo, Ágata —Raffael, a mi derecha, es el primero. —Perfecto. Nada de rodeos. Sean claros —acomodo mi cabello, notando cómo sus ojos, a pesar de su disciplina, se desvían inevitablemente hacia mi cuerpo. Escucho un gruñido ahogado. —Dejen de mirarme —digo con burla, sin dejar de caminar. —Hay muchos hombres que te están mirando —suelta Nicholo, con un tono posesivo. —Todo el que pasa te evalúa. —Bueno, es normal ver la mercancía, ¿no? Yo lo hago con los hombres que se me cruzan —sonrío, disfrutando del efecto que mis palabras tienen en ellos. —Deben admitir que tengo buen cuerpo. —De eso estamos seguros —Thomas me mira de forma penetrante. —Podemos hablar en un lugar más privado. Detengo la máquina y bajo, tomando mi toalla para secar el sudor. Cada movimiento es observado. —Vamos a la terraza. Necesito una limonada. Subimos. Pido mi bebida y caminamos a una mesa alejada. —Y bien —los miro, impaciente. —¿Qué quieren decirme? —Queremos que tú y Agnese estén con nosotros —Thomas responde, con una franqueza que aprecio. —¿Y por qué razón quieren eso? —Porque ambas han capturado la atención de los diez. No dejamos de pensar en ustedes —Angelo, el más impulsivo, lo confirma. —¿Y eso justifica el hecho de que nos mandaran a vigilar? —Bebo mi limonada. Sus rostros se descompusieron en una mezcla de asombro y alarma. —¿Cómo lo supiste? —pregunta Raffael, con una tensión peligrosa en su voz. —No soy ingenua. Sé muy bien cuando me miran la espalda. Y no es difícil deducir quién es el responsable de esa vigilancia —termino mi bebida. —Así como sé que ustedes tienen algo mucho más turbio que un casino, ¿o me equivoco? —Vaya, no podemos ocultarte nada, linda —admite Nicholo. —Me gusta observar. Por eso sé lo que ustedes son en realidad. Lo noté en la celebración, con la seguridad excesiva, las miradas de los guardias, y sí, sus pistolas —Tragan saliva. Esto es el punto de quiebre. —¿Agnese lo sabe? —Thomas pregunta con visible preocupación. —No, no sabe que son mafiosos. Solo sabe que la han estado persiguiendo. —Me cruzo de brazos, haciendo que el top se ajuste. —Conmigo, los secretos no son bienvenidos. Si quieren seguir, deberán confesarle la verdad a ella con sus propios labios. —¿Cómo crees que reaccione? —pregunta Angelo. —Ella se sorprenderá, sentirá un miedo muy real, y luego una curiosidad inevitable —asiento. —Pero no les aplaudirá su doble vida. —¿Y tú? ¿Qué sentiste al deducirlo? —pregunta Nicholo. —Lo deduje. Luego, al verlos a ustedes y a sus padres, lo confirmé. No me parece algo malo, solo interesante. Nunca he conocido a personas con su nivel de poder en la sombra. —¿No nos tienes miedo? —Raffael me mira fijamente, buscando una grieta. Niego con la cabeza. —Si tuviera miedo, no hubiera permitido que Agnese se quedara sola con sus hermanos, ni estaría sentada aquí con el líder de la mafia italiana. Los negocios de ustedes no son mi asunto. Solo me interesa el mío y el de mi hermana. —Sí que son fascinantes —Thomas sonríe, pero su sonrisa es ahora genuinamente depredadora. —Entonces, ¿Aceptas considerarnos? —pregunta Nicholo. —Por ahora, no —respondo con seriedad. —Primero, debemos hablar los doce. Los invito a mi departamento esta misma noche. Si Agnese ha hablado con sus hermanos, sabrán la hora. Me miran asombrados. Soy clara. Odio los rodeos. Es mejor soltar la verdad y esperar el impacto.
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