Limpiando traiciones. 1
Las llamas devoraban la mansión con una voracidad implacable, las ventanas, que alguna vez reflejaron los dorados atardeceres de Bari, ahora eran portales al infierno, las sombras danzaban en los muros derruidos mientras el humo n***o ascendía en espirales hacia el cielo nocturno. En el amplio vestíbulo, el mármol ya estaba agrietado por el impacto de balas mal apuntadas y casquillos estaban dispersos por todos lados, el retrato de la familia sobre la chimenea, la única prueba de un legado ahora reducido a cenizas, se deslizó de su marco y cayó al suelo, ardiendo; desde los jardines, los ecos de disparos rompían la quietud de la noche, seguidos por gritos ahogados y órdenes bruscas en italiano.
A través del caos, las llamas proyectaban sombras sinuosas en las paredes de la mansión en ruinas, distorsionando la realidad con su calor infernal, en medio del caos, mientras los disparos aún resonaban en la distancia, Sophia, la mano derecha de la matriarca de aquella casi extinta familia, sintió que el aire se tensaba y su piel se erizo con ferocidad, no tenía escapatoria, estaba herida en su pierna derecha y eso impedía su movilidad natural, defendió la casa con toda su valentía y agoto todas sus opciones para evitar que la familia Mancini sufriera algún daño, pero todo fue en vano, el enemigo fue más rápido y estaba más organizado.
De las sombras del corredor oeste, emergió una figura masculina, alta y esculpida como un depredador acechante, su paso era firme, calculado, casi silencioso entre el crujido de las llamas y el chisporroteo de los escombros, vestía una chaqueta de cuero n***o, que reflejaba las luces del incendio como un augurio de peligro, bajo la sombra de su cabello oscuro, unos ojos fríos y acerados se clavaron en ella, observándola como un cazador que no tenía intención de dejar escapar a su presa, el pasamontañas cubría la mitad de su rostro, pero esos ojos eran algo inconfundible en el mundo oscuro donde se movían, Sophia apretó con más fuerza la pistola en su mano, aunque sus nudillos ya comenzaban a doler, sabía quién era y que no tenía perdón, tampoco derecho a una segunda oportunidad a pesar de que suplicara.
Era el hombre cuya lealtad era inquebrantable y cuyas manos estaban manchadas con la sangre de muchos hombres y mujeres que tuvieron la mala suerte de cometer un error o una traición, la última vez que lo había visto, estaba al otro lado de la mesa donde las altas cabezas de la mafia se reunían para discutir sus movimientos territoriales, si tan solo hubiese podido leer su mente mientras él observaba fijamente a su jefa, habría podido advertir sus intenciones y buscar refugio bajo el brazo compasivo de la familia Valentino.
— Sophia... — su voz resonó como un trueno bajo el cielo en llamas, grave y cargada de intenciones ocultas — Sal de aquí antes de que todo se derrumbe, no voy a repetírtelo. — movió su cabeza ligeramente.
— ¿Para qué? ¿Para qué me persigas después? — replicó ella, sus ojos llameando tanto como el fuego a su alrededor.
— No soy tu enemigo esta noche, pero debo decir que no tienes muchas opciones desde que tu jefa decidió tomar malas decisiones... — dijo él, avanzando un paso, lo suficiente para que la tensión entre ambos fuera palpable — Si hubiera querido matarte, ya estaría hecho, te necesito para saber quiénes estaban de acuerdo con tu jefa. — Sophia lo observó, su mente trabajando frenéticamente.
— ¡No voy a traicionar a la casa Mancini! — levanto su arma dispuesta a disparar, pero no consiguió ni poner el dedo en el gatillo.
El sonido del disparo resonó por encima del crepitar de las llamas, deteniendo el tiempo por un instante, Sophia sintió un dolor ardiente atravesar su espalda y pecho antes de que sus piernas cedieran, su cuerpo cayó al suelo con un golpe seco y el frío mármol agrietado absorbió las pocas fuerzas que le quedaban. A su alrededor, el mundo parecía girar a cámara lenta, la figura del hombre que estaba a solo unos pasos giró rápidamente hacia la sombra y el brillo de sus ojos se extinguió por completo.
— Pensé que ya tenías la lista de todos los traidores de la mesa. — dijo el enmascarado que acaba de disparar.
— Tengo la lista, tengo en la mira a todos los que quieren escapar y traicionar, pero esta mujer ya estaba comenzando a armar su salida con la ley. — se acercó al hombre mientras lo veía a los ojos.
— Si alguien se entera de lo que estamos haciendo. — dejó escapar un suspiro pesado.
— Jace ¿No confías en tu hermano mayor? — se quitó el pasamontaña y le dedico una sonrisa maliciosa.
— Si no confiara en ti no estaría aquí, cuidándote la espalda y protegiendo lo que por años nos ha mantenido en la cima... — Jace también se quitó el pasamontaña — Pero realmente dudo que madre esté de acuerdo con tu idea de llevar el apellido Giuseppe al poder, ella nunca se preocupó por esas cosas. — rodó los ojos con cierto fastidio.
— No hermanito... — comenzó a caminar hacia la puerta que lleva adentro de la casa — Yo no voy a llevar el apellido Giuseppe al poder... — entró a la casa seguido de su hermano — ¡Lo que voy a hacer es devolverle la gloria al apellido Giuseppe y voy a marcar un legado mucho más grande que el de mis abuelos maternos, borraré de la historia a los Doménico y me aseguraré que sus hijos tiemblen al escuchar mi nombre! — lo dijo con una determinación abrumadora para Jace.
Antoni Giuseppe era uno de los tres mafiosos más temidos de Italia y su nombre resonaba como un eco abominable en las calles oscuras de Roma, Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña. En cada rincón, desde los lujosos restaurantes hasta los callejones sombríos, se susurraba su nombre y se decía que era un hombre con el que no se debía jugar, la leyenda de su brutalidad y su mente fría era tan vasta como la red de poder que había construido a lo largo de los años. Sus ojos, fríos como el acero y tan cautivadores como únicos gracias a la heterocromía que corría en su familia como una marca de nacimiento, podían analizar a una persona en cuestión de segundos, evaluando sus fortalezas y, más importante aún, sus debilidades, el simple hecho de mirarlo era suficiente para que el aire se volviera más denso, como si el peligro estuviera esperando a desatarse en cualquier momento, su presencia imponía respeto y su voz grave, cargada de calma, podía helar la sangre de aquellos que se atrevían a desafiarlo.
En la elegante mansión de Bari, rodeado de mármol y cristal en llamas, Antoni caminaba con una calma espeluznante, iba seguido de su medio hermano Jace Shepard, su presencia en aquel lugar y su masacre correspondían a una sola cosa, traición. Antoni no era un hombre que perdonara traiciones y cuando descubrió que Alissa Mancini, una de las figuras más reconocida dentro de la mesa de "El Pacto Siciliano", agrupación dirigida y creada por Dante Valentino, un hombre demasiado blando y confiado a ojos de Antoni. Alissa estaba haciendo tratos con la policía y supo que debía actuar, no por salvar la organización, él no formaba parte de la mesa de manera activa ni estaba interesado en entrar, pero la lealtad era un valor inquebrantable en su mundo y cualquier deslealtad, por mínima que fuera, debía ser erradicada con rapidez y brutalidad, además, eso ayudaba a su plan inicial y de paso protegía a su familia extendida.
La noche en que decidió atacar la mansión de Alissa, la luna llena iluminaba las aguas tranquilas de la costa de Bari, pero bajo la superficie, el aire se cargaba de tensión, el plan estaba en marcha y Antoni había reunido a sus hombres más leales, los más brutales también, nadie dudaba de su capacidad para llevar a cabo la misión con precisión, pero lo que les inquietaba era la rapidez con la que Antoni actuaba, siempre un paso adelante, siempre preparado para la sangre. La mansión de Alissa, con su fachada de mármol blanco, pilares romanos y techos altos, parecía impasible bajo el silencio nocturno, pero dentro, Alissa estaba nerviosa, había recibido informes de que algo no andaba bien, que la serpiente de Roma había comenzado a moverse por la ciudad con una fuerza inesperada, sabía que las consecuencias de sus acciones no tardarían en alcanzarla, aunque ninguno de sus demás colegas sabía de su traición.
Poco después de las once de la noche, el sonido sordo de las camionetas llenas de hombres armados se escuchó en la distancia, Antoni, con su rostro impasible, dio la orden de rodear la mansión sin hacer ruido, no habría negociaciones, no habría advertencias, la traición de Alissa había sellado su destino. Los hombres de Antoni, entrenados en el arte de la guerra silenciosa, se infiltraron en los terrenos de la mansión sin ser detectados, Alissa, desde su oficina, miraba por la ventana, percibiendo el peligro, pero ya era demasiado tarde, la puerta principal de la mansión se abrió con un fuerte estruendo y en el umbral apareció Antoni, su presencia tan aplastante como el viento que arrastraba el olor a pólvora en el aire.
Los guardias de la mansión no tardaron mucho en ser eliminados uno a uno, quien más batalla les dio fue Sophia, que en un intento por proteger a su jefa incendio media casa, quería darle la oportunidad de escapar, pero solo consiguió retrasar lo inevitable. Antoni camino por la enorme mansión destruida y siendo devorada en parte por las llamas, cuerpos y charcos de sangre sobre el suelo, nada de eso le afecto, a paso firme fue directo a la oficina donde su presa se escondía a medias, sus hombres custodiaban la puerta y al verlo la abrieron para que pudiera entrar.
— ¡Alissa Mancini! — dijo Antoni, su voz profunda y calculada — Pensé que sabías mejor que nadie que traicionar a los tuyos era una verdadera estupidez. — Alissa, con la cara pálida por la sorpresa, dio un paso atrás.
— No tenía opción, Antoni... — dijo con voz firme, aunque el sudor comenzaba a perlarse en su frente — El negocio ya no podía seguir de la misma manera, sabías que el control aquí en Bari se estaba desmoronando, que alguien debía dar un paso al frente y salir antes que el barco se termine de hundir. — trato de excusarse.
Antoni no dijo nada, en su mundo, las explicaciones no tenían cabida cuando la traición ya estaba sobre la mesa, dio una señal y uno de sus hombres cerró la puerta de la oficina dejando solo a tres en ese amplio espacio.
— Nada se está desmoronando, se te hizo fácil vender a tus amigos con la policía a cambio de indultos y libertad solo porque estas aburrida de la mafia. — dijo Jace cruzándose de brazos.
— No es verdad, ustedes son dos niños mimados que no se dan cuenta de lo que realmente está pasando en este mundo. — se cruzó de brazos tratando de verse neutral.
— ¿Qué es lo que está pasando? — Jace entrecerró los ojos, por ese motivo es que Antoni lo llevó consigo, su hermano tenía el don para interrogar, él no.
— Los rusos están comenzando a tomar territorio nuevamente y cuando consigan hacer alianza con las mafias turcas, Italia volverá a ser parte de la familia Alenkov. — Alissa estaba dispuesta a soltar toda la verdad a cambio de vivir.
— Así que no estabas siendo paranoico. — Jace se cruzó de brazos y vio a su hermano.
— Mamá me llamo fantasioso y Dante paranoico, ellos siguen respetando acuerdos que obviamente los rusos se han pasado por el culo y que no te sorprenda ver en el informe que han sido ellos quienes mataron a los nuevos socios. — vio a la mujer que estaba acorralada en una esquina.
— ¿Dante te dio la orden de que vinieras por mí? — pregunto Alissa.
— La única persona que puede darme ordenes es mi esposa y en estos momentos está muy enojada conmigo porque llevo un mes fuera de casa... — saco un par de puñales de su chaleco antibalas — El verdadero problema, Alissa... —continuó Antoni, acercándose lentamente, su sombra alargada sobre el suelo como una amenaza — Es que pensaste que podías jugar a dos bandas, pensaste que podrías usar la policía y mantener el control de este territorio al mismo tiempo, pero cometiste un error fatal. — se detuvo a unos centímetros de ella, su cuerpo la cubría por completo.
— ¿Que vas a hacerme? — Alissa comenzo a temblar, sus movimientos eran completamente involuntarios, estaba aterrada.
— ¿Por qué tiemblas de esta forma? — le tomo la barbilla con una mano — En nombre de los negocios y la confianza que un día tuvimos, dame los nombres de todos los que están colaborando con la policía y los nombres de quienes les están abriendo la puerta a los Alenkov. — su voz suave hizo que los temblores en la mujer se intensificaran.
— No quiero que me mates. — susurro cerrando los ojos.
— ¿Realmente pensaste que podrías escapar de esto? — dijo Antoni, acercándose aún más, hasta estar a pocos centímetros de su rostro — Sabes que, en mi mundo, una vez que cruzas esa línea, no hay regreso, podemos hacer las cosas fáciles o puedes ponerte renuente y complicar esto un poco, pero al final, voy a tener lo que quiero. — pasó el pulgar por su labio inferior.
Alissa, por primera vez en mucho tiempo, vaciló en hablar, el terror comenzó a apoderarse de ella con mucha más intensidad, pero se dio cuenta de que ya no había tiempo para arrepentimientos, Antoni ya había tomado su decisión y en su mirada fría solo había una conclusión; no había espacio para la misericordia, respiro profundo y pensó rápido, pensó en morir con dignidad.
— No te diré nada más. — trato de que su voz se escuchara firme.
Antoni, con una velocidad y fuerza aterradora, tomó el cuello de Alissa con una sola mano, su agarre era de hierro y los dedos apretaron con la precisión de alguien que sabía exactamente cuánto dolor causar antes de romper algo, los ojos de Alissa se abrieron con sorpresa y terror, pero antes de que pudiera reaccionar, Antoni la levantó del suelo como si no pesara nada.
— ¿Pensaste que podías burlarte de mí? — rugió, su voz reverberando por las paredes de la oficina.
En un movimiento brutal, la giró sobre su cuerpo y la arrojó con toda su fuerza, Alissa voló por el aire por un instante que pareció eterno antes de aterrizar con un estruendo sobre el escritorio de caoba que ocupaba el centro de la habitación, el impacto hizo que las lámparas y los documentos volaran en todas direcciones, una grieta profunda se formó en la madera bajo el peso de su cuerpo.
Alissa jadeó, luchando por recuperar el aliento, intentó levantarse, pero el dolor la mantuvo inmóvil por unos segundos, su mirada, aún llena de miedo y cierto orgullo, se levantó hacia Antoni, aunque en el fondo sabía que había perdido.
— Siempre creíste que podías controlarlo todo... — dijo Alissa entre dientes, su voz apenas un susurro cargado de resentimiento — Pero tu reinado terminará antes de que comience, Antoni, todos caen, incluso tú y lo harás frente a los rusos. — Antoni la miró desde la sombra, imponente y sin rastro de emoción, dio un paso hacia ella, su figura recortada por la luz parpadeante de la lámpara derribada.
— Puede ser... — admitió con frialdad — Pero no será hoy y no será por tus manos, mucho menos por mano de los rusos. — los puñales que había sacado los clavó en los brazos de Alissa, la mujer grito y quedó clavada al escritorio.
— ¡Cuando Dante se entere, buscara eliminarte sin importar que seas hijo de Atenas! — chilló tratando de soportar el dolor.
— ¿Quién les está abriendo la puerta a los Alenkov? — preguntó Jace, se había mantenido en silencio, observando a su hermano actuar.
— Erick Bonnet. — murmuró entre dientes.
— ¿Quien? — Jace miró a su hermano.
— Hermano de Tom, el amante de Mikail y Zoe... — Antoni se cruzó de brazos — Controlaba Roma antes de que yo tomara la ciudad... — bajo una mano y acarició la frente de Alissa — El poder de la hermandad y la estúpida idea de que todavía es relevante en este mundo. — sacó otro puñal.
— ¡No te vas a salir con la tuya, el apellido Giuseppe se murió hace años! — grito Alissa, pero el golpe firme en su pecho le cortó el aire.
En un movimiento certero, Antoni hundió el puñal en su pecho, atravesando carne y hueso, la hoja se deslizó sin resistencia, sellando el destino de la mujer que alguna vez había sido su aliada más formidable. Los ojos de Alissa se abrieron por completo, sorprendidos por el dolor y la inminencia de la muerte, durante un segundo eterno, sus pupilas buscaron algo, tal vez misericordia, tal vez arrepentimiento, pero solo encontraron la fría determinación de un hombre que nunca dejaba cabos sueltos.
Luego, la vida comenzó a desvanecerse de su mirada, la chispa de desafío que siempre la había definido se apagó lentamente, como una vela al final de su mecha, al final, todo lo que quedó fue un cuerpo inerte y el eco de su ambición fallida. Antoni retrocedió un paso, observando el cuerpo de Alissa con la misma indiferencia con la que un cazador contempla a su presa caída, no había remordimiento en su rostro, solo la satisfacción de una tarea completada. Las llamas ya consumían las paredes y el techo, el calor comenzaba a sofocar la habitación, sin mirar atrás, Antoni salió de la oficina.
Las llamas devoraban la mansión de Alissa Mancini, proyectando lenguas de fuego al cielo nocturno mientras el humo ascendía como un velo oscuro, desde la distancia, el caos se veía como una obra final de destrucción; el fin de una era marcada por la traición. Antoni y su hermano, emergieron de las sombras que rodeaban el jardín trasero de la mansión, caminaban sin prisa, como dos fantasmas que habían terminado su macabro ritual, sus miradas eran frías, imperturbables. La sangre en las manos enguantadas de Antoni aún estaba fresca, pero no parecía importarle, en su mundo, la venganza era el único lenguaje que se conocía como justicia.
— Se acabó. — dijo Jace, rompiendo el silencio mientras ambos cruzaban los terrenos de la mansión en llamas.
— No del todo. — respondió Antoni, con los ojos aún clavados en el horizonte.
— ¿Piensas ir por Erick? — lo volteo a ver.
— Después, por el momento tengo un vuelo a Turquía al que me vas a acompañar. — movió su cabeza de un lado a otro buscando hacer crujir sus vertebras.
— ¿Por qué a Turquía? — Jace se sorprendió un poco.
— Ya lo veras. — Antoni, siempre enigmático y reservado con sus planes.
El viento nocturno trajo el sonido de las sirenas a lo lejos, la policía se acercaba, pero ya era tarde, cuando llegaran, sólo encontrarían cenizas y secretos enterrados bajo el fuego, Antoni y Jace ya habrían desaparecido, dejando detrás una leyenda que pronto se contaría en todos los rincones del bajo mundo italiano. Sin intercambiar más palabras, los dos hermanos se desvanecieron en la oscuridad, caminaban como sombras, como espectros que pertenecían a un mundo donde la luz no tenía lugar.
La luna se escondía detrás de las nubes y la única prueba de su paso eran las huellas que dejaban en el barro del camino, el fuego rugió una última vez antes de que la mansión de Alissa se derrumbarse, sellando el fin de una antigua amistad marcada por el orgullo, la ambición y la traición.
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La luz de la mañana se filtraba a través de las gruesas cortinas de terciopelo de la habitación, iluminando el espacio con un brillo suave, el aire olía a cuero, madera pulida y algo sutilmente metálico, como el aroma de la determinación. Antoni estaba de pie frente al espejo de cuerpo entero, ajustándose el nudo de su corbata negra con precisión casi militar, era algo que su esposa acostumbraba a hacer, pero ella lastimosamente no estaba a su lado en esos momentos y como la extrañaba, el traje que llevaba puesto había sido hecho a medida por uno de los mejores sastres de Nápoles, el tejido n***o tenía un brillo sutil bajo la luz y cada costura había sido trabajada con meticulosidad, era un símbolo silencioso de su poder y su dominio en el mundo que habitaba.
Se puso el reloj de oro macizo en su muñeca izquierda, un modelo exclusivo que pocos en el mundo podían permitirse, la correa de cuero oscuro contrastaba con el resplandor del metal, pero era un recordatorio constante del tiempo, algo que Antoni nunca tomaba a la ligera, por último, tomó un par de guantes de cuero n***o de un pequeño estuche sobre la cómoda, los deslizó con la misma delicadeza y control que había mostrado la noche anterior, ajustó las costuras a la perfección, como si se preparara para un duelo invisible.
— Todo en su lugar. — murmuró para sí mismo, lanzando una última mirada al espejo.
Antoni se detuvo junto a la puerta de la habitación del hotel, su mano en el pomo mientras dudaba por un instante, a pesar de todo lo que había sucedido la noche anterior, había una parte de él que siempre regresaba a Mia, la única persona en el mundo que lograba atravesar la coraza que había construido con años de violencia y poder, la única mujer que podía darle órdenes, la única que podía gritarle en el tono que se le antojara. Sacó su teléfono del bolsillo interno de su chaqueta y buscó su número, el tono sonó una vez, luego dos, la imagen de Mia apareció en su mente; su sonrisa suave, sus ojitos brillantes y esa fuerza silenciosa que siempre había admirado en ella.
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— Antoni. — la voz de Mia respondió al tercer timbre, con un tono cálido que hizo que sus tensos hombros se relajaran ligeramente.
— Mia, quería saber si recibiste el regalo. — dijo, su voz baja, pero cargada de sinceridad, hubo una pausa breve al otro lado de la línea, seguida de una ligera risa.
— Sí, lo recibí ¿Una caja de música con la melodía de nuestra boda? ¿Te volviste nostálgico de repente? — preguntó, su tono cargado de cariño.
Antoni se permitió una pequeña sonrisa, la caja de música había sido una elección deliberada, sabía que Mia amaba ese tipo de detalles y la melodía había sido especial para ellos desde el día en que se casaron, más bien, desde que hicieron la celebración de su matrimonio con invitados y toda la parafernalia de una gran fiesta.
— Solo quería recordarte que, aunque estoy lejos, siempre estoy pensando en ti. — Mia se quedó en silencio por un momento.
— Lo sé, Antoni... — su voz sonó más suave — Pero tienes que cuidarte, sabes que no me gustan las cosas que haces, pero no puedo perderte, no otra vez y lo siento por gritarte la otra noche. — la preocupación en su voz lo golpeó más fuerte que cualquier bala, había enfrentado enemigos peligrosos, pero la idea de hacerla sufrir era su mayor temor.
— Volveré pronto, te lo prometo. — bajo su tono de voz.
— Espero que lo hagas, me haces mucha falta. — respondió ella con firmeza, aunque había ternura en cada palabra.
— Mia ¿Quieres algún recuerdo especial de Turquía? — dijo, su tono ligeramente más suave, casi como si fueran solo dos personas comunes hablando de un viaje.
— ¿Que vas a hacer a Turquía? — Mia dejó notar su sorpresa en su voz.
— Negocios, hay que expandir las opciones ilegales. — la escucho reír por lo bajo.
— Quizás una lampara turca, son de mosaicos de colores. — hubo cierta timidez en su tono, todavía no se acostumbraba a pedir antojos o caprichos abiertamente.
— Considera que ya es tuyo... — respondió él, con una seguridad que solo él podía transmitirle —Y si veo algo más que me haga pensar en ti, también lo llevaré. — pensó en algún vestido o un par de zapatos bonitos.
— Gracias, Antoni... — dijo Mia con una calidez que casi le hizo olvidar el caos de la noche anterior — Solo cuídate mucho y no hagas cosas estúpidas. — la risa suave que siguió a esa advertencia le arrancó una sonrisa.
— Lo prometo, nos vemos pronto mi preciosa princesa. — la escucho dar un beso y eso lo hizo sonreír de forma boba.
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Después de colgar, Antoni se quedó unos segundos mirando el teléfono, permitiéndose un momento de paz y de ver la foto de su esposa en el fondo de pantalla, a pesar de todo lo que había en juego, Mia siempre lograba recordarle lo que realmente importaba, guardó el teléfono en su chaqueta y salió del cuarto, decidido a cerrar este capítulo de su viaje lo antes posible.