El jet privado de Antoni aterrizó suavemente sobre la pista, iluminada únicamente por las luces de la pista privada, el cielo turco estaba envuelto en un azul profundo salpicado de estrellas y la brisa nocturna traía consigo el aroma del mar Mediterráneo cercano. Antoni descendió los escalones con pasos firmes, su figura impecablemente vestida destacando en la oscuridad, los faros de un sedán n***o estacionado al borde de la pista lo recibieron, lanzando sombras alargadas sobre el asfalto, el chofer que enviaron por ellos, ya estaba afuera del vehículo, fumando un cigarrillo mientras observaba con atención el entorno.
— Bienvenidos a Turquía. — dijo, aplastando el cigarrillo bajo su zapato, sus ojos, oscuros y calculadores, escanearon la pista en busca de cualquier amenaza.
Antoni asintió levemente, sin perder tiempo en formalidades, sabía que ese viaje de negocios no sería sencillo, había rumores de que uno de sus contactos locales, un hombre de nombre Yusuf Demir, estaba considerando traicionarlo para aliarse con una familia rival y aquello era una trampa que solo pocos sabían.
— ¿Yusuf ya llegó? — preguntó Antoni mientras subía al coche.
— Está esperando en el lugar acordado. — respondió el chofer notando que Jace caminaba hacia otro lugar — Quiere que todo parezca una cena de negocios, pero sabe que nada con él es tan simple. — cerró la puerta antes de ir a tomar su posición.
Antoni ajustó sus guantes de cuero n***o y miró por la ventana mientras el coche comenzaba a moverse, sabía que debía manejar eso con precisión quirúrgica, Turquía era tierra de alianzas frágiles y una mala jugada podría derrumbar todo lo que había estado construyendo.
— Que juegue a su manera... — sonrió de lado — Por ahora. —murmuró, sus ojos oscurecidos por una determinación fría.
Mientras el coche avanzaba por la carretera desierta, las luces de la ciudad de Estambul comenzaban a dibujarse en el horizonte, anunciando la siguiente batalla que Antoni estaba dispuesto a ganar.
El sedán n***o se detuvo frente a un restaurante que parecía sacado de un sueño oriental, las luces cálidas iluminaban una fachada de piedra antigua con detalles tallados y las puertas principales, de madera oscura decorada con intrincados arabescos, parecían prometer secretos escondidos en su interior. Antoni salió del coche, ajustando el cuello de su chaqueta, mientras sus ojos se detenían un momento para admirar la vista, cuando cruzó las puertas, el interior del restaurante lo dejó momentáneamente sin palabras, el lugar estaba bañado en un brillo dorado, con lámparas turcas colgando del techo, cada una lanzando mosaicos de colores que parecían bailar en las paredes, una suave música tradicional resonaba en el ambiente y el aroma de especias exóticas mezclado con la brisa marina que llegaba desde una terraza cercana era embriagador.
Antoni caminó detrás del anfitrión, quien lo guio a una mesa privada al fondo del restaurante, separada por cortinas de terciopelo oscuro, antes de sentarse, sus ojos recorrieron el lugar con atención, observando los detalles, pero también buscando posibles amenazas, era su naturaleza, aun así, no pudo evitar que un pensamiento cálido cruzara por su mente.
"Mia adoraría esto."
Imaginó a su esposa explorando cada rincón, maravillándose con las lámparas de mosaico y pidiendo que le contaran las historias detrás de las antiguas decoraciones, la imagen de ella, con esa sonrisa que parecía iluminarlo todo, lo distrajo por un instante, algo que rara vez le sucedía en medio de un evento como ese, una negociación o un posible asesinato, todo dependía de que tan tonto fuera el hombre que se sentaría frente a él.
— Bonito lugar ¿Verdad? — la voz de Yusuf Demir interrumpió sus pensamientos, el hombre ya estaba sentado, con una sonrisa afilada en el rostro, como si estuviera probando a Antoni.
Antoni dejó de lado sus pensamientos sobre Mia y volvió a su habitual actitud controlada y fría, se enderezó con calma, cruzando una pierna sobre la otra y lo miró directamente a los ojos.
— Demasiado bonito para mezclarlo con negocios sucios. — respondió, con un tono que era mitad cumplido, mitad advertencia.
Yusuf rio suavemente, aunque en su mirada había un leve atisbo de nerviosismo, sabía que estaba jugando con fuego al invitar a un hombre como Antoni a un lugar tan público, pero también entendía que el jefe italiano no era alguien fácil de intimidar. La conversación apenas comenzaba, pero Antoni ya había decidido algo, ese hombre no iba a salir vivo de ese restaurante, pero él regresaría a ese lugar algún día, no para negocios ni venganzas, sino para que Mia lo conociera, ese restaurante era demasiado perfecto para no compartirlo con ella.
— Te lo preguntaré una sola vez, Yusuf... — continuó Antoni con calma amenazante — ¿Por qué estabas reunido con Mikail Alenkov a espaldas de tu jefe? — fue directo.
La sonrisa de Yusuf se congeló por un instante cuando escuchó la pregunta directa de Antoni, los dedos que jugueteaban con el borde de su copa de vino se detuvieron y sus ojos traicionaron una sombra de preocupación, sabía que el hombre frente a él no era conocido por su paciencia ni por su indulgencia. Antoni mantuvo su mirada firme, sin apartar los ojos de Yusuf, su rostro estaba tallado en una máscara de acero, su tono frío como el mármol, no había lugar para juegos ni evasivas.
Yusuf tragó saliva con dificultad, intentando mantener la compostura, sabía que Mikail Alenkov era un nombre peligroso para pronunciar en voz alta, especialmente en presencia de alguien como Antoni, sin embargo, él lo pronunciaba con un desdén muy claro. Alenkov, ahora conocido por ser un mafioso ruso de tratos turbios y su afán por desestabilizar alianzas, había estado intentando ganar territorio en Turquía durante meses, reunirse con él era un acto de traición que Antoni no tomaría a la ligera sobre todo porque él estaba construyendo una alianza con un hombre que superaba al mismo Yusuf.
— Fue un malentendido, Giuseppe... — dijo finalmente Yusuf, intentando suavizar el tono de su voz — Mikail me buscó para ofrecer un trato, pero no acepté nada, solo quería escuchar qué tenía que decir.
— ¿Escuchar? — repitió Antoni, con una ceja levantada, la incredulidad en su tono fue suficiente para que Yusuf sintiera un sudor frío en la nuca.
— ¡No traicionaría a mi jefe! — exclamó Yusuf, en un intento desesperado por salvar su pellejo — Sabes que no soy tan estúpido. — Antoni se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos perforando a Yusuf como cuchillos.
— ¿Estás seguro de que Mikail no te compró ya, Yusuf? Porque si descubro lo contrario, no será tu jefe quien venga por ti, seré yo. — la amenaza flotó en el aire como una daga suspendida.
Yusuf sabía que Antoni no hablaba por hablar, las historias sobre lo que hacía con los traidores eran tan famosas como su leyenda misma, Yusuf levantó las manos en señal de rendición.
— Giuseppe, tienes mi lealtad, no volverás a escuchar mi nombre junto al de Mikail Alenkov. — Antoni no respondió de inmediato, se reclinó en su silla, observando a Yusuf con una calma calculadora, sabía perfectamente que estaba mintiendo.
— Espero que sea verdad, porque si Mikail vuelve a acercarse a ti, la próxima reunión no será en un restaurante, será en una tumba. — se puso a jugar con el florero, el jarrón era precioso y quedaría perfecto en la mesita de noche de Mia.
Las cortinas del reservado se abrieron suavemente, una figura elegante y profesional cruzó el umbral, era Silvia, la asistente personal de Antoni, vestía un traje impecable, con el cabello recogido en un moño perfecto y una expresión tan fría como el hielo, sin decir una palabra, se acercó a la mesa y colocó un grueso dossier sobre la superficie pulida frente a Antoni.
— Señor Giuseppe... — dijo con voz firme — Los documentos que solicitó. — Antoni tomó el dossier sin prisa, su mirada fija en Yusuf.
Abrió la carpeta, revelando una serie de fotografías, registros bancarios y transcripciones de conversaciones telefónicas, las primeras imágenes eran suficientes para condenar a Yusuf: una reunión clandestina en un puerto turco, con Mikail y su hermano Nikolai claramente visibles, Mikail estrechándole la mano. Más abajo, se encontraban depósitos recientes en una cuenta secreta, provenientes de una empresa pantalla asociada al mafioso ruso, Antoni deslizó las fotos hacia Yusuf, quien se quedó pálido al verlas, su mano temblorosa trató de tomar la copa de vino, pero ni siquiera pudo sostenerla con firmeza.
— ¿"Malentendido", decías? — preguntó Antoni en un tono mortalmente suave.
— ¡Giuseppe, no es lo que parece! — balbuceó Yusuf, su desesperación evidente — Mikail me tendió una trampa, me forzó a esa reunión... — se trató de excusar — ¡No tuve elección! — Antoni cerró el dossier con un golpe seco, la paciencia, si es que había tenido alguna, se había agotado por completo.
— Siempre hay una elección, Yusuf y tú ya tomaste la tuya. — se recostó en el respaldo de su asiento.
Yusuf intentó levantarse de la silla, pero antes de que pudiera dar un paso, Stefano, uno de sus guardaespaldas de confianza, apareció en el reservado, bloqueando cualquier posibilidad de escape, su rostro no mostraba ninguna emoción, pero sus ojos dejaban claro que no habría salida para el traidor.
— Por favor, Giuseppe, podemos arreglar esto... — se volvió a sentar, mucho más nervioso que antes — ¡Puedo darte información sobre Mikail! — rogó Yusuf, ahora completamente aterrorizado porque su plan no estaba corriendo como lo había pensado.
Antoni soltó una risa baja, cargada de burla y desprecio, se acomodó en su asiento, cruzando las piernas con elegancia, mientras sus ojos seguían fijos en Yusuf, que apenas podía sostenerle la mirada cuando hombres italianos entraron arrastrando cuerpos inertes que un día habían sido confianza absoluta de Yusuf, pero que ahora no eran nada.
— Entonces, Yusuf ¿Esa trampa que me ibas a tender esta noche? — preguntó Antoni, su voz goteando sarcasmo — ¿No salió exactamente como esperabas? — Yusuf intentó responder, pero las palabras murieron en su garganta — ¿Planeabas matarme aquí, en este mismo restaurante? — continuó Antoni, su tono ahora burlón — ¿Confiabas en que Mikail te cubriera las espaldas? ¿O pensaste que me subestimarías y saldrías vivo? — parecía mentira que se lo estuviera pasando tan bien en ese momento, porque se había adelantado a todo.
Silvia, que permanecía en su puesto con los brazos cruzados, se permitió una ligera sonrisa al escuchar la confesión implícita en el silencio de Yusuf, los documentos, las reuniones secretas y ahora el pánico absoluto, todo encajaba a la perfección en el juego macabro de su jefe, Yusuf comenzó a balbucear, su voz rota por el terror.
— ¡No era mi plan! — alzó la voz — ¡Me obligaron! — en su arrebato termino tirando la copa — Mikail dijo que... — vio fijamente el líquido regado — Dijo que, si no lo hacía, me mataría. — Antoni soltó una carcajada sarcástica.
— ¿Te obligaron? Siempre la misma excusa patética de los traidores, creen que una mentira desesperada puede salvarlos cuando la soga ya está en su cuello. — el rostro de Yusuf se contorsionó en un llanto silencioso, Antoni se enderezó y lanzó una última mirada fría.
— Si Mikail te dio una elección entre traicionarme o morir, debiste haber elegido la muerte, habrías tenido un final más rápido y más honorable, ahora todos en tu casa sabrán que fuiste un traicionero y cobarde, la vergüenza caerá sobre tu familia. — se giró hacia Stefano y asintió brevemente — Asegúrate de que Mikail reciba el mensaje y que sea muy claro. — movió su mano.
El restaurante quedó en silencio, el destino de Yusuf estaba decidido mucho antes de cruzar esa puerta, una bala atravesó el cráneo de Yusuf con precisión quirúrgica y su cuerpo se desplomó hacia un lado cayendo al suelo antes de que pudiera emitir un último suspiro, los guardias no se inmutaron, sabían exactamente de dónde provenía el disparo. A lo lejos, en un edificio abandonado con una vista perfecta del restaurante, Jace se acomodó en su posición de francotirador, sus ojos no se apartaron de la mira hasta que vio el cuerpo de Yusuf desplomarse por completo, solo entonces bajó el rifle y observó las luces de la ciudad reflejándose en la lente de su visor.
Desde la distancia, vio la figura imponente de Antoni salir del restaurante y detenerse en la acera, con un movimiento casi imperceptible de su mano, Antoni le dio la señal definitiva a su hermano.
Trabajo hecho.
Jace sonrió para sí mismo, desmontó el rifle con movimientos rápidos y precisos, y guardó todo en una maleta negra, antes de desaparecer entre las sombras, sacó su teléfono y envió un mensaje corto:
"Limpio. Regresando al hotel."
De vuelta en el restaurante, Antoni observó el cielo nocturno cubierto de estrellas y una ligera sonrisa se dibujó en sus labios, definitivamente le propondría a su esposa unas vacaciones en esa ciudad, de reojo vio una figura acercarse a él, Silvia se detuvo a su lado.
— ¿Mikail lo sabrá antes de que termine la noche? — preguntó Antoni, sin apartar la mirada del cielo.
— Por supuesto, señor Giuseppe, ya hemos tomado las medidas necesarias. — Antoni bajo la cabeza y asintio.
— Entonces, todo está como debe ser. — giró sobre sus talones y se adentró en la noche, dejando la escena atrás sin una pizca de remordimiento.
Jace caminaba por las calles estrechas de la ciudad turca con la misma despreocupación que lo había caracterizado toda su vida, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de cuero marrón, avanzaba bajo la luz tenue de las farolas, las sombras de los edificios se estiraban a su alrededor, pero él no parecía notarlas, para Jace, el peligro era una constante, y la adrenalina lo hacía sentir vivo. El rifle estaba bien guardado en la maleta negra que colgaba despreocupadamente de su hombro, sabía que nadie se atrevería a acercarse a él y quien lo intentara se iba a llevar una desagradable sorpresa, siempre fingía que no llevaba detrás de él una escolta lista para protegerlo si las cosas se ponían feas, además de eso era el hermano menor del temido Antoni Giuseppe, y su nombre solo susurrado ya provocaba escalofríos en los bajos mundos de Europa.
Pasó por una callejuela con tiendas cerradas y cafés vacíos, los aromas del pan recién horneado y el café de los puestos callejeros que nunca cerraban flotaban en el aire, una sonrisa apenas perceptible cruzó su rostro, pensó en el encuentro con Antoni en el hotel, donde seguramente recibiría una copa de whisky y una felicitación de su hermano mayor, sin embargo, Jace no bajaba la guardia por completo, sus ojos verdes, siempre alerta, escaneaban cada esquina, cada sombra y cada movimiento sospechoso, sabía que en el mundo en el que vivían, cualquier momento podía convertirse en una emboscada.
Jace caminaba tranquilamente por la calle, aún inmerso en sus pensamientos sobre la posible emboscada que podría ocurrirle, había pasado tantos años en este juego mortal que ya lo pensaba todo, incluso los posibles movimientos de sus propios enemigos, pero lo que no había anticipado, y mucho menos planeado, fue el choque repentino con una figura pequeña, casi invisible en medio de la noche.
Una joven apareció frente a él como un torbellino dorado, chocando de lleno con su pecho, casi derrapando hacia atrás, Jace apenas se apartó del camino, pero sus reflejos instintivos no dejaron que ella cayera al suelo, la tomó por los hombros, levantándola con facilidad antes de que pudiera tambalear más de un par de pasos. Lo que más llamó su atención fue la suavidad del contacto y, sobre todo, el destello dorado de su vestido, que parecía brillar con una intensidad que contrastaba con la oscuridad de la calle, el peso de la joven no superaría los setenta kilos, pero su figura y el resplandor de su vestido, de un dorado metálico que resaltaba bajo las luces de la calle, lo hicieron casi sentir que era una figura de otro mundo.
— ¿Te encuentras bien? — preguntó Jace en un tono bajo, casi neutral, mientras sus ojos observaban detenidamente el rostro de la joven.
Ella parecía confundida por un instante, no solo por el choque, sino por la mirada intensa de Jace, unos tacones altos hacían que se viera aún más pequeña frente a él, y sus ojos, grandes y oscuros, reflejaban el desconcierto.
— Lo siento... — dijo ella rápidamente, tratando de recomponerse, sus manos temblorosas al intentar mantenerse erguida sobre los tacones — No te vi, estaba apurada. — volteo a ver hacia atrás con cierto nerviosismo.
Jace la observó en silencio por un momento, la pregunta sobre la emboscada aun rondando en su cabeza, pero algo en la manera en que ella se movía, en su gesto nervioso, le hizo fruncir el ceño, no era la primera vez que veía a alguien en esa ciudad con prisa, pero sí la primera vez que una mujer se le cruzaba con un aire tan inusualmente elegante para el lugar.
— ¿Tienes algo en mente, pequeña? — preguntó, casi como una advertencia más que una pregunta, sin apartar la mirada de ella.
Ella dio un paso atrás, como si fuera a huir, pero entonces, como si sintiera que no tenía otra opción, se quedó en su lugar, tragando saliva.
— No es nada... — lo vio de pies a cabeza — Sólo tengo que irme antes de que me atrapen. —respondió, mirando hacia el callejón al final de la calle, de donde parecía provenir.
Jace no la dejó ir tan fácilmente, algo en su postura, su mirada, en la manera en que evitaba enfrentarse a él le pareció sospechoso, podría ser solo una chica perdida, pero Jace había aprendido a detectar las mentiras en las miradas, las cosas no solían ser tan simples en su mundo, el instinto le decía que algo más estaba en juego.
— ¿Quién te envió? — su voz ahora era más grave, más desafiante.
Ella titubeó y antes de que pudiera responder, un sonido leve, como de pasos acercándose surgió del lado hacia donde ella no dejaba de ver.
— ¿Qué demonios? — murmuró Jace, alzando una ceja.
La joven se puso aún más tensa, su mirada fugaz apuntando hacia el mismo lugar, Jace observó con rapidez a su alrededor, los engranajes de su mente girando al instante, algo no estaba bien, la emboscada no estaba dirigida a él, pero la joven sí era parte de algo y él tenía que averiguarlo antes de que fuera demasiado tarde.
— Te recomiendo que no sigas con esto... — dijo Jace, su voz ahora más firme, casi como un susurro lleno de amenaza — No tienes idea de con quién estás jugando. —
Antes de que ella pudiera responder o reaccionar, Jace la tomó por el brazo y la condujo a un rincón oscuro de la calle, lejos de donde pudieran descubrirlos, al parecer la noche estaba a punto de volverse aún más interesante. Jace la observó en silencio, la tensión palpable en el aire mientras la joven, todavía nerviosa, trataba de controlar su respiración agitada, el brillo dorado de su vestido parecía resplandecer aún más en la oscuridad, como si fuera una sombra dorada que se deslizaba entre las luces tenues de la ciudad, por un momento, Jace estuvo a punto de soltarla, pero las palabras que salieron de sus labios lo detuvieron.
— Estaba escapando de mis guardaespaldas... — dijo ella con una voz que temblaba levemente— Acaban de sacarme a la fuerza de una fiesta a la que tenía permiso de asistir, pero las cosas siempre son complicadas. — dejó escapar un suspiro.
Jace frunció el ceño y la estudió con más atención, sus dedos apretaron ligeramente su muñeca, sin dolor, pero lo suficiente como para asegurarse de que no intentara huir, esa no era una simple chica en apuros; había algo más, algo en su actitud y en el modo en que se expresaba que hacía que Jace pensara que la historia no era tan simple como parecía.
— ¿De tus guardaespaldas? — repitió él, casi incrédulo, dejando claro que no creía completamente en la versión que le estaba dando.
La situación no tenía sentido ¿Una mujer con ese porte, con ese vestido, escapando de sus propios guardaespaldas? Algo no encajaba, la joven lo miró con los ojos grandes, aterrados, como si cada palabra que pronunciara pudiera ser su última.
La joven miro fijamente a Jace, ahora con un toque de desconfianza absoluta, bajo la mirada a su muñeca firmemente sujeta por él, había huido de sus guardaespaldas y ahora de alguna manera, estaba en manos de un hombre desconocido, un hombre que no mostraba miedo, ni sorpresa, solo una calma implacable, su mente luchaba entre la desconfianza y la necesidad de aferrarse a la única oportunidad que tenía para escapar de las garras de una bola de hombres aburridos que solo querían regresarla a su casa. La joven dejó escapar una risa nerviosa, intentando calmarse, aunque sus palabras apenas sonaron creíbles, como si hubiera buscado algo, cualquier cosa, que justificara su huida.
— Solo era la fiesta de una amiga. — dijo con tono despreocupado, como si no fuera gran cosa.
— Una fiesta ¿Eh? — dijo, dejando que el sarcasmo se notara en su tono.
No parecía estar convencido, sabía que la historia que ella le contaba era solo una capa superficial que no alcanzaba a cubrir lo que realmente estaba ocurriendo, nadie huía de los guardaespaldas por una fiesta, la joven tenía más de lo que dejaba ver, pero él aún no estaba dispuesto a revelar qué.
— No tengo porque darle explicaciones a un desconocido. — susurro e intentó alejarse, pero Jace no la soltó.
— ¿Segura que no? — dio un paso más hacia ella.
Sintiendo la tensión aumentar, decidió que ya era suficiente, no quería estar atrapada en una conversación más profunda con este desconocido, con el hombre que, por alguna razón, había decidido ayudarla, pero cuya actitud la estaba poniendo incomoda.
— Suéltame. — dijo, con una firmeza que sorprendió incluso a ella misma.
Jace tenía su muñeca entre sus dedos y a pesar de la calma con la que él se movía, su agarre era inquebrantable, la joven no podía evitar sentirse pequeña, vulnerable, pero algo en su interior le decía que era momento de dejarlo ir. Jace levantó una ceja, observando cómo la joven intentaba liberarse, pero no se movió, no la soltó inmediatamente y una ligera sonrisa apareció en sus labios.
— ¿Tienes un mejor lugar a donde ir esta noche? — estaba demasiado intrigado por ella.
— Eso no te importa. — finalmente se logró soltar.
Jace la observó alejarse, sus ojos no dejaban de seguirla mientras caminaba y aunque su rostro no mostraba nada más que la habitual calma, su mente comenzaba a trabajar en nuevas suposiciones, había algo en ella que le resultaba intrigante. No solo por la situación en la que se encontraba, ni por su evidente deseo de escapar de algo, sino por la forma en que se comportaba, era una joven hermosa, con esa mezcla de fragilidad y desdén por lo que sucedía a su alrededor, como si estuviera demasiado acostumbrada a que las cosas se le dieran, pero al mismo tiempo, escondiera algo más profundo detrás de su actitud.
No parecía tener la dureza de las mujeres con las que solía tratar, no, ella era diferente, algo en su porte, en sus gestos, le decía que quizás pertenecía a otro mundo, la forma en que se movía, la ropa cara, los tacones altos, pero que no la favorecían mucho, todo en ella hablaba de una vida acomodada, de una joven caprichosa, una hija de alguien importante, la forma en que intentó librarse de él sin ofrecer más detalles sobre su situación solo reforzaba esa impresión.
Jace sonrió con una leve mueca, sabía cómo tratar con ese tipo de personas, mujeres como ella se aburrían fácilmente y aunque no lo admitirían, siempre buscaban algo emocionante que las sacara de su burbuja dorada. Tal vez, pensó, podría ser una distracción agradable, nada serio, solo un juego, algo para romper la monotonía de las largas noches y los interminables negocios, además, no podía evitar preguntarse qué haría una joven como ella en una ciudad tan peligrosa, tan lejos de su mundo, sin saber exactamente lo que le esperaba.
Por un momento, la imagen de su rostro, la mezcla de confusión y determinación, se quedó grabada en su mente, no era la típica mujer que se arrodillaría ante él, ni la típica mujer que lo vería como un simple objeto de deseo, había algo más, algo que lo invitaba a descubrirla, tal vez sería divertido ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Con una ligera sonrisa en sus labios, Jace dio un paso hacia atrás, observándola una vez más mientras ella se alejaba, no, no sería fácil para ella seguir huyendo por mucho tiempo.