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— ¿Vas a regresar con él?
Derek tomó suavemente la mano del menor que yacía temblorosa sobre el pomo, dio un ligero apretón que le hizo ver como éste perdía el aliento con su tacto.
Edward vaciló, no podía pensar en traicionar a Brian de esa manera. Le había prometido que no sucedería nada, que no se dejaría llevar. Le había pedido que confiara en él y su amor que ahora se desbarataba al calor de otro, en una cama que no era suya. Le estaba fallando, estaba traicionando la promesa que había hecho sobre el altar, a sí mismo, y al juramento que había hecho aquella noche en que todo se había perdido.
Sintió el aliento de Derek golpeando su nuca ¿hace cuánto no se sentía de ese modo? Tan deseado, tan excitado ante el tacto de otro hombre. Ni siquiera Brian en sus mejores años de matrimonio lo había alcanzado, quería pensar que así era pero, no podía mentirse de ese modo.
— Quédate.
Se dejó chocar contra la puerta mientras Derek lo embestía sobre la ropa, suspiró al sentir aquella mano ajena apretar su glúteo para luego subir con prisa hacia su pecho donde empezó a hacer círculos que lo estimulaban. Se endureció. Estaba excitado. Esas sensaciones olvidadas estaban regresando como una ola que destruye todo a su paso, su sentido común, sus sentimientos, todo pensamiento de lógica se desvaneció.
La mano que se mantenía sobre el pomo se apartó llevando a la suya en el trayecto, posándola sobre su entrepierna que rogaba atención. Estaba temblando, pero era de placer, de locura, de deseo contenido que arrastraba a un abismo de pasión desbordante. No iba a soportar mucho, realmente deseaba que ocurriera.
— Huye conmigo.
Gimió al sentir el beso de Derek en su cuello, su lengua rastrillar su piel joven. Brian. No podía estar haciéndolo. La mano de Derek en su m*****o empezó a torturarlo con atenciones que nublaron su mente. Allí, entre los brazos de ese hombre, se sentía seguro, protegido, amado como no sentía en muchos años.
Deseaba ser feliz, extrañamente creía serlo, pero al conocer a Derek se dio cuenta de lo que equivocado que estaba. En lo ciego que había sido y en lo ingenuo que lo había convertido Brian. Tan débil, tan dependiente.
No protestó cuando Derek lo alzó para llevarlo a la habitación en la que habían terminado hacia un par de minutos. Ni muchos menos cuando lo arrojó a la cama preso del deseo y el amor.
Amor.
Todo había empezado de una manera extraña, con una petición que un principio parecía inocente. Brian y él habían confiado demasiado en su amor, en los siete años que llevaban de casados. En ese momento era su convicción. Creía que era imposible amar a alguien como había hecho con su esposo, pero la vida le demostraba que no.
Ahora se daba cuenta de lo frágil que era realmente, en la desdicha en que se había sumergido por una culpa que finalmente no era suya. En ese verdadero sentimiento que lo mantenía atado.
Observó el anillo que decoraba su mano derecha.
Por un día quería olvidarse de todo.