El reloj marcaba las doce del mediodía cuando la puerta sonó de manera seca. Fueron exactamente tres golpes, Edward los contó presa del pánico que le invadía y el nerviosismo que le generaba el verle de nuevo. Se incorporó con la inquietud revolviendo todo en su estómago, con pasos temblorosos abrió la puerta hallando al pelinegro del otro lado, con su típico aspecto desinteresado. Contrario a lo que tenía por costumbre, venía un poco más abrigado, llevaba una bufanda que cubría su cuello y parte de su cara. Le permitió pasar sin quitarle la mirada y le vio tomar asiento con desgano. Cerró la puerta mirándole, sus ojos parecían apagados y su nariz se veía un poco roja. Vaciló unos momentos acerca de ir a la habitación o preguntarle por su estado, que notablemente no era bueno. Al escuchar

