Desperté jadeando.
El calor de la chimenea todavía se sentía en el ambiente, aunque alguien la había encendido de nuevo. Estaba empapado en sudor, como si la lluvia se hubiese colado dentro de mí. Me incorporé, respirando con dificultad.
—Tuve… tuve una pesadilla —murmuré, sin esperar que alguien me respondiera.
Cristian abrió los ojos desde su sitio en el sofá y me miró como si acabara de decir una tontería.
—No fue una pesadilla —negó con voz firme, seca, como si hubiera estado esperando esa frase.
—Pero la vi —insistí, sintiendo que algo dentro de mí seguía temblando—. La vi entrar sin mojarse, sus ojos… su voz… me llamó inútil… me habló como si me conociera de nuevo. Como si nunca se hubiera ido…
—Cállate, Isaías —interrumpió Kristen, con un suspiro. Pero yo no podía. No ahora.
