La taza entre mis manos estaba tibia, pero el vapor me acariciaba como si intentara llegar hasta mis pensamientos. Afuera, la lluvia caía con ese ritmo que sólo los silencios profundos entienden. No la veía… mis ojos estaban perdidos en la oscuridad, pero la sentía. Cada gota como un murmullo sobre el techo,
Entonces lo escuché.
—Sabía que te iba a encontrar aquí —dijo Isaías con voz pausada.
Me giré despacio.
—Te gusta la lluvia— dijo con una sonrisa suave —Pero no la ves.
Le respondí con calma,
—Pero la siento… siento como caen las gotas. El aroma a tierra mojada. Y los truenos que retumba en el cielo.
Isaías se acercó un poco más,
Cristian apareció entonces, con pasos suaves.
—Ya se durmieron los bebés— anunció, con ese tono que sólo los padres conocen
—Atanea está dibujand
