La Tentación De Edmund.

Ella es una tentación. Ella era algo prohibido. Estaba casado, un matrimonio muy especial. Pero comenzó a ver como ella crecía, como se volvió una bella jovencita, y fue casi imposible no posar sus ojos en ella. En su babygirl. Prologo. Sabía que lo que sentía no estaba bien. Pero era inevitable no sentirlo. Cuando escuchaba su nombre brotar de sus labios sentía que las llamas del infierno lo acariciaban por el mero pensamiento de querer rozarlos con los suyos. No lo podía soportar más, aunque nunca lo diría en voz alta lo prohibido lo atraía como la llama a la polilla... ¿Y qué más prohibido que la hija de tu amigo de toda la vida? Capitulo 1. La Discusión. Habían veces en las cuales el señor Edmund se sentía culpable al mirar sus piernas envueltas en las medias largas de la chica con lascivia. Cuando la veía lamiendo la paleta helada con desesperación. O cuando veía como hacía sus berrinches al no poder obtener lo que quería. Carajo, deseaba azotarla para detener sus pataletas. Pero, no podía por más que lo ansiaba. Era la niña de los ojos del hombre que lo acompañó desde su niñez. Pero, mierda, como quería tocar con sensualidad la piel de su abejita. Él, era un hermoso y maduro hombre de un sedoso cabello caoba, con unos pequeños ojos negros, una nariz grande, que iba de acuerdo a su cuadrado y atractivo rostro y una boca apetecible, la cual llamaba a pensar en cosas libidinosas. Sabía que era atractivo, porque las miradas coquetas femeninas no faltaban. Y también, porque su propia abejita le lanzaba miraditas lascivas de vez en cuando, y no había otra cosa que lo calentara más. Con treinta y tres años, él podía asegurar que tenía una vida estable, un empleo soñado y una adorable esposa. Y como toda pareja normal tenían problemas. Ya llevaba diez años de matrimonio, lleno de pasión, entrega, amor, diversión. Era un buen matrimonio. Pero, ¿Por qué coño no podía dejar de pensar en esa gatita ingenua de pelo n***o y ojos dorados? Ni siquiera él mismo podía entenderlo. Lo único que sabía era cuánto adoraba sus gigantes ojos almendrados, su pelo n***o como la noche que caía lacio hasta su cintura estrecha, su cuerpecito delicado y pequeño, sus ojos gatunos que parecían como si lingotes de oro se habían derretido en sus orbes y su mirada coqueta. Cerró sus ojos molesto, sentía que le estaba siendo infiel a su esposa, por estar pensando en su abejita justamente cuando había discutido con ella. Estaba sentado en el diván de cuero rojo en el ventanal de su oficina, mirando hacia el exterior, que daba a la piscina de la casa vecina. La puerta de su oficina fue abierta suavemente, así que sus ojos se desviaron hacia allí. Su esposa entró, cabizbaja, con sus ojos azules irritados e hinchados, el cabello castaño un poco enmarañado, su vestido corto y floreado arrugado en un extremo, como muestra de que había sido retorcido con fuerza y una maleta a su lado. Ed, sintió cierto resquemor en la boca del estómago al verla así de deshecha. Ambos tenían la culpa de la discusión que habían tenido hace minutos. Pero en algún momento tenían que hablar, y así lo hicieron, aunque no salió como esperaban. Diez años de matrimonio, cinco años tratando de tener hijos. Lo intentaban una y otra vez, pero nada sucedía. Cada ocasión sentían impotencia al no tener la dicha de hacer crecer una vida entre ellos, y Ed empezó a cansarse y su esposa, Jules, se volvía distante. Mientras más él lo intentaba, más su querida esposa lo alejaba. Ya no quería consumar su matrimonio, ni siquiera permitía que se le acercara, y eso aumentó la frustración de Edmund. Un día no lo soportó más, y creyendo que era su culpa, decidió ir al médico más cercano. Habló con un doctor especialista, y le contó de su problema para tener hijos. El especialista le recomendó un conteo de e*****a, aceptó y comenzaron el procedimiento. Tenía que durar de dos a cuatro días de abstinencia s****l, pero no había problema con ello, tenía más de un mes en eso, su esposa ni siquiera lo miraba. Después de los días estipulados, volvió, y esperó a los resultados. Sus espermatozoides venían en par ¡En par! La reacción que tuvo fue todo lo contrario, en vez de sentirse contento por saber que no tenía ningún problema, se enojó muchísimo. Todo ese tiempo siendo culpado por su esposa de que era estéril, haciéndolo sentir inseguro, insuficiente e inútil. Y la estéril era ella. Así que con toda la furia del mundo le pidió su esposa hablar. Al principio se mostró reacia, pero luego aceptó. Ambos se posicionaron en la sala y decidieron hablar. Le contó que se había hecho el conteo de e*****a, que no tenía ningún problema, y qué era demasiado fértil. Qué la estéril era ella. Evidentemente, eso le dolió a Jules, la cual sollozaba aprensiva mientras entraba en negación, no podía aceptar que no era capaz de concebir a una criatura. Así que totalmente irritable le gritó. En cuestión de minutos ambos comenzaron a gritarse, diciendo cosas que en realidad no pensaban, dejándose llevar por el enojo. Todo se desmoronó, Jules no lo soportó más, y lo único que dijo fue que necesitaba alejarse de todo, porque en ese instante solo deseaba acabar con el matrimonio. Susurró que se iría a casa de su madre por un tiempo, y qué esperaba que en serio todo mejorara. Lo único que Edmund pudo hacer en ese instante fue solo asentir, ya que él pensaban exactamente lo mismo. Y ahí se encontraban, frente a frente. Él totalmente tenso, y ella, sintiéndose desdichada, porque, muy en el fondo, sabía que él tenía razón, era una estéril. - Me voy- susurró con la voz apagada. Ed, asintió, sintiéndose mal por todo lo que había pasado.- Cuídate- suspiró- y en serio, que todo esto se solucione. Jules cerró sus ojos, susurró un débil sí, dio media vuelta y se fue. Vintagebis los saluda.