PUEBLO DE ANDALUCÍA
Continuación…
Sofía
Los trancazos se pusieron buenos, tan buenos que el Eliseo ya se va, tambaleándose y todo ensangrentado de la nariz. Mi hermano ahora sí que le dejó su merecido al condenado ese.
— ¡Y no regreses por aquí! — le grita Changel mientras Eliseo se aleja rengueando, sujetándose la cara.
— ¡Me las van a pagar! — replica Eliseo desde lejos, todo furioso — ¡Yo sé que ustedes están escondiendo a la Estrellita para que no me case con ella! ¡Pero esto no se va a quedar así! ¡Mi padre lo sabrá!
Y se va, todo enmuinado, casi tropezándose con cada piedra del camino. Pero en vez de tranquilizarme, sentir que ya se largó me deja peor. Ahora sí me preocupa que don Arnoldo vaya a querer hacer algo en nuestra contra… Dios quiera que no.
Me acerco a mi hermano, que está resollando por el coraje y el esfuerzo.
— Mira nomás, Changel, cómo te dejó ese hombre — le digo al ver que trae el pómulo hinchado y los nudillos abiertos.
— No me importa con tal de que no regrese — responde, todavía con la mirada encendida.
María corre hacia nosotros con el rebozo apretado entre las manos.
— ¡Mis hijos, por el amor de Dios! ¿Qué hicieron?
Changel nomás se encoge de hombros, pero la verdad es que todos sabemos que esto apenas es el principio. Eliseo no se va a quedar tranquilo… y mucho menos cuando descubra que Estrellita no está aquí.
Y si don Arnoldo mete las manos, ya ni sé qué pueda pasar.
Estrella
El viaje ha sido más cómodo de lo que imaginé, aquí escondida entre las cajas que transporta el señor. El motor arrulla y, por un ratito, hasta me permitió relajarme tantito… aunque no puedo confiarme. Tengo que estar muy atenta para bajarme a tiempo sin que me descubra, no vaya a ser que me cobre el viaje y yo sin un solo peso partido por la mitad.
Aun así, no me arrepiento. Lo importante es que ya voy lejos de Eliseo y de ese pueblo donde parece que nadie quiere mi bien. En cuanto ponga un pie en la ciudad me pondré a trabajar en lo que sea, aunque sea limpiando casas, vendiendo comida, lo que Dios me ponga por delante. Lo que quiero es empezar a ahorrar para mi criatura y asegurarme de que nunca le falte nada.
Me abrazo la panza con cuidado.
No te preocupes, mi amor. Yo te voy a sacar adelante.
Eliseo
Ese maldito de Changel se atrevió a golpearme… el muy imbécil. Estrella y toda su familia me la van a pagar.
¿Creen que pueden burlarse de mí? ¿Creen que me voy a tragar ese cuento barato de que Estrella no está allí? ¡Por favor! Sé perfectamente que la están escondiendo, seguro la muy mensa ya les soltó todas las “mentiras” que según ella dije ayer.
Pero no me importa.
No me voy a quedar así.
Estrella… tú me vas a conocer de verdad.
No importa dónde te metas, te he de encontrar, muchachita.
Y cuando lo haga, vas a entender que conmigo no se juega.
Vas a ser mía.
¡MÍA!
María
Changel terminó todo golpeado por correr al Eliseo ese. Ese muchacho siempre me dio mala espina… y ahora más.
— Ándale, mijo, déjate curar esas heridas, que se te van a infectar — le digo mientras preparo las cosas.
— No, amá, así déjeme, pa’ que se me quite lo peleonero.
— Ay, mijo… si eso fuera remedio — suspiro, porque este niño nunca entiende.
— Pos no lo será, pero sí sirve como recordatorio — responde mientras intenta hacerse el fuerte.
— Aquí está el alcohol, amá — dice Sofía, poniéndomelo en la mano.
— Nada de eso de que no, ven pa’acá — le ordeno a Changel, que ya quisiera escaparse.
— Ta’ bueno, pues… pero despacito, porque sí duele — se queja.
— Oh, no seas chillón, no que muy calientito pa’ los trancazos — lo provoca Sofía con una sonrisita burlona.
— Pos sí, pero sí duele… si hasta sangre hubo — contesta.
— Despacito, pues — le digo mientras le limpio la herida con cuidado. Aunque por dentro sigo temblando… ese Eliseo no va a dejar las cosas así. Y eso me da más miedo que estas heridas.
Juan
Me da un enorme alivio saber que mi muchacha no está con ese rufián de Eliseo. Nomás de imaginarlo, se me revolvía el estómago de la preocupación. Pero no… gracias a los ancestros, no fue él quien le abrió las puertas de su casa.
A estas horas, mi Estrellita ya debe andar por la ciudad, buscando su propio camino. Tal vez hasta consiguió un trabajo decente y está comenzando una vida nueva, lejos de ese demonio con botas. Eso deseo con todo mi corazón… que sea feliz, que respire tranquila, que nadie vuelva a levantarle la voz, mucho menos la mano.
María y yo la queremos como si fuera de nuestra sangre. Desde el primer día que cruzó la puerta de nuestra casa, supe que ese angelito venía pidiendo auxilio. Y uno, cuando ve eso… no se niega. Pa’ mí, Estrella es otra hija más. La defendería con uñas y dientes si hiciera falta.
Donde quiera que estés, m’ija, que la vida te trate mejor de lo que te trató ese infeliz.
CIUDAD DE BUENAVENTURA
Isabel
Sigo sintiendo ese peso en el pecho, intentando disimularlo para no preocupar más a Lili. Pero la idea de que algo malo le ocurra a mi Esmeralda me aterra, y no puedo dejar de sentir miedo.
— Isabel, otra vez estás como ausente — dice Xavier, preocupado.
— Perdóname, amor… es que tengo un mal presentimiento que no logro quitarme — confieso, apretando mis manos para calmarme.
— No pienses en eso, vamos a la paletería con Lili. Le prometí un helado luego de que hiciera todas sus tareas — me recuerda Xavier con una sonrisa intentando aliviar mi tensión.
— Está bien… — respondo, tratando de sonreír.
— Ten un poco de paciencia. Mañana vendrá el nuevo detective que contraté. El otro no me daba confianza; tanto tiempo buscando y nada de resultados, y parecía más interesado en nuestro dinero que en encontrar a nuestra hija.
— Espero que este nuevo detective sí tenga noticias pronto — suspiro, con un hilo de esperanza.
— Ya verás que sí — afirma Xavier, tomándome la mano con firmeza.
MUY CERCA DE BUENAVENTURA
Estrella
Desde aquí puedo ver la ciudad; ya estamos muy cerca, pero aún no me conviene bajar. Tendría que caminar como una hora más, y prefiero ahorrar fuerzas para buscar trabajo y un lugar donde dormir. ¡Sí que es enorme! No puedo creer todo lo que veo: edificios, casas, calles interminables… pero casi no hay árboles ni flores. El cielo se ve diferente, no tan azul como en el pueblo. Ojalá desde allí también pueda ver las estrellas; con ellas brillando no me da tanto miedo la oscuridad. Ahora estoy sola… bueno, sola con mi hijo en la panza.
YA EN LA CIUDAD
Tras un rato de camino, el chofer entra a la ciudad. ¿Eso es un semáforo? Los había visto en los libros de Changel, pero nunca en la vida real. ¡Sí que cambian de color! Creo que el verde es para cruzar y el rojo para detenerse. Es impresionante cuánta gente hay por todos lados.
El chofer se detiene ante un semáforo y decido que es mi momento de bajar. Gracias, señor, no sabes lo mucho que me has ayudado sin saberlo; tal vez algún día pueda pagarte el favor.
Ahora que estoy abajo, el chofer me mira… ¿Se habrá dado cuenta de que me bajé de su camioneta? Espero que no; qué vergüenza. Su semáforo cambia al verde, menos mal… por poquito pensé que vendría a cobrarme el pasaje.
Empiezo a caminar por la banqueta. Hay muchos puestos alrededor, y espero que en alguno me den trabajo; con un poco de suerte, hasta un techo.
— Buenas tardes, doña — me dirijo al primer puesto.
— Buenas tardes, ¿qué busca? Tengo verdura fresca y muy barata — responde la señora.
— Gracias, pero ando buscando trabajo; recién llegué del pueblo.
— Uy, no mija, ahorita el horno no está para bollos — me dice.
— Gracias, de todos modos, seguiré buscando — respondo.
— Ándale, que Dios te ayude…
Todos los puestos son humildes como el de la doña, así que no creo que me contraten, pero bueno, nada pierdo con preguntar.
Ya he recorrido varias cuadras y nada; en ningún lugar me pudieron dar trabajo. ¡Ijole, y con el hambre que tengo! ¡Qué mala suerte! Pero ni modo, a seguirle.
Isabel
El helado estuvo delicioso y ahora estamos en la plaza, junto a la iglesia donde acostumbramos venir a misa. Lili se pasea con sus patines, y al instante se encuentra con una amiga; no pierden tiempo en jugar juntas. Adoro verla tan feliz. Xavier no le quita la vista de encima… ¿a poco crees que nuestra hija buscará novio tan pronto? Ay, padre celoso, tenía que ser.
— Xavier, si no te molesta, quisiera saludar al padre — digo.
— Ve, Isabel, yo me quedo cuidando a Lili. Salúdalo por mí.
— Por supuesto…
Estrella
Sigo recorriendo las calles, con la esperanza de encontrar algo, cualquier cosa que me permita pasar la noche. Ni siquiera sé exactamente dónde estoy, y el sol empieza a bajar rápido. La ciudad es enorme y desconocida, y siento cómo la oscuridad se acerca. Debo encontrar un lugar seguro antes de que oscurezca completamente; un techo, aunque sea pequeño, donde mi hijo y yo podamos descansar.
— Vamos, hijito, — susurro acariciando mi vientre — encontraremos dónde quedarnos, sólo un poquito más de paciencia.
El bullicio de la ciudad no se detiene: gente caminando, carros pasando, luces que parpadean… todo es confuso y un poco aterrador, pero no puedo rendirme ahora. Cada paso que doy me acerca a empezar de nuevo.
Isabel
Siempre me siento mejor luego de ver al padre; sus palabras tienen esa magia que reconforta mi alma llena de incertidumbre. Siento un alivio pasajero, aunque en el fondo mi corazón sigue pendiente de Esmeralda, de su paradero, de cómo estará…
Veo a Lili y no puedo evitar que mi imaginación se llene de escenas con Esmeralda: si estuviera aquí, ya tendría sus quince años, seguramente discutiendo conmigo como cualquier adolescente, mientras Xavier no la soltaría ni un instante, protegiéndola de todo… y de todos. Ignacio, como siempre, cuidándola con ese amor travieso que lo caracteriza, y Lili adorándola, pero también riñendo por nimiedades como hacen las hermanas.
Aun así, imagino que sería feliz. La vería paseando en patines con Lili por la plaza, riendo, conversando con su padre sobre la vida, sentados en esta misma banca, compartiendo helados y secretos de niñas. Me pregunto, ¿cuál sería su helado favorito? Tal vez chocolate, tal vez fresa… lo que sí sé es que, dondequiera que esté, siempre la llevo conmigo en cada pensamiento y en cada latido de mi corazón.
Estrella
Con las monedas apretadas en mi mano, siento un ligero alivio, aunque mi estómago sigue gruñendo con fuerza. La ciudad es enorme y todo se ve tan diferente al pueblo; los edificios me intimidan, las luces me marean, y el ruido constante de los autos me hace sentir pequeña, casi invisible.
Busco un lugar donde pasar la noche; no puedo arriesgarme a quedarme en la calle. Veo un pequeño parque con un seto en la esquina, algo apartado de la calle principal. Me acerco despacio, reviso que no haya nadie alrededor y me acomodo entre las sombras, protegiéndome del viento frío.
Mientras me siento, acaricio mi panza y susurro:
— Tranquilo, hijito, mamá va a cuidarte. Vamos a salir adelante, te lo prometo.
Cierro los ojos un momento, tratando de calmar mi hambre y el miedo. Pienso en el helado de fresa que vi hace unos minutos y sonrío; un pequeño lujo que tendré que dejar para mañana.
El silencio de la ciudad, interrumpido por algún auto lejano, me recuerda que aunque estoy sola, tengo que ser fuerte. Mañana será un nuevo día, y con suerte, encontraré trabajo, comida y un lugar seguro para empezar esta nueva vida junto a mi pequeño.
Isabel
Cada vez que damos unas monedas a los niños de la esquina, siento un nudo en el pecho que no se va. Sus ojos, tan pequeños y llenos de esperanza, me recuerdan lo frágil que puede ser la vida y lo rápido que se puede perder la infancia entre necesidades y hambre. Me pregunto si Esmeralda hubiera estado entre ellos… mi corazón duele con solo pensarlo.
— Xavier, — le digo bajito mientras observo a los pequeños— me da tanta tristeza pensar que nuestra hija podría estar pasando por algo así.
— Isabel, — responde él, apretando mi mano con ternura— no pierdas la fe, vamos a encontrarla. Aunque sea un camino largo, no descansaremos hasta que la tengamos de vuelta.
Lili, ajena a toda la preocupación que sentimos los mayores, me mira y sonríe, y eso me da un poco de alivio. Su alegría me recuerda que aún en medio de la tristeza, la esperanza no se pierde.
— Mamá, — dice, tocando mi brazo—, ¿por qué estás triste otra vez?
— Mi cielo, — le respondo, acariciándole la cabeza—, estoy pensando en tu hermana y deseando que esté bien. Pero no te preocupes, vamos a rezar y pedir por ella.
Mientras caminamos hacia casa, la plaza y la iglesia quedan atrás, pero en mi corazón llevo la certeza de que no descansaré hasta volver a abrazar a mi hija perdida.