1 QUERIDO OGRO
MARIANA
Si alguien me hubiera dicho que mi vida profesional, amorosa y, básicamente, mi dignidad entera, dependerían de dos palomitas azules de w******p, me habría reído. Probablemente, me habría reído tan fuerte que se me habría salido el trago por la nariz.
Pero aquí estoy. Con el corazón latiéndome en la garganta, el teléfono en la mano, y la certeza absoluta de que acabo de cometer el error más monumental, vergonzoso y, extrañamente, excitante de mis veintisiete años de vida.
Él lo leyó.
El Ogro Montenegro, mi jefe, el hombre que probablemente usa cubos de hielo como cereal en la mañana, acaba de leer mi lista de deseos navideños.
Incluyendo el punto número cinco.
Que el ogro sexy me dé un revolcón que me deje sin habla y me reinicie el sistema operativo.
Que me trague la tierra y me escupa en Hawái, por favor.
Mi vida es un meme.
Uno de esos donde el perrito sonríe mientras la casa se quema a su alrededor. "This is fine", dice el perrito. Pues yo soy ese perrito.
Me llamo Mariana Villalobos, tengo veintisiete años, un título en Administración de Empresas que todavía huele a tinta de impresora, y la habilidad de meter la pata con la precisión de un cirujano borracho.
Hoy, por ejemplo, logré tirar mi café (hirviendo) sobre el señor de la tintorería. ¿La buena noticia? La mancha en su camisa blanca ahora hace juego con su corbata color vino. ¿La mala? Era mi último juego de sábanas limpias. Hoy duermo sobre el edredón pelado.
—No puede ser, Mari, ¡es la tercera vez este mes! —Valeria, mi roomie, me miraba desde el sofá, envuelta en una bata de seda fucsia mientras se ponía una mascarilla de aguacate.
Valeria Ortega es esa amiga que todos creen que es un desmadre, pero en realidad es la única que paga el internet a tiempo. Es influencer en potencia (según ella) y actriz en proceso (según la escuela donde debe tres mensualidades).
—No me juzgues, Val. El señor se movió. Además, traía prisa. ¿Sabes lo que es empezar tu primer trabajo "serio" en lunes?
—Peor es no tener trabajo, güey. Mira, al menos ya no vas a servir mesas. Vas a ser una... —entrecerró los ojos, tratando de recordar— ...¿asistente de algo en un lugar de algo?
—Asistente de Dirección en Alpha Marketing. Una de las agencias más top de la ciudad.
—¡Eso, mamona! —aplaudió, embarrando de aguacate su celular—. Vas a andar de traje sastre y tacones, codeándote con puro empresario guapo y forrado.
—O sacando copias y sirviendo cafés, que es lo más probable. Neta, no sé ni cómo me contrataron. La entrevista fue un desastre.
Se me atoró el tacón en una rejilla del piso, casi me caigo sobre la de Recursos Humanos y cuando me preguntó cuál era mi mayor defecto, le dije que mi honestidad. Cuando dijo "Eso no es un defecto", le respondí: "Pues me vale madres lo que usted piense".
Obvio no dije eso. Dije la pendejada estándar: "Soy demasiado perfeccionista". Yo. Perfeccionista. La mujer que una vez usó grapas para hacerse la bastilla de un pantalón.
De repente, la puerta del departamento se abrió de golpe.
—¡Mis reinas, llegó la caballería! Y trae chisme y un matcha latte descafeinado con leche de soya.
Damián Rivas. Treinta años, diseñador de modas, vecino del 502 (justo arriba de nosotras) y mi mejor amigo gay desde que le dije que su novio de la prepa se vestía como contador de los ochenta.
Es el único hombre que puede usar una mascada amarilla fosforescente y verse espectacular.
—¡Dami! —Valeria saltó—. ¿Qué chisme? ¿Ya cortó el contador ese con el que sales?
—¡Ay, no! ¡Qué horror! —Damián se dejó caer en el sillón con elegancia—. Sigue aferrado a mí como si yo fuera la última bolsa Chanel en rebaja. No, el chisme es de tu edificio, Mariana.
Lo miré confundida.
—¿De mi edificio de oficinas?
—¡Obvio! O sea, ¿ya te enteraste de quién es tu nuevo jefe?
—Pues, el director general. Un tal Alejandro Montenegro. ¿Por?
Valeria y Damián intercambiaron una mirada que no me gustó nada. Era la misma mirada que pusieron cuando me convencieron de pintarme el pelo de rubia (spoiler: terminé pareciendo un elote remojado).
—Mariana... —Damián tomó mi mano con solemnidad, como si me fuera a dar el pésame—. No es "un tal". Es el tal.
—¿De qué hablas?
—Güey —intervino Valeria, quitándose el aguacate de la cara—, ¿no lo googleaste?
—¡Pues claro que lo googleé! Pero solo salen artículos de negocios, economía y... bueno, sí, que está guapísimo, pero se ve súper serio.
Damián soltó una carcajada que asustó a Tofu, mi gato, que dormía plácidamente en una caja de zapatos.
—¡Serio! ¡Qué linda! Mariana, no le dicen "El Ogro Montenegro" por buena gente.
—¿El Ogro?
—Mi ciela —Damián se acomodó—, ese hombre es una leyenda. Es perfeccionista a niveles enfermos, no tolera un solo error, dicen que hace llorar a los internos en las juntas y que su última asistente renunció con un ataque de ansiedad. Es guapo como un pecado capital, sí, pero es el diablo vestido de Armani.
Sentí un hueco en el estómago que no tenía nada que ver con el hambre.
—Están exagerando.
—Mari —dijo Val, muy seria—, le dicen "El Ogro" porque, según los rumores, no celebra ni su cumpleaños. Es una máquina. Un robot sexy, pero robot al fin.
—Pues... pues qué bueno —tartamudeé, tratando de sonar profesional—. Yo voy a trabajar, no a hacer amigos.
Damián y Valeria se volvieron a ver y soltaron la carcajada.
—Tú —dijo Damián, señalándome con un dedo lleno de anillos—, la mujer que se ríe en los funerales porque se acuerda de un video de gatitos, vas a trabajar con el hombre que despide gente por usar la fuente incorrecta en un memo.
—¡Ay, ya! ¡Qué exagerados! —me levanté, tratando de recuperar la dignidad—. Ustedes son mi aquelarre personal y siempre me hunden.
—¡El Aquelarre! —corrigió Valeria, levantando una botella de vino vacía—. Y nuestro lema es: "Ninguna bruja sola, y todas para el chisme".
—Exacto —Damián me guiñó un ojo—. Y el chisme, querida, es que mañana vas a entrar a la jaula del Ogro. Mucha suerte. Ah, y no uses esos zapatos, el tacón está chueco.
Mierda. Tenía razón.