Día uno: Cristal
10 de agosto de 1989.
Era una noche tranquila y Luis aún no llegaba a casa. Las contracciones eran cada vez más seguidas, y los dolores eran muy intensos.
—Por favor Matías, papi está haciendo todo lo posible para llegar rápido a casa. No te...
—Mami.
Era la voz de un niño que me llamaba desde mi cuarto y era tan parecida a la que siempre había soñado como sería la de mi hijo que cogí todas las fuerzas que me quedaban y me dirigí a mi habitación.
Un viento helado me rodeó por completo.
—Mami.
Su voz se intensificaba cuando me acercaba al espejo que descansaba junto a la ventana. En el cristal comenzaron a aparecer pequeñas huellas de manos de sangre que desaparecían cuando aparecían más. Un fuerte temblor hizo que perdiera el equilibrio y que el espejo cayera sobre mí, perdí la conciencia inmediatamente.
—Mi amor, ya estás de nuevo conmigo —dijo Luis.
—¿Dónde estoy? —pregunté desesperadamente.
—Matías te quiere conocer —coloca a mi hijo en mis brazos.
—Es hermoso —miré a los alrededores—. ¿Qué pasó?
—Hubo complicaciones durante el parto y tuvieron que someterte a una cesárea.
—Entonces, ¿todo este tiempo estuve inconsciente?
Asentó.