Basura, cachorros y un idiota encantador

2473 Words
Ismael, uno de los primos especiales del clan, su mano derecha y hermano por elección, informó con tono firme: —Llegaron los cinocéfalos. Él formaba parte del círculo más cercano. En esta historia fascinante y peligrosa, sería él quien lo acompañaría en la búsqueda más difícil: la del amor verdadero. —¿Cómo son? ¿Crees que la asustarán? —preguntó con un nerviosismo poco común. Había sido escogido entre muchos: hijos de ancianos, descendientes de linajes poderosos, todos dueños de su propio continente. Y aun así, fue él quien se convirtió en cabeza del Clan. Sus palabras y decisiones se impondrían por encima de muchos, y eso no tenía contentos a algunos ancianos. Porque él no solo era joven, también era descendiente directo de los Karim, los lobos coroneles de hienas, los más temidos del bosque y su espesor oscuro. Criaturas capaces de devorar pueblos enteros en dos noches; habían sembrado el terror durante siglos, hasta que el amor entre sus padres salvó a la humanidad de su propia extinción. Su madre, enemiga de todo acto de violencia hacia los humanos, unió su causa de paz al Clan. Los malvados fueron contenidos... aunque no exterminados. —Jajaja... solo son unos perros. Creo que parecen pastores alemanes —respondió Ismael mientras se acomodaba al lado del piano—. Esos leones... la guerrera los domará. Llevaba horas entre transformación y música. Su cuerpo ardía y dolía por negarse a ir de cacería. Todo por no perderla. —Tienes razón. Vamos a verlos. Corjan también está esperando. Descendieron por las largas escaleras de aquella mansión fría y ancestral. A veces sentía que era su condena, y no estaba seguro de querer morir ahí: casado con una mujer de un clan lejano, con costumbres extrañas. Una mujer que también lo soñaba, y que había llegado siguiendo su rastro... así como él la había buscado durante años. —Aquí están sus guillotinas, señores —bromeó Junior al ver el rostro de fastidio de Corjan. La idea de imprimarse con una mujer para toda la vida, según las antiguas costumbres del clan, incomodaba a muchos. Especialmente si no eran de la misma especie. Scott creía en el amor ganado con regalos y conquistas. Pero él... él sabía que desde la primera vez que la vio —leyendo un libro bajo un árbol en un parque mientras él dormía a la sombra— no había vuelto a soñarse con otra. En aquel sueño, incluso sintió temor de acercarse demasiado... y despertó. Pero desde entonces, no pasó una sola noche sin buscarla en sus sueños. —En cualquier momento estaré en tu lugar, perro —soltó Corjan entre risas, justo cuando entraban. Él se detuvo a besar la frente de Elías, su primo, quien estaba castigado por atacar a un humano. La condena: doscientos azotes y años de cautiverio. O la muerte. Su tía, desde entonces, vivía en la mansión, aunque no podía visitarlo. —¿Tienes sed? —preguntó. —Un poco. ¿Cuándo tomarás el trono para que me saques de aquí? —respondió Elías con voz grave, mientras bebía de una botella de agua. —Tranquilo, hermano. Falta poco. Mintió. Sabía que no podía revocar la última orden de su padre sin faltarle al respeto. Pero no supo qué más decir. Reanudó su camino hacia la oscuridad. Los ancianos lo esperaban. Con ellos, los simples “perros”: una criatura crema y otra oscura. Al entrar, uno de ellos clavó la mirada en él con tanta fuerza que, mediante una magia inexplicable, lo arrastró hasta sí. Cayó de rodillas. La criatura entonces se transformó en un pequeño león de espinas, con colmillos sobresalientes. Y entonces, la bestia en su interior despertó. Su pecho se abrió, sus alas se expandieron. Era mitad hombre hasta la cintura, sus piernas cubiertas por un pelaje oscuro, con garras de halcón. Su cabello creció hasta los hombros y su torso fue marcado por sellos del Clan y del Destino. Sus ojos ardían como fuego. Dos colmillos emergieron, revelando su forma versátil: león o lobo, según la situación. Corjan era el halcón de la familia, él era la dualidad entre rey y depredador. Y así juntos cómo seguía la ley los hombres con las bestias se imprimieron. Al dejar a los cachorros en el contenedor, su sangre se sintió helada como la de una serpiente... Scott la imagino una y otra vez, hasta que ella apareció. --- Una hora antes... Naomi tomó su bolso tras entregar el turno y caminó con rapidez hacia el estacionamiento. Era casi de día. Pero el silencio de aquel lugar subterráneo despertaba temores que solo parecían reales en la oscuridad. Mientras avanzaba entre los autos, por momentos creyó que nunca llegaría a su Toyota Yaris color plomo. Una vez dentro, justo antes de encender el motor, su mente volvió al pianista del hospital. No entendía por qué enfrentaba una situación tan extraña, sin enemigos ni problemas aparentes. Todo parecía fuera de lugar. Luego de pasar por un local de comida rápida, Naomi entró al estacionamiento de su edificio. Aparcó el auto, bajó con las bolsas en mano, pero unos pequeños ruidos captaron su atención. Alzó la vista, intentando localizar la fuente del sonido. Provenía del contenedor de basura. Dudó, sintiendo un cosquilleo nervioso en el estómago, pero terminó por acercarse. Solo el eco de sus tacones rompía el silencio del lugar. Al asomarse, un olor desagradable la recibió de golpe. Dentro del gran contenedor, escuchó unos gruñidos suaves. Provenían de una caja de cartón casi al fondo. Miró alrededor en busca de ayuda, pero no había nadie. A unos metros distinguió una pequeña escalera y unos botes de pintura, probablemente dejados por trabajadores. Fue por ella, así como por un rodillo de mango largo, y con esfuerzo logró mover la caja. Al girarla, el contenido se reveló: dos cachorros, uno oscuro y el otro de color crema. No podía alcanzarlos con la mano. —Tranquilos, los sacaré —murmuró con voz suave ante los alaridos de los pequeños. Más allá, una vieja escalera un poco más alta llamó su atención. La arrastró con esfuerzo y la apoyó sobre el borde del contenedor. Sacó unos guantes quirúrgicos del maletín que siempre cargaba, regalo de su querida nana. Al trepar y asomarse mejor, pudo ver a los cachorros más de cerca. pero mientras ella luchaba por sacar los cachorros muchos ojos la veían. —Es una chica. El anciano dijo que serían dos. Odio perder el tiempo —gruñó Corjan, visiblemente molesto. —Tranquilízate. Los viejos no se equivocan. Aparecerá. pero mientras ellos esperan Naomi en lo suyo seguía. Los perros ante sus ojos. Eran adorables. Sin entender por qué necesitaba una escalera para liberar a los cinocéfalos, Scott la observó. Ella también buscaba su otra mitad, aunque aún no lo sabía. El protector. Los cinocéfalos la habían llamado pronto sería suya. —Sorpréndela, Gabriel. Quiero ver qué puede llegar a ser —ordenó.y este encendió las luces del auto. Scott esperando ver las habilidades de defensa de su futura esposa quedó con la boca abierta. Cuando con cuidado la mujer se inclinó, y parece que logró sujetarlos, pero justo en ese momento, las luces del auto la encendieron. ella cayó al contenedor. Gabriel, sin pensarlo, corrió en su auxilio. —¡Mierda! —gritó, mientras su cuerpo aterrizaba entre la basura maloliente. Se golpeó con fuerza la mano izquierda. —¿Señorita, está bien? —preguntó una voz masculina, golpeando las paredes del contenedor desde fuera. —Sí, estoy bien. ¿Podrías ayudarme? —Un segundo, voy por usted. Levantó la mirada. Un hombre calvo, de piel morena, la observaba desde fuera con gesto confundido. —Deme la mano —le ofreció, extendiendo la suya. Antes de aceptar, Naomi le entregó uno de los cachorros. —Ayúdeme a sacar a mis perros primero. Él no pudo ocultar su desconcierto, pero obedeció. Recibió a los animales, mientras Naomi lograba salir del contenedor con su ayuda. Aún algo avergonzada, sacudió su ropa como pudo, pero entonces notó a otro hombre apoyado en un auto cercano. Era alto, de mandíbula firme, rostro perfecto, con el tipo de belleza griega que parecía sacada de una película. Sostenía a los cachorros en brazos, acariciándolos con ternura. Su mirada era una mezcla de ironía y juicio. Pero por otro lado, Scott no pudo evitar arquear una ceja cuando vio a la mujer salir del contenedor, ayudada por uno de sus hombres. La escena en sí ya era surrealista, pero fue al ver su rostro que el mundo pareció detenerse por un segundo. Su mirada, que hasta ese momento solo expresaba ironía y desdén, se volvió incierta. Ojos verdes. Un verde tan claro y vivo como los prados en la temporada de lluvia, tan expresivos que casi pudo sentir la rabia y el orgullo herido que bullían en ellos. Cabello rojo... natural. No ese rojo artificial que tanto abundaba, sino un fuego suave, ondulado y abundante, como si llevara el sol alborotado en la cabeza. Una piel tan blanca como la leche fresca, salpicada apenas por pequeñas pecas que adornaban su nariz y pómulos. Labios carnosos, tentadores, de un rosa natural que parecía haber sido besado por las hadas. Y ese cuerpo... Scott tragó saliva. Maldición. Era como si los dioses hubiesen moldeado a Naomi para tentar hasta a los más rectos. Pero él no era precisamente un hombre recto. “¿Quién demonios eres…?”, pensó. Él era Scott Widman, y no solía detenerse en lo superficial. Su instinto —ese que había heredado por generaciones de sangre maldita, mezcla de lo celestial y lo salvaje— rugía por dentro. Sentía algo diferente en ella. Algo que rompía el velo entre el presente y lo que su clan llamaba la llamada del alma. Los hijos del bosque sabían reconocer a su igual. Y aunque Naomi era humana —eso parecía—, su esencia era inquietante, como si su alma perteneciera a algo más antiguo, algo que resonaba con la suya. Él recostado en el coche. La vio de cerca. Ella liberó a los animales... sin imprimirse. Y entonces entendió por qué. No era una de ellos. Era humana. Una simple mortal que había retenido a los cinocéfalos con sus manos, y ellos... ellos no se resistieron. No huyeron. Se dejaron guiar y no la lastimaron. —Buenas noches, señorita —dijo con voz firme—. ¿Sabe usted que está penalizado arrojar mascotas a la calle o al contenedor de basura? ¿Es usted una despiadada? Por un segundo, Naomi lo imaginó con el uniforme del Capitán América. Maldito cerebro. —Madame, está sangrando —señaló el hombre que la había rescatado, sacando un pañuelo. Naomi miró su mano. Una uña había desaparecido por completo. El dolor la alcanzó en ese instante. —Maldita sea —murmuró entre dientes, apretando los labios. —Despiadada e insolente... una combinación poco común en una señorita tan hermosa —añadió Scott, con una sonrisa arrogante. —Está usted equivocado —espetó Naomi—. Los perros ya estaban ahí. Solo intentaba ayudarlos. ¿Acaso tengo cara de asesina de cachorros? —Bueno... caras vemos, corazones no sabemos —respondió con tono burlón. —Es usted muy gracioso —dijo ella con molestia y se dio media vuelta. Caminó hacia su auto en busca de su maletín. Tenía que desinfectar la herida cuanto antes, probablemente necesitaría una vacuna contra el tétano. —¡Oiga! ¿A dónde va? No pretenderá que me quede con los sarnosos —gritó Scott desde atrás. Naomi se detuvo en seco. —Es usted un idiota —le respondió sin dudar, arrebatándole los cachorros. Creyó que replicaría, pero él solo sonrió mientras corría tras ella y le sacaba un papel pegado en el cabello. Scott entrecerró los ojos mientras ella se alejaba abrazando los cachorros. El viento nocturno llevó su aroma hacia él: miel y tierra húmeda. Tan natural, tan viva. Quizás solo fue la adrenalina. O quizás era ella. La mujer destinada. Y si lo era… el universo acababa de firmar una sentencia. Porque los Widman no compartían. No olvidaban. Y mucho menos... se rendían. Mientras Naomi, Se alejó, pensando en voz baja: —Lo que me faltaba, conocer a un loco sexy... Al llegar a su apartamento, envolvió a los cachorros en su chaqueta. En el pasillo, un par de vecinas cuchicheaban al verla pasar con ellos en brazos. Ignorándolas, entró y dejó el bolso sobre la encimera de la cocina. Se sentó en el sofá a observarlos. Dormían como si nada hubiera pasado. Pocos minutos después, la puerta volvió a abrirse. Jen regresaba de una noche de fiesta. —¡Hola! ¿Qué te pasó? —preguntó al verla. —Caí en el basurero —respondió Naomi, con resignación. —¿¡Cómo!? —preguntó Jen, conteniendo una risa. —Rescatando a estos bebés —dijo, señalando a los cachorros en una cama improvisada. —¡Aww, qué hermosos! —exclamó su amiga, tomando uno en brazos. Naomi sonrió con ternura. Su corazón se llenó de una calidez inesperada. —¿No te molestan? Prometo limpiar todo. —Claro que no. Será lindo cuidarlos. Amo los animales, aunque con mis viajes nunca tengo tiempo. Jen acarició al segundo cachorro con igual devoción. —¿Cómo los llamaremos? —No lo sé. ¿Cuál te gusta a ti? Uno es oscuro y el otro color crema... ¿qué tal Crema y Chocolate? Naomi estalló en risas. —¡Quisiera verte gritando “Crema, Crema” por la calle! —Sí, sonaría ridículo —rió Jen, soltando un bostezo. —Deben ser nombres acordes a su r**a. Aún son tiernos, pero mira sus patas... serán enormes. —Entonces serán Sultán y Rocky —propuso Jen con entusiasmo. —Me gustan. El mío será Sultán —decidió Naomi, mientras acariciaba al cachorro de pelaje n***o con pecho blanco, trompa dorada y orejas caídas. Sus ojos, tan oscuros como la noche, le parecían mágicos. Tan hermosos como el idiota del estacionamiento. Pero Scott no quedó conforme sólo con verla. Tomó el ascensor hasta el piso de Junior. Esperaría la reacción de los cuidadores. La noche cayó. No logró dormir. Quería soñar con ella. No sentir la tentación de volar y entrar por su ventana para observarla dormir, para imaginar sus noches juntos, los amaneceres en los que compartirían el mismo lecho. Pero, ¿cómo podría unir a esa mujer con su vida? Ella no era parte de su mundo. Era solo carne. Una criatura que caminaba ignorante por un mundo lleno de bestias. Hoy vivía... mañana podría ser devorada. Desconcertado, sonrió. El destino le había jugado una de sus mejores cartas. Casarse con una humana... era impensable. No sin temer la posibilidad de devorarla en una noche de instinto descontrolado.
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