_ Eleonora.
La voz de Scott resonó a través del intercomunicador.
_ Sí, señor.
Respondió la voz femenina al otro lado.
_ Ven por mi novia. Que le prueben los mejores vestidos, por favor.
Ordenó sin dejar de observar a Naomi.
_ Enseguida, señor.
_ Otra cosa, avísale a Ramiro que subirá al salón. Dile que le encargo su cabello. Quiero esos rizos más hermosos que nunca. ¡Muévete!
En cuestión de instantes, una mujer delgada, con un corte bob que realzaba la perfección de su cuello, apareció sobre unos tacones de aguja y un impecable vestido oscuro.
_ Sígame, señorita Naomi, la llevaré con su modista.
Pronunció su nombre con una dicción que sugería práctica. Naomi observó la figura imponente de Scott, su particular Capitán América, y arrebató la copa nuevamente, apurando el líquido ámbar. Él sonrió con autoridad antes de ordenar:
_ Eleonora, si mi novia se embriaga, pagarás las consecuencias de sus actos.
_ Sí, señor. Me encargaré personalmente de que no suceda.
_ Te lo aconsejo, es tu cuello el que sangrará. Adiós, cariño, no escatimes en gastos. Te veré en unas horas.
Terminó depositando un beso en su frente, provocando en Naomi un escalofrío innegable. No había dudas, era un mafioso psicópata o, aún peor, un asesino en serie. Totalmente muda, subió las escaleras de la ostentosa mansión hasta entrar en una gran habitación que combinaba un taller de costura y un salón de belleza, completo con su propio personal y un agradable aroma a champú y esmalte de uñas. Al fondo, dos mujeres con tratamientos capilares, una mayor y otra más joven, pero ambas de edad madura.
_ Doña Inés, señorita Penélope, ella es Naomi James, la prometida del niño Scott.
Las mujeres sonrieron con una mirada iluminada, como si estuvieran contemplando un tesoro.
_ Hola, querida. Toma asiento. Somos las tías de Scott. Después de ver tu fotografía, moría por conocerte. Mi sobrino es duro de atrapar.
Comentó la mujer llamada Penélope, expectante a su respuesta. Pero, ¿qué iba a decir Naomi? Él tenía fotografías suyas, había montado un teatro elaborado y ella no sabía nada del guion.
_ ¿Cómo lograste atraparlo? ¡Cuéntanos! No seas tímida, ¡eres tan hermosa! Tendrás la mejor bienvenida en esta familia.
Agregó Inés, una mujer que, a primera vista, parecía de pocas palabras.
_ Pues creo que él me atrapó a mí. Aún no salgo del shock.
Respondió Naomi con una sinceridad que la hizo romper a llorar.
_ ¡Ay, qué lindo! ¡Estás tan emocionada! Tranquila, tu matrimonio será hermoso. Siento mucho lo de tu madre, espero que se esté recuperando.
Comentó Penélope, quien claramente era la más parlanchina. Y Naomi pensó: Maldito Capitán América. Tal vez mató a mi madre para crear su mentira.
_ Mucho mejor. Anoche se volvió a emborrachar. Hierba mala nunca muere.
Las tías quedaron en silencio ante su sarcasmo, pero Penélope estalló en carcajadas.
_ Es una broma, casi no lo creímos.
_ Claro, es una broma.
Terminaron el interrogatorio mientras Eleonora observaba con evidentes ganas de preguntar algo, pero sin atreverse. El vestido escogido era de un estilo de los años sesenta, un pin-up bolingham de alta costura, con hombros caídos y un hermoso diseño cruzado en la parte frontal. La falda acampanada plisada, de un oscuro tono con lunares, caía más abajo de sus rodillas, y lo acompañaba unas zapatillas color lila. Su cabello, recién lavado y retocado, presentaba cada hebra ondulada con meticuloso cuidado. Naomi se sintió como una princesa con su hada madrina.
_ Eleonora, ¿cuánto tiempo llevas vistiendo a las novias del Señor?
Preguntó Naomi, arrancándole una leve sonrisa a la mujer que actuaba con la disciplina de un general.
_ Usted es la primera, madame. Estoy tan sorprendida como usted.
Respondió con un tono que Naomi percibió como sincero.
_ Bueno, por lo menos no es un enfermo s****l.
Dijo en voz alta. La mujer sonrió mientras bajaban las escaleras. El hombre que en unos días sería su esposo la esperaba con un impecable traje n***o, un pañuelo color lila perfectamente doblado en el bolsillo de su chaqueta a medida.
_ ¡Eres absolutamente hermosa! Ven, cariño, acércate.
Obedeció al apuesto Capitán, y en un segundo, un hombre abrió frente a ella una caja que contenía un collar de diamante rosado, algo que nunca imaginó poseer. Con unos pequeños pendientes a juego, se giró hacia un gran espejo que ocupaba una pared entera del salón. Lo miró por el reflejo cuando sintió un abrazo rodear su abdomen y un beso depositarse en su cuello al colocar la preciada joya.
_ Ahora sí, eres la princesa de Scott Widman. Vamos, mis tías están ansiosas.
Tomó su mano para salir juntos hacia una limusina de cuatro puestos, tan espaciosa como para celebrar una fiesta en su interior. Las mujeres los esperaban dentro.
_ ¡Estás muy hermosa! Los Yanes morirán. ¿Creían que aceptaríamos a sus zorras en la familia?
Escupió la mujer con un cigarrillo entre los labios.
_ Tía Penélope, no hables así frente a mi cachorra, es de oído sensible.
Respondió el Adonis al acariciar su oreja y terminar rozando su cuello con un dedo sorprendentemente suave.
_ Lo siento, cariño, pero tenía que decirlo.
Entre tanto revuelo, salieron del gran portón, y en ese momento Naomi se dio cuenta de que no había prestado atención a los detalles de la casa o el castillo. Desde que llegó la terminaron llevando a una habitación con todos los lujos imaginables: sábanas gigantes, almohadas costosas, un gran televisor que desaparecía tras la pared y un vestidor del tamaño de una habitación. Nunca había visto tantos vestidos y trajes juntos, sin mencionar los zapatos y carteras. Una habitación compartida por la mitad, repleta de ropa, relojes y perfumes caros, con un letrero a cada extremo:
Naomi, Tu clóset, Tu desastre, tu responsabilidad y Tuya Eleonora.
Una franja amarilla dividía el sueño de cualquier fashionista. Carteras que nunca imaginó ver de cerca, pero nada que hubiera podido probarse, ya que su futuro esposo había escogido su atuendo, aunque no podía negar que tenía un gusto exquisito.
_ ¡Prepárate! Estás a punto de conocer a las personas más importantes para mí, aparte de estas urracas.
Dijo al oído de Naomi. Se le escapó una risita nerviosa. Bajaron del auto, pero no llegaron a ninguna casa. Llegaron a un aeropuerto de helicópteros.
_ ¿Subiremos en eso?
Preguntó Naomi, tratando de sostener el ruedo de su vestido para que el Capitán y los curiosos no vieran la ropa interior de encaje lila que usaba por órdenes de su captor.
_ Sí. ¿Le tienes miedo a las alturas?
_ ¡No!
Contestó en un grito ahogado cuando él levantó su cuerpo en sus brazos, cual hombre enamorado y sonriente besó sus labios.
_ Entonces lo disfrutarás. Mallorca es una isla hermosa, una de las más bellas de España. Y el pueblo de Fornalutx es un sueño. Te encantará. Me encargaré de ello.
Informó al volver a besar su mejilla antes de que le abrocharan el cinturón y se acomodara a su lado. En unos minutos, dos helicópteros se elevaron en el aire.
Durante todo el vuelo en helicóptero, Naomi no pudo apartar la mirada de Scott. Era innegablemente guapo, una figura masculina que atraía la vista y despertaba una extraña fascinación. Sin embargo, esa belleza venía empañada por una locura palpable. La había forzado a firmar un contrato absurdo y ahora la transportaba en este sofisticado aparato volador hacia un encuentro con su familia en una fiesta. La lógica se le escapaba. ¿Cómo podía haber una celebración si su padre estaba enfermo? Esa pregunta persistía en su mente mientras también observaba las luces centelleantes de la ciudad que se extendían debajo. Tenía que admitirlo, desde esta perspectiva, Madrid lucía hermosa, casi romántica, a pesar de las circunstancias. Scott la observó en varias ocasiones, sus ojos azules intensos transmitiendo una complejidad de emociones que sus palabras y expresiones mantenían ocultas. Había una tensión palpable entre ellos, un silencio cargado de significados no dichos, mientras la aeronave los transportaba hacia un destino incierto y un encuentro que Naomi temía y a la vez, en un rincón oscuro de su mente, sentía una punzada de curiosidad por presenciar.
Al descender del helicóptero en el extenso jardín de la mansión Widman, Naomi se vio inmersa en un mundo de opulencia y tradición. El ambiente rezumaba lujo en cada detalle, desde la arquitectura señorial hasta los objetos de arte que adornaban el paisaje. Los invitados, una multitud que desbordaba elegancia, se movían con una sofisticación estudiada. Naomi no pudo evitar notar las numerosas miradas que se posaban sobre ella, algunas cargadas de una curiosidad palpable, otras teñidas de un evidente desconcierto, y en el caso de las mujeres, un brillo de envidia que no pasaba desapercibido. A pesar de la atmósfera cargada de escrutinio, Scott mantenía una compostura imperturbable, irradiando una tranquilidad y un orgullo palpable al tenerla a su lado, literalmente colgada de su brazo como un trofeo recién adquirido. Su agarre, aunque firme, transmitía una posesión que helaba la sangre de Naomi, recordándole la naturaleza forzada de su presencia en ese escenario de riqueza y misterio. Pobre y surrealista, como una película, él había actuado con su mejor sonrisa. Los hombres de la gran fiesta observaban con expresión de asombro, siempre amable y atento, hasta que se escuchó la voz del patriarca.