Naomi se levantó con lentitud, empujada por una inquietud que le hormigueaba en el pecho. Caminó descalza hasta la ventana y retiró la cortina que, momentos antes, juraría que no estaba allí. El sol bañaba con fuerza la inmensidad azul del mar, enmarcando un paisaje tan sereno como inquietante. No había rastro de tierra, ni un solo sonido más allá del rumor del agua y el silbido suave de la brisa.
Permaneció en silencio, observando, preguntándose cómo había caído en un sueño tan profundo y prolongado. El tiempo parecía desdibujado.
—¿Nena? ¿Qué pasa? Solo fue una pesadilla… ven aquí —dijo la voz de Scott, tierna, cálida.
Ella volvió al colchón y se dejó envolver por su abrazo, aunque la confusión la devoraba por dentro. Aquello había sido tan real que aún le pesaban los párpados. Sin re
