Cierre de ciclos
El resto de ese tramo de mi vida estuvo signado por cambios radicales entre la apatía y la felicidad. Cuando David estaba cerca de mí para alegrarme con su sonrisa y sus comentarios de inocencia, realmente yo podía sentirme con las fuerzas de seguir adelante sin importar los obstáculos, sin embargo, apenas regresaba a mi cruda realidad en mi interior, volvían a gobernarme los miedos y los rencores por ese duro pasado que me había sometido por obligación a vivir en un paraíso que al séptimo día me tocó abandonar.
Los procedimientos se hicieron al pie de la letra para recuperar la casa. En el proceso nos pusimos al día con algunas amistades que nos ayudaron en los trámites, como la mamá de Ana, por ejemplo, que casi lloró de la felicidad al ver a David nuevamente con bien, pues todos ellos habían tenido que quedarse de brazos cruzados cuando, después del incidente con nuestro tío, la jueza de asuntos de menores había decidido enviarnos a ese calabozo para niños.
Todo se desenvolvió entre trabajo duro en la recuperación de la casa y compras para esa que sería nuestra nueva vida, pues tuvimos que comprar desde utensilios para la cocina, hasta ropa para ambos. Por suerte el dinero fue suficiente para todo y aun así sobró para tener un capital suficiente para abrir mi propio negocio. David participó muy activamente en todo el proceso, tanto que cuando me llamaron del banco para ir a firmar los papeles definitivos que adjudicaban la vuelta de la propiedad a la familia Reyes, él prefirió quedarse en la casa con la mamá de Ana mientras que yo iba a las oficinas del banco.
Después de entregar el coche con todas su documentación, me tocó enfrentarme a los reproches de David, quien a pesar de estar bastante contento con la idea de recuperar nuestra casa de la infancia, también le había tomado mucho cariño a “la nave” como le llamaba él, por lo que me tocó recurrir a sobornos, comprándole un teléfono para su uso propio, para que superase el asunto de dejar ir el vehículo de sus amores.
El proceso en las oficinas fue rápido y bastante eficiente. En cuestión de minutos ya estaba todo firmado y un estrechón de manos cerraba el negocio: La casa era completamente nuestra.
Una emoción extraña se apoderó de mí. De alguna manera me sentía cerrando ciclos que llevaban mucho tiempo abiertos y alcanzando de esa manera satisfacciones que estaban esperando por mí. Salí del banco, decidida a volver al lado de David en la que ya era definitivamente nuestra casa otra vez, pero aquel mover de emociones encontradas y la necesidad de culminar ciclos me hizo decantarme por otra destino, uno que llevaba dándome vueltas en la cabeza desde los últimos días y que quería visitar solo cuando tuviese las fuerzas suficientes para hacerlo. Entonces me senté en la parada del autobús.
A la casa podía llegar caminando nada más que un par de cuadras, a ese otro destino, sin embargo, si debía ir en transporte público.
Me subí al autobús sintiendo una extraña sensación en mi estómago. Se lo adjudiqué a los nervios y no le di mayor atención, después de todo estaba a solo un par de días de haber renunciado a mi paraíso personal y no podía pedirle a mi cuerpo que soportara toda esa agonía como si nada estuviese pasando, de hecho los últimos días había estado sufriendo de fatiga insoportable y mareos constantes que solo podían ser consecuencias del sufrimiento que la agonía de mi alma le propiciaba a mi cuerpo mortificado.
La parada fue anunciada y mis músculos se tensaron. Me coloqué de pie y bajé apenas la máquina se detuvo: estaba justo frente al cementerio donde yacían los restos mortales de mis progenitores.
Desde mi salida del internado solo había podido visitar el lugar en una ocasión y fue justamente cuando fui a reafirmar ante la tumba de mis padres aquella promesa hecha cuando niña, de proteger al duendecillo con mi vida si llegaba a ser necesario. Ahora que lo había logrado, aun a expensas de sacrificar mi principal motivo de vida que era el amor del señor Cavill, debí ir a dar la noticia a la memoria de mis padres.
El cementerio del pueblo era un enclave de tierra santa en la ladera de una colina de pinos y robles. Las lápidas de las tumbas se ordenaban sin un orden aparente. Solo los lugareños y quienes teníamos un motivo para recordar, podíamos saber dónde estaban las tumbas de cada quien.
Atravesé el campo santo con paso firme. La lluvia de los últimos días hacía que el suelo estuviese blando y que la capa de vegetación estuviese más rebelde que de costumbre. Al cabo de caminar durante unos diez minutos, divisé el inmenso roble y debajo las dos tumbas gemelas donde mis padres habían sido sepultados. El dolor seguía igual de punzante que el primer día.
Volver al lugar de la sepultura de un ser amado representa para el corazón humano la confrontación con esa idea de inmaterialidad. El solo pensar que lo que un día fue, de la noche a la mañana, dejase de ser, encarna en sí misma una condición difícil de procesar para cualquier mortal. Por eso cuando me encontré frente a la dura y fría piedra no puede evitar comenzar a llorar y a quejarme como si mis padres me estuviesen escuchando justo en ese sitio.
Las lágrimas caían y el nombre de ese amor prohibido se hizo como un eco en la inmensidad de ese solitario lugar. El recuerdo de mi padre amoroso y el rumor de los abrazos de mi madre, tocaron de manera sentida a la niña que aún habitaba dentro de mí, haciéndome saber que ellos estaba de alguna manera orgullosos de que David volviera al fin a ser feliz.
No podía estar feliz con ese cierre de mi ciclo. Había sido un ciclo doloroso y triste, pero mi hermano al fin estaba conmigo. No podía sentirlo como un triunfo para mí si pensaba que en algún lugar de aquella ciudad el señor Cavill se encontraba sufriendo los estragos dejados por mi traición, pero por lo menos podía estar tranquila: si yo no iba a ser feliz, por lo menos mi hermano si iba a serlo al fin, aunque para ello sacrificara mi propia vida y la oportunidad de amar.