Un lugar conocido
Tomamos el desayuno allí mismo en el hotel. David devoró su ración al igual que había comido la cena la noche anterior, para él no existía la comida buena o mala, para él solo existía la comida y cualquier comida era más que suficiente para satisfacerle de forma efectiva. Comimos un típico desayuno de panqueques y jugo de naranja. Yo pedí un café adicional para potenciar mi cerebro y entrar de lleno con todos los hierros a la jornada de ese día.
En el pueblo teníamos personas conocidas a quien podíamos visitar, incluidos los padres de Ana y uno que otro conocido de la infancia; sin embargo, primero quería hacer algo que estaba en mis planes desde el día que había salido del internado, pero que por falta de dinero no había podido concretar. Salimos en el coche que, como era costumbre, captaba la atención de quienes le veían avanzar en las calles. La meta era una parcela en la zona sur del pueblo donde se levantaba una casa que tenía muestra notorias de estar deshabitada desde hacía mucho tiempo, con la fachada comida por el moho y los jardines frontales ganados por la maleza, pero que a pesar de todo esto seguí guardando para ambos un cúmulo de recuerdos bastante gratos. Era un lugar conocido: Era la casa de nuestra infancia.
Después de la muerte de nuestros padres y ante la falta de algún fiador que se hiciera cargo del asunto, la hipoteca de la casa avanzó de manera inevitable hasta que la casa ya no nos pertenecía más. David me miró y con ese gesto me hizo la pregunta que se atascó en su garganta.
― ¡Sí, señor, recuperaremos nuestra casa! ―espeté con regocijo. La mañana, a pesar del dolor y de la agonía, había arrancado bastante bien para mí.
David se llenó de una emoción que quedó marcada en una sonrisa de manera especial. Aquel detalle le representaba una buena razón para sentirse dichoso después de todo lo vivido.
Pasamos de largo cuando le expliqué que debíamos arreglar primero el asunto en el banco antes de poder iniciar con la parte divertida.
―Deja que me encargue del papeleo aburrido ―le dije cuando le pedí esperarme en el coche.
El banco estaba en la calle principal del pueblo, la que normalmente era una calle bastante concurrida, pues estaba todo muy cerca: El centro comercial, el ayuntamiento, la escuela y casi todos los lugares importantes del pueblo estaban cerca de allí.
Rostros conocidos que de pronto le daban un buen augurio sobre todo aquel nuevo giro de la vida nueva que estaba comenzando. Era día lunes y una nueva semana había iniciado. Una semana se cumplía exactamente desde que aquel contrato fuese firmado por mi metida de pata.
Aunque me esforzaba, los recuerdos no dejaban de llegarme como ráfagas dolorosas del pasado que me visitaba inclemente en todo tiempo. Entonces escuché mi teléfono sonar y recordé que debía cambiar de número telefónico.
― ¿Aló? ―dije después de aceptar la llamada y colocar el teléfono en mi oreja derecha. Esperaba que un grupo de personas despéjese la entrada del banco para poder continuar.
― ¡Emi que bueno que aún tienes tu teléfono, pensé que ya lo habías cambiado! ―exclamó Ana con su típico tono de siempre.
―Hola Anita ―le salude con agrado―, aún lo tengo porque no he tenido tiempo de cambiarlo, ahora mismo estoy en otras cosas, pero apenas pueda lo haré sin pensarlo… como te dije, no puedo ni siquiera hablar con él.
El silencio del otro lado de la línea me hizo creer que la llamada se había interrumpido por un momento, pero al poco rato escuché a Ana decir:
― ¿Sabes una cosa? Creo que eso no va a ser necesario porque me parece que tu jefecito tampoco tiene muchas ganas de hablar contigo… su chofer, ¿Cuál era su nombre?… ¡Ah sí! ¡Arthur!, se acaba de ir de aquí… tu señor Cavill asumió que tú podías estar aquí conmigo, por lo que trajo hasta aquí un documento firmado donde te traspasa de manera legal y oficial la pertenencia de ese coche… ¡El tipo está bien loco! Yo también necesito un hombre que me regale un carro así después de romper.
― ¡Ay Anita, tú si estás loca!… pero no te confundas, nosotros no rompimos, para romper primero tendría que haber existido algo formal y lo de nosotros nunca pasó de ser una ilusión muy bonita.
―Qué mal ―se lamentó Ana con sinceridad―, la verdad es que ya me estaba haciendo a la idea de que al lado de él ibas a poder encontrar la felicidad, pero si no se pudo ni modo, no hay nada que se pueda hacer entonces.
―Pues si ―sentencié decidida a darle fin a ese tema de conversación, lo que menos necesitaba en ese momento era seguir removiendo la idea de melancolía y de tristeza sobre lo que había dejado atrás al lado del señor Cavill―, pero ya ni modo…. Dime una cosa ¿Ese documento puedes hacérmelo llegar?
― ¿Pero a dónde?
―Envíalo a casa de tu mamá, planeo visitarla pronto.
― ¡Emi por favor, ni se te ocurra contarle que yo y Erick….!
―Tranquila que no quiero quitarle la ilusión de que su hija es una mansa paloma.
― ¡Estúpida! ―me insultó en tono de broma.
―Envíalo hoy mismo y pásame una fotografía a mi teléfono.
― ¿Qué piensas hacer? ―se interesó de pronto al escucharme hablando con ese tono decidido.
―Pienso cambiar un recuerdo triste por uno feliz.
― ¿De qué demonios esas hablando?
―Ya no importa, voy a entrar al banco, luego te cuento.
Ana intentó decir algo más, pero yo corté la comunicación.
Yo planeaba ofrecerle al banco algún acuerdo para poder recuperar la casa mediante algún tipo de convenio de pago, puesto que no podio prescindir de todo el dinero hasta no tener asegurada una fuente estabilidad para David, ahora, sin embargo, podía tener la oportunidad de obtener la casa sin pensar en una deuda futura y al mismo tiempo me podía librar de la terrible sensación de que todo el mundo volteara a verme cuando conducía aquel coche tan lujoso.
La propuesta era sencilla y el gerente del banco aceptó sin siquiera chistar. El único compromiso fue el de presentar los documentos originales, apenas los tuviese en mi poder, pero desde ese momento podía comenzar a recuperar la casa de mis padres.
Aquel procedimiento y todo ese proceso fueron tediosos y aburridos, pero servía para cimentar lo que sería esa etapa de mi vida llena de miseria y agonía, pero que servía para sanar el pasado de manera certera y precisa.