Despecho
Decidí romper la dieta a lo grande. Si ya había traicionado al señor Cavill rompiéndole el corazón al irme de su lado, dejándole con aquella propuesta de matrimonio sin corresponder, no había forma de seguir aferrada a la alimentación sana que él me regalaba: yo no iba a beber para ahogar las penas de mi dolor, en cambio, pensaba comer para olvidar.
Un matrimonio que me hubiese regalado la mayor felicidad del mundo, era ese que ahora podía recordar como una triste y pasajera felicidad. La sombra de lo que no fue, la imagen de un idilio. Mientras aquella hamburguesa era triturada por mis molares, mi corazón solo podía ahogarse en las penas de su recuerdo. Aquella mesa en un restaurante de camino se convertía en mi visita al bar y aquella comida me servía como botella de licor.
Mi alma estaba decidida a autodestruirse en su propia melancolía, lo que me llevó a trascender en mi incoherencia cuando llamé al chico del servicio y le pedí una botella de vino.
―Lo siento señorita ―me respondió el sujeto mirándome con cara de sorprendido―, pero no creo que tengamos ese tipo de bebida.
―Esfuérzate ―le dije escurriendo un billete en sus manos a manera de soborno.
El tipo quedó aún un poco estupefacto por la situación, pero termino sucumbiendo ante el apremio de aquel pequeño trozo de papel que se sentía tan bien en sus manos. No era por el efecto embriagante del jugo de la vid por lo que me había motivado a pedirlo, no, era el recuerdo de aquella amargura que me significaba el tener que obligarme a beberlo junto a él, lo que me hizo querer rememorar de alguna manera los momentos amargos al lado del señor Cavill, sin importar que estos amargos momentos fuesen culpa del vino y no de él.
David seguía perdido en su mundo devorando la comida como si la vida se acabara después. Yo sabía que no era lo mejor apoyar una alimentación así, pero yo misma me estaba perdiendo de momento en una actitud autodestructiva típica de un borracho empedernido, por lo que no me sentí de ánimos como para ordenarle detenerse.
Al poco rato el chico del servicio vino trayendo consigo, oculta, como si de una mercancía prohibida se tratara, una botella de vino barato y simplón, botella que deposito en mi mesa como si de un trofeo se tratase. Yo sonreí con melancolía, aunque no sabía bien que era lo que debía sentir.
―Lo siento, pero no conseguí copas ―dijo el sujeto medio en broma.
―No te preocupes ―le dije restándole importancia al asunto y apresurándome a quitar el corcho para llevar mi vaso hasta un nivel razonable, entonces llene otro vaso y se lo tendí al chico frente a la mirada atónita de David.
―Acompáñanos a brindar ―espeté medio en broma.
El chico me miraba con los ojos bien abiertos. Por suerte para mí, a esa hora el lugar aún no se había llenado por completo, por lo cual no había suficientes personas en los alrededores como para contemplar mi locura.
El chico sostuvo el vaso aun con un poco de dudas. David, por su parte, se mostró confundido.
―Vamos a brindar porque por fin estás conmigo, hermanito ―le aclaré sin dejar de exhibir aquella sonrisa falsa que se acentuaba cuando mi corazón de golpe sentía ataques de melancolía al recordar cosas de aquel hombre que en ese momento debía estar destrozado por mi traición—, tú no puedes beber licor, por eso nos acompañaras con tu gaseosa.
David intentó protestar, podía estar casi segura que el maldito Owen se había atrevido a darle a beber licor, pero David se contuvo sabiendo que en el mundo normal un chico de doce años debía estar lo suficientemente alejado del alcohol como para evitar una catástrofe.
Entonces yo levanté mi vaso, David hizo lo mismo imitándome de manera torpe, entonces al último el chico se unió sin terminar de entender del todo como era que se había metido en todo aquello.
―Salud ―dije con todo el dolor de mi alma.
―Salud ―repitieron ellos dos al unísono.
El desagradable sabor de aquella bebida recorrió mi garganta de manera insoportable. Me quemaba y me hacía detestarla cada vez más, pero conforme me asqueaba aquello, más bebía. Era mi peculiar forma de regodearme en esa pequeña agonía.
El sujeto se excusó para retirarse al fin. Seguramente se había quedado por la buena propina que le había dejado, aunque también le vi mirándome de reojo con ojos de interés, pero al descubrir que yo me mostraba como una persona rota del corazón, terminó entendiendo que conmigo no había posibilidades de nada que no fuese agonía y dolor.
David ni se percataba de lo que ocurría, sus susceptibilidades habían sido lo suficientemente atrofiadas por aquel infierno vivido como para exigirle que fuese capaz de percatarse del hecho de que su hermana en ese momento se estaba muriendo por dentro. Él simplemente estaba ahí para ser feliz y con su felicidad, por lo menos, contener mi locura.
Disfrute verle mientras terminaba de comer como si temiera que la comida se pudiese acabar en cualquier momento. Yo le expliqué que no había necesidad de ello, que podía comer lo que quisiese cuando quisiere y él lo tomó de la mejor manera, entonces terminamos en el lugar y nos fuimos, no sin llevarme el resto de la botella conmigo. Yo sabía que debía conducir y lo que menos quería era comprometer mi capacidad al volante por el efecto de ese licor, pero llevándola conmigo me aseguraba que en cualquier momento podía volver a repetir ese ritual de agonía con el que atizaba las yagas de mi corazón.
Si el señor Cavill iba a sufrir de manera irreparable por mi traición, lo mínimo que podía hacer era sufrir de igual manera, aunque estaba obligada a ser feliz al lado de mi hermano.
Estaba sometida por obligación a ser feliz.
Subí al coche luego de asegurarme que David se encontraba bien y arranqué el coche sin mirar atrás.
La llovizna de recién se había convertido en una lluvia un poco más fuerte. En mi escena de melancolía y tristeza hubiese sido épico poder conducir a toda velocidad hacia el horizonte donde el sol se ponía, pero para una conductora novata como yo, conduciendo bajo la lluvia, aquello hubiese sido un s******o.
Conduje con responsabilidad preocupada por conversar con David en todo el camino. Le pregunté de sus sueños y también de sus recuerdos de aquel lugar al que nos dirigíamos. De cierta manera se podía considerar como algo masoquista volver al lugar donde habían muerto nuestros padres y donde el tío que debía cuidarnos intentó abusar de nosotros, pero ahí también era donde se habían quedado los recuerdos, los días felices de nuestro pasado, los días vividos al lado de quienes fueron padres amorosos para nosotros dos. Por eso animé a David a ver aquello como una emocionante aventura.
Para cuando el sol comenzaba a declinar en el ocaso de un día lluvioso, el pueblo de nuestro recuerdo comenzó a emerger entre la densa niebla.