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Venganza contra mi esposo

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Blurb

Regina creyó haber encontrado el amor perfecto.

Su matrimonio con Santiago prometía ser un cuento de hadas: riqueza, estabilidad y un esposo que la amaba. Pero todo se desmorona la misma noche de bodas.

En plena madrugada, aún embriagada por la celebración, despierta y descubre una traición que jamás imaginó… Su esposo en brazos de otro hombre. Y no cualquier hombre, sino su propio hermanastro.

Devastada y llena de furia, los enfrenta sin medir las consecuencias. Pero Santiago y su amante no están dispuestos a dejarla escapar con la verdad. Convertida en un estorbo, Regina es encerrada y condenada a morir, su vida reducida a un obstáculo en un juego de ambición y poder.

Pero la muerte no vendrá por ella tan fácilmente. Contra todo pronóstico, sobrevive… y ahora solo tiene un propósito: venganza. Para lograrlo, deberá aliarse con un hombre aún más peligroso que su esposo, alguien que le ofrece su protección a cambio de algo impensable: convertirse en su amante.

¿Podrá Regina cobrar justicia sin perderse a sí misma en el camino, o su sed de venganza la convertirá en aquello que juró destruir?

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Capítulo: Víctima de una traición
Regina Giralt yacía recostada en la cama, envuelta en su largo vestido de novia que, como un mar blanco, se extendía por todo el ancho de la habitación. La noche había sido suya, pero ahora, en la quietud de la oscuridad, todo parecía irreal. Dormía profundamente, con el velo aún en su cabeza y el maquillaje intacto, como si el tiempo hubiera decidido detenerse en esa fantasía que había sido su boda. El viento comenzó a susurrar suavemente desde la ventana entreabierta, anunciando que la lluvia estaba por llegar. Un aire fresco se colaba en la habitación, pero Regina no lo notó hasta que despertó de golpe. Al abrir los ojos, se encontró en la penumbra, un momento de desorientación la invadió. ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba sola en esa noche especial? De repente, comprendió. Estaba en su noche de bodas, esa noche tan esperada, y su corazón palpitaba con el amor y la emoción de haber unido su vida a Santiago, el hombre con el que había soñado compartir su futuro. Pero al mirarlo a su alrededor, notó la ausencia de él. Un escalofrío recorrió su cuerpo. No podía ser. ¿Dónde estaba él? —¿Santiago? —murmuró, como si el sonido de su voz pudiera traerlo de vuelta. No hubo respuesta. Con un suspiro de agotamiento, Regina se incorporó, todavía con las zapatillas de la boda puestas, y se levantó de la cama. La fiesta había sido grandiosa, llena de risas y música, pero también de copas de vino que la hicieron perderse en la alegría del momento. Recordó cómo, horas antes, su esposo la había cargado en brazos hasta el coche, sus labios, diciéndole adiós a sus invitados mientras ella apenas alcanzaba a despedirse de su padre. La emoción había nublado sus pensamientos. «Pero… ¿Dónde está Santiago?» Con paso vacilante, se dirigió hacia la ventana. La noche la envolvía en su silencio. Desde allí, veía la villa en su esplendor, una casa medieval enclavada sobre el acantilado, su vista hacia el río Llobréc. Era el lugar que había elegido para su noche especial, un refugio solo para ellos dos, alejado de todo. Sonrió, nerviosa, pero llena de expectativas. Quería verlo, sentirlo cerca, ser de él de una vez por todas, entregar todo su ser en esa noche que había soñado durante tanto tiempo. Pero el aire frío y el silencio comenzaron a invadir la habitación, alterando sus nervios. Se sentó al borde de la cama, sintiendo que algo no estaba bien. El ambiente que antes era tan lleno de emoción ahora se sentía extrañamente vacío. Debía buscar a su esposo. Una sensación inquietante comenzó a crecer en su pecho. El mal presentimiento se transformó en un nudo en su estómago. ¿Qué era eso que estaba oyendo? Un ruido extraño, un sonido distante, pero lo suficientemente cercano como para hacerle erizar la piel. Al principio pensó que era su imaginación. Pero no. Salió de su habitación. El sonido continuó, más claro ahora, llegando a sus oídos, no dejó lugar a dudas de que eran de una intimidad, con la forma de gemidos, suspiros y respiraciones agitadas. No, no podía ser. Se acercó a la puerta con paso vacilante, pero la curiosidad la llevó a seguir adelante. El eco de esas voces masculinas llenaba la casa. Un sudor frío recorrió su frente mientras se acercaba al origen del ruido. Al llegar a la última habitación, la puerta estaba entreabierta. Sin pensarlo más, la empujó con fuerza, el temor apoderándose de ella. Y entonces, su mundo se desmoronó en un instante. Nadie la preparó para lo que vio. Dentro, la escena que se desplegó ante sus ojos fue una decepción indescriptible. Dos hombres, uno de ellos su esposo, Santiago, y el otro su propio hermanastro, Keane, se encontraban en un acto s****l, uno contra el otro, tan íntimo que Regina no podía procesarlo. Los hombres se separaron de inmediato, aterrados, como si el fuego los hubiera tocado. Ella no pudo hacer nada más que gritar. —¡Dios! ¡Regina, déjame explicarte! —Santiago tartamudeó, sus ojos llenos de desesperación, tratando de cubrirse. Regina no podía creer lo que veía. La rabia, el dolor y la incredulidad se mezclaron en su pecho, invadiéndola como una ola furiosa. No podía comprender cómo podía suceder algo así. —¡Ustedes! ¡Me dan asco! ¡Me engañaron! —gritó, las lágrimas resbalando por su rostro—. Santiago… ¿Y con mi propio hermano? ¡Qué vergüenza, eres un traidor! Keane, el hombre al que alguna vez había considerado parte de su familia, no mostró más que una sonrisa burlona. No había remordimiento en sus ojos, solo desdén. —¿Y qué? ¿Acaso pensaste que alguien amaría a una tonta como tú? —replicó, su tono lleno de crueldad. Regina sintió como si la tierra se desmoronara bajo sus pies. Aquellos que había amado, aquellos que pensó que eran su familia, ahora eran los monstruos que la habían destruido. —¡Se acabó! ¡Todos lo sabrán! ¡Este matrimonio será anulado! —dijo con voz firme, el odio y la traición quemando en su pecho. Santiago se acercó, sorprendido, pidiendo desesperadamente que no lo hiciera. Keane enfureció al escucharla. —¡No lo harás, harás lo que yo diga, Regina! —exclamó su hermanastro; luego le dijo a su amante—. ¡Alcanza a esa tonta! —gritó Keane, su furia llena de veneno. Con una rapidez casi animal, Regina giró sobre sus talones y comenzó a correr. El miedo y el dolor la empujaban hacia adelante, pero algo dentro de ella también la frenaba. No sabía si debía llorar o gritar. Solo corría, como si el mundo se estuviera derrumbando a su alrededor. Y en ese momento, Regina entendió algo que nunca había previsto: su vida, su amor, su matrimonio, todo había sido una mentira. Unos segundos antes de perderse en la oscuridad de la casa, sintió cómo sus piernas se debilitaban, cómo el corazón se le detenía por un instante. No quería mirar atrás. Sintió que, si la alcanzaban, estaría acabada para siempre.

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