Capítulo 4: Tengo un plan

1001 Words
Capítulo 4: Tengo un plan Se le puso la piel de gallina y me dije a mí misma que no fuera estúpida. Él había hecho un comentario perfectamente inocente dentro de lo que cabe en una pareja casada y yo solo pensaba en que me daba pánico estar con él de forma sex.ual. —Tengo un plan —solté—, un plan muy simple en realidad. —¿Sí? —Si me da la mitad de lo que le pagó mi padre por casarse conmigo, y creo que estará de acuerdo conmigo en que es lo más justo, podremos irnos cada cual por su lado y acabar con este caos —propuse. De esa forma lograría tener dinero para estudiar y entonces podría desligarme de mi padre para siempre, además de que al cumplir los meses sin que mi padre supiera del falso matrimonio, tendría acceso al fondo que él pensaba darme. Todo era brillante. Una expresión divertida se asomó en su rostro. —¿De qué caos hablas? Uhm, debería haber sabido, por la experiencia adquirida gracias a los amantes de mi madre, que un hombre así de guapo no debía de ser tan inteligente. —Estar casados con un desconocido. —Pues creo que llegaremos a conocernos bastante bien. —dijo— Y eso de ir cada uno por su lado no era lo que Mario tenía en mente. Tal y como lo recuerdo, se supone que tenemos que vivir juntos como marido y mujer. —Eso pretende mi padre. Es un poco tirano en lo que se refiere a las vidas de otras personas. Lo mejor de mi plan consiste en que él nunca sabrá que nos hemos separado. Mientras no vivamos en su casa donde puede vernos, no tendrá ni idea de dónde estamos. —Definitivamente no viviremos en su casa. Él parecía no estar tan dispuesto a cooperar conmigo como había esperado, pero yo era lo suficientemente optimista como para creer que sólo necesitaba un poco más de persuasión. —Sé que mi plan funcionará. —A ver si nos entendemos. ¿Quieres que te dé la mitad de lo que Mario me dio por casarme contigo? —Ya que lo menciona, ¿cuánto fue? —No fue ni mucho menos suficiente —dijo. Relamí mis labios. —Si lo piensa un poco, verá que es lo justo. Después de todo, si no fuera por mí, no tendría nada. —¿Quieres decir que planeas darme la mitad del fondo que tu padre ha prometido establecer para ti? —Oh, no, no pienso hacer eso. Él soltó una breve carcajada. —Me lo imaginaba. —No lo entiende. Le pagaré la deuda tan pronto como tenga acceso a mi dinero. Sólo le estoy pidiendo un préstamo. —Y yo me niego. Fue en ese momento que comprendí que ahora no tenía escapatoria. Necesitaba fumar. Aquello no pintaba bien. —¿Puede devolverme los cigarrillos? Estoy segura de que no todos estaban defectuosos. Él sacó el arrugado paquete del bolsillo de los pantalones y me lo entregó. encendí uno con rapidez, cerró los ojos y se llenó los pulmones de humo. Se escuchó un estallido y cuando abrió los ojos de golpe, el cigarrillo estaba en llamas. Con un grito ahogado, lo dejó caer. De nuevo, Damián apagó la colilla y con el pañuelo. —Deberías denunciarlos —dijo él con suavidad. Lo miré frunciendo el ceño, me llevé la mano a la garganta, demasiado aturdida para hablar. Él se acercó y me tocó un pecho. Lo miré tensandome sin saber qué era exactamente lo que estaba haciendo. Alcé la mirada de golpe a esos ojos dorados. —Un poco de ceniza —dijo él. Mi corazón latió frenetico por el simple roce que me alteró toda. Es decir, sí, era mi esposo, pero me sentía completamente tímida al contacto con él, o al contacto en general. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que una mano que no fuera la suya la había tocado allí? Dos años, recordó, cuando se había hecho la última revisión médica. Vi que habíamos llegado al aeropuerto y me armé de valor. —Señor Geld, tiene que entender que no podemos vivir juntos como marido y mujer. Somos unos completos desconocidos. Toda esta idea es ridícula y tendré que insistir en que coopere más conmigo. —¿Insistir? —dijo él suavemente—No creo que tengas derecho a insistir sobre nada. Ella tensó la espalda. —No voy a permitir que me intimide, señor Geld. Él suspiró y sacudió la cabeza, mirándola con una expresión de pesar que ella dudaba que fuera sincera. —Esperaba no tener que hacer esto, Lindura, pero debería haber imaginado que no ibas a ser fácil. Será mejor que te explique las reglas básicas ahora mismo, así sabrás a qué atenerte. Para bien o para mal, vamos a permanecer casados durante seis meses a partir de hoy. Puedes irte cuando quieras, pero tendrás que hacerlo sola. Y por si todavía no te has dado cuenta, éste no va a ser uno de esos matrimonios modernos de los que se habla en las revistas. Éste va a ser un matrimonio tradicional. —dijo—Lo que quiero decir, Lindura, es que yo mando y tú harás lo que diga. Si no lo haces, sufrirás consecuencias. La buena noticia es que, pasado el tiempo estipulado, podrás hacer lo que quieras. El pánico se apoderó de mí y luché por no perder los nervios. —No me gusta que me amenacen. Será mejor que hable claro y me diga cuáles son esas consecuencias que están sobre mi cabeza. Él se reclinó en el asiento y torció la boca en una mueca, sentí un escalofrío en la espalda cuando fijó su mirada en la mía, algo me decía que él no iba a ayudarme de ninguna manera a que esto pintara mejor. —Verás, Lindura, no pienso decirte nada. Tú misma lo descubrirás todo esta noche.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD