Al día siguiente.
— Pareces triste —le dijo Pash a Janine mientras descansaban en la terraza de su casa tomando el sol de la mañana—. Y deberías estar contenta. ¡Han cancelado el ensayo de hoy con la banda! Tenemos toda la mañana libre para relajarnos.
Janine miró a su amiga y asintió. Sabía que tenía razón. Desde que se había dado cuenta de que estaba enamorada de Damian , se encontraba en una continua montaña rusa emocional. ¿Qué iba a decirle cuando lo viera de nuevo? ¿Y si su familia decidía repentinamente quedarse a vivir en California?¿Que iba a hacer?¿Estaba enloqueciendo internamente?
¿Y si se enamoraba de una chica surfista?
—¿Qué te sucede? —preguntó Pash—. Tienes la cara descompuesta y parece como si estuvieras a punto de echarte a llorar.
—No me pasa nada. Es solo que he estado un poco sensible últimamente —admitió Janine—. Lo siento.
—Sé justo lo que necesitas —dijo Pash—. ¡Terapia de compras !
Vamos al centro comercial.
—¿El centro comercial? —repitió Janine—. ¿Por qué? Ya tengo todas las cosas que necesito para el inicio del año q.
—¿Y qué hay de la fiesta de bienvenida? —preguntó Pash—. Lydia y Maddie me han dicho que hay muchas cosas nuevas en las tiendas. Y ya sabes que si esperamos hasta el último momento, no quedará nada que nos guste.
De pronto, Janine se imaginó por las escaleras de su casa con la seda de su largo vestido acariciando sus talones mientras descendía como una princesa y Damian , en su esmoquin, la esperaba en la puerta con ojos llenos de amor.
Sonrió a Pash.
—Creo que es una gran idea —dijo—. Voy a ver si mi madre podría llevarnos en su coche.
Sus amigas habían estado en lo cierto. Su tienda favorita estaba repleta de modelitos nuevos y preciosos. La dependienta las guió hasta dos probadores juntos y les dijo que cuando encontraran algo de su agrado, lo dejaran colgado de las perchas. Pash hizo que la pobre mujer diera varios viajes del probador a la tienda y de la tienda al probador.
—Me gustan demasiados vestidos —le dijo a Janine—. No sé cómo voy a elegir.
Janine sonrió y siguió mirando, pero nada llamaba su atención. La empleada se acercó, la vio mirando en un estante y sacudió la cabeza.
—Oh, cariño, me temo que esta ropa no es de tu talla —le indicó.
Janine asintió.
—Sí, es la que uso siempre.
—¿Has estado haciendo ejercicio últimamente? —le preguntó la mujer.
Janine se encogió de hombros.
—Solo he estado practicando con la banda —admitió—. Tres horas cada mañana.
—Tal vez sea eso. Deja que te mida para asegurarnos.
La mujer entró en el vestuario con una cinta métrica.
—Justo lo que pensaba —dijo—. Has perdido dos tallas. Ven, te acompañaré al están donde encontrarás la ropa adecuada para ti.
La dependienta guió a Janine hasta otra sección.
—Aquí deberías encontrar lo que estás buscando —dijo antes de retirarse para ir a ayudar a otro cliente.
Janine se acercó a las nuevas perchas y fue deslizándolas lentamente. Estaba a punto de terminar con ese primer bloque de prendas cuando lo vio. Era el vestido perfecto. Como el de Cenicienta. Era largo y de color marfil, con una falda entallada, un pequeño cuello ligeramente escotado y mangas cortas. Unas cintas del mismo color se ceñían alrededor de la cintura y caían revoloteando alrededor de la falda. Era simple y elegante.
La depedienta volvió a ella y sonrió.
—Oh, sí, creo que este te quedaría genial. ¿Quieres probártelo?
Janine sonrió.
—Sí.
La joven volvió al vestuario y Pash abrió la puerta del suyo al otro lado del pasillo.
—¿Qué te parece? —le preguntó luciendo un vestido n***o y excesivamente apretado con una raja a un lado que se abría paso hasta su muslo.
—¿Cómo te sientes con él? —le preguntó Janine.
—Con miedo a moverme —admitió Pash.
— No te lo lleves —respondió esta primera con una sonrisa.
—¿Tú has encontrado algo al final? —le preguntó Pash mirando por detrás de ella hacia la empleada.
Janine asintió.
—Sí, voy a ponérmelo y te lo enseñaré en un minuto.
Una vez dentro de su probador, Janine se desnudó rápidamente y se deslizó el vestido por la cabeza. El forro de satén se sentía frío al tacto según iba cubriendo su piel. Alcanzando detrás de su espalda, se subió la cremallera y luego se giró para mirarse en el espejo.
—Oh —jadeó suavemente.
No podía creerlo. La chica que veía en el reflejo del espejo parecía una princesa.
—¡¿Qué tal te queda?! —gritó Pash desde su probador.
Janine sonrió y abrió la puerta.
—Júzgalo tú misma.
Pash se quedó sin aliento y sacudió la cabeza lentamente.
—¡Madre mía, chica! ¡Está hecho para ti! ¡Tienes que llevártelo!