—¡Uria!¡Uria!—una mujer entró en el salón lanzando gritos deseperados.—¡Oh señora mía! ¡Le ruego su ayuda!
—¿Qué ocurre, Gala?— preguntó visiblemente preocupada.—Niña, vigilad el fuego.
Lea obedeció y comenzó a remover el caldo, sin embargo, eso no le impidió escuchar la conversación.
—¡La han matado!¡A mi hermana!— aquella mujer lloraba cual niña pequeña.
—Tranquilízaos Gala, ¿de qué me estáis hablando?— acarició su pelo con el fin de calmarla.
Aquello impactó mucho a Lea, ya que cualquier mujer que llevase el pelo suelto era considerada prostituta o una pordiosera indigna. En cambio, aquella mujer no parecía nada de eso a pesar de estar devastada moralmente, parecía fuerte e inteligente pero sin ser un hombre, eso sí que chocó con la mentalidad inculcada en Lea.
—Cómo lo oís, Uria, cómo lo oís. Ayer recibí una paloma con un mensaje de mi sobrino, está de camino.— derramó las últimas lágrimas reprimiendo las demás.
—De acuerdo... ¿Podréis acoger al joven en vuestra casa?— la preocupación era evidente en su voz.
—En mi casa no cabe un alfiler conmigo y mis cinco hijos.—se lamentó.— No sé qué hacer...
—Puede quedarse en mi casa.— propuso Uria.
De la impresión Lea soltó la cuchara dentro del caldo.
—Muchas gracias, hermana.— ambas se abrazaron a modo de despedida y Gala se marchó.
—¿Uria, es ese sobrino suyo un hombre o solo un niño?— preguntó Lea después de haber conseguido pescar la cuchara en el ardiente caldo.
—Elaia contará, más o menos, vuestra misma edad.— dijo haciendo memoria.
—¿Y dónde se alojará?— Lea no paraba de preocuparse.
—En la alcoba hay espacio de sobra.—Uria no parecía comprenderlo.
—¡Oh Dios mío! ¡No puedo dormir junto a un hombre!