El mismo día en que Lana fuera abofeteada por su padre, Don Félix volvió por la tarde con Álvaro y acompañado de un cura.
Lana no entendía del porqué su padre se quería deshacer de ella apenas regresara a casa.
Sin embargo, ya sin su madre, ella sentía vulnerable y sola, no obstante, Lana era inocente y tenía que vivir lo más duro de la vida para saber que debía ser fuerte ante la vida para enfrentar todos los obstáculo por venir.
Debía vencer su propio miedo, a su propio prejuicio. Despreciada y rechazada por su progenitor, no tenía el valor de dejar todo y empezar de cero.
Al cruzar el umbral de la puerta, don Félix fijó los ojos en Lana, él dijo sin tantos rodeos.
—Aquí está el cura, aquí está el novio, la capilla ya está lista. Y tienes de invitados a toda la servidumbre de esta hacienda, así que no digas que no tienes invitados en tu boda.
—¡Papá! —dijo Lana con voz ronca ahogada en su propio llanto.
—¡Ayer vine! ¿Ya me quieres ver lejos? —los ojos de don Félix se abrieron grandes como plato.
—No irás de aquí, al contrario, Alvaro y tú vivirán aquí conmigo. —el hombre suspiró.
—Álvaro se unirá a ti en sagrado matrimonio y será como mi hijo.
Lana lloró, su amargura era tanto que no sabía que hacer o decir para que su padre la aceptara tal y como era ella.
Era verdad que ella era “mujer” pero era tan capaz, mucho más capaz que el propio Álvaro. Obviamente, don Félix jamás descubriría eso de Lana, porque él nunca se dio esa oportunidad de conocer a su hija y ayudarla a ser quien era.
—¡Porque lloriqueas! Eso da dolor de huevos —dijo don Félix, no le tenía paciencia para nada a Lana. Parecía como si la odiara a tal punto que la trataba como a su peor enemiga.
—¡Papá, no tengo que casarme de inmediato! Al menos deja que conozca un poco a este hombre —dijo Lana a expensas de que recibiera otro golpe en su rostro.
Y es que Lana debía haberse parado bien duro para detener las intenciones de su padre en ese momento. Sin embargo a Lana le importaba demasiado lo que su padre pensara o dijera.
—¿Quieres que te haga entender a golpes? —espetó con furia contenida.
—¿Estaría de acuerdo mi madre de cómo me tratas? —preguntó Lana, su pregunta acabó lo último de tolerancia que don Félix reservaba en su corazón.
—¡No tienes permitido mencionar a mi esposa! —gritó Félix , mientras le daba dos golpes al rostro de su hija.
El rostro de Lana se hinchó, se veía como un tomate rojo.
—Don Félix —intervino Álvaro. —¡Dejemos lo del matrimonio para dentro de un mes! —dijo mirando de reojo a Lana.
—Sí ella quiere que la corteje, así será, estoy dispuesto a hacerlo —dijo Álvaro.
La respiración de don Félix se escuchaba agitado, sus ojos vidriosos se volvían a su normalidad de poco en poco.
—Está bien —dijo Félix con claro sentido de rabia, miró a su hija y dijo lo siguiente:
—No debes ser tan suave con tu mujer. —se mal acostumbrará —lo dijo con convicción, Don Félix.
—¿Su mujer? —respondió Lana mirando a su padre.
—No soy su esposa, no aún. —respondió Lana, respirando hondo, dijo de nuevo —. Cualquier cosa podría pasar.
Los ojos de don Félix se pusieron rojos, guardaba tanto rencor hacia su hija que no daba para más.
—Si por mi fuera, te casabas ahora mismo y ya contaría los días para cargar a mi nieto —dijo el hombre lleno de determinación.
—¡Basta ya padre! Si hubieras tratado a mi madre con una pizca de injusticia, aceptaría que me trates como lo haces, y al menos cuando ella estaba viva, no me dabas cariño, pero tampoco me trataste mal.
Las palabras de Lana socavaron el corazón muerto de don Félix, quien desde que Rosa murió, actuaba como una máquina automática.
Trabaja por trabajar, a como dice el dicho; “nadie sabe para quien trabaja” porque una vez pasado a mejor vida, otros serían los que disfrutarían los frutos del duro trabajo.
Porque la misma Lana aprendería que la vida se trataba de disfrutar en cada aspecto.
De trabajar para lograr cubrir las necesidades, de respetar la vida de los demás, de vivir en armonía, aunque Don Félix su padre, después de la muerte de su madre, pareció perder el alma.
Al día siguiente de la discusión, Lana estaba por montar su potranca, quería despejar su mente, estaba en eso cuando la chica de servicio se acercó. —Señorita Lana tiene una visita.—Lana pensó que era su padre.
—¿A vuelto mi papá? —preguntó.
—No señorita, no es el patrón, es una joven que viene a verla a usted.
—¿A mí? Es el señor Gonzaga? —preguntó con cara de decepción.
—No patrona, es una señorita, dice que es amiga suya.
—¿Amiga? —Lana pareció pensar mucho, pero no dio con nada.
A lo lejos, Lana vio acercarse a una mujer, ella era escandalosa.
—Soy Aura —dijo ésta última con cara sonrojada.
—¿Aura? —Lana titubeó y dijo a secas, pues aunque quería recordar, no le venía a su memoria.
—Si, estudiamos juntas, fuimos al mismo instituto —dijo Aura acercándose a Lana dando un efusivo abrazo.
Lana era una chica de carácter simple y muy hecha a su soledad, a ella le encantaba estar sola. No le gustaba el bullicio ni las exageraciones. Por eso cuando Aura la abrazó y no la soltó por al menos unos 120 segundos, ella casi sintió asfixiarse.
Y por supuesto que Aura supo de la reacción de Lana, pero a ella poco le importaba.
Aura era una de las amantes de Álvaro, y precisamente la noche antes de hoy, Álvaro había comentado acerca de Lana, de su matrimonio, dijo que Lana lo había hecho sentir menos.
Dijo detestarla, en presencia de su amante, dijo que Lana era prepotente, egocéntrica, se creía mas superior a él y que lo había mirado con desprecio.
Aura siendo su amante y siendo una mujer astuta, quería escalar en la vida de Álvaro, ella no quería ser una mas de tantas, prometió escabullirse en el círculo de Lana y ayudarle a Álvaro.
Así hoy apareció delante de Lana para lograr ser su amiga. Aura nunca había estudiado en los mismos institutos que Lana, pero se inventaba sus historias.
Álvaro le había dicho; “ve e intenta, esa chica se cree demasiado.”
Álvaro con su egocentrismo propio, y habiendo tenido tantas relaciones con tantas mujeres, se había sentido herido su ego de macho alfa.
Álvaro había empezado con el pies izquierdo con Lana, pues Álvaro no se detuvo a analizar la situación de Lana, quien era víctima de la actitud déspota de su propio padre y que cualquiera en su lugar hubiese reaccionado de la forma que Lana lo hizo, que de buenas a primera su padre la recibiera diciendo “te casarás hoy con este desconocido”
Álvaro solo podía ver su yo crecido, y después de nuevo su yo de hombre alfa.
Aura miró con desprecio y envidia a Lana, tenía el pecho lleno de celos. Pero ella mintió diciendo.
—Cuando supe que recién llegaste, me dije a mí misma que vendría a verte lo más pronto posible.
—No recuerdo que hayamos coincidido en la escuela secundaria —respondió Lana tratando de traer los recuerdos a su mente.
—¡Ah, es que éramos tímidas las dos!
—¿Ah si? — murmuró Lana. Ella recordaba a unas cuantas chicas que eran del estado de Jalisco, pero ninguna de su misma ciudad.
—Bueno, estarás casándote, así que te ayudaré en todo lo concerniente —Aura se ofreció.
—No tienes que hacerlo —dijo Lana mostrando tristeza en su semblante.
—¿Qué pasa, no quieres casarte con el joven Gonzaga?
—No es eso —respondió Lana. —es porque mi padre ni siquiera esperó a que llegara a casa, me lo dijo apenas me bajé del avión.
—Es que en tu ausencia todo ya se había arreglado, entonces, ¿Porque la espera, eh? —dijo Aura queriendo apresurar.
—No sé… —Lana dudó.
—¿Qué?
—¿Será porque no lo conoces bien? —indagó la chica.
—Es simple, no lo conozco. —respondió Lana, a lo que Aura dijo emocionada.
—Es el hombre más guapo del planeta, es alto, hermoso. ¿cómo, no te puede gustar lo más mínimo? —dijo con desgane.
Lana se sorprendió, preguntó a Aura.
—¿El te gusta?
—Si estás enamorada, es razón suficiente para desistir este matrimonio absurdo. —espetó Lana.
Aura se sonrojó con vergüenza, sintió que la habían descubierto.
—No, como crees. —dijo rápidamente.
—Solo era opinión mía nada mas.—intentó explicarse.
Lana no continuó indagando, solo subió a su potra y se alejó..
Desde ese día, Aura empezó a frecuentar la Hacienda Las Rosas, nombre que Don Félix había dado a su hacienda en honor a su esposa, Aura pronto se convirtió en una figura cercana alrededor de Lana.
Después de casi frecuentar por casi un mes la hacienda Las Rosas, Aura ya se sentía en confianza con Lana.
Casi un mes después, Aura dijo a Lana.
—Solo falta tres días —Aura lo dijo con una rabia controlada, su forma extraña de decirlo, no levantó sospechas en Lana, quien no había prestado atención, Lana no se dio cuenta.
—Que más da —respondió Lana.
—Por casi todo un mes Álvaro te ha estado cortejando, ¿no te enamora sus atenciones?
—Te ha colmado de regalos caros —Lana no dijo nada. Nada de eso le llamaba la atención.
—No puede darme lo que yo quiero. —dijo Lana, finalmente.
Se sonrió como si con esas palabras aceptara su mal destino.
No sabía Lana que lo que ella decía iba a parar a oídos de Álvaro, porque Aura lo contaba todo a él mas tarde.