3.

1537 Words
3. En esos tiempos, Brad vivía unas veinte calles a la derecha, debo mencionar que cada cuadra representaba dos casas, así que yo, que iba corriendo, calentando los músculos que había tenido dormidos por horas, no tardaba ni diez minutos en llegar a su puerta y llamar. Estar de vuelta por mis calles familiares me sentaba bien, me daba cuenta de eso cuando pasaba por los jardines impecable de los vecinos. Por la piscina limpia y por las parrillas al aire libre. Cuando llegué salió él mismo a recibirme y, en cuanto me vio abrió mucho los ojos miel claros. Pensaba que al tener a Brad en frente, todo lo anterior; la muerte de mi mamá y que esa sensación de que algo malo iba a pasar se borrarían de mi cabeza pero seguían ahí, intactos, dentro de mí. —Martín —me dijo Brad, al mismo tiempo que dio un paso al frente para abrazarme cono mucha fuerza. ¡Cómo lo extrañaba en esos días! Brad me rodeaba con los brazos y dejé caer la cabeza en su pecho. —Lo siento mucho… —susurró en mis oídos— ¿Estás bien? —Pues no, la verdad —murmuré sobre su camiseta nueva de My Chemical Romance. —Vamos, entra —me dijo. Brad relajaba sus brazos sin soltarme del todo, y nos tomamos de las manos mientras me acompañaba hacia dentro. —¿Cuándo has vuelto? —Hará unos cinco minutos… —le dije, con un suspiro—. Todavía no he podido entrar a casa. Brad me observaba confundido de camino a su cuarto, me miraba a los ojos cada dos por tres. Eso era lo que más extrañaba de él. Brad cerró la puerta de su cuarto, lo que significaba que estábamos completamente solo. Solo había un motivo para que la tuviera que mantener abierta, y era que sus padres estaban en casa, de lo contrario no podríamos juntarnos en su cuarto. Era la única regla que Brad tenía, con respecto a las visitas, que nunca debería cerrar las puertas por completo. Y sus padres, un par de estrictos pero inocentes cuarentones se creían que la única regla en casa se cumplía a raja tabla, pero no era así, porque cuando ellos no estaban la casa se convertía en nuestro mundo privado, y teníamos sexo desenfrenado en cada esquina de su casa. Pero yo no tenía ganas en ese momento, y le solté la mano. Brad me tumbó en su cama. La almohada era de esas de pluma y era suave y tenía su olor. Me reconfortaba y me transmitía todo lo que necesitaba en ese mismo instante. Recuerdo que la cama se hundía un poco a mi lado cuando Brad se recostó a mi lado. Se pasaba la mano por el pelo rubio oscuro que le llegaba hasta rozar los hombros. —¿Quieres que hablemos?—preguntó, pero yo me mantenía en silencio tratando de controlar el dolor que sentía por la muerte de mi mamá. —Sí —le dije—. Solo que no sé qué decir… —suspiré hondo y con mucho dolor reprimido en el cuerpo—. Siento que estoy en un largo sueño…. Es una pesadilla, en realidad… —Martín, amor, no soy ni tu padre ni tu hermano. No necesito que me animes. No tienes por qué fingir, solo dime cómo te sientes y ya, suéltalo. Déjalo salir, déjalo ir. Me di la vuelta para poder verlo. —Estoy como perdido, y encima me siento un completo imbécil por estar tan hecho polvo… —Amor, tu madre ha muerto. ¿Imbécil por qué? Me encogí de hombros y negué moviendo la cabeza. Tragué saliva para contener el llanto que amenaza por salir. —No lo sé. Lo mío sería que estuviera más entero, digo yo… ¿No tengo fama de ser frío como el hielo? —Bueno, en realidad tienes fama de ser moderado, sí, pero no eres de piedra, yo lo sé de sobra… —me besó en los labios. Yo no quería que se detuviera—. Puedes lamentar la muerte de tu madre, es normal y natural... Me encantaba la forma en que Brad me miraba en ese momento. Tenía razón. Simón siempre había sido el más sensible de los dos. Yo solía ser el racional. No solía demostrar mis sentimientos en situaciones normales, salvo una que afectara por completo mi vida. Eso sí: se me daba de lujo estresarme y ponerme histérico, lo admito, para qué voy a hacerme a los santos. —Simón no ha derramado ni una lágrima, que yo sepa —le dije—. Y yo llevo días llorando. Es como si nos hubiéramos intercambiado los papeles. Cuando nos avisaron del accidente de mi mamá, mi padre y yo fuimos a su casa y ahí Simón estaba como un androide. Se levantaba, se bañaba, se mudaba de ropa y se alimentaba. Ponía en orden la casa y se la pasaba mirando programas en la televisión sin demostrar nada. Hasta dónde sabía, él siguió con su rutina como si nada, sin decir ni fu ni fa, era como si mi padre y yo no estuviéramos allí, con él. Y no fue sino hasta esa mañana, cuando estábamos en el coche de mi padre que fue la primera vez que lo escuchamos abrir la boca y hablar. —Cada persona sufre su duelo a su manera... —soltó Brad. Levanté la cara hasta el techo. Era cierto, todo el mundo lo hacía todo de la forma en que le parecía era lo mejor; pero, lo que no me habría imaginado jamás era que Simón y yo pasaríamos por ese trance de una forma tan impropia. Puede que fuéramos como dos gotas de agua, sin contar con que él tenía el pelo unos cinco centímetros más largo, pero éramos como dos gotas de lluvia, idénticos. Pero… ¿Es que ahora nos ha dado por intercambiarnos la personalidad? Suspiré, sin decir nada más. Miré fijamente a Brand y le susurré: —No sé cómo puedo ayudarlo. Apenas y lo reconozco... —luego de admitir lo que para mí era algo vergonzoso agregué—. Sí, sí, lo quiero, es mi hermano. No vayas a creer lo contrario… pero ahora mismo… Brad que me conocía bien volvió a besarme en la boca, yo sabía que lo hacía para tranquilizarme. —Y eso no tiene remedio, pero lo que tienes que hacer es estar con él para que sea como antes... —dijo—, sabes que no se puede acelerar el proceso de duelo; hay que dejar que siga su curso natural de las cosas. Brad era más sabio de lo que aparentaba y en ese momento si no era por él las cosas habrían salido mucho peor. —Pues esa es la parte que no me agrada —apunté—. Me gusta tenerlo todo bajo control. Si hay un problema, busco la solución. Me pongo ansioso cuando me siento impotente ante las cosas. Brand soltó una risita de esas que me encantaban. —Te prometo que al final aprenderás a hacerlo —me lo aseguraba. Dejé salir un suspiro y cierro los ojos para frenar las lágrimas en los ojos. —Mi mamá se ha ido, Brad. Se ha ido para siempre… –le dije con la voz quebrada y él me abrazaba para contenerme. —Ya lo sé. Lo siento muchísimo —susurró en mis oídos. Pero yo por dentro me decía a mí mismo: “Ya de una vez por todas componente. Este llorón no eres tú” Y trataba de contenerme para mostrarme una vez más fuerte. Pensaba que era eso lo que Brand esperaba de mí. Y de la nada le confesé algo que me dolía en el alma y que nunca podría perdonarme en la vida: —Mamá me pidió que me fuera un fin de semana con ella el mes pasado —le dije con el mismo tono. Brad me miró con pena en los ojos. —Martín, no te hagas esto —se me adelantó intuyendo lo que iba a decirle. Pero yo estaba tan arrepentido… —Y le dije que no podía porque me iba a pasar el fin de semana entero en la pista para preparar una competición a la que no he podido ir porque se ha muerto. Soy de lo peor... —Martín —me decía tratando de darme consuelo—, tenías cosas que hacer y tampoco es que fuera la primera vez que pasaba… Volví a suspirar para contener el vacío que sentía en el estómago. —Lo sé pero me siento mal por eso. Debí ponerla a ella como mi prioridad —le dije. —Sabes que era imposible que supieras lo que iba a pasar. Hasta donde sé, no eres brujo… ¿o sí lo eres? Lo que pasaba es que se me daba bastante mal lo de perdonarme a mí mismo. Con los demás ni me lo pensaba, pero conmigo era muy distinto. Brad agitó la cabeza en desaprobación. —Solo quiero cerrar los ojos y dormir pero ni siquiera eso puedo hacer… —¿Otra vez el insomnio? Afirmé con la cabeza.
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