Capítulo 5: "La confesión".

1986 Words
—¿Están seguros de que ustedes podrán cuidar de Juan? A mí no me molestaría pasar la noche con él —aseguró Benjamín. —Lo sé, papá —Isabel trató de tranquilizarlo—, pero si se despertase ¿No sería mejor que hablara conmigo? Además de ser mi hermano, él es mi amigo. Juan confiará en mí. —Eso es cierto… —suspiró—. Bueno, los dejaré a ustedes tres en mi cuarto, y yo dormiré en tu futura habitación, Isa. No duden en informarme si algo malo sucede. —¿Podrás avisarle a los Hiedra que mañana no iré a trabajar? —preguntó Isabel, poniendo ojos de cachorrito. Se sentía súper agotada físicamente ¡Había dormido mal todo el verano! —Claro. También hablaré con tu madre para comunicarle que dormirás aquí. —De acuerdo, papá. Una vez que Benjamín se fue a dormir, Samuel e Isabel cerraron la puerta de la habitación. —Tengo que revisar a Juan —le susurró el joven Aguilar—. No nos han contado qué pasó con él, y necesitamos saber la verdad. —Dijeron que discutió con alguien de su familia, por eso sufrió una conmoción. No tiene sentido, porque él mismo se ha escapado de casa cuando sólo mi mamá estaba allí —musitó con preocupación, y luego inquirió—: ¿Dónde puede haber estado? —¿Él sabía que vos habías ido al cementerio anoche? —preguntó su primo. —Sí… La joven Medina entendió todo de repente. Se llevó las manos a la boca, y sollozó: —¡Dios mío! ¡Todo ha sido mi culpa! Samuel le dio unas palmaditas en el hombro, e intentó consolarla. —No es cierto. Los Fraudes son los causantes de todos nuestros disgustos. —Sam —Isabel se sentía increíblemente abrumada—. Mi hermano fue a buscarme al cementerio a medianoche aproximadamente, según lo que me ha dicho mi mamá. A esa hora, nosotros ya estábamos en Culturam con Toribio Castellán y le habíamos mostrado a Esteban Franco las pruebas de que Benítez había intentado violarme —de sólo recordarlo, se estremeció—. Vos y yo teníamos la intención de buscar entre las lápidas las fotografías que había escondido Luis ¿No es cierto? Pero pospusimos nuestro objetivo porque supusiste que había mucha gente allí. —Todo lo que decís es lógico, Isa. Tendré que esperar un par de días antes de volver a por las fotos… —se frotó la barbilla, pensativo—: creo que Juan ha sido testigo de algo que no debía. Fue luego de medianoche cuando una mujer ingresó a la Sala de Implantes para informarnos del asesinato de Benítez. —¡Tiene sentido! —exclamó Isabel, sin poder ocultar su preocupación—. No era la primera vez que nosotros deambulábamos por el cementerio ¿Por qué en esta ocasión se preocuparon por una supuesta conmoción familiar? ¡Deben haberle hecho algo a Juan porque fue testigo de un homicidio! —¿Tenés la medicación que le dieron los Culturam? —preguntó Samuel, frunciendo el entrecejo. Isabel buscó los frascos que le habían entregado los enfermeros, y se los alcanzó a su primo. —Las etiquetas indican que son desinflamatorios, analgésicos, entre otras drogas comunes —observó el muchacho—. Sin embargo, no estoy seguro de que lo sean. Lo mejor será que Juan vaya al hospital y un médico que no pertenezca a Culturam le recete los medicamentos. —¿Cómo haremos para que Horacio no se entere de ello? —No lo sé. Podemos llamar a un doctor para que venga hasta aquí —sugirió el muchacho de rastas. —Tendré que darle una buena explicación a mi papá mañana —comentó la muchacha, sin poder ocultar su consternación ¿Acaso los problemas no acabarían nunca? De repente, él comenzó a levantarle la remera a Juan Cruz con suavidad. —¿Qué estás haciendo? —Tengo que verle el torso y las extremidades, Isabel. Será mejor que mires para otro lado. Isabel desvió la vista hasta la ventana. Temía que le hubieran causado daños irreparables a su adorado hermano menor. No era capaz de contener las lágrimas. Deseó encender un cigarrillo, pero sabía que allí no podría hacerlo. —¡No puede ser! —exclamó Samuel. La señorita Medina volteó inmediatamente. —¿Qué encontraste? Samuel le había levantado las botamangas de los pantalones a Juan, dejando a relucir una venda en su pierna derecha. El joven Aguilar empezó a quitársela delicadamente, hasta dejar al descubierto una herida que había sido suturada, probablemente luego de una pequeña cirugía. —¿Qué es eso? —preguntó Isabel, llena de preocupación. —Dejame ver… —observó detenidamente la extremidad de su primo. Al cabo de un rato, comentó: —Ha recibido una bala. Puedo deducirlo por la forma que la herida ha adoptado en la piel ¿Lo ves? —señaló el lugar específico con el dedo—. Es un círculo imperfecto atravesado por la sutura… —¡Pobrecito! —sollozó la muchacha—. ¿Por qué lo hirieron? —¿Habrá intentado escapar? —sugirió Sam, encogiéndose de hombros—. Me pregunto quién le habrá disparado a Benítez… Si se hubiera tratado de alguien con el rostro cubierto, no hubieran torturado a Juan Cruz ¿No creés? Me atrevo a pensar que el asesino de Sergio y el agresor de tu hermano son la misma persona. —Pienso lo mismo —musitó Isabel, sintiéndose increíblemente mal por Juan Cruz. Hizo una breve pausa, y luego preguntó—: ¿Cómo creés que reaccionará él al despertar, luego de todo lo que le ha sucedido? Samuel abrió los ojos como platos. Las palabras de su prima le habían dado una idea, que evidentemente era aterradora. Sin contestarle, revisó el cuello del joven Medina, girándolo delicadamente de un lado hacia otro. —¿Qué estás buscando ahora? —preguntó Isabel con ansiedad. —Ahí te digo. Dejame ver… —colocó a Juan boca abajo. Cerca de la nuca, había un punto diminuto, como si le hubieran colocado un líquido que debía actuar directamente en el cerebro. Samuel soltó una seguidilla de insultos y maldiciones, lo cual no era propio de él. Isabel se preocupó aún más. —¿Qué ocurre? —preguntó la muchacha. El joven Aguilar frunció el entrecejo, y se pasó la mano por la cara. Se veía consternado. —¿Qué ocurre? —repitió Isabel, sintiendo que la ansiedad estaba a punto de devorarla por dentro. —¿Ves el punto que está en su cuello? —lo señaló con el dedo índice—. Hay un rastro brillante en su piel ¿No lo notás? —No —la luz del cuarto de su padre no era la indicada para examinar tan minuciosamente a alguien—. Andá directo al grano, Sam ¿Qué le pasó a Juan? —Deduzco que lo han herido en la pierna para que no escapase, porque no tenían la intención de matarlo… y luego… luego… —¡Samuel! —protestó Isabel, quien ya no soportaba los nervios. —Creo que le han borrado parte de sus recuerdos. Cuando Benjamín ingresó a su habitación a las siete y media de la mañana, vio que su hija y su… amigo, estaban tomándole el pulso a Juan Cruz. —¿Está todo en orden? —preguntó. Isabel, quien tenía unas ojeras enormes, el cabello algo desarreglado y se veía exhausta, replicó: —Aún no ha despertado. —Ambos deberían ir a descansar… —comenzó a decir el señor Medina, pero su hija lo interrumpió: —Tengo que preparar nuestras pertenencias para poder mudarnos. Samuel me ayudará. —¡Pobre chico, dejalo ir a dormir un rato! —No se preocupe por mí, señor. Creo que ahora hay prioridades —contestó el joven Aguilar amablemente, y luego le dijo a Isabel—: te espero afuera. —¿No querés desayunar antes de irte? —No hace falta, señor. Le agradezco mucho la invitación. Saludó a Benjamín estrechando su mano, y se retiró. El padre de Isabel miró a su hija a los ojos. Ella movía sus manos con nerviosismo ¿Acaso tenía algo para decirle? —Papá… —susurró, poniendo ojos de cachorrito—, tengo algo que pedirte. —Decime. —Bueno, no sé por dónde empezar… —hizo una breve pausa, y respiró profundamente antes de murmurar—: ¿Podrás llamar a un médico particular para que venga a revisar a Juan hasta aquí? La pregunta lo pilló por sorpresa. —¿Cómo? Su hija vaciló unos instantes ¿Por qué tardaba tanto en contarle lo que realmente estaba sucediendo? —¿Viste que te dijimos que lo llevamos al médico? Bueno, no confiamos en lo que le ha recetado. —¿Por qué no? —Bueno… Es complicado de explicártelo con palabras, creo que será mejor que te lo muestre. Levantó la botamanga derecha del pantalón de Juan: su pierna estaba vendada. Quitó el paño con delicadeza, y pronto dejó al descubierto una herida suturada. —¿Qué es eso? —preguntó con preocupación. —Lo han operado de una bala, y no nos han dicho. ¿¡Qué¡? ¿Qué le ha pasado a Juan Cruz? ¿Quién se había atrevido a hacerle daño? ¡Era solo un niño de quince años y seis meses! —¿Qué demonios? —Benjamín, quien se caracterizaba por ser una persona tranquila, acababa de perder los estribos—. ¿Qué estás diciéndome, Isabel? ¿Quién es ese doctor? —No puedo decírtelo… Estaba perdiendo la paciencia, y su corazón latía violentamente por la preocupación. —No estoy de humor para juegos, hija ¡Decime qué le pasó a Juan! Isabel lo abrazó, y sollozó en su pecho. —No quiero que te hagan daño a vos también… si te lo digo, puede que quieran lastimarte… Por eso debemos mantener todo esto en secreto. La justicia y la policía no actuarán en este caso, por eso estoy pidiéndote que llames a un médico particular para que revise a Juan. —Isabel —apartó a su hija y la miró a los ojos—, necesito que me cuentes la verdad. Ustedes son menores de edad, y no deberían actuar por su cuenta. Yo estoy aquí para ayudarlos y protegerlos —trató de sonar tranquilizador, para que su hija se animara a confesar lo que sabía. —Papá ¿Podés hacer lo que te pido? —lo interrumpió Isabel, aún con lágrimas en los ojos—. Nuestra prioridad es la recuperación de Juan. —Lo es, pero tu seguridad también es de suma importancia. Decime qué ha ocurrido, Isa. Tu madre me ha contado que vos y Juan han estado escapándose por las noches… Isabel agachó la mirada, y susurró: —Existe un grupo de gente mala… Ellos fueron los que encontraron a Juan y me hicieron ir a buscarlo. —¿Entonces no estaba drogándose? ¿Quiénes son esas personas? —No me hagas decírtelo, por favor… —Isabel, te lo suplico, decime la verdad. Si no sé qué está pasando ¿Cómo voy a cuidar de ustedes? —apoyó una mano en el hombro de su hija, y con la otra, le levantó el rostro para que lo mire a los ojos—. Decime la verdad, por favor. Su hija vaciló unos minutos que a Benjamín le resultaron eternos. —Lo recordé todo, papá —sollozó—. Ahora entiendo por qué ver las fotos de tu hermana Daniela me causaban terror… —hizo una pausa para respirar profundamente, y probablemente, encontrar las palabras adecuadas para continuar su narración—. Ella no se ha suicidado, sino que la han asesinado entre cuatro hombres. Yo lo vi. Y estas personas son las mismas que han lastimado a Juan.
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