Tal y como había escrito, la puerta de la cocina estaba libre de cualquier seguridad. Levanté mi vestido con mis manos para evitar tropezar y descalza, bajé la pequeña escalera que conducía directamente al muelle. En toda la extensión de la isla existían dos zonas de embarque, una pequeña que no parecía estar disponible para ninguna embarcación mayor y la principal que estaba en la entrada, donde fueron recibidos los invitados para la noche de Henna. La forma de construcción siciliana era peculiar. Era un territorio rodeado por agua y todos parecían haberse adaptado a ese modo de vivir. Sicilia era costa y arena.
Mis pies se sintieron agradecidos de tocar el verde césped que además estaba fresco. El sereno lo había mojado y cada rosal estaba salpicado de un ligero rocio. Era luna llena, así que la iluminación de esa zona dependía casi únicamente de su imponente brillo.
Era una perfecta noche estrellada.
Un poco perdida, busqué con la mirada el muelle y al llegar, me topé con un lugar vacio. La barca que parecía circundar el lugar no estaba por ningún lado y pronto, me encontré girando la cabeza en todas direcciones, buscando un poco de claridad. El teléfono permanecía en mis manos. No pensaba tardar mucho tiempo en medio de la noche, no es que fuera una miedosa, pero había algo en el ambiente que pareció pesado y un tanto inquietante. A pesar de que la fiesta se desarrollaba dentro, el ruido no parecía mezclarse con la zona donde estaba parada justo ahora. Era muy noche, o más bien, la madrugada. No era seguro salir a hurtadillas de la casa y mucho menos permanecer sola mucho tiempo. Desbloqueé el móvil para enviar un mensaje a Marcello y preguntar donde estaba, cuando al clavar la mirada en el alargado muelle de madera, observé una pequeña caja perdispuesta justo al centro.
Caminé poco a poco, sintiendo como mis pies resentian el frio de la superficie y la tomé en mis manos. Tenía un curioso diseño muy oriental y dentro, contenía un costoso collar de diamantes que relucían con glamour. Una nota permanecía debajo, con un claro mensaje “Mi regalo de bodas, Dolcezza”. Nuevamente estaba allí, esa forma tan curiosa de llamarme que Marcello jamás había usado en persona pero que una de las notas que relacioné a su nombre. Jugué con el papel entre mis dedos.
No me gustaba la sensación en mi estomago. ¿Podría ser el alcohol? ¿El ambiente?
Guardé la nota en la caja y la cerré. La expresión en mi rostro no pudo ser agradecida porque una sensación muy compleja se apoderó de todo mi cuerpo. El silencio me estaba calando los huesos. Mis vellos se erizaron y mi rostro palideció un poco cuando cada movimiento y sonido se convirtieron en una fuente intensa de pavor. Mi cuerpo estaba alerta. El agua parecía demasiado tranquila y solo se podía observar las luces a distancia de la bella Sicilia que aguardaba por mí para el día de mañana, cuando después de las nupcias abandonaría la hermosa isla. Esa imagen me causó un poco de paz. Mi vestido rojo tocaba el suelo, mientras mis pies se acercaban más al borde del muelle. Era una vista realmente preciosa. El contraste del agua, el brillo de la luna y sobre todo la grandeza de una ciudad que parecía tenerlo todo eran algo digno de admirar. Retrocedí un par de pasos y me di la vuelta, mi cuerpo le dio la espalda al agua y cuando me disponía a dar el primer paso para regresar, el viento, la suave brisa nocturna siciliana golpeó mi rostro como si me saludara, haciendo que mi cabello se ondeara un poco. Aparté mi rebelde cabello y fue allí, cuando en medio de la penumbra lo vi. La sangre abandonó mi rostro y mis manos antes calidas, se tornaron frias como el hielo.
A unos veinte metros, permanecía la figura de un hombre, afirmado sobre un árbol con un humeante cigarrillo en la mano. Desde sus zapatos negros, hasta su traje sin corbata que mantenía los dos primeros botones desabrochados con despreocupación, me pareció increíblemente similar. El pantalón le sentaba muy bien, pegado a su fornido cuerpo y a esas gruesas piernas que iba a raya de sus hombros anchos. Su rostro, estaba perdido en medio de la oscuridad. El nombre de Marcello estuvo a punto de salir de mis labios, pero en cuanto caminé un par de pasos para acercarme y observé sus manos, entendí que no tenía nada que ver con él. En su dorso, habia un llamativo tatuaje en forma de cruz que se me hizo conocido, justo en la mano que sostenía elegantemente su humeante cigarrillo. Sus largos dedos y la forma en como lo sostenía resaltaron confianza y despreocupación. Marcello no tenía ese peculiar agarre, ni tampoco dicho tatuaje. No era él, claramente.
Sostuve la caja en mis manos con fuerza e intenté dar un par de pasos más. La figura afirmada al árbol no se movió, se quedó allí, disfrutando de la relajación que el humo en sus pulmones parecía otorgarle. Tragué saliva deseando tomar mi teléfono y llamar a alguien que pudiera venir a salvarme en este momento. No eran los modos del extraño visitante, ni sus tatuajes, pero todo a su alrededor gritaba peligro con brillantes letras rojas. No era normal que estuviera allí, ni mucho menos que pareciera estarme sitiando.
Era momento de dar importancia a mi instinto y ahora mismo me estaba gritando que algo andaba mal. El ambiente y los modos del desconocido no estaban ayudando en nada al silencio ni a la tetrica tranquilidad. Si no quisiera ponerme nerviosa, habría hablado.
La potente necesidad de estar a salvo quedó echa a un lado cuando mis pies se movieron en dirección del peligro. No pensaba dejarme amedrentar y luego de analizarlo un poco me sentí en ventaja. Un hombre en medio de una isla blindada con decenas de guardaespaldas no era nada ¿Cierto? Si resultaba un enemigo, un solo grito mio bastaría para ultimarlo y poner a todos a correr en dirección de aquel muelle. Caminé un poco más y conforme daba cada paso, pude observar como el hombre se tensaba. Que fuera hacia él, no pareció ser el movimiento que estaba esperando. Dejó de estar cómodo y se incorporó dejando ver de mejor manera su imponente figura. Era mucho más grande que cualquier hombre que habia conocido hasta el momento. Ese ligero movimiento de su parte me otorgó la oportunidad de verlo a la cara cuando salió de la penumbra. Mis ojos subieron a su rostro y esa fue la peor decisión que pude tomar en ese momento. No tenía tacones, si no, habría caido allí mismo. Mis piernas temblaron y el suelo se movió o al menos, así lo sentí. Por breves segundos, mis ojos verdes se toparon con una mirada azulada potente e intensa que me consumió. No eran calidos, ni tampoco seductores como en el pasado, si no dureza pura. Parpadee, sintiendome en un dejavú. Mi corazón olvidó como latir y mi respiración, se volvió casi un intento desesperado por aire. Parpadeé y mis labios se entreabrieron con el objetivo de romper el silencio y allí, sumergida en esa horrible sensación, me di cuenta que no tenía voz. Era un hilo.
Gianni Salerno, el hombre que alguna vez fue mi prometido era descarado, divertido y sobre todo seductor. Dejaba ver dicho encanto en su sonrisa atractiva y en sus modos finos y elegantes. El espectro que tenía delante de mi no guardaba nada de eso.
Tenía una mirada fría como el hielo y la maldad danzando en sus ojos como una promesa de sangre.
Acababa de ver un muerto. Esa era mi realidad.
—¡Señorita! —gritó una voz a la distancia haciendo que toda mi atención fuera en esa dirección como si se tratara de un salvavidas. Al darme cuenta de mi error, voltee de nuevo al árbol y el lugar estaba completamente vacio, como si la imagen que me estremecio hubiera sido unicamente una ilusión nacida del estres en mi cabeza. Mi corazón volvió a latir con un poco más de calma, aunque más lento de lo normal, aun así, saber que una persona se acercaba me llenó de valentía para dirigirme al árbol y darme cuenta de que no había nadie, ni rastro de sus huellas. Loca, me estaba volviendo loca. Cerré mis ojos y tomé aire.
Mi mente estaba cansada y, además, nerviosa por la boda. Era el maldito estres, el que me estaba consumiendo. No debí haber salido tan cansada porque mi situación, me provocó intensas visiones o esa fue la explicación que me di al desliz que casi me lleva al infarto. El hombre repitió mi nombre y yo abrí los ojos. Usé esos segundos para decirme internamente que debía calmarme.
Todo iba a estar bien. Solo fue una visión.
Un guardaespaldas se acercaba a mi con rapidez. Halil estaba allí.
Diablos. Estaba un poco molesto y yo más feliz que nunca de verlo.
—Halil—solté esperando que no notara mi alivio..
—Son las tres de la mañana, señorita Gurkan. Su madre acaba de asustarse porque no estaba en la habitación—explicó y yo suspiré. Amaba a mamá más que nunca. El hombre me observó con preocupación. Tenía un sexto sentido bien cincelado.
—¿Está bien?—preguntó escudriñandome con la mirada.
—¿Porque no habría de estarlo?
—Está pálida—me hizo saber y yo me toqué el rostro. Además de palida, helada.
—Tengo mucho sueño, pero quise venir a caminar antes de irme a la cama. ¿No crees que tenemos una luna hermosa el día de hoy? —Mis palabras buscaron distraerlo—. El escandalo no es opción. Mi padre no debe saberlo. Entiendo los cuidados pero considero que una novia requiere su espacio a menos que algo de fuerza mayor se lo impida ¿La isla no es segura? ¿O hay algo que deba saber?
Halil negó rápidamente con sus manos, casi con desesperación.
—No tiene nada que ver con eso, pero no es bueno que recorra el lugar. La isla es extensa y aunque tenemos ojos casi en todas partes, hay detalles que se pasan por alto en medio de la noche. Ha habido un apagón. Las cámaras dejaron de funcionar por un rato, eso me dio mala espina, pero ahora que la he encontrado creo que debe volver a la cama.
Agradecí mucho su presencia y me dispuse a seguirlo. Halil me dio la espalda para hablar por la radio e informar que acababa de encontrarme, mientras yo caminaba justo a lado del árbol, detectando una fragancia masculina poco usual que no debería estar allí. Era un aroma potente y agradable. El aroma de una airosa y bien diseñada fragancia llegó a mis sentidos. Me quedé quieta llamando la atención del guardaespalda quien frunció el ceño cuando me detuve.
—¿Qué pasa?—preguntó con el ceño fruncido.
—¿Has cambiado de perfume? ¿Algo italiano tal vez?
—Soy fiel a las fragancias turcas.
Se alisó el sacó y se aclaró la garganta. Por supuesto. Yo asentí dándole la razón.
—Claro, mi error, una disculpa.
Pasé a su lado sacando de prioridad lo del perfume y fue allí donde Halil centró su atención en la caja que tenía en las manos. No dudó en increparme sobre su origen y yo se lo mostré con todo el orgullo del mundo, era mi primer regalo de bodas.
—Un obsequio, lo encontré en mi habitación.
—¿Puedo saber de quien?
—Mi prometido, Halil.
—Un hombre muy atento—reflexionó.
—¿Lo crees?
—Sus ojos brillan, supongo que lo es—objetó provocando que mi cuerpo olvidará el mal momento que acababa de pasar en el muelle. Muy amablemente me acompañó hasta mi habitación. Mamá me recibió un poco molesta por haberla hecho pasar un susto y después me informó que iría a dormir. Había tenido suficiente baile por esta noche. La compañía siempre ayudaba a olvidar un poco las malas experiencias, pero en cuanto me quedé sola y comencé a quitarme la ropa, el mal recuerdo volvió y me sentí observada.
Había quedado con los nervios alterados. El alcohol debía ser el culpable.
Mañana no tomaría ni una sola copa, ni siquiera para brindar.
Cerré mis ojos y maldije entre dientes.
—No te comportes como una loca, Neylan.
Froté mi sien. Debía mantener la compostura.
Una combinación de circunstancias poco agradables me hizo tener una visión y Halil me observó como una loca cuando le pregunté del perfume, así que todo era cosa de la mente y de mis inquietudes. No quise profundizar más, si no, al día siguiente iba a tener las peores ojeras del mundo y no existiría maquillaje que pudiera salvarme de los efectos del ojo panda. Observé por ultima vez la joya y mi teléfono. Era momento de dejarlo ir, mierda.
No había más mensajes de Marcello. ¿Por qué no había aparecido? ¿Por qué solo dejó su regalo allí como si fuera un ladrón? Cuando lo tuviera delante le iba a recriminar que su acción que debió ser romántica se sintió como una película de horror que casi me lleva al hospital. Quise hacerlo a través de un mensaje de texto, pero cuando envié un emoji, este terminó mostrando un teléfono apagado. Tendría que ser mañana. Un poco frustrada lancé el teléfono a la cama, justo antes de que yo hiciera lo mismo. Puse mi brazo sobre mi rostro y bufé con molestía. No era por el encuentro tetrico a medianoche que había salido mal, si no porque no era prudente que una novia tuviera una visión con su ex prometido muerto desde hacía casi siete años, justo en el mismo jardín donde se casaría al día siguiente con otro hombre, que para variar era el primo sanguíneo del difunto. Era una falta respeto para todo el mundo y para mi misma que prometí olvidar. ¿Que seguía un sueño humedo? Si eso pasaba, metería mi cabeza en un agujero de tierra.
¿Que brujería había caido sobre mi?
¡Era una locura! Suspiré y me convencí.
Todo iba a estar bien cuando llegara la mañana.
(…)
Para cuando el reloj marcó las doce del día todo estaba listo. Mis ojos curiosos observaron a través del ventanal la decoración en la que se había convertido el caos de los organizadores. Horas antes, personas de todo tipo habían corrido con listones, flores y telas. Como si se tratara de magia todo fue levantado a la perfección y el escenario delante de mis ojos era digno de alguna película. Todos parecían haber dado hasta su ultimo aliento para complacer las exigencias de la Famiglia. El vestido blanco estaba ceñido a mi cuerpo y el largo velo, ya estaba esparcido por toda la habitación. Iba a ser una boda tradicional siciliana que más tarde, tendría su versión turca. Papá no iba a estar contento si no me veía dentro del tradicional vestido musulmán color rojo que toda novia debía llevar antes de sellar su compromiso ante el altar que daba a la Meca. Iba a ser un día atareado pero muy sustancioso. Una mujer no se casaba todos los días y según las mujeres de la noche de Henna estos recuerdos debían atesorarse porque no se repetían.
No divorcio.
No malos pensamientos.
Solo exitos en la vida marital.
No me aparté de la ventana porque sabía que, aunque media Italia desfilara delante de mi, nadie podría ver mi silueta, pues los vidrios eran polarizados por privacidad y seguridad. Mi atención fue robada por el sonido de la puerta y mis labios dibujaron una despampanante sonrisa al ver a mi padre. Se quedó paralizado en la puerta.
—¿Me veo linda? —pregunté haciendo las mismas poses con las que solía divertirlo cuando era niña, siempre era justo antes de pedirle dinero para comprar muchos vestidos. Nunca, ni una sola vez, dijo que no a alguno de mis caprichos.
—Preciosa.
Mi peinado era un perfecto tocado que dejó algunos risos rebeldes caer a cada lado de mis mejillas. Papá tomó uno de ellos en sus dedos y por la forma en la que me miró, supe que tenía delante de Kerem Gurkan, mi padre, no al temido Mudur de la Turk, que mataría a cualquiera antes que perdonar una ofensa. Sus ojos parecían encantados.
—¿No vas a sufrir como mamá? ¿Cierto?
—De hecho, me estoy arrepientiendo—comentó con seriedad—. Siento que eres demasiado linda como para terminar en las manos de un italiano. Mi hija merece a un sultán o algo más.
—Tu hija no pertenece a un cuento de príncipes y princesas, pero tendrá a un rey de su mundo. Seré la esposa de un Capo, tendrás nietos con buena sangre que te llenaran de orgullo y grandes alianzas que van a beneficiar a Emir y a ti también—expliqué con seguridad—. Estoy haciendo mi parte para con mi familia y además siempre he sentido que no merezco menos.
—Eres ambiciosa y decidida con lo que quieres.
—Ambiciosa y me gusta esta familia—aseguré—. ¿No te has dado cuenta de que siendo tan numerosos y unidos también son más poderosos? Si Italia no fuera de mi agrado, te habría pedido iniciar una guerra en vez de esta boda cuando conocí a Gianni. Aunque siendo sincera, de no haber sido nadie, habría elegido que le olvidaras. Fue un pretexto que me trajo aquí.
—Tuvieron que pasar siete años esta boda.
—Porque así estaba escrito en el destino, ni la muerte cambió mi proximo apellido.
Sonrió porque mi seguridad le causó confianza.
—Estoy contento—confesó por fin. —De una manera u otra, me siento más tranquilo de que no haya sido Gianni Salerno. Una mujer a lado de un hombre caotico, solo puede tener un descenlace y no es lo que quería para ti. Hablé con Lucian ayer, hemos limado asperezas del pasado y he abierto mis ojos al mundo que él espera obtener con esta alianza. Los beneficios de los que hablas están allí, presentes, y voy a jugarme a lo que más amo por ellos, esperando que encuentres lo mismo que yo tengo con tu madre. Si Marcello logra amarte la mitad de lo que yo la amo a ella, entonces serás muy dichosa.
“Me siento más tranquilo de que no haya sido Gianni Salerno”
El comentario me dolió, pues cuando murió se me partió el corazón de que no fuera él. Jamás lo dije directamente, pero la noticia me quebró. Mi padre se limitó a exigir una solución al problema, mientras que yo terminé llorando con el alma hecha pedazos sintiendo que había perdido una parte de mi corazón. El dolor me hizo entender que era mi primer amor. El capricho se convirtió en deseo y el deseo en sentimientos, así de sencillo. No fue un enamoramiento efimero, porque tardé más o menos cuatro años en superar la parte más caótica. No se había ido temporamente. Ya no estaba.
Tenía preguntas en mi cabeza.
¿Habriamos sido felices si no hubiera muerto?
¿Pude haber hecho algo de estar a su lado para evitar que tomara el camino incorrecto? Realmente tenía una afinidad marcada por su Famiglia. Adoraba la unión que guardaban, el ambiente que se respiraba cuando todos estaban juntos, tal vez porque no pude tener eso con mi padre quien creció sin familia, pero sentía que ellos tenían algo grande que valía la pena proteger y que Gianni echó por la borda. Papá besó mi mejilla.
—Allah yeni yolunuz açık olsun. (Que Allah te bendiga en tu nuevo camino.)
—Allah sana sağlık versin baba. (Que Allah te de mucha salud, padre) —respondí y besé su mano en señal de respeto provocando una sonrisa por su parte. Siempre sería el primer hombre en mi corazón y mi mayor respaldo, porque sin importar lo que pasara, siempre iba a tener disponible el camino para volver a casa. Acarició mi mejilla antes de abandonar la sala. La ceremonia estaba próxima a comenzar.
Observé mi teléfono por ultima vez. Mi mensaje nocturno no llegó al de Marcello.
Chiara apareció en la puerta con su equipo de maquillaje para retocarme y mientras lo hacía, sus ojos no dejaban de observarme de reojo. Me di cuenta de inmediato.
—¿Pasa algo?—pregunté.
—No, solo que el maquillaje le ha quedo hermoso. Le sentó muy bien con sus ojos—aseguró con una sonrisa nerviosa—. Solo haré este ultimo retoque. Los invitados están listos. Su madre está en el jardín. He cruzado un par de palabras con ella en el pasillo. Parece que quiere hablar con usted.
—¿Mi madre? ¿Por qué no entró?
—Su padre aun estaba dentro. No quiso arruinar el momento y tampoco interrumpirme.
Asentí. De cualquier manera, al observar el reloj de la pared, me di cuenta de que ya era momento de salir. El plan era sencillo, ir al jardín y esperar que todos los invitados estuvieran listos para la entrada. Agradecí las atenciones de Chiara luego del retoque y salí de la habitación. Un par de guardaespaldas en la entrada me tendieron un poco de ayuda con el vestido y caminé por la puerta de doble hoja que daba directamente al jardín trasero, al preciso lugar del maldito muelle. Para mi tranquilidad el lugar no estaba solo, si no minado de varios guardaespaldas. Uno de los hombres que me acompañaba me tendió la mano para que pudiera bajar los escalones mientras el otro se aseguraba de que mi largo velo no quedara atorado en alguna parte de la escalinata. Cuando estuve en la seguridad del jardín solté su mano y seguí yo sola, no sin antes, levantar un poco el vestido para mayor libertad esperando ver a mamá, pero ella no parecía estar en ninguna parte.
—¿Mi madre no está aquí?
—Vendrá enseguida, señorita.
—Esperaré entonces—anuncié con una ligera sonrisa—. Diganle a mi padre que estaré aquí. Tenemos que caminar juntos al altar. No puede dejarme ser el foco de atención sola.
Las costumbres occidentales no eran lo suyo así que debía guiarlo.
—Claro—respondió para luego comenzar a caminar e ir en su búsqueda. Lo seguí con la mirada hasta que la puerta se cerró a sus espaldas y yo volví toda mi atención al jardín. Aprecié la comodidad de mis tacones y esperé paciente la llegada de mi madre. Mi vista fue un poco incomoda en dirección del árbol que la noche anterior casi me causa pesadillas.
Hoy era un día soleado.
Todo iba a estar bien.
Los ojos de la seguridad estaban sobre mí, algo normal, pensé, era una hermosa mujer metida en un vestido de novia a minutos de caminar al altar de la mano de su padre. Obviamente yo era el foco de atención. Uno de ellos frunció el ceño como si mi presencia estuviera fuera del lugar y observó con curiosidad a los demás. Al ver las letras en uno de sus dedos me di cuenta de que era uno de los nuestros. Dijo algunas palabras al micrófono de su auricular y se acercó a mi con rapidez. No consideré que su comportamiento fuera extraño hasta que lo tuve delante.
—¿Halil no está con usted?
—No, estoy esperando a mi madre.
—La Kralice está con los invitados—respondió consternado en voz baja.
—¿Los invitados? Me dijo que la esperará aquí.
—¿Cuándo lo dijo?—cuestionó.
—Me envió el mensaje con alguien y yo….
Sujetó mi mano con rapidez tomándome por sorpresa. Algo andaba mal.
—Kırmızı kodumuz var. Ben de bayanı eve geri götüreceğim (Tenemos un código rojo. Volveré con la señorita a la casa mientras...) —soltó al micrófono con rapidez, pero antes de que su orden terminara de salir de sus labios mi vestido se manchó de sangre. Me quedé paralizada al escuchar el sonido de la detonación. Un disparo, un disparo acababa de traspasarle la cabeza. El mundo a mi alrededor pareció detenerse y mi respiración se pausó. Mis manos se levantaron automaticamente sintiendo la humedad de las gotas de sangre en mi rostro. Bajé la mirada y noté como lo que alguna vez fue una tela blanca como las nubes en el cielo, ahora tenía gotas carmesíes por todas partes. El miedo no me bloqueó y mi instinto de supervivencia salió a relucir. Me incliné con rapidez y tomé el arma de sus ropas para después apuntar de manera frenética en todas direcciones.
¿Qué acababa de pasar joder?
Primero apunta y después observas que está pasando—me dije para brindarme valor.
“Un arma en tus manos puede salvar tu vida, mientras el miedo puede quítartela.” El arma no tembló en mis manos. Mi padre me dijo una vez que el arma que temblaba en las manos era una señal de miedo y si un Gurkan y su enemigo tenían un arma y una bala, estaban en igualdad de condiciones; No debía haber miedo. Mis ojos recorrieron el jardín. Mi letargo me había impedido escuchar la magnitud de lo que acababa de ocurrir. Era peor, cien veces peor. No solo había un cadáver en el suelo.
Había al menos cinco en el jardín y aquellos guardaespaldas que no yacían muertos en el suelo, mantenían las armas en dirección de la casa, como si el enemigo pudiera provenir de allí. Todo era evidente, ellos eran los verdaderos enemigos y yo estaba rodeada.
—Mi querida señorita Gurkan, creo que debería bajar el arma, no queremos que se lastime—dijo uno de ellos mientras se acercaba a mi de forma peligrosa y con una aura de superioridad palpable.
—No creo que yo sea la que salga lastimada. Si das un paso más, juro por Allah que te volaré la cabeza—espeté retrocediendo. El levantó las manos con diversión y atendió mi petición deteniendo su avance.
—No tenemos mucho tiempo.
—Claro que no lo tienes—aseguré sabiendo que, en unos minutos, el sonido de las armas minaría cada centímetro del jardín de guardaespaldas. Descaradamente, sacó los lentes de sol y los puso en sus ojos. Ya lo había visto en alguna parte. Mi cabeza viajó a mi llegada a Sicilia y luego, a mi pesadilla nocturna. Tenía un tatuaje de cruz en la mano.
—¿Me recuerda?—preguntó divertido.
—Tu eres el hombre de la revista fuera de la cafeteria cuando llegué a Sicilia.
—Nos presentaremos como se debe pronto. Ahora le pido que baje el arma. No queremos ponernos violentos—aplastó uno de los cadáveres con superioridad—. No con usted.
El arma en mi mano no bajó.
Comenzó a caminar buscando acorralarme de nuevo.
—No te acerques…
—No tenemos…
—¡No te acerques!
Mi dedo apretó el gatillo y la bala le traspasó el abdomen.
Mierda. Al momento en que la bala entró en su cuerpo, soltó una maldición y después comenzó a hablar en un italiano de acento extraño mientras su mano corroboraba que estaba sangrando. Retrocedí y mi espalda chocó con otro intruso que me sitió. Una pistola se instaló en mi sien de manera tan fuerte, que me lastimó. Diablos. Mis ojos se llenaron de lagrimas. Iba a hacerme pedazos la cabeza con una facilidad alarmante. Una lagrima traicionera resbaló por mi mejilla y comencé a escuchar el sonido de un motor y por el rabillo del ojo pude ver varias lanchas acercarse. Vaya plan. Estaban usando el agua como zona de fuga.
—¡No me toques! —grité con desdén al ver como otro de ellos me quitaba el arma de la mano con agresividad. Quise pasar mis uñas por su rostro, pero lo único que logré rasguñar fue su brazo. Comencé a moverme de manera frenética. ¡No me iban a sacar de all ¡No! ¡No! ¡Mierda! Su plan estaba delante de mis ojos. Me apartaron de todo y me llevaron allí porque era muy sencillo escapar por agua. Si cedía ahora era probable que nunca viera a mis padres de nuevo. No tenía idea de quienes eran, pero no dejaban de hablar en un italiano incomprensible que en aquel momento no tenía idea, era un dialecto.
Mi cuerpo fue arrastrado en dirección del muelle con mi oposición como barrera, mientras el arma se mantenía en mi sien. La lancha se pegó a la orilla pero ni siquiera buscaron amarrarla. Rapidez y huida, ese era su plan. Lo que estaban haciendo era un suicidio, la seguridad llegaría pronto. Querían sacarme de la isla, llevarme por agua lejanas, solo Allah sabía donde y yo no pensaba permitirlo, pero a la vez tuve miedo de que mi lucha terminara con un disparo en la cabeza. Temía la reacción de mis padres y que mi muerte fuera todo un baño de sangre. Pobre de mamá y pobres de quienes tuvieran que enfrentar la ira de mi padre y Emir. Un objeto de olor fuerte y asqueroso impactó en mi rostro. No quería subir a la jodida lancha. Buscaban que cediera para acelerar el proceso y quitar mi oposición. Intenté convencerme a mi misma de no respirarlo, pero fue imposible cuando mis pulmones suplicaron por aire. Se coló en mi sistema y entonces todo se convirtió en neblina y deseos de dormir de forma inminente. Iba a desmayarme y en ese momento, antes de cerrar los ojos, caí en cuenta de mi realidad; Acababa de ser atrapada.