La noche de Henna.
Mamá puso sus manos en el rostro.
Cualquiera diría que estaba a punto de llorar.
Mi despampanante vestido rojo me sentaba de maravilla, con sus hermosas y tradicionales bordados en dorado por todos lados y las bellas piedras que la modista decidió ponerle como extra para ensalsar aun más la obra de arte que había salido de sus manos. No era nada esponjado, más bien, pegado al cuerpo, y con diversos encajes y dobles fondos que lo hacían ver como el corte digno de una sultana otomana.
Una de las chicas que me estaba ayudando a vestir, se subió sobre un banquito y colocó en mi cabeza la brillante corona roja que había sido un regalo por parte de papá. Era la joyería pura, cual realeza. Invitadas desde Estambul y otras partes de Turquía se habían dado cita al evento. Viajaron durante varias horas con tal de estar presentes y formar parte de la boda que se llevaría a cabo al día siguiente. Todos las esposas de los miembros del Meclis estaban allí, como si buscaran ser testigos de aquel evento que tarde o temprano rendiría frutos en las arcas de sus maridos. Una boda debía ser amor, pero en realidad en la Turk siempre era dinero.
—Ya está listo—anunció después de terminar de poner la corona como tocado. Mi cabello quedó completamente suelto y solamente usó algunos pasadores para asegurarse que todo se mantuviera en su lugar.
No recordaba muy bien su nombre, aunque se había presentado desde que cruzó por la puerta. Le agradecí y al cruzarme con su mirada recordé el importante detalle que se me había pasado por alto, Chiara, ese era su nombre. Mientras me maquillaba dijo que venía desde Lombardía. Era una mujer experta en el maquillaje muy famosa en toda Italia y fue contratada específicamente para arreglarme esa noche. Su presencia había sido gracias a Ludmila, tia de Marcello, que amablemente se había encargado de esos detalles femeninos de los que, por su elegante e impecable estampa, daba a entender, siempre estaba involucrada.
—Mira nada más. Te ves muy bonita—exclamó mamá con los ojos al borde de llanto luchando por no sujetar mi rostro y arruinar el maquillaje. Desde el punto de vista de nuestra cultura esta era una noche especial, para ambas.
Siempre habíamos estado juntas y ahora era momento de abandonar el nido, justamente, como si fuera un ave. Sonreí y negué con la cabeza. No había razones para estar tristes. La tradición dictaba que debía llorar, ambas debíamos hacerlo, pero no era el fin del mundo. Nos volveríamos a ver seguido y siempre teníamos líneas abiertas para hablar todo el tiempo.
Iba a extrañarla, pero era el camino.
—No llores mamá, prometo que te llamaré seguido.
—No se trata de si me llamas o no…
—Lo se, pero así tenía que ser.
Limpió sus lagrimas con rapidez y sonrió.
—Lo siento mucho. Me siento un poco triste. Primero fuimos tu padre y yo y después llegaron ambos, y ahora nuevamente vuelvo a estar sin una parte de mi corazón. Mi hijo se ha casado y ahora es dueño de su propia familia, tu también sigues su mismo camino ahora. Nunca es sencillo para un padre ver partir a sus hijos y yo solamente ruego a Alá que seas muy feliz. No quiero lagrimas en ti.
—Y no las tendrás—aseguré recordando la noche anterior. —No espero llorar en esta boda mamá, es más, creo que posiblemente sea una de las mejores decisiones de mi vida. No estoy nada triste o temerosa del futuro. Siento que mis decisiones, aunque un poco accidentadas, me han llevado al camino correcto.
Y no mentía.
El día de ayer fue una revelación.
Ambos estabamos completamente temerosos del futuro, aunque no nos dignaramos a decirlo en voz alta. No estabamos allí porque las cosas hubieran salido bien exactamente y ese era el mal presentimiento que agobiaba a Marcello. Sentía y sabia, que, si habíamos llegado allí, era porque todo lo que nos rodeaba salió horriblemente mal.
Sus dedos en mi cintura despertaron emociones adversas.
Sus labios en mi boca me hicieron desear más.
Era un hombre tentador cuyos besos estaban próximos a volverse una adicción. Sus ojos grises eran paz y calma, aunque estuviera sometido a un mundo caotico. Esa paz fue muy atrayente y esos ojos, una esperanza de que venían cosas mejores para ambos. Ese beso despertó una promesa.
Ninguno de los dos dijo nada al respecto, pero teníamos o al menos yo, tuve claro que despertó deseos. La noche anterior terminamos la caminata por la playa y yo decidí que era momento de volver. No es que tuviera miedo de que un beso más pudiera terminar en otra parte, simplemente que no quería sobrecargar el ambiente. Pude haber propiciado algo más, porque mi interior despertó y añoró que ocurriera, pero pronto vendrían noches, muchas noches o días, en cualquier momento podría darse, estando casados, compartir lecho era deber o en el caso de mis pensamientos, puro placer.
—Entonces estoy contenta—aseguró mi madre—, estoy contenta de que puedas hacer tu vida como has deseado y que disfrutes de tus decisiones. Si ahora que estas en el camino, estás contenta, significa que tus decisiones, aunque osadas, generaron algo bueno. Disfrutalo mientras yo festejo esa plenitud.
Besó mis mejillas y acarició mi cabello.
Esa mirada y esos buenos deseos, lo fueron todo para mí.
La fiesta ya resonaba a través de los cristales con la música tradicional y la presencia de los invitados que, para poder llegar, habían tomado aviones y para concluir, un corto viaje en bote, pues estabamos en la preciosa Isola Bella. La pequeña isla era privada. Tenía una mansión bien construida y con una estructura tan ostentosa, que parecía un palacio. Sus jardines decoraban todo el perímetro de la isla y sin duda, parecía la residencia de una reina. No podía quejarme en ningún sentido. Nada de lo que estaba pasando era cosa de mi padre, pues como Marcello ofreció cumplir mis caprichos, todo salió de su bolsillo y de la planeación sorpresiva de las mujeres de su familia. Mamá estuvo presente, claro, pero solamente para el rito central, que las italianas desconocían.
Los hombres no estaban en la isla.
Tenían su propia celebración donde papá y Emir debían estar siendo los cabecillas de la tradición turca. Hubiera pagado por verlo beber vino en compañía de su nueva familia política sin parecer un ogro amargado. Estaba segura de que mi hermano iba a encargarse de que el ambiente fuera ameno.
Era mi noche, así que no me preocupé de nada más.
Mamá me ayudó a ponerme el velo rojo y entonces todo comenzó. Las mujeres bailaban al son de la música, que, si bien algunas no entendían del todo, era lo suficientemente hermosa como para que se prestaran al baile sin exigir demasiado. Me senté en el pequeño escenario predispuesto para mi, mientras aplaudía y veía a todas bailar.
La presencia de los hombres se pudo ver a la distancia en forma de guardaespaldas, que mantenían los ojos fijos hacía el jardín, con la espalda recta en los ventanales. Sus cuerpos rígidos, solamente parecían moverse para cambiar de posición y continuar con su turno. La Turk parecía tener una maldición las noches de Henna y las bodas, pero esta en particular no tenía un peso negativo y para la traquilidad de todos, no estabamos en Turquía. Volví mi atención a la pista de baile donde las damas solteras y casadas, levantaban sus manos disfrutando de las buenas notas de música que estaban siendo desarrolladas en vivo por la orquesta.
Los suelos habían sido forrados de alfombras turcas y las cortinas cambiadas por un bello encaje rojo con dorado. Era como una pequeña parte de Turquía dentro de una residencia italiana, así que cada sonrisa de disfrute por mi parte no podía ser más que sincera. Un grito de parte de una de las mujeres anunció que era momento de que me uniera al baile y fue inevitable no hacerlo. Una vez que la Henna pintara mis dedos, no tendría mas permanecer con las manos cerradas y esperar que aquella moneda dorada se quedara grabada como si se tratara de un tatuaje en forma de buenos augurios.
Mamá se unió al baile conmigo por unos momentos. Su cabello ondulado hacia constraste con el mio mientras movía su cuerpo al ritmo de la música y sonreía, muy diferente a lo que se debía esperar de esa noche que era de llanto. Así era exactactamente como me gustaba verla, sonriendo. Sujetó mis manos y bailó a mi lado como si fuéramos solo las dos, hasta que el llamado de una de las mujeres anunció que era momento de la Henna. Sonriendo, regresé a mi asiento.
—Recuerda que no puedes abrir las manos—recordó mi madre—, no hasta que la moneda esté en tu palma. Así Allah bendecirá con prosperidad y abundancia. Refah ve bolluk (Prosperidad y abundancia).
—¡Refah ve bolluk! (Prosperidad y abundancia) —repitieron las invitadas turcas al escucharla decir aquello, lo hicieron con tanta euforia que fue imposible no reír.
La madre de Marcello fue guiada por mi madre.
—El puño no se abre, hasta que llegue la moneda.
Negué. No iba a hacerlo.
Tardó unos segundos y me mostró una bolsa con una linda moneda dorada que indudablemente era de oro real. Al verla, las demás invitadas aplaudieron y ella sonrió.
—Que tu matrimonio con mi hijo esté lleno de mucha abundancia y que esta moneda sea tu bienvenida a esta familia, Neylan—dijo poniendola en mis manos y cerrando mi puño con sumo cuidado.
—Grazie mille, suocera. (Muchas gracias, suegra.)
—Grazie mille, nuora (Muchas gracias, nuera)—articuló con satisfacción ante mi italiano que había estado practicando para no decepcionar. Las mujeres me miraron complacidas, especialmente Leisel, quien, a pesar de permanecer callada, mantenía unos ojos satisfechos. Un segundo en el que cruzamos miradas bastó para respetarla mucho más, pues no debía ser fácil estar allí, cuando se suponía que era ella quien debió haber puesto la moneda en mi mano.
Me sonrió y yo le correspondí.
Por algo era la Regina.
La Henna terminó en mis manos.
Esa pasta café se pegó a mi palma y la moneda fue afirmada sobre ella para que el diseño se quedara grabado en mi piel. Cerré con fuerza el puño para evitar que no diera resultado y todo el mundo continuó bailando sin parar por lo que restaba de la noche. Algunas meseras repartían bocadillos y la mesa esta rebosante de comida. Había una pirámide de copas de toda clase de jugos y uno que otro coctel de alcohol. No importaba que tanto disfrutara de los eventos y del baile, siempre era necesario un minuto de descanso. Con la mano echa puños, continue bailando, pues no quería que la henna se hiciera un desastre, pero tampoco que la tan esperada figura no tuviera forma. Una pequeña tela blanca, cubrió mi palma, para evitar que todo se moviera y lo agradecí.
Bailar con libertad era lo mejor.
Pasaron un par de horas antes de que mis pies pidieron descanso. Los tacones me estaban molestando un poco, así que mientras las demás damas bailaban decidí escabullirme y buscar un poco de libertad de esos agobiantes tacones, que, si bien no eran incomodos, no me dieron tregua, busqué un poco de agua por mi misma para limpiar la Henna de una de mis manos y entonces observé la moneda impresa en mi palma.
Sonreí de inmediato.
Eso sonaba como un éxito rotundo.
Al salir del baño, busqué mi teléfono.
¿Disfrutando de la fiesta? —Marcello.
Y allí estaba ese mensaje, demostrando que siempre parecía estar presente en su cabeza. Era un hombre demasiado atento y no sabía si eso debía preocuparme. ¿Podía ser un Casanova disfrazado de caballero? Negué ante mis pensamientos.
No tenía rostro de ser un canalla.
Con los pies adoloridos del baile ¿Han bebido alcohol? —Neylan.
El mensaje fue leído de inmediato.
Mi padre está un poco ebrio, creo que se volverá el alma de la fiesta junto con el tio Leonard. Tu padre lleva tres horas hablando sin parar con el tio Lucian, parece demasiado entretenido ¿Debería preocuparme? —Marcello.
Eso era una muy buena señal.
Si mi padre estaba sumergido en un tema de conversación significaba que estaba cómodo. Definitivamente no había nada de que preocuparse.
No te preocupes. Estás a salvo. —Neylan.
Ese fue el ultimo mensaje que recibí de su autoría.
Me quité los zapatos por unos momentos, pero antes de que pudiera acostarme en la cama, la puerta resonó y mamá apareció para sacarme de allí sin zapatos. Era una noche que no se repetía y debía ser disfrutada de pies a cabeza. "Hasta que el cuerpo soportara parecía ser demasiado para mi cuerpo". Horas más tarde, tenía mis manos repletas de dibujos de Henna que las invitadas más jóvenes se tomaron el lujo de plasmar. No podía quejarme, los diseños que escogieron eran hermosos y cada pincelada, eran buenos deseos. El reloj marcó las dos de la mañana y las mujeres no habían dejado de bailar.
Las italianas presentes mantuvieron el alma viva de las demás, que no abandonaron la pista y disfrutaron del ambiente debido al ligero alcohol sembrado en las mesas de cocteles. Cuando mostré mi mano marcada con la moneda, todas estallaron en aplausos y yo di por terminada mi intervención.
Mi madre no parecía querer desistir.
—¿No podemos quedarnos un poco más?
—Mamá, solo estoy un poco cansada y debo dormir para estar preciosa el día de mañana. Tu si gustas puedes quedarte. No me enojaré contigo. Si no quieres dormir, sigue bailando.
Frunció el ceño.
—¿Estás segura?
—Por Allah, que si—aseguré y ella sonrió.
—Entonces me iré, pero no le digas a tu padre.
Puse un candado en mis labios. Juré que no.
—Por Allah.
—Por Allah.
Bajó las escaleras con tanta rapidez que temí que cayera, pero ella tenía mucha más destreza que yo justo ahora. Subí hasta la habitación agradecida de que los tacones ya no fueran un problema. Sonreí al recordar que no hubo lagrimas, mamá estuvo tan feliz bailando a mi lado, que olvidó que la tradición dictaba que debía quebrarse en llanto.
Esa fue mi parte más feliz de la noche, verla sonreír.
Estaba a punto de quitarme el velo cuando recordé mi teléfono. Lo busqué entre las sabanas esperando tener un mensaje nuevo, pero lamentablemente no fue así. El mensaje había quedado en visto, lo que demostró que los hombres también se estaban divirtiendo. Lo dejé sobre el buró, cuando sonó anunciando la llegada de un nuevo mensaje.
Iba a quitarme el velo, pero la curiosidad fue mayor, así que fui en su búsqueda. Un mensaje acababa de entrar al buzón. Mis ojos recorrieron las lineas con una velocidad que dejaba marcada toda mi intriga. Levanté las cejas consternada y rápidamente caminé hasta la ventana. A lo lejos, casi de forma imperceptible se podía ver un bote moviéndose en el agua, sin ruido alguno.
¿Realmente estaba allí?
Releí el mensaje nuevamente.
¿No quieres que me una a la fiesta? —Marcello.
Estaba escribiendo mi respuesta cuando él fue más rápido.
Te espero en el pequeño muelle. Si sales por la puerta de la cocina sin hacer ruido, no tendrás que preocuparte por la seguridad. No queremos escándalos antes de la boda, a tu padre no le agradan—Marcello.
Fue imposible no leer el mensaje de forma distinta.
¿Algo había cambiado? Por alguna razón, sentí que tenía exactamente el mismo tono de la nota. Podían llamarme loca, pero fue una rara sensación que nuevamente ignoré. Los sentidos no fallaban, pero yo no les creí en ese momento y terminé mordiendo el cebo que me arrastró al Averno.