CAPITULO 3| NEYLAN

5000 Words
¿Cenamos? —Marcello. Sonreí. Fue una invitación directa. No había ni un solo emoji o alguna otra cuestión que hiciera el mensaje más casual. Era una de las cosas más singurales de Marcello. No necesitaba ir muy lejos para dejar ver lo que deseaba exactamente. Si existiera un premio para el hombre más directo, sin duda, él lo obtendría. Respondí de inmediato. No tenía otros planes. Después de terminar de instalarme en la nueva habitación y de probarme por segunda vez el vestido para hacer los retoques, no tenía nada más en lista. Deseaba conocer Sicilia tanto como fuera posible y la mejor manera de hacerlo era con alguien que la conocía. Era un poco tarde para cenar, pero confiaba en que podríamos encontrar algun restaurante abierto y así, disfrutar de las delicias gastronómicas que Italia tenía para mi. Haciendo uso de mi voz de adulta, impuse mi decisión. —Imposible. —¿Cómo que imposible? —pregunté ofendida. —¿Ya tienes tu anillo en el dedo? —Solo vamos a ir a cenar—dije con molestia. —He escuchado que en estos tiempos las jóvenes salen a cenar y regresan con hambre a casa. Llevaremos a cabo una boda respetable en unos días y lo mejor será… Mis ojos parpadearon un poco. ¿Habia dicho respetable? No había nada de respetable. Mi padre se aclaró la garganta. No quería que me obligara a soltar los pormenores en voz alta, pero la realidad era sencilla. Me estaba casando con el primo de un prometido que me sometió al escandalo. Si no habíamos compartido lecho, semanas después lo hicimos y dos veces. No había honor que proteger, pues ya estaba mancillado y Allah sabia que lo hice con todo gusto. No estaba arrepentida, fue una gratificante experiencia de la mano de Gianni. No me importaba si el mundo hablaba, porque si se trataba de follar, que más daba hoy o mañana, al final sería y punto. Era una adulta. —Me avergüenzas, papá. No tengo dieciocho. —Pero sigues siendo mi hija. —No dejaré de serlo por ir a cenar. Es más, te estoy comentando por respeto, pero ya había decidido ir y Marcello estará aquí pronto. Solo será una cena rápida, conoceré un poco más el ambiente nocturno de Sicilia y volveré rápidamente a dormir. No quiero ojeras en los próximos días. —Lleva a Halil—resolvió por fin. —Iré sola. No necesito chaperón. Siglo XXI. —No me fio. —Yo si. —Neylan… —Volveré cerca de la media noche—informé dando por sentado que no habría mas oposiciones. Mamá se limitó a despedirse mientras papá lanzaba una mirada molesta en mi dirección. No estaba pidiendo permiso, estaba informando que pensaba salir a comer así que les desee una linda cena. Me perdí de su mirada cargada de reproche y justamente mientras cruzaba el umbral de la puerta, escuché el sonido de las llantas impactar en el suelo empedrado. Hacia un poco de calor así decidí usar un atuendo sencillo pero fresco. Un vestido de tubo color azul rey, con un ceñido cinturón a la cintura para estilizar la figura. En mis manos se mantenía una pequeña cartera a juego y mi cabello estaba peinado en una alta coleta. No estaba desaliñada, pero tampoco tenía toneladas de maquillaje en la cara como sinónimo de producción. No perdía demasiado tiempo en eso, pues Allah me había bendecido con la genética de mamá y eso era una ayuda enorme. Cejas siempre pobladas que constantemente depilaba para mantener su linda y estética forma, pestañas largas, muy largas, que hacían ver mis ojos mucho más grandes. Ambos factores eran muy necesarios para un estilo sencillo. Caminé con cuidado por el suelo de piedra para no tropezar con mis tacones de aguja y me aferré a mi pequeña cartera. Marcello bajó del auto. —Cada hora que pasa me siento más afortunado. —¿Me invitas a cenar para que no te sienta descuidado? —Me has descubierto—bromeó inclinándose para besar mi mejilla—. No quiero que te vayas a arrepentir. No siempre se puede leer a las mujeres con la mirada y no tengo intensiones de quedar plantado en el altar. Continué sujetando mi pequeña cartera. —Y yo no tengo intensiones de hacerlo. Mis tacones parecían intranquilos. ¿Estaba coqueteando? Aquel saludo fue demasiado cerca de la comisura de los labios. Aun podía sentir con claridad el cosquilleo. Abrió la puerta y con un gesto de su mano me invitó a entrar. Agradecí y subí rápidamente. No tardamos en comenzar el camino. —¿Algún plan en especial? —pregunté centrándome en él y allí me di cuenta de que mantenía unos ojos un poco preocupados—. ¿Qué te pasa? Pareces inquieto. —¿No debi entrar a saludar a tu padre? —No lo creo, papá está un poco exasperado. —¿Algo le desagradó? —No está en Turquía, eso es desagradable para él. Sonrió un poco más relajado. Por su expresión parecía estar imaginando toda clase de escenarios donde cualquier palabra salida de su boca podía ser tomada como ofensa. No parecía sentir miedo por mi padre, pero si un inmeso respeto que buscaba mantener hasta con el ultimo aliento. —Entiendo la moción. Cuando visité el país contigo me pareció demasiado hermoso. No tengo dudas de que tu padre se siente agusto allí y tienes razones para echarla en falta. Turquía es simplemente bella—comentó haciendo recordar el momento donde hicimos un viaje juntos y pude conocer un poco más de él. Hubo encuentros desafortunados donde comprendí que al igual que Gianni, era un poco posesivo. Distintivo de la sangre Salerno al parecer. —Aun te falta mucho por conocer. Amo volar en globo en Capadocia y sus ciudades subterráneas son únicas, pero algo que ha robado mi corazón es cabalgar durante el amanecer. Tienes una gran vista del horizonte y ves la enorme estrella en todo su esplendor. Deberíamos de ir alguna vez, juntos. Mi comentario pareció hacerlo recordar algo. —Hemos hablado de boda, noche de Henna y demás, pero nunca hemos mencionado un viaje de Luna de Miel. Creo que es un poco apresurado si me pides mi opinión. Creo que aun no te haces la idea de lo que seremos en un un par de días. Lancé una mirada nerviosa al conductor. —No te preocupes, no nos escucha. —¿No nos escucha? —Tiene audicurales puestos. —Oh, ya veo—musité al verlo señalar unos pequeños cables en sus oídos. Me removí en mi asiento para dar una explicación de mi sentir, al respecto de sus ultimas palabras—. De hecho, me hice una buena idea. Podemos ir a una Luna de Miel donde quieras. Siempre he deseado ir a un lugar paradisiaco y perderme durante días. —¿Algun lugar en particular? —Todavía no lo tengo en mente. —Tal vez lo mejor sea posponerlas—propuso—. Creo que para que sea más cómodo para ambos deberíamos acostumbrarnos primero. Imagina que nos den fresas embarradas de chocolate o nos llenen la cama de flores en estas instancias. Comencé a reír imaginando la escena. Si ponían esa situación delante sería muy complicada. Posiblemente nos íbamos a observar el uno al otro esperando reaccionar. El tiempo rompería para siempre el hielo y ambos tendríamos la capacidad de conectarnos mejor. —Podría ser divertido. —¿Lo crees? —Creo que por la forma que lo dices, sería interesante para mi ver la expresión en tu rostro. No tengo problemas en enfrentar las situaciones que se me vengan delante. De cualquier manera, hoy o mañana, seremos esposos igual. Hoy limitemonos a ir a cenar. Cenar, era una excelente manera de conocernos y de romper el hielo, no dudé ni un solo segundo de que Marcello tenía un buen gusto para esas cosas. Cuando llegamosa la ciudad, había un restaurante perdido en la corta, justo a las orillas de la playa, con sus sillas establecidas sobre el agua en lo que parecía ser una base de madera bien firme sobre sobre las olas. La construcción era casual, pero rápidamente la mesera demostró porque lo había escogido. No se incomodó de ver la seguridad rondando el lugar y tampoco mostró nervio alguno cuando colocó la carta en la mesa y ofreció un buen vino para comenzar. No tenía idea alguna de que vino podía ser el apropiado, pero Marcello como buen italiano, sacó sus conocimientos a relucir y puso en la mesa un aromático vino blanco. —¿Vienes seguido? —Es un restaurante poco concurrido y también la comida es exquisita. Lo descubrí hace unos años después de salir de un bar. El alcohol siempre despierta el apetito y Kassaro es un buen lugar para saciarse de toda clase de placeres culinarios. Observé la carta. No tenía idea de que pedir. Todo tenía fotografías apetitosas. —Ya que pareces conocerlos bien ¿Qué debería pedir? —Ricci di Mare. Señaló un platillo muy colorido, una hermosa pasta color naranja decorada de varios mariscos. La mesera se acercó momento después y tomó la orden. Marcello pidió lo mismo. —¿Solo querías compañía para la cena? —Quería hablar. —Tenemos mucho tiempo para hacerlo—dije sin darle demasiada importancia. La comida siempre ataba a las personas y que mejor manera de conversar que compartiendo un excelente plato de pasta caliente y bebiendo un buen vino. Tomé la copa y saboreé el contenido. Casi tuve un orgasmo al probarlo. Que delicia. Podría hacer eso todas las noches. —¿Qué te pareció? —Que tienes buen ojo para esto. —Soy italiano y aprendí del mejor. —¿De tu padre? —De Gianni—respondió y yo levanté las cejas. —No había nadie mejor que él para catar vinos. Era experto. Solía tomar la copa en sus manos y olerla para detectar su calidad. Disfrutaba de los colores y cuando la movía en círculos se volvía como un ritual para él. Para mi era magnifico, pero para él si no era una copa lo suficientemente buena, devolvía la botella y pedía otra nueva. —No sabía que adorara tanto el vino. —Se parecía mucho a su padre, no solo adoraba los vinos, también los relojes y los trajes caros, como el tio Lucian. Tenía un glamur único para vestir, pero eso ya lo sabes. Pudiste admirarlo muchas veces. Si, siempre era atractivo con esas prendas que elegía. En vez de parecer un hombre, parecía un modelo sacado de revista. Marcello dio un trago a su copa y jugueteó con sus dedos sobre la mesa. Golpeaba ligeramente la madera, inquieto. Su gesto no pasó desapercibido. —¿Algo te molesta? —Problemas en los negocios y una corazonada. —¿Buena o mala? —Terrible—aceptó. —¿Puedo saber de que se trata? —¿No vas a abrumarte? —Voy a escucharte y tal vez pueda hacer menos la carga que llevas en tus hombros. Hablar siempre libera el corazón, así que cuando te sientas hastiado, busca con quien hablar. Eso ayuda mucho a encontrar un poco de escape. Clavó sus ojos en mi. —Tu padre parece ser caotico, pero tu eres lo opuesto—opinó provocando un bufido de mi parte. Ahora tenía lo Yazar en las venas, pero cuando estaba de malas podía ser muy Gurkan. La versión femenina de papá que pecaba de soberbia algunas veces cuando alguien intentaba aplastarla. —No me malinterpretes, solo no ha sido necesario que sea caótica. Te puedo asegurar que no hay nada que vaya en mi contra cuando me formo una meta. Soy competitiva. No me gustan que toquen lo que es mio ni tampoco que se crean más astutos de lo que son. Yo soy muy persistente, pero no estamos hablando de mi, si no de lo que te atormenta. —Me atormentan los malos presentimientos. —¿Cómo cuales? —Como que estoy haciendo lo incorrecto al aceptar esta boda. No soy un hombre de malos juicios ni tampoco de creencias extrañas, pero vivo un poco abrumado y la presión sube cada hora que pasa. Es como si algo buscara decirme que estoy cruzando a terreno poco ventajoso. Sentí algo similar hace un par de años cuando Gianni conoció a Renata Lombardo. No pareció estar al tanto de lo que hablaba hasta que fue demasiado tarde. ¿Quién era esa mujer? —¿A quien? —Renata Lombardo—repitió—. La hija de un líder calabres. No vale la pena que hablemos de eso. —¿Por qué? —Porque Gianni está muerto y ya no importa. Fruncí el ceño. —A mi me importa. —Pero no querras saberlo. Parecía arrepentido. —Quiero saberlo—insistí. Marcello no pareció convencido. —Algunos dicen que su amante, pero yo solo dire que fue una bruja. De no haber sido por ella, Gianni jamás habría levantado un arma en mi dirección y pienso que tampoco se existiría el caos que nos envolvió. Lombardo fue una zorra que lo sedujo con bajezas y que después le lavó la cabeza. No tenías que saberlo, porque al final de todo era tu prometido. Mi mirada cambió. Al final, Gianni y Aslan estaban cortados con la misma tijera. Renata Lombardo. Ni todos los años borrarían esa ofensa. Si no fuera tan rencorosa me habría encogido de hombros y hecho exactamente lo que Marcello dijo, olvidar, pero mi alma no podía dejar pasar una ofensa y de haber estado vivo habría ganado solo Allah sabía que venganza por mi parte. ¡Era un insulto que la Famiglia guardó demasiado bien! Mi amargura tuvo que ser ocultada. Técnicamente fue un infiel. Maldito fuera Gianni Salerno. El tema de conversación cambió abruptamente a Toscana y otras partes de Italia que en algun punto tendría que conocer a profundidad. Marcello no parecía molesto con mis preguntas y siempre buscaba la manera apropiada de solucionar cada una de mis dudas. El plato de pasta era lo más delicioso que había probado en mucho tiempo. Al terminar la cena ambos nos acercamos al barandal que separaba el restaurant de las aguas. Las olas golpeaban ligeramente la estructura inferior pero no las movía en absoluto. Él sacó un cigarrillo del bolsillo y observó hacia la distancia donde la luna, parecía estar posada sobre el mar. —Mañana es tu noche de Henna. —Pensé que las semanas pasarían más lentas. —Me pasó exactamente lo mismo—comentó sin apartar los ojos del agua—. He estado en negativa sobre muchas cosas. Usualmente decirlas en voz alta ayuda y está vez ha funcionado como siempre. Habló de sus miedos o más bien, de sus malos presentimientos. No había nada que temer. Lo que teníamos delante era una historia donde solo ambos podíamos definir el éxito o el fracaso. No se trataba de si estaba escrito o no, solo de como deseábamos que fuera nuestra vida. —No siempre hacemos lo correcto, pero no creo que esta boda sea una mala decisión. En su caso, mi antiguo compromiso con Gianni si lo fue—expliqué recordando el caos que mis decisiones causaron—. Estaba eclipsada por las sensaciones y porque él me gustaba mucho. Se supone que debió ser un encuentro de una noche y las cosas no salieron como ninguno de los dos imaginó. Hay leyes en mi familia que se deben seguir, pero si no me hubiera gustado, jamás habría cedido. Fue un capricho. —¿Capricho? —¿Nunca has deseado aferrarte a algo? —pregunté recordando los ojos azules de Gianni. —Yo deseé aferrarme a él desde la primera vez que lo vi, pero supongo que no queríamos lo mismo. Él deseaba una vida de libertades y yo construir un sueño, una familia. Marcello dio una calada a su cigarrillo. —Gianni nunca fue tradicional. Siempre deseó ir contra marea y cuestionó todos los detalles de nuestra familia. Le gustaba hacer preguntas, sobre todo, cuestionar el proceder de nuestros padres y mejorar las cosas. Fue una pena que, en vez de crecer de manera justa, decidiera darnos la espalda y aliarse con la Calabria. Eso es casi imperdonable. —¿Casi? —Casi, porque yo le he perdonado. Una acción de su parte, ese cañon en mi cabeza no vastó para hacerme olvidar que era mi hermano. Crecimos juntos y las cosas que ocurrieron no borraron los recuerdos de lo que alguna vez fuimos. Yo habría dado mi vida por Gianni de ser necesario. El amor familiar que los ataba era fuerte. A pesar del caos que se formó alrededor, no había escuchado a nadie hablar pestes de Gianni. Su traición fue enterrada como si se tratara de un episodio n***o que todos deseban olvidar. No hubo ni un solo insulto a su alrededor o al menos, que yo hubiera escuchado en mis visitas a Italia. Las palabras de Marcello me hicieron darme cuenta de que no se trataba de una ilusión, si no de una realidad. Les dolió su muerte. —¿Por qué odían tanto a la Calabria? —Porque llevamos años en guerra. No hay momento en los que no buscaran la forma de hacer daño a nuestra familia. Se oponen a nuestros negocios y nos impiden creer. Han estado allí desde siempre, pero supongo que es por sus aberrantes modos. La N´Drangueta es todo lo oscuro que puedas imaginar de este mundo. Fuimos criados para suceder a nuestros padres, pero vivimos en una casa agradable llena de seguridad, sin cadáveres en la sala, dentro de lo requerido. Los calabreses matan delante de sus niños, son patriarcales con sus mujeres y, sobre todo, no tienen palabra. —Entonces es por una filosofía diferente. —Mi familia mata cuando tiene que matar, ya sea por necesidad o por venganza, nunca por placer. En eso ambos éramos diferentes. Papá si mataba por placer, para infundir miedo. —En nuestro mundo es necesario matar—respondí recordando los crueles modos de papá—. Turquía no es como Italia, Marcello. Tenemos enemigos sanguinarios y crueles. Los albanos nunca han perdonado nada y papá se ensaña con ellos constantemente. No puede mantener un código de comportamiento, porque a veces se tiene que hacer lo que sea necesario para acabar con ellos. Si el enemigo es cruento, tu tienes que ser dos veces más cruento o eso es lo que dice mi padre. Sus ojos buscarón los mios mientras sus labios dibujaban una sonrisa. Parecía estar sorprendido, pero a la vez complacido de que hubiera dado una respuesta así. —Es raro en contrar una mujer como tu. —¿Por qué? —Bueno, no es sencillo vivir a lado de alguien que tiene las manos manchadas de sangre y, además, aceptarlo con tanta soltura como tu lo haces. Nuestro mundo es inestable. —Puedes dejar esas emociones para aquellas que no pertenecen a esta vida. No es sencillo para alguien que viene de fuera aceptar la realidad en la que vivimos. No tengo miedo de compartir cama con un hombre así, nunca he visto a mamá asustada por ello, de hecho, creo que se siente más temerosa de dormir sin mi padre—exclamé sabiendo perfectamente que mamá aceptaba a mi padre en todas sus fasetas. Pocas veces solía cuestionar sus acciones y cuando agregaba algo, era por que papá debió haber cometido un error que ella no podía pasar por alto. —Si tu mundo es inestable, tu hogar debe ser estable. No hay más que eso. Cuando terminé de decir esas palabras, metió la mano dentro de su bolsillo y al sacarlo me tendió una pequeña caja de tercipelo. La tomé sin pedir demasiadas explicaciones y al abrirla, descubrí un simple, pero brillante anillo de compromiso. En nuestro afán de hacer las cosas rápido, nos limitamos en muchas cosas. —Es muy lindo. Alargó su mano. —¿Puedo ponerlo? Le respondí con un asentimiento y segundos después la joya resbaló en mi dedo anular. Abrí mi palma y la puse justo delante de mi rostro para admirar el brillo del prominente diamante que la decoraba. Era realmente bonito. —No tenías que haberte molestado. —No puede haber boda si compromiso. —Todo el mundo dice que tienes palabra y eso basta. No tenías que hacerlo y aun así estás aquí. No hay hombre en este mundo en quien se pueda confiar más, que en aquel que pone a su familia primero. Te admiro, Salerno. Encontraste la forma de controlar a mi padre con tu oferta y pareces responsable con tus actos. Me siento segura de unirme a un hombre como tú. —Se perfectamente que no soy el hombre al que te hubiera gustado desposar. Haz dicho que Gianni era un capricho, pero a veces esas emociones negativas son alimentadas por sentimientos mucho más fuertes que la simple inmadurez. Sabes a lo que me refiero. Tomé aire y posteriormente tragué saliva. Sus ojos grises eran una bruma sincera que me pusieron nerviosa. No era nada agradable hablar de sentimientos hacia otro hombre cuando me acababa de poner un anillo en el dedo. Sonreí para cortar la tensión y negué con la cabeza. —No se trata de lo que nos hubiera gustado, si no de lo que nos conviene—aseguré sabiendo que no iba a ofenderlo. El mundo que estaba delante de nuestros ojos era bueno y el futuro que nos sonreía lo era aún más. ¿Por qué hacer una guerra cuando podíamos hacer algo mucho más beneficioso? La respuesta a esta pregunta nos ayudó a tomar la decisión en la que estabamos a punto de embarcanos. Él no era un mal hombre. Yo no sentía que era una mala mujer. Marcello tenía un gran futuro por delante. Técnicamente era el pilar que sostenía el futuro del apellido. Una vez que ambos intercambiaramos sortijas y su nombramiento como capo se llevara a cabo, la historia sería reescrita. Los tiempos iban a renovarse y el futuro iba a hacer majestuoso, casi podía imaginarlo. ¿Qué oposición habría en Europa ante dos familias tan importantes unidas por sangre? No tenía dudas de que una boda como esta solo nos haría diez veces más fuertes que ahora. Las olas golpearon la costa con un suave vaiven. Abandonamos aquel restaurante para caminar en las orillas de la playa cuidando que mis zapatos no se mojaran de agua salada. El silencio entre ambos no era tenso, pero si abría el camino para que se volviera un tanto incomodo. —Siempre he tenido curiosidad de saber que se siente ser un hermano mayor—comenté aligerando la tensión—. Emir siempre ha sido un poco autoritario y supongo que como soy mujer, es más sobreprotector. —Esa necesidad nace por si misma. Alessandra es la única mujer de esta familia y siempre estuvo bajo el ala de los hombres. Ser un hermano mayor no debe ser sencillo. —¿No debe ser sencillo? ¿Acaso no eres el hermano mayor? —Lo soy, pero el peso nunca recayó en mis hombros hasta hace poco—explicó frunciendo el ceño—. No fuimos criados como una familia ordinaria. Gianni siempre fue el camino, el ejemplo, el protector. Tenía a nosotros detrás observando cada uno de sus pasos como si fuera el líder de una manada. Adriano lo idolatraba, Renzo deseaba crecer para poder formar parte del grupo y yo le respetaba y seguía como ninguno. Él era el hermano mayor de todos. —¿Y eso era malo? —Para nosotros no—respondió—, pero cuando éramos jóvenes todo recaía en sus espaldas. Tenía los ojos críticos de todo el mundo sobre él. No importaba que saliera mal, siempre la responsabilidad era suya. Desde pequeño todo el mundo le dicto cual era el camino que debía seguir. No podía fallar porque de inmediato lo enlazaban a la otra sangre que corría por sus venas. Imagina la presión que estaba en sus hombros. Nadie festejaba sus logros porque era lo que debía ser, y todo el mundo echaba en cara sus fracasos, porque tenía razones para fallar. Al final era un Contti. El tema de conversación se estaba volviendo complejo. —¿Sus padres también eran así con él? Negó. —Era la vida de su madre y el orgullo de su padre, pero el problema fue que tal vez el tio Lucian nunca supo decirlo abiertamente. Siempre ha sido un hombre frio en los momentos requeridos y aunque papá insiste en que es un hombre de familia, rara vez le vi demostrar lo que sentía. —¿Entonces como sabes que era su orgullo? —Es algo que puede verse en sus ojos. Una ola golpeó con mayor fuerza la costa y casi llegó a mis zapatos. Me aparté con rapidez y él sonrió al ver mis movimientos bruscos. —Allah... —Es un pecado usar tacones aquí. —Yo nunca pierdo la elegancia—me excusé. No tenía idea que íbamos a caminar. —Estoy seguro de que sin zapatos seguirás siendo igual de elegante y hermosa que ahora—soltó con naturalidad provocando una sonrisa y que mis mejillas se tiñieran de un leve color rojizo. Agradecí que fuera de noche y yo de tez ligeramente morena. No quería parecer un tomate maduro. Se acuclilló y comenzó a quitar las trabillas para liberarme de ellos. Afirmé mis manos en sus fornidos hombros sintiendo su firmeza sobre la tela. Mi corazón estaba inquieto. Boom. Boooom. Booooooooooom. Una, otra y otra vez. Cerré mis ojos breves segundos dándome cuenta del cosquilleo. Era momento de calmarme, solo me estaba tocando los talones con la punta de los dedos. No importaba cuantas veces buscara explicar a mi cabeza que era un acto cualquiera, de igual forma, lo estaba sintiendo como una peligrosa caricia. Terminó de quitarlos y los acomodó perfectamente a mi lado. Mis pies sintieron la frescura de la tierra humeda y él se incorporó no sin antes tomar mis tacones entre sus manos. —Yo puedo llevarlos—comenté. —Los llevaré yo. Me tendió la mano. Tardé unos segundos en aceptar la proposición, pero al final, fue imposible no ceder. Su mano tentadoramente masculina, grande y bonita, hizo que cayera en tentación. Tuvimos tantos encuentros amistosos en el pasado que cuando tomé su mano no pareció la de un desconocido. Tuvimos un viaje a Turquía juntos. Varias reuniones familiares y una que otra conversación. Ya no eramos desconocidos. Ambos caminamos por la playa en silencio. La arena estaba fresca y su mano calida, formando una sensación gratificante que tenía mis vellos erizados. En algun punto de la caminata, su dedo pulgar comenzó a hacer un movimiento contra mis dedos. Frotaba delicadamente mi dedo índice. Sus ojos grises, contrastaron con el brillo de la luna y parecía un acto reflejo, ni siquiera se estaba dando cuenta que lo estaba haciendo. Definitivamente, tenía una mirada profunda, que contrastaba con el frio tono de la noche. Sus pestañas eran muy pobladas, largas y quebradas, mientras que sus cejas estaban tan bien marcadas, que eran el cincelado perfecto de su atractivo rostro. Nariz fina y atractiva, barbilla delineada. Los risos eran un complemento perfecto a todo. Tenía unas ondas bien establecidas en su cabellera no tan larga, que le daban un toque sensual a toda su estampa. Estaba demás resaltar sus hombros anchos y cuerpo exuberante, pues era un distintivo que los hombres Salerno parecían llevar tatuado en los genes. Un buen especimen de hombre. —¿Por qué me miras tanto? — ¿Te molesta? —¿A ti te molestaría que yo lo hiciera? —No—respondí con seguridad. —¿Qué sentirías entonces? Sus ojos grises parecieron oscurecerse un poco mientras me lanzaban algo mucho más profundo, para ser llamado una simple mirada. Ninguno de los dos habría cruzado ninguna línea por él otro, sin embargo, en aquel momento, sentía que, si sus ojos hubieran sido sido fuego, me habrían convertido cenizas la ropa y desnudado. El pensamiento que cruzó por mi cabeza fue deseoso, nada que ver con lo incomodo. Me perdí en su mirada gris, entendiendo por fin la enorme atracción que significaba un hombre de apellido Salerno para una mujer. Mi boca se secó y mi corazón embistió con fuerza contra mi pecho. ¿Qué sentiría? ¿Nervios? ¿Deseo? Tomé un poco de aire. Si le observaba demasiado el rostro, mis ojos instintivamente bajaban a sus carnosos labios como si fueran un imán que necesitaba unirse debido una fuerza poco natural. Su mirada se tornó demasiado peligrosa. —Me quedará claro, si me dices que sientes tu. —Dejaría de ser un caballero si te lo digo—confesó sin apartar su mirada encendida—, pero lo que, si te puedo decir, es que, si me sigues mirando de esa forma, voy a besarte. Entonces me ví en medio de una decisión. Apartar la mirada y terminar con todo, o intentar descubrir que sentimientos podrían florecer en dirección de Marcello. Fue imposible no inclinarme por la segunda opción y terminé lanzando un reto para él. ¿Besarme? ¿Por qué no? Me acerqué unos pasos sin quitarle los ojos de encima y fue allí, donde como si llevara conteniendo los impulsos desde hacia mucho tiempo, me tomó de la cintura y me llevó a sus labios. Su altura era considerable así que terminé poniéndome de puntillas mientras sus manos me ayudaban a mantener equilibrio. No supe en que momento cerré mis ojos, pero sin duda la sensación de su suave boca no saldría de mi cabeza en mucho tiempo. Fue inevitable que no me robara el aliento. Una pregunta nació en mi cabeza. ¿Podía el deber y la conveniencia volverse deseo?
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