CAPITULO 2| NEYLAN GURKAN

4317 Words
Vestido. Ubicación. Decoración. Comida. No hubo detalle que no se discutiera ese día. —Neylan quiere su noche de Henna, así que me gustaría que se tomara ese deseo en cuenta. La boda irá por nuestra cuenta así que no hay limite en cuanto a los gastos y menos si es para cumplir sus deseos—agregó Marcello en cuanto tuvo la oportunidad. Todo debía hablarse ese día para que después los encargados de la organización tuvieran la información y comenzaran con los preparativos pertinentes. Sería una boda un tanto presurosa, considerando que la fecha se movió en varias ocasiones por seguridad y también para que todos pudieran estar. Emir tenía asuntos importantes en Estambul de los que ocuparse así que tenía fechas demasiado ocupadas. Él fue uno de los motivos de los cambios. Quería a mi hermano conmigo ese dia tan importante. —Nosotros no conocemos mucho de eso, pero podemos intentarlo—ofreció Gabriella a su hijo quien sonrió ante su oferta. También tendría el apoyo de mi madre así que no había problemas al respecto. —Sicilia—anunció Luca—. La boda será en Sicilia. —¿Por qué no en Roma? —preguntó mi madre. —Porque Sicilia es la cuna de la Famiglia y además, Marcello dejará de ser Sucessore (Proximo a convertirse en Capo) en esa ceremonia y ostentará el titulo que le pertenece por nacimiento como primogenito de un Salerno. Lo mejor es hacerla en Sicilia, donde fue nombrado el primer Capo con nuestro apellido. Debe ser una ceremonia digna de nuestro apellido. Todos habíamos olvidado aquel detalle, pero por suerte la magistral fiesta ya era un hecho en la mente de todos los Salerno. En general, toda la Familia estaba complacida y mi padre estaba mucho más calmado que al inicio. No estaba en los planes quedarnos esa noche, pero cuando la tarde cayó y una ligera ventisca golpeteó los ventanales, las invitaciones no se hicieron esperar. Marcello insistió en que no era prudente marcharse en medio de la lluvia y más en un trayecto más largo. Todos apoyaron la moción y minutos más tarde, papá no tuvo más remedio que aceptar quedarse, aunque con cierta displicencia. Él siempre era displicente. —No permitiré que pase de nuevo—exclamó entre dientes—. Halil se quedará a las puertas de la habitación de Neylan. No pienso permitir una falta de respeto nuevamente en dirección de mi hija. —Los hombres con maña, tienes sus maneras, Kerem. Oculté mi risa burlona al escuchar a mamá exclamar aquello de forma descarada ganándose una mirada de reproche de papá quien, ofendido, entreabrió los labios y mostró su desconcierto. —¿Eres musulmana? —Si, pero a veces peco y tu también. No es Ramadan. —Sea como sea, Halil estará en la puerta. Me miró esperando mi replica. Levanté mis manos con derrota. Donde manda capitán, no gobierna marinero. Minutos más tarde, la Regina de Roma me ofreció un recorrido por la casa y me mostró mi habitación. Era extraño pensar en que la llamaría suegra, pero era el camino que toda mujer seguía cuando entraba a una nueva casa. La manera de llamar a sus mujeres era curiosa. Reginas-Reinas. Kralice-Reina. En eso compartían significado. —Espero que te guste. Hemos escogido algo espacioso. —Estoy segura de que me gustará mucho. Gracias. La mujer asintió. —Es un placer. Sientente en casa. Si necesitas algo puedes pedirlo a los empleados o si te es más comodo a Marcello. Mi hijo parece decidido a complacerte. Hazlo con confianza. Seremos familia. Su amabilidad era muy calida. No quería hablar mal de las suegras turcas, pero las italianas eran más calidas, sin duda. Agradecía que fuera así. Entré a la habitación y pensé en lo enfadado que estaría papá. Echaría en falta sus sabanas de brocado y sus alfombras persas. A veces, cuando se lo proponía, podía ser más delicado que una mujer. Hablabaría de lo occidental que era todo y de cuanto deseaba volver a Estambul. No pensaba igual que él, me agradaban mucho los gustos serios y elegantes de los Salerno en general. Recorrí la habitación con curiosidad como si se tratara de una exploración y cuando levanté las sabanas para meterme y probar la comodidad del colchón, encontré una nota en una pequeña hoja gruesa color blanco. Estaba escrita a mano. Non sempre il destino è scritto, a volte bisogna diventare la penna che lo scrive. (El destino no siempre está escrito, a veces tú necesitas convertirte en la pluma que lo redacta.) Nos vemos en Sicilia, Dolcezza. Fruncí el ceño y mis dedos impactaron en la gruesa hoja. ¿Marcello? ¿Qué significaba eso? SICILIA, ITALIA. La bella Sicilia era justamente como me la habían descrito. Tenía playas de un hermoso color y calles estrechas decoradas con bellas flores. La gente parecía poner mucho cuidado al color y las sicilianas eran las mujeres más bellas que pude admirar alguna vez. Tenían una sonrisa en sus labios la mayor parte del tiempo o fue lo que pude ver a través de los cristales mientras el auto se movía en las concurridas calles de Palermo. Me incliné un poco sobre el asiento quitando el cinturón de seguridad y sonreí a Halil. —¿Ya llegamos? —En unos minutos estaremos allí. —Estoy un poco cansada ¿Podemos parar? —pregunté provocando su mirada nerviosa por el espejo retrovisor. El chofer también me observó consternado y esperó la orden. —No señorita. Es peligroso. —Estamos en Palermo, Halil. Se supone que los Salerno controlan esta parte de Italia y que todo está pacifico. Creo que estás imaginando cosas que no son—exclamé con cierta irritación. La espalda me dolía un poco. No teníamos mucho de haber bajado del avión, pero, aun así, no me gustaba mucho el auto. Estaba sola en aquella prisión de metal, sin nadie con quien conversar. Mis padres viajaban en el auto de enfrente hablando de temas relacionados a la boda posiblemente, mientras yo ya había agotado mis deseos de admirar por la ventana. Necesitaba caminar por los pasillos y oler de primera mano todo lo que Sicilia tiene para ofrecer. Estaba un poco hambrienta a decir verdad y parecía haber delicias por todos lados. Solo quería bajar el auto y disfrutar de lo que Sicilia podía ofrecer de primera mano. —Calabria no está muy lejos de aquí. —¿Calabria? ¿La Mafia? —pregunté dejando claro que sabía muy poco del tema. —Es una zona muy peligrosa en este país, una región. Lo controla la N´drangueta, mafia enemiga de los Salerno y constemente están en disputa. Suele estar pacifico la mayor parte, pero no es bueno confiarse. Son sanguinarios y sumamente caóticos. Se rumora que desde hace mucho no hay enfrentamientos pero no quiero ser yo quien pruebe como está la tregua y menos con usted aquí. —Ya veo. Halil sería inflexible. Una vez que centraba su atención en algo, era imposible que lo ignorara. El auto seguiría siendo prisión. —Por esa razón es mejor que se quede en el auto. La próxima vez que recorra estás calles, será la señora Salerno. —¿Te estás burlando de mi Halil? —Estoy mostrando mi felicidad. Tenía mis dudas sobre su boda. Todos estabamos preocupados. No queremos que se quedara como una fiel servidora de Allah. El Meclis está complacido de su compromiso y aunque la primera boda que fue anunciada, no ocurrió, esta parece ser mucho más redituable que lo que cualquier proximo Toprak pudiera ofrecer a la hija del Mudur. —¡Halil! No pude evitar reír. ¿De que estaba hablando? Mis ojos divertidos le miraron reprochantes. No me iba a quedar a vestir Santos, simplemente estaba disfrutando de mi vida y ganando tiempo. No iba a quejarme. Esperar la edad apropiada era bueno para toda mujer. Marcello tenía otros asuntos más importantes que preocuparse por ser el pilar de su propia familia. Ambos necesitábamos tiempo para disfrutarlo todo y no tener remordimientos. Halil sonrió. Sabía que iba a extrañarme. Era un fiel guardaespaldas que siempre estaba allí para mi y a quien papá tenía toda la confianza. Llevaba varios años a nuestro lado y mi padre nunca tuvo una queja o deslealtad por su parte. Era realmente un gran hombre. Me tendió un pequeño obsequió. Un ojo turco. —¿Para las malas vibras? —Para los males del mundo—respondió. —Gracias, Halil. Estaba a punto de ponerme el cinturón de seguridad cuando el auto frenó de golpe. Solté un grito y puse mis manos sobre el asiento para evitar la sacudida. Mi ondulado cabello cubrió mi rostro y la adrenalina se apoderó de mis venas. ¿Habiamos chocado? Aparté los rebeldes mechones con rapidez mientras escuchaba como Halil abría la puerta presuroso. —Mantengase en el auto—solicitó mientras yo intentaba recuperar la sintonía de lo que acababa de ocurrir. Lo que pude ver a pesar de mi nublado y un poco confundido campo de visión fue todo perfectamente despejado por lo que no habíamos chocado con nada. Acomodé mi cabello y me incorporé. —¿Qué ha ocurrido? —Una mujer se a atravesado en la carretera y casi la hemos golpeado. Halil ha salido para ver la gravedad de la situación—explicó el chofer mientras mis ojos curiosos observaban la escena. Una chica con grandes audífonos sobre los oídos había cruzado la calle sin pensar y estuvo a punto de perder la vida de forma brutal de no ser porque los instintos del chofer accionaron del golpe el freno e impidieron el siniestro. Me acomodé en mi asiento y puse mi cinturón. A veces se tenía que ser precabidos en la vida. La chica parecía solo tener algunos rasguños de cuando tropezó al ver el auto dirigirse a ella, pero según los comentarios que se escuchaban del exterior, no fue golpeada en ningún momento y eso era positivo. No queriamos un escandalo cuando apenas estabamos entrando a Palermo. Regresé mi atención al exterior y afirmé mi cabeza al ventanal polarizado del sedán. Eso retrasaría el viaje y estaba un poco cansada. Allah me maldecía. ¿Era por no hacer mis oraciones? Sonreí ante el pensamiento. Nunca las hacía en realidad. Mis ojos se cerraron un poco mientras escuchaba el escandalo de fuera, pero a lo lejos una figura que mantenía la mirada fija en mi me llamó la atención. Un hombre de tez ligeramente morena y cejas pobladas permanecía sentado en una pequeña mesa de madera a las afueras de una cafateria. Vestía una gabardina elegante y tenía una revista en sus manos. El color de sus ojos era imposible de observar debido a los lentes oscuros que llevaba puestos, pero al levantarse un poco la manga mostró un tatuaje en forma de cruz de apariencia extraña. Me incorporé un poco. Parecía saber que yo tenía su atención del otro lado. Habia un polarizado de por medio pero su presencia se podía sentir, junto con el espesor de su mirada. Fue algo un poco incomodo. Cerré los ojos nuevamente y le resté importancia. No solía poner mi atención en cosas que no entendía. Si no había nada claro, lo ignoraba por mi propia salud mental. Un par de días atrás había encontrado esa extraña nota que terminó en mi bolso. Di por sentado que se trataba de algun detalle de Marcello, aunque el mensaje sonara un poco frio. No esperaba un marido romantico, así que di por sentado que se trataba de un choque cultural que mi alma turca poco a poco aceptaría. Escuché la puerta del auto cerrarse. —Estos adolescentes no aprenden nunca—exclamó Halil enfadado por la situación que lo hizo perder unos minutos—. Nos habríamos metido en problemas por su culpa. No importa. Sigamos, hemos perdido a las demás camionetas. El auto continuó su camino y el hombre no despegó la vista de mi ventana hasta que el auto comenzó a moverse. Si las italianas eran hermosas, los italianos eran raros. Pronto logramos salir de la enorme urbe y con toda la certeza del mundo me atrevía a decir que, si la ciudad era hermosa, las afueras lo eran mucho más. Había carreteras que daban directamente hacia la orilla del mar y del otro lado zonas verdosas decoradas de bellas palmeras. Era un paraíso. Abrí mi pequeño bolso para buscar mi celular y entonces me topé con la curiosa nota a lado de la invitación de la boda. Todo se había dado tan rápido que apenas y pude tomar el tiempo necesario para hacerme una idea de lo que venía. Una vez que la conversación y los términos se pactaron, se dio solamente una semana para la salida de las invitaciones. A estas alturas todos los invitados tanto turcos como italianos tenían en sus manos la costosa invitación decorada con letras doradas y cerrada con un hermoso listón. Neylan Gurkan y Marcello Salerno. Ambos nombres permanecían en una bella caligrafía cursiva. Mamá tenía que ver con eso, pues fue escogida con un magnifico gusto. Solo faltaban dos días para la unión y yo tenía los nervios a tope. No sabía si el vestido me quedaría bien a pesar de haber escogido con sumo cuidado y tampoco si la fiesta de Henna sería como siempre la soñé. La prensión estaba en mi y solo podía preguntarme si Marcello estaba igual. Forjamos una buena amistad, eso fue innegable. No estabamos casados y ya parecía un marido dedicado, cosa que me causó un buen presentimiento, pero tampoco podía negar que era un poco extraño volvernos a ver en estos términos. Años atrás iba a convertirme en la esposa del hombre que él consideraba su hermano y ahora en la suya. Hice mis experimentos de tensión, pero ninguno de los dos se atrevió a ir más allá. Estabamos en esa fase de exploración y con los ojos de mi padre en todos lados, era mejor mantener las manos donde pudiera verlas. Aunque no estaba del todo segura, sentía que teníamos química y podíamos ir más lejos. Llegar a la casa asignada en Sicilia no fue problema luego de aquel percance. Estaba cimentada frente a la playa y parecía haber muchas maneras de pasar el tiempo en una casa tan grande. Estaba segura de que no tendría ratos libres, pero era bueno saber que al menos tenía en mis manos una fuente directa de relajación. Un buen rato de sol siempre era positivo para el cuerpo. —¿Qué les parece?—preguntó mi padre de forma expectante cuando entramos curiosas por explorar. Wow. Wow. Wow. —Creo que te gustaron las alfombras. Sonrió ante mi comentario, pues cuando cruzamos el umbral de la casa nos dimos cuenta de que por dentro era un pedazo de Turquía en medio de Palermo. Papá no tomaba decisiones al azar. Mi madre tomó aire y le miró con negativa. Claro, tenía que ser así o no ser. Tenía tapices muy orientales y un suelo muy persa. Mamá tenía rostro de no creerlo. No existían limites en papá. —¿No son lindas? Hubo un buen trabajo de búsqueda. Los italianos no piensan en nada más que en vino, quesos y en estos estilos un poco rustico. ¿Donde están mis hilos de oro y mi sultanita? Aman mucho esa piedra color café y las paredes blancas como si fueran un hospital. No es de mi agradado. Esta casa me pareció colorida y muy linda. —Lo está, pero se supone que cuando sales del país buscas involucrarte con la cultura, no hacerla a tu gusto. —¿No hacerla a tu gusto? Uno siempre busca comodidad. —Yo me siento muy comoda—opiné después de tener esa pequeña conversación para molestarlo un poco. Rodó los ojos negándose por completo a que hablaba enserio. —Nos vamos de Turquía tres semanas y ya piensas que Italia es tu casa. La traición siempre viene de tus propias venas. Irás a visitarme al menos tres veces por año y cuando te dispongas a tener hijos, deberan aprender turco antes de italiano. No quiero que empuñen la mano de manera extraña y digan "Nono" en vez de "Babam", ni mucho menos que digan que aman más los panes de hojaldre que las inigualables delicias turcas. Mi madre frunció el ceño. Parecía haberse tomado el momento de investigar sus reclamos y peticiones muy bien. —¿Empuñar la mano de manera extraña?—cuestionó ella. Papá se dejó caer en el sofá y con diversión encogió todos sus dedos justo al centro, como si estuviera formando un pequeño pico, pero de forma vertical, después comenzó a moverlo de arriba a abajo provocando que apretara los labios. Dios mio. No me iba a reír. —¿Qué es eso Kerem? —Los italianos hacen eso—continuó—. Es parte de su cultura. Ponen los dedos de esta manera y después usan esa palabra rara que creo que significa riquisimo o algo así. Bella, bellísimo… —Ya que parece que no te gusta mucho, esa será la primera palabra de tus nietos—increpó mamá para molestarlo—. Yo creo que los italianos hablan muy lindo, de hecho, tienen un acento particular. Una lengua romance, por lo que indudablemente saben muy bien el lema del amor. —¿El lema del amor? Yo soy muy romántico. —No, no lo creo. —No importa. Te gusto igual—se abrochó el botón del saco y le sonrió. Joder, no. Me aclaré la garganta al darme cuenta de que estaba haciendo mal tercio en la conversación de ambos. Mi madre tomó asiento a lado de papá y después de lanzarse una mirada cómplice con él, decidió cambiar de tema. La casa cobró vida de una forma sin igual. Solo éramos tres, más un par de decenas de guardaespaldas, pero de alguna parte de la casa, parecieron salir mucamas que arrastraban las maletas en dirección de las habitaciones. —Emir llegará mañana con Miray. —¿Se tardaron un poco? ¿No? ¿Quiere perderse mi boda? —Tu hermano al igual que yo tiene sus dudas del asunto—dijo papá haciendo una seña a una de las mujeres para que le trajeran un poco de alcohol—. Fingiré que no estoy dejando a mi hija a su suerte en un país extranjero técnicamente sola y me beberé una copa de licor para pasar el trago amargo. Me repetiré una y otra vez que es la maldita ley de la vida. Casarte en Turquía habría sido diez veces más cómodo para mi, pero tenías que seguir este camino y lo hecho, hecho está. Mashallah. —¿Vas a comenzar de nuevo? —Solo digo lo que pienso. —Aslan fue un imbécil, papá. Estoy mil veces mejor aquí, a cientos de kilómetros, que lo que podría estar con él. Justo ahora estaría durmiendo en mi cama, mientras mi marido se acuesta con solo Allah sabe cuanta golfa. No quería eso para mi vida y mañana tendré una boda magnifica. Puede que los eche en falta, pero no creo que el hijo de un Toprak hubiera sido bueno para mí. —Allah es testigo de que nunca hubiera tocado a otra mujer. Antes de dejar que te hiciera tal deshonra se iba a quedar sin manos. Era un bastardo hijo de puta que no tenía idea de como controlar la v***a, pero todo hombre tiene esa faceta alguna vez. Tu hermano pasó por ese momento cuando… —¡Kerem!—Mamá decidió detenerlo antes de que dijera algo fuera del lugar. —¿Qué? No me mires así Arabelle. Me hicieron pasar un terrible momento cuando aquel escandalo. No creas que le perdono haber robado a Miray Arslan cuando tuvo todas las oportunidades del mundo para tomarla como un hombre recto debe hacer las cosas. Heredó esa extraña mania de los Gurkan de aceptar las cosas cuando ya es demasiado tarde. Lo acepto, lo heredó de mi. —No eres sinónimo de rectitud. —Lo sé, pero era la hija de Ruzgar. Con algunos años de diferencia, pero creció con ella. Debió tener modos para con mi amigo, pero no estamos aquí hablando de Emir y de las decisiones más tontas que a tomado en su vida. Parece haber regresado a la senda después de hacerme pasar un mal rato. Solo Allah sabe que pecado he cometido para merecer que mis hijos atenten en mi contra y casi provoquen un infarto—soltó con fingida amargura, pues, aunque mencionara el tema de Miray, estuvo más contento de que esa chica fuera robada, a dejar que se casara con otro. Se estaba quejando, nada más por quejarse y ser dramatico. Me acerqué al sofá y me senté a su lado. —Yo puedo guiarme sola, papá. Tengo planes importantes que hacer con mi vida. Has hecho mucho con concederme este matrimonio y no hacer una masacre, pero creo que al igual que yo has visto lo que nos conviene a ambos. Tenemos una familia muy fuerte y en unos años que no quiero que lleguen, Emir tomará tu lugar y necesitará un respaldo. Sea como sea, yo algun día deseaba una familia y tengo al hombre correcto. Uno que puede brindarme lo que merezco y que brinda a la Turk un aliado firme. El Meclis estará contento y mi hermano cobrará mucha fuerza con el respaldo que le brinde mi marido. Sus labios rompieron el silencio con un hombre que me paralizó. —Gianni Salerno... Intenté no tartamudear cuando cuestioné que quería decir con eso. —¿Qué tiene que ver Gianni en esto? —Cuando te dije años atrás que pensaba matarlo, dijiste que era el hombre correcto y fue todo lo contrario. Nunca he sido un hombre de familia, me refiero a hermanos, pero, aun así, no creo que lo hizo, fuera correcto. Ruego a Allah que no te equivoques de nuevo. Yo me equivoqué con Aslan, tu con Gianni, así que espero que la tercera sea la vencida. Admiro tu capacidad para no temer a lo desconocido. Estas en un país que no es tu hogar y pareces menos preocupada que yo al respecto. Eres valiente. —No fuera tu hija si tuviera miedo. Sonrió. Tomó mi mano y besó mis nudillos. —Si quieres una buena posición, como tu padre debo conseguirla o dar mi bendición para ello y conozco de antemano que tienes ambición y en medida no es mala. Mi miedo es extrañarte, no que te hagan daño, porque se que ambos sabemos lo que pasará si algo te ocurre. Vendré por la cabeza de cada italiano y pagarán con lagrimas de sangre cualquier sufrimiento que tengas que pasar. Será la guerra, Neylan. Tu lo sabes y los Salerno tambien. Apreté su mano negandome a dicha posibilidad. —Nada malo va a ocurrir—aseguré con una sonrisa tranquilizadora. —Eso espero porque al parecer hay problemas en el Olimpo. Los enemigos no se mantienen débiles para siempre y aunque la Famiglia es supremacía pura, ahora no son los únicos que prevalecen en este país. La Calabria los ha estado golpeando y en Campania no están teniendo tanta suerte. La Camorra renacé como un ave fénix o más bien, se hace más fuerte. Al igual que tu madre debes entender que las historias de personas como nosotros que se hacen de mucho dinero a costa del dolor ajeno a veces son golpeadas por el Karma. Puedes perderlo todo con una bala o con una mala decisión. Ahora serás una esposa, así que debes saber cual es la labor principal de una mujer en este mundo. —¿Los herederos? —No, la paz, hija. Alargó su mano para tocar mi rostro y apartar algunos mechones rebeldes de cabello. Mi mejilla fue acariciada por su dedo pulgar. ¿La paz? ¿Qué tenía que ver eso? —¿Qué significa? —La cabeza de un hombre se vuelve un caos en este mundo. Muerte, sangre, traiciones. La carga es demasiada, pues el dinero trae estas problemáticas, sin embargo, una buena mujer a lado de un hombre atormentado es paz. El mundo arde a tu alrededor, pero en sus brazos están las nubes. Si eres esa clase de esposa, eres la mejor de todas. Comparten tu carga y te alivianan el peso. —¿Mamá es paz para ti? —Tu madre es paz, claro. Lo fue desde que la conocí, sin siquiera saberlo. Besó mis nudillos y devolvió mi mano al regazo. Se puso de pie y con un poco de severidad comenzó a caminar intranquilo. Algo le preocupaba, pero no se sentía seguro de hablarlo. —¿Hay algo más que te moleste papá? ¿Que Emir no esté aquí? —Pocas cosas me molestan, pero solo puedo pensar en lo que te he dicho. Si Marcello puede mantenerte alejada del peligro, ninguno de los dos nos habremos equivocado y yo cambiaré mi opinión al respecto y rectificare mi comportamiento para con ellos. Podrás estar lejos de casa, pero sin importar la distancia, siempre estaré allí. ¿Lo sabes? ¿Verdad? —Si. —Bien, entonces no lo olvides. Era imposible. Pocas veces mostraba su preocupación por algo. Esta vez estaba más inmerso en su papel de padre que de Mudur. Toda la vida escuché decir que papá era el diablo, pero para mi, era un héroe que me sostenía en sus brazos y que para soltarme tendría que morir primero. No importaba el camino o la circunstancia, él estaría allí. Lo que jamás imaginé fue que esa confianza que yo tenía en él, se convertiera en el arma principal de una persona calculadora para sus oscuros y ambiciosos fines.
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