Un golpe.
Otro golpe.
Uno más fuerte.
Mi cabeza dolía mucho. Me moví en la superficie donde estaba recostada. Era incomodo y me di cuenta de que estaba sobre el asiento de una lujosa lancha a motor. Tenía una mordaza en la boca y las manos esposadas como si fuera una criminal que en cualquier momento sacaría un arma o las garras. Abrí los ojos sintiéndome perdida. El ambiente en el lugar habría sido destacadamente limpió de no ser porque estaba salpicado de sangre por todas partes y el aroma de la sangre lo cubría todo. Con mis ojos aun nublados escuché las quejas de dolor de un hombre que no parecía estarla pasando bien.
—Maldita sea, Tony, no puedes morir aquí.
El hombre apretó los dientes. Ya estaba temblando.
Mi bala había sido brutalmente efectiva.
—Debí hacer caso al Don cuando dijo que era aguerrida—soltó en medio de sus quejidos. Le habían abierto la camisa para observar la bala y su mano junto con una venda apretaba la herida con mucha firmeza, como si eso pudiera impedir que la sangre siguiera fluyendo. Habia un desastre por todos lados. Su rostro estaba cubierto de una capa de sudor que a juzgar por la forma en como temblaba, venía acompañado de escalofrios. Tony como le habían llamado, suspiró y se afirmó a la pared de la lancha que parecía volar sobre las aguas. Iba demasiado rápido. Cerró sus ojos, pero segundos después volvió a abrirlos, posiblemente porque sintió mi mirada sobre él. Hijo de puta. Debía estar muerto. Hubiera apuntado a la cabeza.
—Benvenuta in Calabria, signorina. (Bienvenida a Calabria, señorita) —dijo con una sonrisa casi sínica en su rostro ocultando el dolor que mi bala le estaban causando, pero eso era imposible de pasar por alto—. Espero que su estancia en nuestra hermosa provincia no sea muy larga y que el Don le de un disparo en la cabeza pronto, para compensar el regalito.
Señaló su vientre, pero no dejó de sonreír.
Habría dado lo que fuera por poder responder.
Ojalá pudiéramos encontrarnos en el infierno.
¿Habia dicho Calabria? Aparte mis ojos de él y en mi posición intenté ver donde estabamos. No era el medio del océano, pero si a una buena distancia de lo que parecía ser la costa. Se podía ver la inmesidad de los riscos que nos saludaban dandonos la bienvenida. La lancha era escoltada por otras dos a una distancia prudente. Si mis pocos datos sobre Italia no me fallaban en ese momento, debíamos estar aun en el denominado estrecho de Messina, la frontera de mar que separaba la isla de Sicilia de la Peninsula itálica.
Cerré mis ojos. Calabria, Calabria, Calabria. Mierda ¿Qué había sido todo eso? ¿Qué iban a hacer conmigo? Toda clase de preguntas caóticas se instalaron en mi cabeza. No había forma de que me iluminara de toda la información en este instante, pero mientras no supiera lo que estaba pasando con claridad, mis vellos no dejarían de erizarse y tampoco iba a tener paz.
Si estabamos en Calabria, había sido la N´drangueta. ¿No?
—Supongo que está orando a su Dios—articuló Tony como si estuviera pensativo, pero claramente, se refería a mi, pues me estaba mirando fijamente lleno de desdén—. ¿Cómo le llaman los musulmanes? ¿Alsla?
—Allah—corrigió uno de sus hombres.
—Claro, Allah—repitió antes de soltar un bufido—. No le reces, Allah o al Dios que predomina en los cielos, no importa si son lo mismo, ellos no viven en Tropea o Zambrone. Hace tiempo que Dios abandonó esta tierra. Solo hay una autoridad en Calabria, aquel que gobierna la Crimine y controla a todas los Locale, el Don y su voz es todopoderosa. Se il Don dice il tuo nome, l'inferno apre le porte. (Si el Don dice tu nombre, el infierno abre sus puertas.) Y yo estoy ansioso de que mencione el tuyo.
El Don.
La forma tan intensa y segura en como lo dijo me erizó la piel. ¿Quién era ese hombre? Posiblemente iba a descubrirlo muy pronto pues cada minuto que pasaba la costa se hacia más cercana. No supe que fue lo que pasó después de caer rendida ante el aroma del cloroformo. Fue tan fuerte que me provocó dolor de cabeza. Quería seguir durmiendo, pero a la vez mis sentidos estaban en alerta.
No podía cerrar los ojos con confianza, tenía miedo del futuro, de las reacciones y de las consecuencias. Marcello dijo que la Calabria no perdonaba nada y allí estaba yo, en un bote muy rápido, con cinco hombres que me veían como si fuera un premio y con alguien herido que, a pesar de tener un pie en los infiernos, no dejaba de hacer comentarios funestos en mi dirección.
¿Quería que el Don dijera mi nombre?
Pues estaba lista para ir al infierno, por muy horrible que sonara la palabra muerte. Le tenía miedo a lo que dejaría atrás, no a morir en sí. Tony mantuvo sus ojos en mí todo el tiempo, aunque de vez en cuando observaba su herida. El desgraciado no iba a morir, de haber sido un disparo en una zona peligrosa, no estaría conciente ahora si no tocando la puerta del diablo en el maldito infierno. Me moví un poco. Si tuviera la oportunidad de volver atrás, le habría disparado a la cabeza. Ahora tendría al menos una satisfacción.
—Estamos a cuatro minutos de Tropea—anunció el hombre que mantenía el control del bote asomándose para analizar a Tony—. Oh, maldita sea, hombre. El Don se va a enfadar contigo. Se suponía que debias volver vivo.
—¿Acaso ya dejé de respirar?
—No, pero tienes cara larga.
Tony hizo un gesto de rabia y dolor a la vez.
—No podíamos salir limpios. Perdí a veinte hombres allí dentro cuando se desató el infierno. Técnicamente me arrastré en dirección de la lancha—dijo casi en un hilo—. Los hombres de los Salerno eran numerosos y nos dieron carrera en el agua. Matamos a diez turcos, lo suficiente para enfadar a Gurkan. El agua se tiño de sangre cuando varios de nuestros hombres cayeron. Es una suerte que estemos vivo, Fabianno. Agradeceré al diablo por eso. Todavía me mantiene en esta tierra. Significa que mataré a varios más.
—¿Cómo hiciste pasar salir de la Isla?—preguntó el capitan de la lancha.
—No lo sé, te juro que no lo sé. Martino tomó a la chica y la subió a la lancha. Aprovechó la ventaja y el motor para sacarla de allí. Conmigo o sin mi, ella debía llegar a Tropea. Después supongo que se encontró contigo y cambiaron la carga, aun deben estar siguiendo a la otra lancha o a estás alturas Martino debe estar muerto—continuó diciendo, dándome una imagen más o menos certera de aquello que no pude vivir por estar dormida. Hablaba pausadamente pero sus comentarios eran muy entendibles. Me mantuve atenta a la conversación—. Fue una buena idea usar el agua. Los calabreses somos los amos de este negocio, una debilidad que los Salerno no pueden ocultar.
Tony levantó la mano de la herida mostrando la sangre. Parecía realmente agotado. No iba a mentir, daba lastima, joder.
—No puedes morir, Tony.
—No, no puedo. Tengo datos que dar al Don.
Dejó la herida al aire y se mantuvo callado el resto del viaje. Cuando el bote se detuvo en un muelle, los hombres comenzaron a poner las amarras apropiadas para poder bajar. El primero en abandonar el barco fue Tony. Un par de hombres se pusieron de pie para cargarlo y sacarlo lo más rápido posible. Parecían guardar mucho cuidado a su recuperación y fue prioridad. Necesitaba un médico. Yo me quejé cuando otro de ellos intentó poner las manos en mi.
Mis quejas no sirvieron de mucho, pues segundos después estaba fuera de la lancha, pisando la madera del lujoso muelle y observando las decenas de embarcaciones predispuesas. Yates de lujo o veleros de aspecto ostentoso. No parecía la cuna de ratas que según mis conocimientos todo el mundo decía que representaba a los calabreses. Era la cuna de un hombre con mucho dinero.
Uno de los yates que permanecía amarrado al muelle, era uno en tonos dorados con n***o. Las palabras Dolce Mare, estaban escritas en lindas letras doradas en medio del casco n***o mate. Los vidrios estaban perfectamente limpios y parecía muy nuevo. No pude ver más, porque fui empujada para que siguiera caminando como si no quisieran que me grabara nada de lo que me rodeaba.
El muelle no era público, pues conforme nos fuimos alejando del lugar, me di cuenta de que estabamos entrando a un césped bien cortado con lomas perfectas que escondían detrás una imponente residencia de playa.
Quería que me quitaran la mordaza.
No hubo metro que no estuviera siendo recorrido por un hombre de gran altura sosteniendo un rifle automático en la mano como si fuera una parte de él. Sus manos tatuadas rebelaban el mismo dibujo, como si hubieran sido diseñados en masa. Una cruz, una cruz perfecta en medio de la mano izquierda. Sus ojos eran como dagas que me reprochaban algo de lo que yo no tenía la culpa. No le di importancia y me concentré en lo que tenía delante. Una bonita residencia de mármol y cristal se izaba en lo que ahora sabía, era Tropea, en la región de Calabria, al sur de Italia. El mar era azul turquesa y el sol estaba su punto de mayor apogeo.
Perdí la noción del tiempo, pero debían ser cerca de las cuatro de la tarde y pronto el sol se pondría en el horizonte. Iba a ser una buena vista que yo ya no iba a poder admirar. Me imaginé encerrada en una habitación oscura, con el solo sonido de mi respiración como compañía. Vaya mierda que me esperaba una vez que llegara la noche. No quería ser negativa pero tampoco era una idiota.
Esos hombres podían cometer en mi dirección toda clase de bajezas. No estaba mentalmente lista para ello.
Me di cuenta de que ya no tenía el velo en la cabeza, pero si el vestido aun manchado de sangre. Todo debía ser un caos en Sicilia justo ahora y solo rogaba a Allah que papá no perdiera la cabeza. No había sido culpa de nadie y si querían jugar a buscar un responsable, ambas seguridades fueron violadas. Nadie esperaba una fuga en lancha, joder.
No podía darselas de ofendido.
Esperaba que mamá pudiera devolverlo a sus cabales. Esa era mi unica esperanza. No ganaría nada enfadandose.
Mis pies descalzos tocaron el suelo de mármol por primera vez cuando crucé el umbral. Era una casa bonita, decorada por un hombre debido a la rigidez de la decoración. ¿Qué venía ahora? ¿Iba a venir el jefe? ¿Iban a lanzarme a un armario luego de abofetearme?
La mordaza de mi boca fue liberada y mis manos agradecieron que me quitaran las esposas. Pude respirar con mayor libertad y acariciar mis muñecas. El guardaespaldas que lo hizo me observó a los ojos con autoridad y severidad.
No debía haberle gustado que mi bala traspasara los intestinos de su "amigo".
—Tiene toda la casa para usted. No puede salir, si lo hace, los hombres tienen instrucciones directas de disparar y se que no le gustará salir herida. Las empleadas de la casa van a entenderle si les habla italiano aunque hablan puramente calabres y si tiene algún requerimiento puede solicitarlo.
¿Cómo? Bueno, eso no fue lo que esperé.
Nadie atendía a una rehén como una invitada, pero al parecer su jefe tenía buenos modales. Levanté las cejas y lo observé incrédula. No tenía idea de lo que estaba haciendo.
—Siendo así, me gustaría una hoja en blanco—solicité—. No puedo dormir sin haberme dado mi baño de sales y tampoco sin haberme colocado mis cremas de Skin Care. Me gusta la ropa suave y soy alérgica al poliester. Me gustaría un gel de baño con olor a rosas, solo uso Rice & Shine porque tengo piel delicada. Agradecería eso por el momento si es tan amable.
Obviamente no era mentira, pero lo estaba diciendo para molestarlo y comenzar a sonar odiosa. Era muy buena logrando malas impresiones y si mi captor me había arruinado mi boda, lo mejor que podía hacer para compensarlo, era darme un gel de baño con rico aroma. Esto era ridiculo. Habría sido más sencillo ser lanzada a una habitación llena de ratas.
—Le diré a una de las mujeres que le traiga una hoja.
Jah ¿Que? Hijo de puta ¿Hablaba en serio? Me lanzó una mirada que dijo todo y se marchó dejandome anonadada.
Yo era la que tenia que gritar, la que debía ver a todo el mundo con desdén. ¡Estaba a punto de tener una boda magnifica, casarme con un hombre guapo, poderoso y caballeroso! ¡Era un gran premio! ¡No tenía porque estar en casa de un desconocido con mi vestido blanco lleno de sangre de uno de los hombres que murió protegiendo mi espalda! Si me ponía histerica, tenía razones para serlo. No pude moverme del salón.
El tiempo comenzó a correr y yo no me sentía lista para subir las escaleras y explorar esa casa como si fuera una invitada más. No era una huésped, eso estaba muy claro. Mis manos frotaron el lindo vestido de novia arruinado. Sin duda, un vestido lleno de sangre era un mal augurio para cualquier novia, tanto como la maldita henna manchada. ¿Que tenía la Turk? ¿Una maldición en sus bodas? El destino podía irse a la mierda. Esto no era Turquia, era Italia y aun así la sangre que llevaba en las venas, me había lastimado. Poco a poco, comencé a caer en cuenta de mi destino y realidad. Era asfixiante y el hecho de que la agresividad fuera medida lo hizo más exasperante. Evité llorar cuando imaginé todo el desastre que debía estar ocurriendo del otro lado.
Lo lamentaba, porque se suponía que debía ser perfecto. Ahora tendría un anillo en el dedo.
Ni por un segundo pensé que terminaría encerrada en las cuartro paredes de la mansión de un calabres.
Si iba a matarme ¿Cual era el objetivo de hacer todo eso?
¿Acaso era un hombre fuera de sus cabales?
Habría sido más sencillo para mi recibir el tiro de gracia en vez de estar sometida al miedo y la incertidumbre del mañana. Con los ojos llenos de lagrimas me dejé caer al suelo, pues no pensaba tocar ni un solo sillón. Todo me era enemigo y sobre todo hostil. Cuando pude salir del pequeño trance, me di cuenta de que el sol ya se estaba ocultando y que la noche vendría con miedos aun más grandes ¿Que deseaban? ¿Quería un rescate? ¿Quería vengarse? ¿Qué buscaba ese hombre?
Mis ojos se mantuvieron fijos en el suelo y en mis manos cubiertas de sangre seca.
No podía quedarme allí, no podía esperar que un par de hombres cruzaran por esa puerta y quisieran hacerme todas las bajezas existentes en el diccionario. No estaba lista para enfrentar una cosa como esa. La muerte me era una bendición en este momento donde no podía controlar mi vida. Habia perdido la independencia. Me incorporé e intenté encontrar la cocina. Iba a ser una suerte si encontraba un cuchillo. Si era así, me daría cuenta de que el hombre que me había secuestrado era un completo imbécil. Di tantas vueltas en la casa que casi me doy por vencida, era enorme, pero en uno de esos momentos terminé cruzando una puerta, abriendo otra y entrando a una lujosa cocina que parecía estar vacía.
Busqué en los cajones y como si fuera un premio después de mi arduo trabajo, encontré un cuchillo. Al menos con eso no me sentía como un pez veloz en medio de las temidas orcas. Iba a tener algo con que defenderme. Salí de la cocina siendo cuidadosa. La noche cayó demasiado rápido para mi gusto y pronto, me vi sin luz, pues no tenía idea de como encenderlas ni tampoco quería hacerlo.
Si lograba cruzar el jardín tal vez podría encontrar una salida. Las opciones de cruzar eran casi nulas, pero todo era mejor a quedarse y esperar el primer golpe. Me asomé por una de las puertas que daban al exterior donde un guardaespaldas se mantenía con las manos sujetas al frente en posición firme y los ojos directos al frente. Iba a matarlo de ser necesario.
Levanté el cuchillo, dispuesta a todo por la libertad, cuando mi cuerpo se quedó rígido al escuchar un arma siendo cargada a mis espaldas y después el cañon fue puesto en mi nuca. Allah bendito. Cerré los ojos y bajé el cuchillo.
Había sido una mala idea, pero yo siempre fui orgullosa y e este momento la vida me pendía de un hilo, así que, mostrando mi sumisión ante el arma, bajé la mano que sostenía la filosa punta. Eso provocó que quien sea que fuera que tuviera el arma en mi nunca la bajara un poco. Mi cuerpo accionó rápido a pesar del vestido y se abalanzó en su contra dispuesta a rebanarle la garganta.
Nadie me amenazaba con un arma tan sencillamente. Era un riesgo atacar a alguien que no tenía nada que perder.
Mi cuerpo pareció una seda entre los brazos del hombre que, en segundos, hizo impactar mi cuerpo contra la pared y soltar el cuchillo. Me quedé sin aire debido al impacto y un gemido escapó de mis labios. Ese golpe habia sido doloroso. Me amenazó poniendo el arma en mi barbilla de una forma tan fuerte que me obligó a levantar la mirada. Era un puto revolver. Mis ojos asustados se centraron en su mano. Pasmada, reconocí un tatuaje que ya había visto una vez, en un espectro nocturno que me robó la tranquilidad. Un sudor frio recorrió mi nunca y al subir la mirada me perdí en unos intensos ojos azules como el océano.
De haber tenido mis manos libres…Dios, Dios, Dios.
No pude terminar mi pensamiento. Estaba en shock.
El hombre que conocí casi ocho años atrás y que también perdí por sus malas decisiones estaba tocando mi cuerpo, afirmando su peso en mi y manteniéndome presa contra la pared. Su aroma, singular y adictivo, se coló en mis fosas nasales y de inmediato me hipnotizó los sentidos. Los años le dieron una figura sublime. Esos ojos que muchas vi en sueños recordando la noche donde me hizo suya eran más duros, más rebeldes, más incontrolables. Los labios que alguna vez besé y que me besaron como si la vida dependiera de ello, estaban rodeados de una barba perfecta e inyectada con la sensualidad digna de un especimen maduro de hombre.
Parpadee.
¿Eran visiones?
Suspiré con dificultad. Estabamos tan cerca que pude sentir su cálido aliento en mis labios. Acababa de ver a un muerto salir de la tumba de manera casi literal y, aun así, lo más importante para mi fue la forma en como mi mundo vibro. La realidad pareció ser ilusión. Faltaba poco para que esas emociones se apagaran, pero esto las sacudió.
—Sigues siendo aguerrida, Gurkan, digna imagen de la principessa que siempre has presumido ser—dijo casi contra mis labios haciendo despertar y darme cuenta de que no estaba delante de una visión ni mucho menos de una jugarreta que pusieran en duda mi salud mental. Su voz fue casi un hipnotismo, firme, masculina y autoritaria.
La piernas me temblaron.
Gianni Salerno estaba delante de mi, vivo.
—Gianni…