CAPITULO 13| NEYLAN GURKAN

3787 Words
REGIÓN DE CALABRIA. —Ya sabes la respuesta. Mis ojos no fueron cálidos con él, así que deduje que entendió lo que quise decir. Por supuesto que mucho más. Pareció darse cuenta de su pregunta y entonces sonrió. Sujetó mi barbilla para obligarme a verlo a los ojos. Esa mirada casi posesiva, Allah… —Toma estos días para hacerte la idea de que esa boda nunca va a suceder. Ya lo intentaste una vez, no me hagas recordarte como terminó tu vestido de novia—me sujetó por el brazo y comenzó a nadar en dirección de la orilla, donde uno de sus hombres ya aguardaba con una toalla. Odiaba volver al muelle de donde se suponía debía escapar. La tensa conversación había llegado a su fin. Antes de aparecer en el campo de visión de esos desconocidos intenté acomodar mi camisón, aunque no dejaba nada a la imaginación. Estaba pegado como una segunda piel. Gianni estaba igual. La ropa se le pegaba al cuerpo de una manera que cada musculo de su cuerpo se podía ver con claridad. Desde sus pectorales y espalda, hasta cada uno de los marcados cuadros que poseía en el abdomen. Se paró delante de mi y alargó su mano para que la toalla terminara en su mano. Cubrió mi desnudes hasta que la tela se enrolló en todo mi cuerpo. Di un paso en la arena y la primera punzada llegó a mi tobillo. ¿Pero que diablos…? Me incliné para frotarlo un poco e intenté recordar que había pasado. La imagen de mi persona casi cayendo por las escaleras me hizo recapacitar sobre mi estado. Parecía un poco hinchado. Posiblemente mi cuerpo caliente borró cualquier rastro de dolor, pero ahora, enfriado por la corriente, esa sensación gratificante había saltado conmigo al agua. Gianni me tomó por la muñeca e intentó hacerme caminar, pero pronto se dio cuenta que la situación era más compleja que mi simple negativa. Me paré erguida y negué con la cabeza. —No tienes que sujetarme. Yo puedo sola. Me solté de su agarré y mi orgullo me hizo dar un paso. Diablos. Era imposible caminar sin cojear. —Vaya, parece que tenemos un problema—comentó Tony burlón—. Mi querida señorita Gurkan, parece que el karma la ha golpeado. ¿Puedo traer para usted una muleta? —Jodete, Tony. El hombre rió ante mi respuesta, pero para Gianni no pareció tan divertido. Me tomó rápidamente por las piernas y cargó con una soltura casi fascinante sobre su hombro . Sabía que iba a replicar así que optó por esa manera que me inmovilizó de forma sencilla. Ni siquiera tuve fuerza alguna para decir más. Tony fumaba un cigarrillo y se despidió con su mano como si fuera una vieja amistad. Estaba pasando tantas vergüenzas. Logré juntar la fuerza para mostrarle el dedo medio. Ese hombre era todo un caso, pero ya estaba cansada. Analicé mis circunstancias, pensando si era prudente lanzarle una mordida. Olía increíblemente apetitoso, aunque no de la forma alimentaria precisamente. Martino apareció en el umbral de la casa. —Llama a un medico. Parece que se lastimo el tobillo. —Si, señor. Cada paso que daba generaba un sensual movimiento de los músculos de su espalda y que podía decir de mi vista. Hacerse la desganada parecía haber sido un premio. Si alargaba mi mano, podría apretar su redondo trasero. ¿Pero que rayos estas pensando Neylan? Usualmente podía llegar a ser muy positiva, así que no era un comportamiento inapropiado. Me negaba a enfadarme por una derrota, solo era un retraso, una piedra en mi camino a la victoria y tal vez, solo tal vez, no había sido eso, si no una astuta entrada y acceso a la información. No era normal que fuera un ex prometido celoso o tal vez, solo era posesivo, pero fueran cuales fueran los términos, era una emoción que debía usar a mi favor. Mientras observaba el sensual trasero de Gianni Salerno muchas ideas cruzaron por mi cabeza, cada una más descabellada que la otra. Detestaba o más bien, odiaba a Renata Lombardo. Esa chica debió mantenerse a raya en cuanto a sus palabras y no me tendría de enemiga. Ahora era demasiado tarde para que me invitara a tomar te. La puerta de la habitación se abrió, pero Gianni no se detuvo allí, terminó sentándome cerca de la bañera del cuarto de baño y encendiendo la regadera. Lo entendí de inmediato. No iría a dormir con el cabello seco debido a la sal del agua de mar. Cuando comenzó a correr el agua tibia volteó hacia mi. —Esto ha dejado algo bueno. —¿En serio? —pregunté sarcástica. —Al menos hay garantía de que no harás una estupidez de nuevo. Nunca te he deseado mal, pero espero que esto te mantenga en cama y bajo control por varios días y así me evitas problemas. Tu pequeño jueguito pudo costarme caro. ¿Qué esperabas una vez que lograras marcharte? No hay escape en Calabria y nadie, absolutamente nadie te haría cruzar el canal de Messina. —Podría hacer una llamada y Marcello lo arreglaría. Me sentí muy confiada de mi respuesta. No tuve dudas de que era un hecho comprobado que movería cielo, mar y tierra para ponerme del lado siciliano si tan solo tuviera una oportunidad y no todos los caminos cerrados por Gianni. —Tu confianza me apena. —No debería—repliqué con seguridad—. Yo misma observé como encañonó a Tony. Se que habría hecho algo si no lo hubieras chantajeado poniéndome una escopeta en la cabeza. Lo que pasó me ha hecho pensar y cada día que lo analizo, me doy cuenta de que eres un cobarde. ¿Por qué enviar a Tony? ¿Por qué no dar la cara? Mis intentos por provocarlo no tenían limites. —No es momento. ¿Crees que he llegado hasta aquí precipitando mis acciones? Siempre he sido muy detallado con mis pasos y eso te tiene aquí hoy. Fueron muchos años Neylan. La paciencia me recompensará al final. Toma un baño—dijo antes de encaminarse a la salida. Me puse de pie y con un poco de suerte, logré llegar a la regadera—. Por cierto, estas en una zona residencial. Todas las casas están conectadas por un sistema de seguridad. No importa que tanto hubieras nadado, al final, terminarías cayendo en manos conocidas y con una sola llamada Tony habría ido por ti. No gastes energía en estúpidos intentos. No hay salida en Calabria. No le respondí y tampoco dudé de que fuera verdad. La casa no tenía cámaras, pero claro que debía tener el control de otras formas. No voltee, pero al escuchar que no cerraba la puerta, decidí hacerle la petición de que se marchara. —Voy a darme una ducha. Dejame sola. Puse las manos sobre las mangas del camisón y esa pareció ser su señal para abandonar el enorme cuarto de baño. La ropa cayó al suelo y yo entré al agua. Si no afirmaba el pie, no dolía, así que deje que toda la sal saliera de mi cabello. Cerré mis ojos y afirmé mis manos a la pared. El agua tibia ayudaba mucho. Abrí mis ojos para ver el agua correr en dirección de la coladera, pero mi cuerpo se tensó al ver unos zapatos negros adentrarse en mi espacio. Tragué saliva cuando su mano se posó en mi cintura y poco a poco, subió hasta uno de mis pechos. El roce fue casi doloroso, doloroso porque ardía, quemaba en mi interior, pues era imposible que mi ser no reconociera esas manos. Cerré los ojos y luché por contenerme. Tenía cada vello del cuerpo alerta. Sentí su respiración detrás de mi nuca y recordé una situación similar. Mi cabeza y fuerza de voluntad se puso a prueba. —No se que es lo que buscas provocar, pero sea lo que sea no vas a conseguirlo—respondí con mi voz siendo acompañada por el sonido del agua. Mi mano sujetó la suya para detener su avance por mis pechos, no de forma agresiva, si no cuidadosa, tan cuidadosa que pudo ser confundido por una caricia de mi parte (ese fue el objetivo). Me di una vuelta importando poco que mi desnudez quedara al descubierto. No había nada en mi que no conociera ya, además, si se tornaba un salvaje, tampoco había nada que yo pudiera hacer para impedir que pasara. Sus ojos azules bajaron por mi cuerpo y después subieron a los mios, donde se instalaron por varios segundos. Solté su mano y acerqué mis dedos a su barbilla. Al momento que mis dedos rozaron sus labios, sus pupilas parecieron dilatarse y aquella tormenta azulada estalló en caos. Ese era justo el efecto que buscaba provocar, generar recuerdos y traer al presente los estragos del pasado. Sin poder evitarlo sonreí, ya habíamos estado en una situación similar. Mi pulgar acarició sus labios, justo como ocurrió esa mañana cuando volví a Turquía. Recordar era volver a vivir. Sentí la boca seca y no fue precisamente por la sal que tragué. Había dormido en mi cama la noche anterior, como era su osada costumbre. Pude tomar eso como una despedida, sin saber que sería demasiado literal, la ultima vez que nos veríamos como prometidos. Luego de aquel pacto que selló el compromiso entre ambos, llegó la negativa y la negociación. Iba a casarse conmigo una vez que fuera capo para poder ser digno yerno del Mudur. Pidió tiempo, tiempo que mi padre le concedió y yo volví a Turquía permaneciendo a espera de sus logros sin saber que esos logros le expulsarian. Aquella mañana desperté con Gianni Salerno en mi cama, perdido entre mis sabanas y con esos tatuajes de su espalda al aire, únicamente disponibles para mi. Deposité un par de besos en su hombro antes de meterme a la ducha, donde minutos después terminó por alcanzarme. A diferencia del ahora, en esa ocasión estaba desnudo. No solía hablar demasiado, solía besar, acariciar y tocar. Mi mayor arrepentimiento después de eso y al saberlo muerto, fue no haber conversado más, pero con sus caricias bastó para quedarse marcado para siempre en mi mente. Yo no lo había olvidado y el tampoco lo había hecho. —¿Lo recuerdas? ¿Cierto? —Igual que tu—respondió mientras mis dedos bajaban desde sus labios hasta su pecho, donde la humeda camisa me reveló el color de su piel y los tatuajes que la decoraban. Había nuevos, al parecer, tatuajes que ya no me correspondía admirar y aunque me causó malestar, no quise llamarlo celos, porque tenía claro que no podía celar algo que no era mio. Bajé la mano y tragué saliva, notando que su rostro se acercaba peligrosamente al mio. No le detuve, porque estaba perdida en su mirada azul. Se acercó tanto, que, de haberme movido un centímetro, sus labios se habrían sellado con los mios en un beso. Entreabrí los labios de forma provocativa mientras soltaba un pequeño jadeo y eso le llamó, le atrajo como una delicada polilla a una llama que iba a hacerla cenizas. Pareció convencerse de lo que deseaba y justo cuando pensó que me tenía e hizo el movimiento para besarme, aparté el rostro en un movimiento que posiblemente fue el más doloroso en toda su carrera como Casanova. ¿Cómo lo sabía? Por la forma en como sus ojos lucharon por ocultar la expresión adolorida. Un simple movimiento cortó su ego de hombre. —No—dije acompañando mi negativa con un movimiento de cabeza. Levanté mi dedo índice y toqué su pecho mientras su molestia casi animalezca y salvaje me devoraba en forma mirada. Mi mano le alejó de mi—. ¿Sabes lo que soy? Soy la prometida de alguien a quien respeto y tu, tu eres el marido de alguien a quien también deberías respetar. ¿Si dejo que me beses en que me convertiría? En la zorra que tu esposa insiste que soy. No soy eso. ¿Por qué me rebajaría a tal grado cuando del otro lado del canal tengo un hombre que me hará su esposa? Me dará lo que tu jamás fuiste capaz de darme. Ahora, si tus instintos de hombre y canalla son más fuertes, puedes tomar lo que quieres, pero te te ruego que me des un disparo después… Cerré mis ojos y como si fuera magia su presencia se apartó de mi de golpe. Abrí los ojos hasta que escuché el golpe de la puerta y entonces me di cuenta de la fuerza con la que mi corazón latía. Pude dejarme caer al suelo, pues de inmediato mis piernas se volvieron inestables ya no por el dolor, si no por la sensación tan abrumadora. No seas una mentirosa—me dije, después de que mi cabeza empezó a decir que no le dolía haberse apartado. Claro que me dolía e irritaba. ¡Eres una estúpida, una estúpida! Pude haber golpeado mi cabeza contra la pared de rabia. Estaba molesta, molesta porque mi cuerpo sentía con dolor el rechazo que acababa de cometer, pero mi sentir era ese. Tonta, tonta, tonta. No pensaba ser amante de nadie y menos suya. Prefería mil veces morir antes de rebajarme de esa manera, pero eso no significaba que abstenerse fuera fácil. Sin querer, mis ojos comenzaron a arder y un nudo se formó en mi garganta. La Neylan de siete años atrás aun estaba atorada en mi corazón. Tragué saliva e hice algo que no debía, recordar. No pude llorar, fue imposible, pero mis ojos vieron pasar ante ellos esos recuerdos que seguramente, Gianni también tuvo. Para él fue un polvo más, pero para mi fue la despedida con el hombre del que estaba enamorada, el hombre, que en ese punto estaba seguro terminaría poniendo un anillo en mi dedo. Que ilusa fui. Enterrar los recuerdos era necesario si deseaba seguir, pero los necesitaba. Podía hacerle daño y esta era la manera más efectiva que había encontrado, por lo tanto, tenía que sacrificarme un poco más. Pasé las manos por mi cabello y mantuve la calma. Era imposible no sentir y era difícil no caer, pero tenía una flama ardiendo en mi pecho y su alimento eran deseos de revancha. Quería mi venganza más que nunca y este era el camino. No importaba cuanto tiempo me tomara, antes de que Gianni Salerno lograra su cometido, yo iba a encargarme de hacerlo perder y para ello, debía robarle la paz, meterme en su cabeza y volverlo loco. GIANNI —¿Por qué no has tomado un baño? No respondí. Tony se me quedó viendo pasmado mientras me bebía de golpe la cuarta copa de whisky llena hasta el tope. Cuando notó que estaba por tomar una más, se acercó a mi y la quitó de mis manos rápidamente. Me observó detenidamente y entonces como si lo supiera, me señaló. —Saca a esa mujer de esta casa. —¿Ahora me pedirás lo mismo que Renata? —Renata es mujer, se siente amenazada y tiene razones para estarlo. Esa chica Gurkan es una tentación para ti en esta casa y si usa lo que hubo en el pasado para jugar contigo, todo lo que has planeado podría verse interrumpido por lo que sea que sientas. No te involucres con ella. Dejame dispararle. Yo lo haré. No tendrás que mancharte las manos si no quieres. —Nadie va a matarla… —Gianni—dijo casi con voz de suplica—. ¿Te das cuenta siquiera como la miras? Llevo años conociéndote y no importa que tan bella sea la mujer que te pongan delante, jamás, jamás has mirado a una de la manera en como la miras a ella. Renata lo sabe, por eso te ha pedido su cabeza y si fueras inteligente se lo darías y te casarías con ella, terminando con esto de una vez. No se que demonios te ha dicho, pero debió ser duro, considerando que llevas solo Dios sabe cuantas copas. —No me dijo nada—mentí, siendo sabedor de que sus palabras fueron una provocación directa a mi orgullo, pero lo peor de todo, la parte más complicada de todo esto, fue tener sus labios tan cerca y no poder besarla. Su aroma me hizo perder el sentido. Perdí el control. Me desconocí, no me cansaría de decirlo. Cuando me acerqué a su cabello y su aroma me golpeó, olvidé lo que estaba haciendo, está guerra que estaba por iniciar y mi vida en todo sentido. Solo estaba ella y nada más. Estaba jodido. —Entonces hagamos lo que te he dicho… “Soy la prometida de alguien a quien respeto.” ¡Y una mierda! El alcohol en mis venas me llevó a considerar que realmente había cometido un error. Después de tantos años jamás pensé que mis deseos para esa mujer seguirían intactos. Los años debieron haberlos asesinado por completo y de una vez y para siempre. Verla con esos risos húmedos y con esa mirada brillante, me heló la sangre cuando la tuve en mis brazos. Una corriente de deseo me recorrió la columna y cuando sus ojos hicieron contacto con los mios en las frías aguas del Tirreno la vi, la vi desnuda, debajo de mi, susurrando mi nombre cerca mi oído mientras mi cuerpo la embestía con vehemencia. Sus manos aferradas a mi cuerpo, para no hundirse después de tragar un poco de agua, terminaron haciéndome recordar la manera en como se sujetaba a mi y me enterraba las uñas en la piel, al borde del orgasmo. Me desconocí, perdí el control. Luego verla desnuda fue mi crisis. Tenía unos pechos grandes y redondos. Habría llevado mi rostro justo en medio de ellos si tan solo me lo hubiera permitido. Yo los había tenido para mi primero, yo los besé, los puse entre mis labios y los adoré mientras se endurecían ante mis caricias. Tener esos recuerdos, eran un tormento, especialmente cuando podía rememorarlos de nuevo y no tenía ese poder. Estaba en mis manos, pero su alma estaba en otro lado. Nunca había odiado a Marcello, pero si volvía a mencionarlo y a llamarlo su prometido, iba a comenzar a tenerle resentimiento. Mis instintos de posesividad me llevaron a desear encerrarla bajo llave, en esa jaula, como ella lo llamaba y no dejarla salir. Solo yo podría tocarla. Solo yo podría besarla. Solo iba a ser mia. Se suponía que eso debía borrarse con el paso de los años, pero lo único que logré fue que los deseos despertaran de golpe como un horrible sismo que me sacudió. Ella era un problema, mi mayor problema hasta ahora. Tony esperó mi respuesta. —No está en discusión. —Gianni, por amor a Dios—insistió siguiéndome por el estudio, mientras yo me comenzaba a desabrochar los primeros botones de la camisa humeda—. Dijiste que querías hacer esto y es justo lo que estamos haciendo. Yo me jugué la vida por tu plan porque te soy leal, pero como tu amigo te advierto que, en esa mujer, solo veo problemas. Es tu herramienta ¡Bien! Entonces usala de cualquier manera, estás obligado… Negué. —Yo tomó mis decisiones. Ni los celos de Renata, ni tus advertencias me harán cambiar de opinión—. No pensaba ceder porque si lo hacía, mis acciones eran una prueba directa a mi debilidad. Ni sus ojos, ni ella misma me harían declinar los planes iniciales. Yo tenía el control ¡Por supuesto! —Haremos esto y… La mirada de Tony tenía un deje de preocupación. Algo no estaba bien. ¿Había algo más que no estaba diciendo? —¿Qué demonios pasó? —pregunté al darme cuenta. —Kerem Gurkan se ha marchado de Italia—respondió preocupado—. No se que ha pasado, pero tomar a esa chica no ha generado la respuesta que esperábamos y eso es un problema. Si el caos no se desata como dices, van a encontrar una manera de entrar a Calabria y te verás la cara con la fuerza de la Famiglia. Marcello Salerno ha convocado a sus terratenientes, pronto va a golpearte con todo lo que tiene. No tenía sentido. Mi reciente enfado con la situación que acababa de pasar se esfumó. Mis problemas de autocontrol se centraron en la información que acababa de salir de la boca de Tony. La alarma sonó en mi cabeza y comprendí que el plan se había desviado. Kerem Gurkan debía irse en dirección de todos. No había forma de que… Mi cabeza fue al momento donde Neylan tomó el teléfono, el teléfono que yo mismo le permití tener unos minutos para generar caos. ¿Qué le había dicho? Esa fue la única explicación solida que tenía a mi fallo. Todo estaba plenamente calculado y la única variable que podía complicarlo todo tenía nombre y apellido, Neylan Gurkan. —¡Gianni! No me detuve. Subí las escaleras rápidamente e irrumpí en su habitación. La luz se encendió de forma automática y adormilada, ella se incorporó para sentarse sobre la almohada. Tenía una venda en el tobillo saliendo de entre las sabanas, señal de que el medico le había echado un vistazo. —En este momento, quiero que me digas que le dijiste a tu padre. Mi voz sonó diez veces más rígida de lo que esperé. Ella se cubrió con la sabana como si fuera una niña pequeña que acababa de ser descubierta en una travesura. Me dejó ver esos ojos verdes y después negó con la cabeza. —Nada que tu debas saber. —¿Eres consciente de que mi necesidad por controlarlo es lo que te mantiene respirando? ¡Si no puedes darme eso, entonces no hay razones para que sigas aquí! —Entonces no deberías mencionarlo ni arruinar mi sueño—se cubrió con las sabanas—. Dame un tiro y arrojame al océano. Estoy segura de que si lo haces mi padre creará el caos que tanto esperas. Mientras no lo hagas eso no va a ocurrir, así que tal vez ha llegado el momento de que tomes una decisión. No será difícil ¿O sí? Su seguridad me molestó. Era una descarada. Sin pretextos ¿Qué otras razones me quedaban para que siguiera respirando? Sus ojos verdosos parecieron más oscuros y fueron retadores. Me estaba incitando a dar el siguiente paso. No lo dijo, pero fue clara por la forma en como me miró. Dispara o yo lo haré primero. Mi instinto habló muy seguro. Nunca me había fallado. Esa mujer, iba a ser mi caída.
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