REGIÓN DE CALABRIA.
Desgraciado.
No tenía idea de lo que era capaz.
De todas las ideas que pudiera cruzar por mi cabeza, acababa de tomar la más osada de todas. Me cerraban la puerta en la cara, una loca desgraciada me llamaba puta como si yo tuviera las intenciones de subirme encima de su marido. Tal vez si fuera un hombre menos idiota que Gianni Salerno, podría considerarlo. Intenté girar la perilla de la puerta aquella noche, pero tenía candado. Se tomaron en serio su jaula. Había rebuscado por todas partes y cuando encontré un pequeño pasador en el tocador, supe que tenía en mis manos la salida.
No recordaba exactamente como se hacia, pero cuando era pequeña, Emir solía enseñarme a hacer esta clase de cosas. Teniendo un padre con tantos enemigos, saber escapar era parte básica de la enseñanza de un Gurkan. Metí cuidadosamente el pasador doblado en el seguro y giré lentamente, esperando que cediera.
—Por favor, por favor…
Era casi la una de la mañana, dudaba que hubiera alguien del otro lado de la puerta. Como si Dios hubiera puesto los ojos en mi, escuché el sonido del candado cediendo. ¡Si! A pesar de mi victoria, no abrí la puerta al momento. Tenía que pensar en un plan. ¿Si lograba salir? ¿Iba a irme? Era posible que no lograra cruzar más lejos del jardín, pero no perdía nada con intentarlo. Todo el Calabria era agua. Sabia nadar, pero era imposible que nadara hasta llegar a la parte siciliana.
Al menos, mi huida, pondría a Gianni con los cabellos de punta.
Que buscara a otra rehén a quien tratar como su perro. Si pensaba que podría amarrar mis manos y encañorarme a sus deseos estaba muy equivocado. No iba a ser su show personal. Lo único que me tranquilizó de ver a Marcello fue saberlo bien. Mi padre podía ser muy explosivo y no medirse. Su objetividad estaba en mi madre y yo agradecí mucho que fuera así.
No quería que estuviera en problemas, no él.
Era un buen hombre y definitivamente no tenía nada que ver con el imbécil de Gianni. Hasta ahora me daba cuenta. Sujeté mi cabello en una coleta alta y después alisé mis vestidos. No necesitaba tacones. Descalza, salí casi de puntillas, sacando primero mi cabeza y rezando para que no hubiera un guardaespaldas fuera. La suerte me bendijo y yo sonreí. Cerré las puertas a mis espaldas y de un momento a otro las luces se apagaron. Mi corazón se estremeció.
Mierda.
¡No!
Estuve a punto de poner mis manos de vuelta en el pomo y entrar de regreso, pero escuché el grito de un guardaespaldas debajo. “Se ha cortado la energía, en unos minutos entrará el generador de emergencia”. Tomé aire al darme cuenta de que sus pasos estaban en la planta baja. Salí corriendo lo más silenciosamente posible mientras me escabullia entre los pilares. La escalera principal no era opción. Debía haber personas debajo esperando. Mis manos se afirmaron al barandal buscando ver la sombra de algún guardaespaldas y efectivamente allí estaban, con sus enormes armas caminando de un lado a otro. No, esa no era la ruta.
Busqué entre las habitaciones y los pasillos, hasta que casi caigo de cara cuando mi pie se fue en uno de los escalones de una pequeña escalera de servicio. Me sujeté firmemente para no caer, pero el tirón casi me hizo crujir el pie. Todo estaba bien, no dolía. Bajé las escaleras con mayor cuidado sintiendo que todo estaba conspirando a mi favor. Logré llegar a la planta baja y di con los cuartos de lavado y la cocina. Había una puerta que daba al jardín trasero. Intenté llegar a ella, pero entonces una sombra me hizo esconderme detrás de uno de los pilares. Un hombre hablaba por su micrófono.
—Tony Masseira está en el Dolce Notte con el Don. No, no creo que regrese temprano. Cuando asiste sabes que suele perderse con sus golfas. Estará de fiesta hasta que salga el sol así que será una noche tranquila. La chica debe estar dormida. Nos pidió estar alerta porque aquí no hay cámaras en cada rincón como en la otra villa costera. No, no te preocupes—dijo sin saber que mis oídos lo escuchaban atentos. Al menos eso significaba que nadie se había percatado que el seguro de la jaula había sido violado. Desapareció en el umbral de la cocina cuando terminó su recorrido de rutina, mientras seguía hablando de los Dolce Notte.
Mis pies fueron cuidadosos y mis manos evitaron tropezar con cualquiera de los objetos variados que había en la cocina. A como pude y con el corazón latiendo a mil por hora, llegué a la puerta y la abrí. Lo primero que sentí fue el golpe frio de la ventisca matutina. Era de madrugada y con la cercanía de la costa, los huesos casi me temblaron. El césped estaba frio y mis pies descalzos no lo aprobaron. Definitivamente debí ponerme algo sobre el vestido largo de seda que me servía de pijama. La luz volvió segundos después, pero yo me mantuve protegida con la sombra de la casa y comencé a moverme. El jardín era vasto, tanto que las luces que lo iluminaban parecían recorrer casi dos kilómetros. A lo lejos, escuché el sonido brillante del mar. Era un jardín trasero realmente grande. Por suerte, estaba lleno de arboles que me permitieron moverme en la penumbra. Había hombres en distintos puntos, pero nada exagerado lo que me hizo pensar que Gianni no tenía oponentes de los que cuidarse en dicha región.
Parecían más ocupados conteniendo lo que había dentro, que preocupados de lo que pudiera venir desde afuera. Mis pies descalzos sentían el frio, pero no tenía tiempo para pensar en eso. Mi plan creado para molestar parecía estar teniendo un buen resultado que podía terminar en un verdadero escape. No es que no me tuviera fe, solo estaba siendo realista. El escenario se estaba acomodando y si las puertas se abrían yo pensaba aprovecharlo. Cuando estaba a mitad del camino, escondida detrás de un enorme cipres, vi claramente como las luces de la casa tomaban un color distinto y los hombres antes tranquilos y dispersos en el jardín, comenzaban a caminar hacia el interior.
¡Lo sabían! Me hice pequeña detrás del tronco mientras los veía ir del lado contrario a mi presencia. ¡Bien! Mis pies se movieron con más rapidez hacia el agua, sin saber exactamente que encontraría de ese lado. La casa estaba rodeada de gruesas paredes y puertas que por ningún motivo iban a abrir.
¿Cuál era la única salida aparente? El agua y yo estaba dispuesta a caer en ella si eso me daba una salida. No conocía Italia y menos Calabria, pero podría arreglármelas para llegar al otro lado. No tenía pendientes ni pulseras, ni ningún objeto de valor, pero algún hombre de buen corazón debía poder cruzarme al lado siciliano. Estaba segura de que aun había gente buena en este mundo y si lograba llegar le buscaría para pagarle.
Una vez que se dieran cuenta que no estaba dentro, comenzarían la búsqueda por fuera y yo estaría acabada. Mis pies se movieron en dirección del agua y poco a poco, entre la oscuridad, pude ver la madera y piedra de un muelle. ¿Acaso todas las casas calabresas tenían uno? No había árbol que me cubriera para poder llegar allí, así que me lancé sin miedos y en ese momento, las luces que antes tenían un brillo poco intenso tomaron vida y convirtieron el jardín antes oscuro, en día.
Casi ahogué un grito.
¡Diablos! Cualquiera que se asomara por la ventana podría atraparme. Mis pies no dieron tregua a la claridad, comencé a correr en dirección del agua y entonces lo escuché.
—¡NEYLAN!
Allah supremo.
Gianni.
Su voz era inconfundible y yo ni siquiera tuve tiempo de voltear y ver que tan lejos estaba. Mi mente comenzó a advertirme que me había visto y que toda esa bola de gorilas que tenía como seguridad, venían detrás de mi como lobos cazando una pequeña liebre. ¡No quería ser descuartizada!
Mis pies lograron tocar la madera y el golpe helado del agua y de la corriente me hicieron suspirar con un poco de miedo. No había barcos en el muelle, así que todo estaba despejado. Voltee hacia abajo y el agua me pareció aterradora. Mi pensamiento inicial de saltar fue cuestionado por la forma tan peligrosa en como se movía la corriente. Mis pies se detuvieron cuando no hubo más madera que recorrer. Parecía un camino en medio del agua, ancho y muy largo, posiblemente cincuenta metros hacia dentro.
Me arme de valor para voltear. Allí estaba. Caminando hacia mi, sin corbata, con las mangas de su camisa de lino arremangadas y con el cabello despeinado. Tragué saliva. No venía solo y estaba muy enojado.
—Pigghiatela (Traiganla).
Estaba aprendiendo italiano, pero ninguna de las cosas que sabia, pudieron traducir esa palabra. ¿Podría ser algún dialecto tal vez? Retrocedí al ver a un par de hombres acercarse a mi. Estaban seguros de que no iría más lejos y que estaba acorralada. El imitó la acción de los hombres, pero lo hizo mucho más tranquilo, como si recientemente no hubiera gritado mi nombre con casi desesperación.
—No te recomiendo que camines más. La corriente en Calabria es traicionera y no serías la primera ni la ultima mujer que cae por un muelle por la noche y amanece flotando sin vida en alguna otra parte de la costa.
¿Buscaba darme miedo? El golpeteo del agua si parecía preocupante. El muelle parecía firme, pero, aun así, había un pequeño vaíven. El mar era un enemigo al que no se debía tentar. Uno de los hombres estaba a más de cinco metros cuando retrocedí y ellos se detuvieron.
—Señorita, no se mueva…
—¿Por qué? —pregunté sabiendo que mis pies estaban rozando el borde. Tres milímetros e iba a terminar hundiéndome. Gianni caminó más rápido.
—¡Basta de juegos Neylan! —exigió molesto.
Sonreí y abrí mis manos.
—¿Por qué habría de hacerte caso? Pensé que esto es lo que tarde o temprano ibas a hacer. ¿Qué más da? La ira de mi padre será detonada cuando mi cuerpo, tal y como dices amanezca flotando. Tal vez el agua te ayude y termine llevandolo al lado siciliano ¿Lo imaginas?
Parpadeó, como si mis palabras le hubieran afectado.
—No te muevas—insistió entre dientes.
Los hombres voltearon a verlo y con la barbilla les indicó que llegaran a mi, pero un nuevo movimiento por mi parte les dejó helados. No debían atreverse a probarme porque podría asustarlos.
—Si alguien se acerca más de la cuenta, pienso saltar.
Fue él quien llegó hasta ellos y clavó sus intensos ojos azules en mi con exigencia. Parecía estar exasperado y a la vez, increíblemente molesto. Tenía las pupilas dilatadas y el cuello y la barbilla completamente tensos. No era momento para decirlo, pero era justo como lo recordaba. Muy sensual cuando estaba enfadado. Sus ojos buscaron los mios.
—No adelantes las cosas. Todo se hará a mi manera.
—Ese siempre ha sido tu mayor problema—respondí sin perder ni un solo segundo la satisfacción de ver el caos en sus ojos, ese caos provocado por mí—. Siempre queriendo tener el control de todo y la realidad es que a veces, realmente, no tienes el control de nada. Yo, por ejemplo.
Después me dejé caer al agua.
—¡Neylan!
¡Joder! Estaba malditamente helada. Me sumergí a pesar del ardor de mi cuerpo por las bajas temperaturas y comencé a nadar como pude entre el agua salada. Si no pensaba en los tiburones o solo Allah sabía que otros animales, podría nadar sin la paranoia de ser devorada. Ahora el único depredador del que me quería alejar era de ese loco desgraciado. Nadé hacía el lado contrario, esperando poder alejarme. Nunca había sido buena para mantener la respiración, así que menos de un minuto después y con mis brazos doliendo por el esfuerzo, salí a tomar una bocanada de aire casi con desesperación.
Noté que me había alejado unos veinte metros.
Mis ojos ardían por el agua salada, pero lograron observar cuando Gianni se lanzó al agua con un certero clavado.
¡Ay, Dios! Mis manos comenzaron a moverse con desesperación en el agua buscando huir lo más rápido posible. Siendo sincera no tomé en cuenta que se lanzaría. Era buena en esto e iba a poder escapar, o eso me dije mientras forzaba a mis brazos a ir contra marea. Dejé que el tiempo corriera, pero cada vez que lo hacia, el mar a mi alrededor parecía verse más inmenso y no tener fin. Lo que parecían ser pocos metros, se tornaron en decenas más. Quería llegar a un muelle que no le perteneciera, pero en medio de la oscuridad, no era sencillo.
No flaquee, no podía.
Mis manos tomaron las mareas como inspiración, pero antes de que pudiera hacer un movimiento más, sentí como mi cuerpo fue sujetado por unos brazos fuertes que me apegaron a un pecho firme. Lo odiaba en verdad. Ni siquiera el agua de mar le quitaba del cuerpo el olor a gel de baño caro y al perfume que usaba. Sentí la boca seca al instante y no fue por la sal que había tragado en mi pequeño baño en el Tirreno. A pesar de que mi cintura había sido sujetada, yo luché porque me soltara. Mis pies se movieron con desesperación en el agua mientras mi falta de control era clara.
Sus brazos eran más fuertes.
—¡Sueltame! ¡No me to…! —mis palabras se ahogaron cuando una corriente me tomó desprevenida y tuve que toser al tragar agua. Maldita sal. El pequeño ataque de tos me dejó mal. No iba a negarlo. Mi cuerpo pareció aprender a tomar aire y como si mi instinto de supervivencia se apoderara de mi cuerpo, me sujeté a sus brazos sabiendo que allí, no me hundiría. La seguridad me hizo recuperarme, pero segundos después entendí que había sido un error.
La luz de la luna hizo que el color azul de sus ojos se hiciera mucho más claro. Tenía la mirada fija en mi rostro y su cabello sensualmente mojado. Yo sentí que el corazón se me paralizó. Por breves segundos, dejé de ser una mujer para convertirme en un delicado pececillo a punto de ser devorado por un tiburón. ¿Acaso tenía algo en el rostro? Era preocupante la forma tan intensa en como me estaba viendo. Tenía mechones de cabello mojado en toda la cara y estaba temblando, pero ya no sabía si era por el agua helada o porque mi cuerpo sintió el golpe de su cercanía haciendo uso de todas las hormonas posibles. Los vellos del cuerpo se me erizaron cuando bajó la mirada por mi cuello. Mis pechos rebeldes habían quedado vestidos hasta la mitad. Sentí los dedos rígidos. Gianni subió la mirada tan lentamente, que me provocó un vacio en el estomago. El sonido de las olas golpeando nuestros cuerpos no distrajo mi atención de la realidad.
Me estaba mirando los labios.
Me estaba mirando los labios.
¡Quería que me soltara! Estaba a punto de luchar, cuando me di cuenta de que era yo, quien le mantenía pegado a mi cuerpo. Lo solté como si fuera algo indeseable y rompí la burbuja que por unos segundos nos encerró.
—Te odio—mascullé intentando cambiar el sentimiento que me cohibió al verlo observarme de esa forma tan intensa. Si no supiera la clase de hombre que era y del pasado que compartíamos, pude haber dicho que se debatía en si besarme o no y sin duda, no iba a ser un beso pacifico.
La forma de mirarme no cambio, pero su expresión si lo hizo. Me sujetó del brazo y me empujó hacia él con firmeza.
—Tus estupideces pudieron haberte costado caro. ¡Acaso no piensas que pudiste haberte ahogado!
—¡Lo prefiero! —grité importándome poco que mi arrebato hiciera salpicar un poco de agua a su rostro—¡Prefiero ahogarme que seguir encerrada en esas paredes! ¡Quiero volver! ¡Quiero tener mi boda y casarme con Marcello como debió haber sido! Parece que toda tu vida te has empeñado en robarme lo que deseo. No lo has hecho una vez, si no muchas veces.
—¡Disculpame! —exclamó con todo el sarcasmo para hacerme entender que por supuesto, no lo lamentaba en lo más minimo—. No tenia idea que tu maldita boda de reemplazo fuera importante para ti, aunque claro, considerando todo lo que hiciste para obtenerla, es normal que tengas ganas de llorar por lo que he hecho.
—No hables de ella como si fuera un mero trato.
—¿Qué es entonces? ¡Por amor a Dios! ¿Vas a decir que Marcello te gusta?
Mi rabia y resentimientos hablaron por mi.
—Sabes quien soy y creo que también entendiste que nunca hago nada que no deseo. Te quería a ti y me fuiste arrebatado por tus malditas acciones, pero todo ha cambiado y Marcello llegó. ¿Qué si te digo que sí? ¡Me gusta y me casaré con él! ¡Jamás sería mujer de un hombre que no me gusta!
Mis palabras sonaron mucho más convincentes de lo esperado, porque sin dudarlo, se lo dije mirándole fijamente a los ojos. Su expresión enardeció. Me sujetó casi violentamente por mi húmedo vestido y yo lo escuché rasgarse. Bajó la mirada para no perder el contacto visual y sus labios, rozaron mi cuello. Trazó la ruta entre mi piel y subió hasta mis labios peligrosamente para después preguntar con su voz ronca y casi aterciopelada:
—¿Te gusta más que yo?
Nuestros alientos se mezclaron y perdidos en medio de aquella agua helada encontré un arma, posiblemente más poderosa que una bala; una pequeña debilidad.
A Gianni Salerno, realmente le importaba mi respuesta.