Capítulo 19: La prisión de la mente.

3608 Words
Una semana. Siete días infernales habían transcurrido desde la brutal y agotadora confrontación con el Minotauro. Siete días de confinamiento en la cueva, un refugio improvisado en las entrañas rocosas de Creta Magna, un santuario precario en una isla que aún guardaba secretos. El tiempo, dentro de la cueva, se había vuelto una amalgama de ansiedad, esperanza y el monótono goteo de la lluvia. La muerte de la bestia, al parecer, había disipado la densa niebla que cubría la isla casi por completo, dando paso a una ligera lluvia constante que no cesaba, lavando la tierra y purificando el aire con un frescor inusual. Los jóvenes se abastecían de las frutas que lograban recolectar cuando salían en parejas a explorar los alrededores, enfrentándose a pequeños obstáculos y criaturas curiosas, pero nada lo suficientemente peligroso como para alarmarlos. La vegetación de la isla, regada por la lluvia incesante, había cobrado un verde intenso y vibrante, un contraste extraño con la antigua maldición que aún sentían en el aire. La herida de Zachary estaba sanando, aunque el proceso era lento debido a la magnitud del desgarro causado por el cuerno del Minotauro. El costado del hijo de Hades seguía cubierto con vendajes que Devin cambiaba religiosamente dos veces al día, y un tenue resplandor dorado, apenas visible, emanaba constantemente de la herida, señal del incansable trabajo curativo del hijo de Apolo. Pero la ambrosía y el néctar, administrados con la pericia de Devin, estaban haciendo su trabajo, estimulando la curación de su cuerpo divino a un ritmo que sería imposible para un mortal. Aun así, el viaje era imposible; el miedo a que la herida se reabriera con cualquier movimiento brusco o esfuerzo era un riesgo que ninguno de ellos estaba dispuesto a correr. La paciencia era su única opción, aunque la incertidumbre sobre el estado de sus padres en el Olimpo los carcomía. Jayden ya estaba mejor, la conmoción cerebral había remitido a una ligera migraña ocasional, nada de qué preocuparse. Se había sentado al lado de su hermano, vigilando su sueño, y ocasionalmente, su mirada se posaba en Hunter, que yacía a unos metros de distancia. Una preocupación silenciosa se asentaba en su rostro. Los ojos de Hunter revoloteaban incesantemente debajo de sus párpados cerrados, y a veces, su cuerpo se movía con espasmos, como si luchara contra un enemigo invisible. Su piel había recuperado su tono natural, y sus labios habían vuelto a ser tan rosados como una fresa madura, pero el joven no había despertado. Llevaba así los siete días. Sus compañeros estaban preocupados, inquietos por la incomprensible letargia del hijo de Afrodita y Ares. No sabían lo que ocurría en su mente, sólo que su cuerpo estaba allí, pero su espíritu parecía haber emprendido un viaje propio. —¿Creen que despertará pronto? —preguntó Romina, su voz teñida de ansiedad, mientras removía el fuego que habían encendido para mantener el calor y la luz en la cueva. La atmósfera era tensa, cada uno esperando un signo de mejora. —Devin ha hecho todo lo que está en sus manos —respondió Calypso, su voz calmada, aunque sus ojos reflejaban la preocupación. Estaba afilando la punta de una flecha de repuesto, una tarea que la ayudaba a concentrarse—. Sólo podemos esperar. Y rezar. —Es más que sólo el agotamiento físico —dijo Silas, que había estado observando a Hunter con una intensidad inusual. La estatuilla del Minotauro, ahora fría y sin el brillo de las runas, yacía junto a Hunter, como un recordatorio de lo que había sucedido—. La forma en que manifestó ese poder… fue inaudito. Mientras tanto, la mente de Hunter se había vuelto su propia prisión. Voces, innumerables voces, susurraban palabras de desesperanza, un coro sombrío que se repetía sin cesar, sus ecos resonando en el vacío de su conciencia. Eres un inútil. No eres nadie. El mundo caerá en desgracia, y tú no podrás detenerlo. Le recordaban sus fallos, sus inseguridades más profundas, los miedos que lo habían perseguido toda su vida, magnificados hasta el extremo. Siempre has sido un estorbo. Un error. Tu destino es la irrelevancia. Un peso muerto para todos los que te rodean. A veces, las palabras venían acompañadas de imágenes, visiones vívidas y crueles que lo atormentaban sin piedad, cada una más dolorosa que la anterior. En una de ellas, veía a su madre, Afrodita. Su cabello, antes tan brillante y radiante, había perdido todo su lustre, volviéndose opaco y sin vida, como la paja. Estaba tan delgada como un cadáver, su figura demacrada, y su aura divina, antes un torbellino de amor y belleza que llenaba la habitación con su sola presencia, era casi inexistente, apenas un tenue parpadeo que amenazaba con extinguirse. Yacía tumbada en su cama en el Olimpo, la piel pálida y sudorosa, siendo cuidada por ninfas de semblante sombrío, sus rostros marcados por la desesperación y el miedo. En otras, podía ver ciudades del mundo mortal consumidas por la devastación. Edificios derrumbados, rascacielos reducidos a escombros, calles cubiertas de polvo y ruinas, y hordas de monstruos, grotescos y famélicos, deambulando por los restos de la civilización. Era similar a las películas de apocalipsis zombi que tanto le gustaban a Hunter, pero esta vez, el horror era real, palpable, y él estaba atrapado en medio de él, incapaz de moverse, incapaz de defenderse. Los gritos de las víctimas resonaban en sus oídos. Mira lo que sucede. Tu debilidad condenará a todos. Las vidas de millones están en tus manos... y fallarás. No hay escapatoria. Sólo la oscuridad. Y en las peores de todas, veía a sus hermanas, sus amigos de la Academia, incluso a los profesores, tendidos sin vida en el terreno destruido de Redwood, el lugar que había sido su hogar, ahora un cementerio. Los rostros familiares, ahora vacíos y sin alma, miraban al cielo gris, y él era el único que quedaba en pie, rodeado de muerte y destrucción, un sobreviviente solitario en un mundo devastado por su fracaso. Tú eres el culpable. No puedes proteger a nadie. Eres un fracaso en todo lo que intentas. Eres una carga. Siempre lo has sido. Sabía que todo era mentira, que eran meras ilusiones creadas para atormentarlo, para quebrar su espíritu, pero su mente no dejaba de mostrarle dichas escenas una, y otra, y otra vez, hasta que la línea entre la realidad y la pesadilla se difuminaba peligrosamente, y ya no sabía qué era verdad y qué era la cruel invención de su mente. En una ocasión, la penumbra de su mente se intensificó, y una figura encapuchada se acercó a él. Era la misma sombra que él y Devin habían visto en Redwood, aquella que sus compañeros habían descartado como un simple espía cuando se los habían contado durante uno de los entrenamientos en el Inframundo. Su presencia era fría, opresiva. Pero ahora, aquí, en su propia mente, era tan real como el terror que sentía, más imponente y amenazadora que nunca. La sombra lo sujetó por el cuello con una fuerza inhumana, sus dedos fríos y esqueléticos apretando su garganta, impidiéndole respirar. Hunter trató de defenderse, de gritar, de invocar sus poderes, pero era como si sus extremidades fueran de plomo, cada músculo negándose a obedecer, su cuerpo inmovilizado por una fuerza invisible. No luches, débil semidiós. No tiene sentido. Tu resistencia es fútil. Eres patético. Tu linaje no te sirve de nada. Tu voluntad es tan frágil como tu carne. Tan sólo mira cómo tiemblas. La criatura le susurró con una voz cadavérica, un suspiro gélido que le heló la sangre en las venas, un eco de la desesperación. No sirves de nada. Sólo eres un obstáculo. Un peón en un juego que no entiendes. No podrás evitar lo inevitable. El destino ya está escrito. Acéptalo. Ríndete a la oscuridad. Únete a ella. Luego, con la misma rapidez con la que apareció, lo soltó. Hunter cayó al suelo de su prisión mental, jadeando por aire, el terror apoderándose de él, su corazón latiendo salvajemente en su pecho. La figura encapuchada se desvaneció en la oscuridad, dejando un rastro de desesperación y un eco de su risa fría que resonaba en la mente torturada de Hunter, retumbando en cada fibra de su ser. Mientras tanto, en la cueva, Jayden notó el cambio en Hunter. Los espasmos se hicieron más fuertes, su cuerpo se tensó, su respiración se volvió errática y superficial. Se acercó y posó una mano en su frente. Estaba ardiendo, la piel caliente al tacto. —Tiene fiebre —murmuró Jayden, su voz grave, su preocupación palpable. Devin se acercó rápidamente, su rostro contrayéndose en un gesto de preocupación, revisando los signos vitales de Hunter con dedos hábiles y una concentración total. —Su pulso es débil y errático. Sus poderes de curación no están actuando como deberían. El néctar y la ambrosía apenas lo están estabilizando. Es como si algo lo estuviera drenando desde dentro. Silas, con el ceño fruncido, examinó la estatuilla de obsidiana que Hunter aún sostenía con fuerza en su mano inconsciente. Las runas que él había invocado estaban atenuadas, casi invisibles, y la obsidiana estaba fría al tacto, desprovista de la calidez que había tenido al principio. —El rastreador… está inactivo —dijo Silas, su voz pensativa, casi unmurmullo—. La conexión con el Minotauro se ha cortado, pero… la energía de Hunter está siendo drenada. Esto no es sólo una fiebre. Creo que lo que lo derribó fue más que el impacto físico o el agotamiento. Quizás la Amortentia lo afectó más de lo que pensamos. Pudo haber abierto una puerta. —¿Qué quieres decir? —preguntó Romina, su voz llena de angustia, acercándose un poco más. —La Amortentia es el filtro de amor más potente del mundo —explicó Silas, su mirada fija en el rostro atormentado de Hunter—. Pero Hunter la canalizó de una forma que jamás habíamos visto, como una pura manifestación de emoción sin un filtro específico. No fue sólo amor o furia, fue una explosión de emoción pura, sin filtrar, sin control. Ira, frustración, miedo, desesperación, amor, lealtad… la esencia misma de su ascendencia, la pasión de Afrodita y la furia de Ares, concentrada en un único punto. Esa energía… pudo haberlo dejado vulnerable a algo. Algo que está atacando su mente, aprovechándose de su estado. —¿Entonces está en su cabeza? —Liam se arrodilló junto a Hunter, su rostro pálido—. ¿Está sufriendo una especie de ataque psíquico? Calypso asintió, su rostro pálido, sus ojos preocupados. —Es posible. Si el Minotauro era un reflejo de la oscuridad interna, y Hunter lo enfrentó con una manifestación de sus propias emociones más profundas… la maldición de la isla podría haberlo atrapado. O algo más… algo que ha estado controlando a los monstruos y que ahora se ha fijado en él. Jayden apretó los dientes, la mandíbula tensa. La idea de que Hunter estuviera sufriendo, atrapado en su propia mente, le revolvía el estómago. —No podemos dejarlo así. Silas, ¿hay algo que puedas hacer? ¿Un contrahechizo, algo para romper la barrera en su mente? Silas negó con la cabeza, su expresión sombría. —No sin saber qué es lo que lo está reteniendo. Podría empeorarlo. Podría hacer más daño que bien. Es como intentar operar un cerebro sin saber qué parte está enferma. La mente es delicada, y los ataques psíquicos de esta magnitud son raros. —¿Y si intentamos utilizar el Corazón de Cristal una vez más? —sugirió Devin, señalando la gema azul que yacía inerte sobre una roca, su brillo ahora mucho más tenue—. El libro decía que purifica las esencias divinas corrompidas. Si la mente de Hunter está siendo corrompida… Marcus se apresuró a recoger el Corazón de Cristal. Al hacerlo, una tenue luz azul pulsó en su mano, y la cueva pareció iluminarse con un fulgor etéreo, como si la gema respondiera a su toque. —Está funcionando… al menos un poco —dijo Marcus, sintiendo una corriente de energía pasar por su cuerpo. Zachary, que había estado escuchando a medias, murmuró, su voz rasposa por el dolor y la debilidad, sus ojos apenas abiertos. —Tiene que ser… Pitón. O quien sea que la controle. Quiere… debilitarnos. Quiere que nos rindamos. Quiere rompernos. Jayden se arrodilló junto a Hunter, tomando su mano. Estaba fría, a pesar de la fiebre que lo consumía. —No lo permitiremos —dijo con voz firme, más para sí mismo que para los demás, una promesa silenciosa—. No nos rendiremos. No lo dejaremos caer. Devin, con la estatuilla de obsidiana en una mano y el Corazón de Cristal en la otra, se concentró. La luz dorada de sus manos se intensificó, y comenzó a canalizar su poder hacia Hunter, esperando que la gema y la estatuilla actuaran como catalizadores. —Necesitamos que luche —murmuró Devin, su voz concentrada—. Necesitamos que sepa que no está solo. —¿Cómo lo hacemos? —preguntó Romina, su mirada fija en el rostro angustiado de Hunter. —Hablándole —dijo Jayden, su mirada fija en el rostro pálido de Hunter, una resolución férrea en sus ojos—. Conectando con él. No sólo con palabras, sino con la verdad de nuestros sentimientos. Lo que sea que lo atormenta, se alimenta de sus miedos, de sus inseguridades. Tenemos que darle esperanza, recordarle quién es. Cada uno de ellos comenzó a hablarle a Hunter, sus voces llenas de aliento y recuerdos, creando un coro de apoyo en la penumbra de la cueva. Liam le recordó el día que habían llegado a Redwood, cómo a pesar de su acoso y bromas crueles, Hunter siempre había sido amable con él, y había encontrado la forma de integrarse entre los tantos estudiantes. —Hunter, ¿recuerdas cuando intentaste enseñarnos a patinar durante el Festival de invierno? —Liam soltó una risa forzada—. Fue un desastre, pero aun así seguiste intentándolo. Esa es tu fuerza. Esa persistencia. Romina habló de su inesperada y reciente amistad, de cómo Hunter la había ayudado a sentirse menos sola y más aceptada. —Hunter, eres la persona más dulce que conozco. Siempre me escuchas, siempre tienes una palabra amable. Me has enseñado a reír de nuevo. No puedes rendirte ahora. Marcus recordó un chiste que Hunter había contado, que los había hecho reír a carcajadas, aliviando la tensión en los peores momentos. —¡Hey, Hunter! ¿Recuerdas esa vez que intentaste cocinar ambrosía en la clase de repostería y casi quemas la cocina? ¡Fue un desastre épico! Pero nos reímos mucho. Necesitamos más de esos momentos. Necesitamos tu humor, tu espíritu. Vuelve con nosotros. Calypso le habló de su inteligencia, de su creatividad, de cómo su visión única era vital para el equipo, para resolver problemas de formas que ellos no podían imaginar. —Eres más inteligente de lo que crees. Tu forma de ver el mundo, tu capacidad para encontrar soluciones creativas… eso nos ha salvado más de una vez. Y tu valentía en la batalla contra el Minotauro… nadie más podría haber hecho lo que tú hiciste. Te necesitamos, Hunter. Orión le recordó su valentía, su inesperada fuerza en la batalla, contrastando con su imagen más tranquila. —Aunque no te guste pelear, Hunter, eres un guerrero formidable. Vimos lo que hiciste. Demostraste un valor increíble. Eres más fuerte de lo que crees. Silas le habló de su potencial, de la profundidad de su alma, de la conexión única que tenía con las emociones. —Tu poder es más profundo de lo que imaginas. Es el poder de la conexión, de la empatía. Y aunque ahora te parezca una carga, es tu mayor fortaleza. No dejes que la oscuridad te lo arrebate. Pelea. Devin le susurró promesas de días más brillantes, de risas y de hogar, la esperanza de un futuro que aún podían construir. —Te prometo que cuando todo esto termine, volveremos a Redwood. Comeremos pizza, veremos películas. Jugaremos videojuegos hasta el amanecer. Pero tienes que volver. Tenemos un futuro, un hogar. Jayden, sujetando la mano de Hunter con fuerza, con una sinceridad brutal y un afecto que no podía compararse con nada, un amor tan profundo que resonó en el aire. —Bebé, sé que estás asustado. Sé que crees que no eres lo suficientemente bueno, que no eres nadie. Pero lo eres. Eres valiente. Eres fuerte. Nos salvaste. Le cortaste la cabeza a una bestia que ninguno de nosotros pudo detener. Tú nos diste el Corazón de Cristal. No estás solo. Estamos aquí contigo. Lucharemos esta guerra juntos, cada paso del camino. Despierta. Vuelve a nosotros. El mundo te necesita. Yo te necesito más que a nada. No sé qué haría sin ti. No te atrevas a irte. Mientras las voces de sus amigos llenaban la cueva, una sinfonía de esperanza y afecto, la mente de Hunter seguía siendo una tormenta, pero una tormenta que comenzaba a resquebrajarse. La figura encapuchada se volvió más grande, más amenazante, su forma disolviéndose en una negrura absoluta, sus ojos, dos puntos de la nada, fijos en Hunter. Se cernía sobre él, susurrándole al oído, su voz una letanía de desesperación. No hay fuerza en ti para resistir. Es más fácil. La oscuridad te abrazará. No hay escapatoria. Estás solo. Hunter se revolvió, un gemido escapando de sus labios en la realidad. La fiebre subía, su cuerpo temblaba, y sus compañeros veían con angustia cómo sus esfuerzos parecían inútiles. Pero entonces, algo comenzó a cambiar. Las voces de sus amigos, aunque distantes, empezaron a filtrarse a través del velo de desesperación, no como susurros, sino como anclas. Y las palabras de Jayden resonaron con una fuerza inesperada, un martillo golpeando las paredes de su prisión mental. Yo te necesito. Una pequeña grieta apareció en la oscuridad de su mente, una fisura por la que se colaba una luz tenue. La imagen de sus hermanas, sonriendo, vivas, felices, se superpuso brevemente a la de sus cuerpos inertes, una visión de esperanza. La figura encapuchada rugió, su voz distorsionada por la furia, por el atisbo de resistencia que sentía en Hunter. ¡No! ¡No los escuches! ¡Son mentiras! ¡Todos mienten! Intentó atrapar a Hunter de nuevo, sus garras extendiéndose, sus dedos fríos intentando ahogarlo. Pero Hunter ya no era el mismo. A pesar de la debilidad, la semilla de la esperanza había sido plantada y comenzaba a germinar. Recordó la sensación del látigo de Amortentia en su mano, la furia que lo había impulsado, la fuerza que había encontrado en su interior. La imagen de Crocus, el conejito, apareció en su mente, la ternura que había sentido, el amor que lo conectaba al mundo. —No soy débil. Con un esfuerzo monumental, Hunter levantó la cabeza en su prisión mental. Miró a la sombra encapuchada, sus ojos, en su mente, brillando con los mismos colores vibrantes que habían tomado en la batalla, el rosa neón y el dorado brillante, desafiantes. —No —murmuró, su voz apenas un susurro, pero firme, con una determinación creciente—. No me rendiré. No soy patético. Y no estoy solo. Mis amigos… mis compañeros… me necesitan. Y yo… yo los necesito a ellos. Las palabras de Jayden resonaron de nuevo, un eco poderoso: Nos salvaste. Le cortaste la cabeza a una bestia que ninguno de nosotros pudo detener. Tú nos diste el Corazón de Cristal. La figura encapuchada se tambaleó, su forma parpadeando, su poder disminuyendo ante la renovada voluntad de Hunter. Su voz se volvió un silbido, menos amenazante. ¡Imposible! ¡Nadie puede resistirse a mí! Hunter canalizó toda la fuerza que le quedaba, el recuerdo de sus amigos, el calor de la mano de Jayden, la luz del Corazón de Cristal que, en la realidad, comenzaba a brillar con más fuerza, respondiendo a su despertar. —No soy un obstáculo. Y no estoy solo. Y yo… los protegeré. Con cada palabra, las cadenas invisibles que lo ataban en su prisión mental se rompían, desintegrándose con un sonido de cristal que se hacía añicos. La oscuridad comenzó a retroceder, las voces susurrantes se convirtieron en un murmullo distante, hasta desaparecer por completo. La figura encapuchada se retorció, su forma se desdibujó, y con un último grito de rabia impotente que resonó en el vacío de la mente de Hunter, se desvaneció por completo, dejando tras de sí sólo un rastro de aire frío y la promesa de que volvería. En la cueva, los espasmos de Hunter disminuyeron. La fiebre bajó lentamente, su cuerpo relajándose. Sus ojos revolotearon una última vez, y luego, con un suspiro profundo, se abrieron de golpe. Sus ojos bicolores, aunque aún un poco vidriosos por el agotamiento, enfocaron a sus compañeros, que lo observaban con una mezcla de alivio y asombro. —Hunter… —murmuró Devin, aliviado, una lágrima de alegría asomando en la esquina de su ojo, mientras Jayden apretaba su mano, su propio rostro pálido pero lleno de alivio. Hunter los miró a todos, el agotamiento aún grabado en su rostro, pero una chispa de lucidez regresando a sus ojos. —Tuve… tuve una pesadilla —murmuró, su voz rasposa, pero audible—. Una muy, muy mala. Y… ustedes estaban ahí. Un suspiro de alivio colectivo llenó la cueva. El hijo de Afrodita y Ares había regresado de su propia batalla interna. Y ahora, estaban listos para continuar, con una nueva determinación. La amenaza no había terminado, pero al menos, por ahora, estaban todos juntos. Como un equipo. Como una familia.
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