2 | LÍMITES

4530 Words
Me ardía el pecho y la sangre que corría por mis venas, mi vista estaba borrosa y el humo del antro de mala muerte no ayudaba para nada. La gente me miraba confundida y enojada cuando pasaba a su lado y empujaba sin importarme a todos, desesperada por salir de una maldita vez de ese lugar. Quería irme a toda costa, desaparecer de esa maldita ciudad si era necesario, para tranquilizarme. No quería verlo, e ignoraba por completo su voz llamando mi nombre a mis espaldas. No quería darme vuelta y encararlo, vería su rostro y la imagen de la chica besándolo volvería a mí, y lloraría frente a él y definitivamente no quería que fuera así. Pero, también quería evitar ver el estado en el que estaba, no quería. Si lo miraba a los ojos, todo se haría realidad. - ¡Val, espera! – escuché antes de que me tomase del brazo con fuerza y me obligara a parar mi paso. Me giré bruscamente hacia él y zafé mi brazo de un tirón. Tragó saliva y apartó sus manos de mí -. Sé lo que estás pensando, pero te prometo que no es lo que crees. - ¿Y entonces qué es, Eric? ¡Tú dímelo! Que pareces tener la respuestas a todo: ¿Qué mierda sucede? – no podía evitar gritarle, no podía, o me concentraba en el enojo de mi cuerpo, o en la tristeza, y definitivamente mis defensas no servían contra él cuando estaba triste. - Por favor, nena, vayamos a casa y podremos hablar de esto tranquilos. – me rogó con los ojos rojos, rojos por el alcohol y quien sabe otra cosa más, y rojos porque se le pusieron llorosos. - ¿Nena? ¿Te atreves a llamarme así en este momento? – Bufé con rabia -, eres un jodido idiota Brennett, un completo idiota. Noté que mis palabras le dolían, y no recordaba cuando fue la última vez que me escuché a mí misma llamarlo de aquella forma, pero de manera enojada. A lo largo de nuestra relación, cada vez se le hacía más difícil esconder o disfrazar sus sentimientos frente a mí. Sabía leer cada uno de ellos, cada movimiento y cada expresión, lo conocía de memoria, de arriba abajo, y a veces me asustaba. Me asustaba porque cada día comprendía que yo entendía por qué él actuaba como actuaba, pero sinceramente, no le veía hacer un mínimo esfuerzo para cambiar. Entendía, sabía con seguridad que él no me lastimaría apropósito. Pero tampoco veía que se esforzara para no hacerlo. - Amor – lo miré con cuchillos en los ojos, tragó saliva -, vayamos a casa, por favor. - Estás enfermo, Eric. Malditamente enfermo si piensas que regresaré a ese lugar contigo. Como pude, zafé de él y de sus insistencias y salí de aquel antro asqueroso. Cuando mis pies pisaron la acera los flashes de las cámaras no empezaron a atacar hasta que sentí la presencia de Eric a mis espaldas. Todo explotó entonces. Tuve que empujar a los fotógrafos y hacer oídos sordos a las preguntas impertinentes que lanzaban aquí y allá. Eric no parecía hacerles caso, continuaba gritando mi nombre y ni siquiera se cubría el rostro con la mano, o evitaba amigablemente a los paparazzi. Lo ignoré lo más que pude, a él y a todos alrededor. Odiaba que mi vida se hubiera convertido en un programa de televisión y más que nada saber que al siguiente día, aquel acontecimiento sería tapa de todas las revistas de chimentos que tanto odiaba. Y las había empezado a odiar cuando comprendí su inmensa capacidad para mentir a las personas y distorsionar la verdad. Cuando llegué a mi auto, me subí sin mirar atrás y coloqué trabas en las puertas. Quise arrancar el motor, mirando simplemente hacia adelante, y entonces escuché un golpe en seco en la ventanilla de la puerta del acompañante. Con mis ojos ardiendo miré como Eric miraba por la ventana y me observaba con los ojos llenos de lágrimas. Lo había visto llorar tanto en esos últimos años, y aún no podía deshacerme del efecto tan grande y devastador que causaba en todo mi cuerpo. No podía dejarlo allí, rodeado de toda esa gente tomándole fotos y preguntándole cosas que, estaba segura, lo sacarían de quicio en algún momento. Irme, significaría dejarlo indefenso ante todas esas alimañas, ¿quién además de mí lo protegería entonces? Si me iba, definitivamente él no me lo perdonaría jamás. Supiré pesadamente y le abrí la puerta. En cuando se subió y cerró de un portazo, arranqué el auto a toda velocidad. Miraba al frente, no podía mirar a otro lugar. Los nudillos de mis dedos estaban blancos y los dientes me dolían de tanto apretarlos. Me estaba aguantando las lágrimas, pero lágrimas de rabia. Porque aguantaba todo eso, porque no podía ver más allá de él, porque cualquier cosa que pudiera lastimarlo yo las evitaba, ¿y las cosas que me lastimaban a mí? ¿él que hacía con ellas? Para mi suerte, no dijo nada en todo lo que duró el trayecto de nuevo hacia el departamento. Lo notaba tenso y la forma en la que tocía con fuerza, supe, también, cuando bajó los vidrios y tomó aire, que estaba soportando las ganas de vomitar. ¿Qué había bebido esa noche? ¿Había usado otras cosas también? Rezaba para que no fuera así. No podría soportarlo de aquella manera otra vez. Aparqué el auto en el garaje y ambos caminamos juntos hacia el interior del edificio, subimos al ascensor en un silencio sepulcral, con una tensión que no podría ser cortada ni por tijeras gigantes de oro. Yo no comprendía cómo me sentía aún, no lograba encontrar qué me molestaba más de todo lo que había ocurrido en esas pocas horas. Repasé los últimos días, el último fin de semana, en mi cabeza y caí en la cuenta de que hacía mucho tiempo no pasábamos un día verdaderamente en paz. Nuestra rutina, nuestra vida, nuestra relación, estaba yendo por cualquier dirección de la que yo esperaba. Nada, además de nuestros sentimientos uno por el otro, se sentía igual. Nada era igual, no mucho, desde mi punto de vista al menos. Entré primero y arrojé las llaves a una mesita de vidrio junto a la puerta, sin miedo de romperla o que se partiera. Escuché como cerraba la puerta a mis espaldas y caminé hacia el sofá de la sala quitándome mis zapatillas en el camino. Me tiré en el sofá y tomé mi cabeza entre mis manos, masajeándome el cuero cabelludo. Él se quedó parado en la esquina, mirándome, con las manos, guardadas en sus bolsillos. Suspiré, intentando quitar cualquier tipo de pensamiento borroso de mi cabeza. Con el tiempo, por suerte, había aprendido a pensar antes de empezar a discutir, había aprendido a aclarar mis ideas antes de lanzar una sola palabra. Muchas cosas malas me había traído ya mi bocaza y cuánto más pudiera evitar que sucediese, lo haría. Entonces lo escuché respirar profundamente y me atreví a clavar mis ojos en él finalmente. Nos miramos un segundo, intensamente, y me puse de pie. - Si vas a explicarte – lo interrumpí al verlo abrir la boca para hablar -, primero quiero saber si estás sobrio – su expresión me hizo quebrar la voz -, porque si no es así, no quiero hablarte. - Amor... - dio un paso hacia mi estirando los brazos para tomarme entre ellos, me zafé, dando un paso hacia atrás y negando con la cabeza -. Lo siento, de verdad, lo siento mucho. - Siempre lo sientes, ¡Siempre! – lo miré fijamente -. ¿Sabes cuántas veces te he escuchado decir lo siento estos últimos meses? – bajó la mirada y detuve mis lágrimas mordiéndome con fuerza la mejilla interna -. ¿Estás sobrio, Eric? - Val... - Responde la maldita pregunta. Incluso aunque yo ya sabía la respuesta. Bajó la cabeza. - No. - Entonces ve a lavarte la cara, a tomar agua. Recién entonces hablaremos. Y me hizo caso, por suerte, no dijo nada más y dio media vuelta dirigiéndose hacia la habitación.  Me sentía como su madre, como su niñera, su mejor amiga, su amante, todo a la vez. Todo junto. No sabía que papel iba a ocupar en cada ocasión, simplemente lo descubría conforme la vida del famoso Eric Brennett iba desarrollándose frente a mis ojos sin que yo pudiera hacer algo más. Me permití derramar unas lágrimas para vaciar un poco mis enormes ganas de llorar, supe que si lo hacía ya, cuando tocase hablar con él, no le daría el gusto de verme débil. Porque al fin y al cabo, siempre era yo la que terminaba limpiando los platos rotos, y últimamente todos ellos eran de parte de él. Pasaron cinco minutos y me preocupé cuando no aparecía aún. Fui caminado cuidadosamente hacia la habitación, y luego hacia el baño, donde lo encontré tirado en el piso junto al retrete, vomitando todo lo que contenía su estómago. Cerré los ojos con fuerza y la opresión en mi pecho me impidió dar media vuelta y dejarlo arreglarse solo. Tomé una toalla y la mojé con agua de la canilla, mientras me arrodillaba a su lado y le limpiaba la frente sudada. No dije nada. Eric continuó devolviendo todo el alcohol por lo que parecieron diez minutos, pero no fueron exactamente de verdad eso. Sus ojos volvieron a conectarse con los míos y al verlo tan dolorido, me compadecí. Limpié su rostro y la comisura de sus labios con la toalla. - Ven aquí. – le dije, tomándolo de los hombros y ayudándolo a ponerse de pie. Lo dirigí al lava manos y lo ayudé a lavarse el rostro y mojarse la cabeza. Se quitó la camisa manchada de vomitó y la arrojó a un costado, y tuve un deja vú. O más bien un recuerdo, de cuántas veces lo había visto hacer la misma acción, pero con diferentes camisas y camisetas. Suspiré viéndolo lavarse los dientes. Recosté mi cadera contra el mármol del lava manos y él apoyó todo su peso sobre sus manos, con la cabeza gacha. Intenté que se me ocurriera algo que decirle, lo que sea, pero nada salió de mi boca. Me torturé a mí misma diciéndome que, ¿cómo se suponía que le reclamaría algo sabiendo todo lo que le estaba pasando, en el estado en el que se encontraba? ¿Por qué no lo dejaba pasar, una vez más? Lo perdonaría y las cosas estarían bien de nuevo, él me amaba, yo a él, y yo misma había visto como esa chica se le arrojó encima, sabía que Eric jamás me haría algo así. La parte de mí misma que continuaba amándome y respetándome, me impulsó a salir de ese baño en donde sentía que dejaría de respirar correctamente en cualquier momento. Me senté en el borde de la cama y suspiré como por décima vez en lo que iba de la noche. Diez segundos después, lo vi salir del baño y recostarse contra el marco de la puerta, cruzando sus brazos sobre su pecho. No podía verlo, no quería, más bien. Porque me encontraría con golpe, con moretones, con sangre seca, y nuevamente, dejaría pasar todo porque ¨él estaba en mal estado como para lidiar con algo más¨. No, no dejaría pasarlo. - Val – empezó a decir, y lo miré luego de unos segundos de silencio, negaba con la cabeza -, sabes que esa mujer se me tiró encima. Ella me besó a mí, ni siquiera le devolví el beso, lo juro, ¡Viste que la aparté! – sonaba de verdad nervioso. Me mordí el labio sonriendo de forma irónica. - Ella te besó pero tú le dejaste sentarse en tus piernas – comenté con sarcasmo y su expresión me hizo reír por un segundo. - Sabes cómo son las cosas, Val... los chicos insistieron en que unas chicas se unieran al grupo, y ella cuando me pidió la foto se me tiró en las piernas, lo prometo. – movía las manos de forma nerviosa. - ¿Qué si sé cómo son las cosas? – Enarqué una ceja -, ¡Claro que lo sé, Eric! He estado conviviendo con esas ¨cosas¨ desde que todo esto comenzó. - Sabes que jamás te engañé, ni te engañaría. Sí, lo sabía. Confiaba en él ciegamente en ese asunto. Pero mi enojo crecía cada vez más por el hecho de que no era capaz de darse cuenta que me importaba un comino acerca de quien quiera que haya sido la zorra esa del antro. - ¡Me importa una mierda acerca de todas las perras que se te tiren encima, Eric! – de un salto, me puse de pie, sorprendiéndolo -, ¿A caso no te das cuenta de lo que en realidad importa aquí? ¿De lo que en realidad me duele? - Yo... - su cerebro no parecía procesarlo. Suspiré con rabia. - Estoy harta de que no cumplas tus promesas – sentencié y me miró confundido -. Me prometiste que vendrías después de la conferencia de prensa. - Lo sé pero surgió lo del antro y... - ¡Y no fuiste capaz de avisarme que no vendrías! – me alteré, me miraba apenado -. ¿A caso te has fijado en que hice la cena para ambos y que todo sigue servido en la mesa? Claro que no, ¡Porque estás tan borracho que ni siquiera puedes mantenerte en pie sin estar recostado por la pared! – le escupí. Bajó la mirada, avergonzado, vulnerable, y lo hacía porque entendía que no llevaba las de ganar. No esa vez al menos, ni ninguna de las anteriores. - ¿Sabes lo que se siente ser una espectadora de tu vida y no sentirme parte de ella realmente? – no pude evitar que se me quebrara la voz, me miró a los ojos -. Te has convertido en un fantasma, Eric, ya no te veo, y no hablo de físicamente. - Sé que no hemos logrado pasar mucho tiempo juntos pero prometo que lo solucionaré – me tomó de las manos, acercándose a mi cuerpo de forma desesperada, bajé la mirada -. No tendré otra pelea hasta dentro de unos tres meses, pasaremos todo ese tiempo juntos, lo juro. Te llevaré a donde sea – revoleé los ojos, intentando apartarme de él, pero no me lo permitió ya que me abrazó por la cintura -, ¿Londres?, ¿Sídney?, ¿Canadá? O quizás volver a casa, lo que tú quieras, amor, dímelo y haré lo que quieras. Lo miré a los ojos, sorprendida de verdad que esas palabras estuvieran saliendo de su boca. ¿A caos no me conocía para nada? ¿No sabía qué clase de persona era o qué? No lo perdonaría simplemente porque me diera cosas, o me regalara viajes, ¡No estaba con él por su jodido dinero y facilidad para cumplir todos mis jodidos y estúpidos deseos! - Me importa una mierda todo eso, lo sabes – dije, mirándolo, asintió rápidamente, como si fuera un niño buscando toda posibilidad de ser perdonado por su travesura -. Pero no quiero sentirme así, Eric. No creo poder soportar algo así nunca más. - No volveré a faltar a una cena, lo prometo. – me reí por su inocencia e incapacidad de comprender la realidad. Literalmente, estaba lidiando con un niño de diez años. No pude evitar acariciar su rostro y admirarlo de punta a punta. Cerró los ojos ante mi tacto y aparté el cabello de su frente. Su piel golpeada era suave de igual forma, y el rastro de barba en su mandíbula me picaba las yemas de los dedos. - Me refiero a que no quiero sentirme una espectadora más en tu vida – aclaré y abrió los ojos junto a mi voz, me aseguré de mirarlo fijamente -. Enterarme de tu vida por una alerta de Google no es exactamente algo que una novia haría. No soportaré ese tipo de cosas. - Lo sé, lo entiendo. No pasará de nuevo. – prometió. Suspiré antes de volver a hablar. - Y esto de volver borracho... - aparté la mirada un segundo -, no lidiaré con un bebedor en mi vida, Eric. Y si algo así vuelve a suceder, si tengo que volver a buscarte en un antro a mitad de la noche, y te encuentro borracho, con otra chica encima de ti y besándote... eso será todo para mí. Su mirada me rompió el corazón, pero era tiempo de decírselo. Aquella no era la primera vez que sucedía algo como ello. Aquella no era la primera vez que lo ayudaba a limpiarse de su vomito o lo ayudaba a ponerse de pie. Lo amaba, muchísimo, pero convivir con alguien así se estaba convirtiendo en un peso demasiado grande para mis hombros. Sabía que no lo dejaría, que lo ayudaría a encontrar una forma de superar todo aquello, pero no perdía nada con amenazarlo un poco, para ver si eso ayudaba a que abriese los ojos. - No digas eso, Val... - sonrió con pesar -, somos tú y yo, ¿Recuerdas? Sonreí y le di un pequeño beso en los labios para tranquilizarlo y quitarle esa expresión de dolor del rostro. - Somos tú y yo. Lo sé. - Bien... porque en lo que a mi concierne, solo veo eso en mí futuro: tú – no pude evitar poner mis ojos en blanco con una sonrisa burlona, era un idiota romanticón. Se rio un poco -, bueno, y por defecto yo también. - Mejor cierra la boca, Brennett. Le di un pequeño beso nuevamente, y cuando intenté apartarme, volvió a pegarme a su cuerpo con intensidad, clavando sus labios en mi boca con posesividad. No dudé ni tardé en devolverle el beso. La forma en la que nuestras lenguas se entrelazaban en una danza gloriosa no dejaría de volarme la cabeza jamás. Me encantaba. Sentí sus manos bajar a mi trasero y apretarlo con fuerza, levantándome un poco. Gemí por lo bajó cuando mordió mi labio inferior y lo estiró con delicadeza. Me miró con las pupilas dilatadas y estiré el cabello en su nuca para atacar su cuello con mi boca. Lo besé y mordí con ímpetu, hasta que dejé una marca cerca de su clavícula. Me apartó para quitarme la camiseta por encima de la cabeza descuidadamente. Sus dedos desabrocharon mi sostén y rápidamente se acuclilló un poco frente a mí para atacar mis pechos con su boca. Me lamió y besó el seno izquierdo, mordiendo mi pezón suavemente, mientras su mano masajeaba el otro. Gemí su nombre y de repente sentí mi peso caer en el borde la cama, quedándome sentada en esta. Observé a Eric arrodillarse frente a mí y separarme las rodillas. Me miraba de la misma forma que siempre, con un deseo inexplicable que consumía su cuerpo, y él mío también. Levanté las caderas cuando quiso bajarme el short y las bragas, hasta que estuve completamente desnuda frente a él. - ¿Cómo mierda puede seguir sorprendiéndome lo perfecto que es tu cuerpo, Val? – sus manos recorrieron un camino desde mis senos hasta mis muslos, con sus ojos analizándome -. Mierda, te he cogido en todas las posiciones posibles y aún tengo tantas en mente. A mí, por mi parte, me seguía sorprendiendo la forma en la que me hablaba cuando teníamos sexo. Pero no me quejaba al respecto porque me excitaba, y él lo sabía. Le acaricié el cabello y me dedicó una sonrisa pícara antes de perderse entre mis piernas. Sentir su boca contra mi piel, contra mi centro, besándome, chupándome y suspirando, lograba hacerme perder el control de una manera inimaginable. Su lengua fue dada por los mismísimos dioses y de eso estaba completamente segura. Maldita sea. Gemí su nombre y me retorcí con la espalda enarcada en la cama mientras él continuaba atacándome de la mejor manera existente. - Acaba para mí, nena. – lo escuché decir. Cuando sentí sus dedos entrar en mí y moverse dentro y afuera con fuerza e ímpetu, no tardé en acabar en su boca y sobre su mano, gritando su nombre sin importarme si los vecinos nos oían o no. Me recuperé del orgasmo cuando sentí su peso colocarse sobre mi cuerpo. Lo sentí completamente desnudo y duro contra mí. Respiraba con dificultad, pasando la lengua por mi labio inferior, besándome detrás de la oreja. - Eric... - me escuché suspirar su nombre, mientras mis uñas se clavaban en la piel tersa de sus hombros fuertes. - Soy tuyo, Val. – me prometió. Lo besé con intensidad, con ganas de perderme en él, si es que algo así era posible. Tomándolo por los hombros lo empujé hacia atrás, acostándolo en la cama y posicionándome a horcajadas encima de él. Tomé su pene en mi mano y lo coloqué en mi entrada, para luego sentarme lentamente y dejarlo entrar por completo en mí. - Mierda.- blasfemó echando la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Lo escuché suspirar del alivio y empecé a mover mis caderas en círculos, sosteniéndome de su pecho para mantener la estabilidad. Envió la cabeza hacia atrás cuando mis movimientos empezaron a ser más rápidos, arriba y abajo, y sus caderas chocaban contra las mías sin piedad. Estuve a punto cuando lo sentí acabar dentro de mí, y luego de moverme unas cuantas veces más y sentirlo masajearme los pechos, acabé por segunda vez en la noche, y me dejé caer con mi peso completo sobre su pecho. Me dio un beso en el hombro luego de que me acostara a su lado boca abajo. Lo observé mirar el techo y suspirar unas tres veces con cansancio, con el brazo detrás de su cabeza. No solo lo notaba cansado sino que también decaído, y me preocupé por él. Entendía lo susceptible que era, y tenía el presentimiento lo habían afectado más fuerte de lo que yo me imaginé. Estiré mi mano y acaricié su clavícula, lo vi sonreír por lo bajo y fue como si me sacaran un peso de encima. Con la punta de mis dedos hice el recorrido desde su cuello, hacia su barbilla y luego hacia su nariz. Lo acaricié por un segundo y me reí. Enarcó la ceja y me miró con los ojos entrecerrados. - Tu nariz es de verdad puntiaguda. – lo molesté, riendo. Elevó sus cejas sorprendido pero no ofendido. - Mi nariz no es puntiaguda, es perfecta – solté una risotada y entonces sonrió divertido -. Es perfecta para mi rostro. - ¿Y tú rostro también es perfecto? – comenté con sorna. - Claro – dijo con obviedad -. Es bueno que tú lo digas, o sino quedaría como un engreído. - Ya eres un engreído, Eric. – dio medio giro hacia mí, riéndose y mordió mi hombro, acostándose boca abajo y mirándome. Quedamos cara a cara, muy cerca. Sonreí levemente sin poder evitarlo. - Solo porque estar contigo me sube el ego, Val Drake – revoleé mis ojos, y a pesar de que llevábamos años juntos, y lo oía decirme cosas así casi todo el tiempo, no pude evitar sonrojarme -. Digo, eres tan fea que siento que siempre resalto cuando estoy a tu lado. Solté una sonora carcajada y no pude deja de reírme como por un minuto, hasta el punto que mis ojos se llenaron de lágrimas y mi estómago dolía. Eric se reía y me miraba. Se acercó a mí y apoyó su mejilla en mi hombro, rodeando mi cintura y espalda con su brazo. Nos quedamos en silencio por unos minutos. No podía verlo, pero sentía su respiración en mi nuca, su pulgar e índice acariciar a lo largo de mi columna. De igual forma, podía sentir su ánimo decaído, casi demasiado apagado para tratarse de él, y también teniendo en cuenta que acabábamos de hacerlo. Me dolía y me preocupaba, más que nada porque hace mucho tiempo lo sentía así: apagado e inseguro, todo el tiempo. Lo veía lúcido y de buen humor muy pocas veces, casi contadas. Algo estaba pasando dentro de la cabeza de Eric, algo que yo no podía descubrir o entender, y algo que él no iba a decirme, no al menos aún o dentro de un tiempo. Le había estado insistiendo acerca de ir a un terapeuta, con alguien que él sintiera pudiera abrirse completamente sin miedo, algo que se volvería confidencial. Se negaba diciendo que no le interesaba contarle sus cosas a nadie más que no fuera yo, pero a mí no me molestaba para nada que él no quisiera hablar conmigo de ciertas cosas. Lo conocía mejor que a nadie, podía sentir su miedo de decir algo por temor a que a mí me afectara de otro modo. Luego de todo lo que nos sucedió, lo que me sucedió, Eric había desarrollado un sistema de protección hacia Val, donde impedía que cualquier cosa, o cualquier persona, me lastimara de cualquier situación posible. - Val... - lo escuché decir en voz baja. - ¿Si? - ¿Lo dijiste en serio? – preguntó. Sentía su corazón latir con fuerza contra mi espalda. - ¿Qué cosa? - Que me dejarás. – dijo en voz baja. Sabía que había sido por eso. Suspiré pesadamente y me moví, quedando boca arriba. Lo miré a los ojos, tenía los codos apoyados en el colchón y sus hombros muy tensos. Noté la preocupación y el miedo en su mirada, y quise sacarle todo eso, deseé que no volviera a sentirse de esa forma. Pero no podía mentirle. Lo cierto es que ninguno de los dos sabía qué pasaría después de esto. Siempre cometeríamos errores, y esperaba que no, que dejara pasar un tiempo en paz, aunque sea. Mi intención no era dejarlo, pero tampoco podía dejar pasar todo por alto, simplemente no podía. Le aparté el flequillo de la frente y me miró como un niño esperando a ser regañado. - Si no me das una razón, no – asintió lentamente, aun desganado. Suspiré -. Mi intención no es dejarte, nunca, pero hay cosas que... - Que no puedes dejar pasar por alto, lo sé – me interrumpió, leyendo literalmente mi mente -. Sé que soy un desastre, más ahora de lo que era cuando aún estábamos en la preparatoria pero... te prometo que estoy intentando cambiar algunas cosas, es solo que es más difícil de lo que pensé en el principio. - Lo sé. Sé que te esfuerzas por hacer todo mejor. - Entonces no tienes por qué pensar en dejarme, ni siquiera como opción en un futuro cercano o lejano o lo que sea – me miraba de repente emocionado y ansioso -. Voy a cambiar, amor, lo prometo – enarqué una ceja, sonriendo -, y después de eso podríamos... - ¿Qué? – insistí luego de su silencio medio prolongado. Me observó seriamente y me miró a los ojos. - Nos podemos casar – soltó sin más, tragué saliva -, pero esta vez de verdad – lucía profundamente emocionado -. Ya sabes, como en un altar, con un juez civil, invitados, una gran fiesta... un matrimonio de verdad. - ¿Estás hablando en serio? – estaba conmocionada. Pero no sabía si para bien o para mal. - Por supuesto que sí – dijo, serio -. Desde hace mucho tiempo sé que es lo que quiero entre tú y yo – elevó su mano derecha y mostró su tatuaje en el dedo anular, aquella fina línea que nos habíamos hecho hace unos cinco años -. Quiero que aquí haya un anillo de verdad, y en el tuyo – tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos -, también. Me quedé completamente en silencio, mirándolo sin poder creer lo que acababa de escuchar hace apenas unos segundos atrás. Había pasado demasiado tiempo desde que habíamos tenido ese tipo de conversación, de hecho, era la primera vez que lo veía hablar realmente serio respecto a esto. Tragé saliva y aparté la mirada cuando preguntó: - ¿Qué dices, Val?
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