NO ACEPTO

1977 Words
Las clases habían comenzado nuevamente en la universidad. El receso se le había escapado muy rápido. Con todos los compromisos de la empresa, Rebecca apenas había podido hacer un par de cosas durante sus vacaciones. La verdad era que el único verdadero descanso que pudo tener fue durante su pequeña escapada con quién ella creía era Ángelo. Ahora debía volver a sus responsabilidades con su carrera profesional. Le faltaba poco para graduarse, así que ahora menos que nunca debía rendirse aunque se le hiciera muy difícil mantener el equilibro entre tantos compromisos. Rebecca llegó apresurada al salón de clases. Por lo general llegaba temprano a todas sus asignaturas, pero esta vez se había retrasado un poco. No demasiado, solo lo suficiente como para llegar cuando el profesor ya hubiese iniciado con el tema del día. Sin embargo, se sorprendió al entrar al salón y notar que el profesor no se encontraba ahí. Los alumnos permanecían en sus asientos conversando plácidamente entre ellos mientras continuaban a la espera del docente que no había aparecido. – ¿Dónde está el profesor? –preguntó a Marisa en cuanto se acercó a su asiento a saludarla. – Está enfermo –explicó. Marisa le dijo que al parecer el profesor que le correspondía impartir la clase estaba algo mal de salud y le habían dado varias semanas de reposo, por lo que le habían asignado a un sustituto que aún no conocían, pero los rumores decían que se trataba de un suplente muy guapo y todas las chicas lo estaban esperando con ansias. – Bueno, pero yo no puedo esperar a ver si aparece o no, necesito que me firme las planillas de permiso para mi tesis –exclamó Rebecca molesta. – ¿Las puede firmar él? –preguntó Marisa confundida. – Se supone que debe firmarla el jefe del departamento, pero si está enfermo, entonces debe firmarla su suplente, en este caso, el profe guapo… y debe ser hoy, así que necesito encontrarlo –dijo con firmeza. – ¿Por qué no vas a buscarlo en las oficinas del departamento? – Eso haré. – ¡Oye! –le gritó antes de que saliera casi corriendo del salón– no te olvides de contarme luego si realmente el profe nuevo es tan guapo como todos dicen –le pidió con una sonrisa pícara. Rebecca soltó una pequeña risa, pero aceptó de inmediato ante el encargo de su amiga, después de todo, una parte de ella también sentía curiosidad al respecto. Rebecca salió del salón de clases rumbo al despacho del profesor. Las oficinas de ese departamento se encontraban del otro lado del campus así que tuvo que caminar un largo trayecto para llegar. Todo estaba silencioso cuando ingresó. No parecía haber nadie en el edificio, sin embargo, continuó su camino hasta la oficina del profesor, debía asegurarse de que no estaba ahí antes de irse, no podía perder ninguna oportunidad, necesitaba esa firma. Sonrió al ver el nombre de su profesor sobre una puerta, seguramente su suplente debía encontrarse en esa oficina. Al acercarse se dio cuenta que la puerta se encontraba entre abierta. Decidió echar un vistazo en silencio antes de ingresar y notó a dos personas en la oficina. El profesor suplente parecía estar sentado de espaldas a la puerta. No lograba verlo bien salvo por la parte de atrás de su cabeza, pero asumió que era él. Estaba sentado en la silla del escritorio observando a la persona que tenía frente a él. Rebecca pudo notar rápidamente de quien se trataba. Una de las profesoras del departamento era quien lo acompañaba. Rebecca se sorprendió al ver que esa docente que siempre había sido muy seria y respetada por todos en la universidad, se encontraba bailando desnuda y de manera sensual para el hombre frente a ella. Lo peor de la situación era que esa mujer estaba casada con otro profesor. No podía creerlo. Definitivamente las personas no eran lo que parecían. Rebecca decidió retirarse, no quería seguir siendo testigo de aquella escena, sobre todo porque sabía muy bien de qué se trataba y era algo que no le incumbía, por lo que muy despacio se retiró de la puerta y de forma silenciosa salió del edificio. Esperaría un par de horas para poder regresar, contaba con que para entonces, ambas personas ya hubiesen terminado con su asunto y ella poder obtener la firma que necesitaba. Transcurrido el tiempo, Rebecca iba camino de regreso al departamento de psicología a buscar nuevamente al profesor suplente. Al entrar al edificio se encontró de frente con la profesora que había visto bailando desnuda en el despacho. La saludó cordialmente y esta le devolvió el saludo. Cargaba una enorme sonrisa en su rostro. Lucía muy feliz y satisfecha. Rebecca pensó en ese momento en Marisa y las veces en que esta le decía que toda mujer necesita de vez en cuando, una buena revolcada para poder disfrutar de la vida. Rebecca se echó a reír en voz baja ante tal pensamiento. Su amiga solía tener ciertas ideas bastante peculiares. Continuó con su camino y llegó hasta el despacho del profesor, la puerta estaba nuevamente entre abierta, pero a través del espacio de la abertura pudo observar al hombre de pie frente al escritorio organizando algunos documentos. Se encontraba solo así que la chica dio un pequeño golpe en la puerta y la empujó suavemente para luego asomar su cabeza hacia el interior. La quijada de Rebecca cayó ante la sorpresa de descubrir de quien se trataba. El guapo profesor suplente del que todos hablaban era Luciano. Sintió como la rabia surgía en su interior. No solo le mentía sobre su identidad sino que ahora también le engañaba con otra mujer. – Rebecca –dijo con emoción Luciano al levantar la cabeza y verla en la puerta– pasa cariño. Que alegría que vengas por aquí –exclamó acercándose a ella e invitándola a que tomara asiento. – Muy buenos días profesor Ángelo –respondió de manera seca. Decidió que lo mejor era seguir fingiendo que no sabía su verdadera identidad. Luciano la observó confundido por su actitud– he venido porque necesito que me firme estas planillas. El profesor titular debía hacerlo, pero al estar de reposo y ser usted su suplente, entonces le corresponde firmarlas. Le agradecería que lo hiciera, ya que las necesito para mi tesis de grado –explicó de la forma más seria y formal que pudo. El hombre la miraba extrañado sin entender que ocurría. – Claro que sí amor, sabes que te ayudaré en lo que necesites. Ven aquí, toma asiento –le insistió nuevamente mientras colocaba una mano en su espalda y la guiaba hasta la silla frente al escritorio. Rebecca se sentó y sacó los papeles que traía y los colocó sobre el escritorio. Luciano los revisó en cuanto los tuvo en frente y no dudó mucho para firmarlos como la chica pedía. Firmó como Ángelo Di Rossi. Rebecca estaba muy molesta en ese momento, no dejaba de pensar que Luciano o Ángelo como sea que se hiciera llamar, no solo era un mentiroso sino que además tenía un fetiche muy extraño por las mujeres casadas. La había buscado a ella para intentar enamorarla mientras le hacía creer que era una persona diferente al hombre con quien se había casado y ahora simplemente la engañaba con otra mujer casada. El tipo estaba demente, sin duda debía alejarse de él. Era lo más lógico en esa situación. Salir corriendo y no volver a tener contacto con ese hombre. Sin embargo, una parte de Rebecca no quería hacerlo, no solo porque estaba enamorada de él, aunque no lo admitiese, era así, sino también porque la rabia que sentía en ese momento la hacían pensar que debía vengarse de alguna forma. Si él quería jugar con ella, pues ella también jugaría con él. Le demostraría que no era una chica tan fácil de engatusar. – He hecho una reservación en un restaurante para que cenemos esta noche juntos –le comentó Luciano en cuanto terminó de firmar lo papeles. – Gracias por la firma –respondió Rebecca recogiendo las planillas y guardándolas nuevamente en la carpeta que traía. Ignoró por completo la invitación que el hombre intentaba hacerle en ese momento. – Pasaré a buscarte al salir de clases –insistió de manera firme. Casi como en una orden. – No, gracias –replicó Rebecca. La rabia que sentía se hacía cada vez más intensa y no la dejaba pensar adecuadamente. – ¿Por qué? ¿Qué ocurre cariño? –quiso saber el chico. Se encontraba confundido por la manera en cómo actuaba. – Te parece muy divertido jugar con las mujeres ¿no es así? –soltó de golpe. La pregunta sorprendió por completo a Luciano, era algo que no esperaba, pero tampoco entendía a qué se refería. – ¿Qué quieres decir? – Deberías saberlo muy bien. – No. No sé de qué se trata todo esto. – Ángelo… Por favor quiero que te alejes de mí –le pidió con voz seria y firme. – Pensé que todo estaba bien entre nosotros ¿Qué hice? –preguntó confundido. – Lo sabes muy bien –insistió la chica– No tengo por qué darte explicaciones, pero te recuerdo que yo estoy casada y amo a mi marido. – ¿Casada?... ¿Cómo que casada? ¿Desde cuándo? –No entendía lo que estaba pasando. – ¡Ja! –soltó burlonamente la chica– lo sabes muy bien, llevo 3 años casada y amo a mi esposo –insistió. El joven se echó a reír. – Eso no es cierto. No creo que estés casada. Nuevamente me estas mintiendo –replicó acercándose a ella seductoramente y mirándola a los ojos– ¿por qué vuelves a mentirme? –le preguntó de forma tranquila. La rabia se apoderaba una vez más de Rebecca. – Deja de decir tonterías –respondió empujándolo con fuerza en el pecho para alejarlo de ella– Eres tú quien ha mentido y te repito, estoy casada y amo a mi esposo. – Si lo amaras tanto como dices no me habrías besado de la manera en que lo has hecho… tantas veces –concluyó arqueando una ceja. Rebecca no podía negar que los besos que habían nacido entre ellos habían sido todos muy apasionados y llenos de amor, pero no daría su brazo a torcer. – No te lo diré más. Por favor aléjate de mí y déjame ser feliz con mi esposo –dijo finalmente para luego tomar sus cosas y salir de la oficina. Rebecca se retiró dejando al hombre de pie confundido por la situación. No sabía que había ocurrido. No entendía por qué la chica había actuado de esa manera. La última vez que la había visto, habían tenido unas maravillosas vacaciones juntos. Además, había estado hablando con ella por teléfono todos los días desde que habían regresado y en ningún momento pareció estar molesta, por el contrario, las cosas entre ellos estaban yendo muy bien. De hecho, esa misma mañana antes de que Rebecca saliera hacia la universidad, Luciano la había llamado y habían estado conversando tranquilamente, por eso ahora no entendía que había ocurrido, pero lo que más le sorprendía y extrañaba era que ahora le dijera que ella estaba casada. Él no podía creer eso. Durante el tiempo en que se conocían, en ningún momento lo había mencionado y aunque fuese cierto, el hombre estaba seguro de que la chica no quería a su esposo como lo amaba a él, sus besos se lo habían demostrado. De cualquier manera estaba dispuesto a luchar por ella. No dejaría que ningún hombre se interpusiera entre ellos. Estaba decidido a que ella fuese su mujer, pues por primera vez en su vida podía decir que era ella a quién amaba.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD