Cuando abrí los ojos, tuve una idea. Me llegó de pronto e, inmediatamente, me obsesionó hasta el punto de que apenas me di cuenta de la sed, de la comezón que sentía en las venas. «Vanidad», musité para mí. Pero la idea tenía una belleza seductora. No; mejor olvidarlo. Marius había dicho que me mantuviera lejos del santuario y, además, volvería a medianoche y entonces podría plantearle la idea. ¿Y él, podría...? ¿Podría qué? Mover la cabeza con gesto de tristeza. Salí de la cámara y, deambulando por la casa, vi que todo seguía como la noche anterior; velas encendidas y ventanas abiertas al suave espectáculo de la luz agonizante. Parecía imposible que pronto tuviera que irme de allí. Y que no fuera a volver nunca, que Marius pensara evacuar aquel lugar extraordinario. Me sentí ape

