Alex debía contenerse. La tragedia que acababa de golpear a la familia de Natasha —la muerte de su padre en un accidente en la mina— hacía que ese no fuera el momento de revelarle la verdad. La familia estaba devastada, y él debía apoyarla en medio del dolor, igual que Nathalya. La boda no se pospuso, aunque las despedidas de solteros restantes sí se cancelaron.
Semanas después, Nathalya comenzó a notar actitudes diferentes de Alex hacia Natasha. Su amiga sufría y no podía entender por qué. Intentó calmarla, diciéndole que eran nervios prematrimoniales, pero la tensión crecía. Finalmente, decidió enfrentar la situación directamente:
—¿Por qué te estás comportando así con Natasha? —preguntó con firmeza.
—Entiéndeme… —dijo Alex, con la voz cargada de culpa—. La amo, pero desde lo que pasó no puedo seguir con ella. Voy a cancelar nuestro compromiso.
—No puedes hacer eso… Natasha te necesita.
—Pero no la amo… yo te amo a ti.
—Jamás podría ser feliz contigo —Nathalya respondió, con un dolor contenido—. ¿No lo entiendes?
—Me amas tanto como yo a ti… nos merecemos una oportunidad.
—Sabes que nunca le haría daño, es como mi hermana.
—Lo sé, y me duele tener que hacer esto… pero es lo mejor.
—No… no lo hagas o te arrepentirás toda tu vida.
—Entiéndeme, no puedo jurarle amor a alguien que no amo.
—¡Ya no es una opción!
—Sí lo es.
—¡No! Porque…
—¿Por qué? Termina de decirlo.
—No me corresponde a mí decirlo.
—Bien… en este momento terminaré con esta farsa.
—¡Está embarazada! —exclamó Nathalya, rompiendo el silencio.
—¿Qué?
—Está esperando un hijo tuyo. Por eso no puedes renunciar a todo por mí.
—No puede ser…
—Sí lo es. Debes ir con ella y fingir que no sabes nada, es la sorpresa que te tiene preparada para hoy. No la arruines.
—Pero…
—Debes sonreír, actuar feliz por la noticia.
—No sé qué decir…
—Disculpa tu actitud, di que la boda te tiene nervioso, que no has dormido por la emoción. Sé convincente y muestra tu mejor sonrisa, ¿me escuchaste?
—No puedo…
—¡Finge! ¡Te lo ruego!
Alex siguió el consejo de Nathalya. Cuando Natasha le dio la noticia, él reaccionó con alegría y emoción, aunque su corazón deseaba que ese hijo fuera de Nathalya y él. Sin alternativa, continuó con la boda según lo planeado.
El gran día llegó. Alex y Natasha unieron sus vidas frente a familiares y amigos. Alex se prometió a sí mismo hacerla feliz, llenar a su hijo de amor y proteger a Natasha. Para ella, todo era felicidad, orgullo y amor familiar, sin sospechar que bajo la superficie, los corazones secretos de otros latían con intensidad.
La celebración de la boda había terminado, y todos se preparaban para partir hacia la luna de miel. Pero para Nathalya, la noche se volvió una pesadilla. Su madre llamó desesperada: su padrastro había vuelto a agredirla, y estaba gravemente herida. Nathalya salió corriendo, con el corazón latiendo frenético, tratando de tomar un taxi y llegar a tiempo para socorrerla.
De repente, una sombra se cruzó en su camino. Ángel apareció de la nada, su obsesión y furia hacían que cada paso fuera un riesgo. Intentó resistirse, forcejeó, gritó, pero él no cedía. La sensación de peligro la envolvía por completo: el aire parecía pesado, su respiración entrecortada, sus manos temblorosas. Cada segundo era una eternidad, cada movimiento una lucha por mantener el control de su cuerpo y de su vida.
Logró escapar finalmente, tambaleante y exhausta. Su ropa estaba desordenada, su rostro marcado, su cuerpo lleno de moretones y rasguños, reflejo de la violencia que había soportado. El miedo la había paralizado, y la humillación y la impotencia se mezclaban con un dolor profundo que no desaparecía.
Una vecina, al verla entrar con la mirada perdida y los labios temblorosos, se acercó con preocupación para ofrecerle ayuda. Nathalya apenas pudo agradecer, con el corazón aún latiendo a mil por hora. Pensó en su madre, en la urgencia de atenderla, y corrió a su lado sin dar explicaciones, consciente de que la noche había cambiado su vida para siempre.
Después de ese momento, cada sonido en la calle, cada sombra, cada coche que pasaba demasiado rápido, la hacía estremecerse. El miedo y la desconfianza se habían instalado en su interior; la seguridad que alguna vez sintió se había desvanecido. Aun así, su fortaleza no la abandonaba. Debía cuidar de su madre, protegerla a toda costa, y enfrentarse a un mundo que, de repente, se había vuelto más cruel y peligroso.
En el suelo yacía su madre, malherida y débil, pero aún respiraba con dificultad. Doña Jose, la vecina, actuó con rapidez, ayudándola a llamar a la ambulancia y acompañándola al hospital. Mientras caminaban entre la confusión y el miedo, Doña Jose le insistía en que también debía revisarse, pero Nathalya apenas podía sostenerse, temblaba y la angustia no la dejaba pensar con claridad.
—Debes denunciar a ese miserable, Nathalya. No puede quedar impune —le dijo la vecina con firmeza, mientras la consolaba.
Después de una larga charla y con la ayuda del personal médico, Nathalya logró reunir fuerzas para presentar la denuncia por agresión y por la violación que había sufrido. Cada palabra le pesaba, cada recuerdo la hacía estremecer, pero sentía que debía buscar justicia, aunque fuera solo un poco.
Para su madre, sin embargo, ya era demasiado tarde. La atención tardó demasiado en llegar y sus heridas, sumadas al cáncer con el que había luchado durante años, fueron demasiado. Nathalya vio cómo la vida de su madre se apagaba entre sus brazos, y una parte de ella también murió con ella.
De repente, Nathalya se encontró sola. El amor de su vida estaba casado con su mejor amiga y disfrutaba de su luna de miel en otro continente; no tenía familia cercana ni fuerzas para buscar compañía. El velorio y el entierro se hicieron en silencio, con apenas unos pocos vecinos y Doña Jose acompañándola, mientras ella caminaba entre lágrimas y vacío, sintiendo que el mundo se le desmoronaba.
Los días que siguieron fueron una prueba constante. Solo salía para trabajar y regresar a casa, ignorando sus necesidades, olvidándose de comer. La tristeza se reflejaba en cada gesto y cada mirada, y con el paso de las semanas, su cuerpo empezó a resentirlo. En el trabajo, preocupados por su estado, le mandaron a hacer análisis médicos; su salud ya estaba seriamente comprometida, reflejando el peso del trauma y la pérdida que cargaba.
La sorpresa de Nathalya fue abrumadora: estaba embarazada. Tener un hijo del hombre que la había agredido era algo que jamás imaginó, y el miedo la paralizaba. Cada noche, los recuerdos grotescos del ataque regresaban en sus pesadillas, los gritos, el forcejeo, la impotencia… y su corazón se llenaba de amargura. No se sentía lista para traer una vida al mundo bajo esas circunstancias, y la incertidumbre la consumía.
Ángel había desaparecido de la ciudad tras el ataque, y la policía aún no lograba dar con él, mientras que el hombre que había lastimado a su madre ya estaba tras las rejas. Nathalya se sentía atrapada en un remolino de dolor y soledad; Alex y Natasha no tenían idea de lo que ella estaba viviendo, ni podían imaginar la magnitud de su sufrimiento.
Entonces, un día inesperado, un hombre elegante y adinerado apareció frente a su puerta:
— ¿Le puedo ayudar en algo? — preguntó formalmente.
— ¿Nathalya? — preguntó él, con una voz que ella apenas reconocía.
— Sí… — respondió, incrédula.
— Quizá no me recuerdes, pero yo a ti sí.
— No entiendo, señor…
— Hija — dijo finalmente, y en ese momento Nathalya comprendió: era su padre, el hombre que la había abandonado.
— ¡No! No tengo padre, él se divorció de mi madre hace años y también de mí.
— Nunca me divorcié de ti, hija.
— Por favor, váyase y no regrese — sollozó, y el hombre se alejó, dejándola con lágrimas que no podía contener.
La confusión, la ira y la tristeza la invadían. ¿Por qué ahora recordaba que existía? ¿Dónde estuvo cuando más lo necesitaba? ¿Por qué abandonó su vida? Sentía que la vida le daba otro golpe inesperado justo cuando creía que no podía soportar más.
En el trabajo, una asistente social le habló sobre sus opciones: aborto o adopción. Nathalya temblaba mientras escuchaba, sintiendo el peso de la decisión sobre sus hombros. —Cuando no estamos preparadas para traer un hijo al mundo, podemos tomar decisiones libres — le explicó la asistente—. También puedes darlo en adopción si lo deseas.
— Pero, ¿y si no lo aman? — murmuró Nathalya.
— Hay personas que desean ser padres y dar amor — respondió la mujer. — Si decides abortar, puedo darte la dirección de la clínica y concertar una cita segura.
El miedo, la culpa y la desesperanza la agobiaban. Nadie podía ayudarla a sentirse completa de nuevo. Pero su padre, preocupado, había estado siguiendo la situación gracias a la vecina, Doña Jose, quien le contó todo. Al ver a Nathalya dirigiéndose a la clínica, se adelantó para detenerla.
— ¡No pude, papá! — gritó ella al encontrarse con él, desbordada en lágrimas.
— ¿Qué estabas a punto de hacer, hija? — preguntó con firmeza y tristeza, abrazándola.
— Quería abortar… pero no pude… — sollozó—. Perdón, no puedo más.
— No estás sola. Sea lo que sea, yo estaré contigo.
— Ya no quiero vivir — murmuró ella, quebrada.
— Hija, no digas eso. La vida es difícil, sí, pero yo te ayudaré. Vamos a mi casa en la capital, no volverás a estar sola.
— No sé…
— Nunca te abandoné — aseguró él.
Ella lo miró, incrédula y dolida:
— ¡Pero no estuviste!
— Lo sé, y me duele en el alma. Escúchame: cuando tu madre y yo nos separamos, sufrí un accidente grave. Conduciendo sin precaución, atropellé a alguien y estuve en prisión todo este tiempo.
Luego explicó cómo la vida le había dado una segunda oportunidad: tras salir de la cárcel, una tía lo ayudó con negocios en la capital y le dejó herencia, dándole los medios para buscarla.
Tras una larga conversación, Nathalya decidió irse con su padre, recogió sólo sus documentos y una foto de su madre, y pidió a Doña Jose que cuidara la casa y no hablara de ella. Antes de irse, tiró el folleto de la clínica, dejando que el viento lo llevara lejos.
Como era de esperar, los vecinos chismosos no tardaron en inventar historias: que había abortado, que se había ido con un “sugar daddy” adinerado, que había matado a su madre con su mala reputación… Doña Jose no pudo desmentirlo, pues tuvo que salir de la ciudad por un tiempo.
Cuando Alex y Natasha regresaron, encontraron el folleto y escucharon los rumores. Alex sintió un odio profundo, pensando que Nathalya había abortado a su hijo y lo había engañado; Natasha no entendía nada, pero aún conservaba la esperanza de una explicación que aclarara todas las dudas y malas ideas sobre su amiga.