—Soy el único y verdadero amor de Nathalya, y no me importa quién sea usted. Le aseguro que ella solo me ama a mí y será feliz a mi lado —dijo Alex, con la voz firme.
—Calma, muchacho. Sé bien quién eres —respondió don Emmanuel, con una calma que intimidaba.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Alex, sorprendido.
—Nathalya me lo contó todo.
—Me alegra que lo hiciera, porque vine por ella —aseguró Alex.
—También te mandé a investigar —don Emmanuel adoptó una actitud casi mafiosa, solo para medir hasta dónde llegaría el joven enamorado.
—Ah, ¿sí?
—Pero cálmate, no te haré daño —dijo, justo cuando Francisco, el chofer, entró para darle un reporte.
—Señor, ya están los muchachos vigilando. Las cámaras que pidió instalar funcionan y todas las ventanas tienen las protecciones que pidió —informó Francisco.
—Muchas gracias. Si te necesito, te llamo —respondió don Emmanuel y volvió su mirada a Alex—. ¿Así que vienes por Nathalya, muchacho?
—Así es, señor. Yo la amo y ella a mí.
—¿Y qué pasará con tu esposa?
—Estamos en proceso de divorcio, señor.
—No sé si creerte, pero es Nathalya quien debe decidir. Siéntate —indicó don Emmanuel, mientras una de sus empleadas ofrecía algo de beber—. Matilde, llama a Nathalya para comer.
—Sí, señor.
—Ellos serán nuestros invitados.
—Señor, yo…
—Ya escuchaste, muchacho, es hora de comer —interrumpió don Emmanuel con firmeza.
Nathalya bajaba las escaleras con su hijo en brazos, un pequeño de cuatro años. Alex quedó estupefacto; ella no había notado su presencia.
—Vamos a comer, vamos a comer —canturreaba ella, amorosa.
—Mamá, tengo hambre —dijo el niño.
—¿Qué quiere comer el príncipe de la casa?
—¡Hamburguesas… abuelo! —exclamó, estirando los brazos hacia don Emmanuel, lo que dejó a Alex totalmente sorprendido.
—¿Él es tu padre? —exclamó—. ¡No es tu sugar! Soy un completo idiota —murmuró, entre asombrado y avergonzado.
—Alex, ¿qué haces aquí? —preguntó Nathalya, sorprendida.
—Vine a rogarte que me perdones —respondió él.
—No quiero hablar contigo —dijo ella, desviando la mirada.
—Por favor, pasemos al comedor —intervino don Emmanuel, con sabiduría, para darles tiempo de calmarse.
Durante la comida hablaron poco; ambos estaban concentrados en atender a los niños. Don Emmanuel hacía preguntas a Alex, quien respondía sin titubeos. Más tarde, los niños fueron llevados al cuarto de juegos, y Nathalya y Alex se dirigieron a la sala para conversar con tranquilidad.
—Don Emmanuel, le pido disculpas por haber pensado mal de usted —dijo Alex, con sinceridad.
—No soy yo el ofendido —contestó el hombre, mirando a su hija, que había sido juzgada duramente durante años.
—Tiene razón. Nathalya, la última vez que nos vimos me gritaste que no te amaba de verdad, que siempre te juzgué mal y no te di oportunidad de explicarte.
—Tú siempre… —intentó decir Alex, pero ella lo interrumpió.
—Creo que tienes razón, pero nuestra historia no tiene que terminar así. Estoy dispuesto a ganarme tu perdón y luchar por ti. Ahora seré yo quien esté para ti incondicionalmente —dijo Alex con determinación.
—No estoy segura…
—No es pregunta. Estoy decidido. Haré que me vuelvas a amar como el primer día.
—Sabes que nunca podría ser feliz a tu lado sabiendo que mi mejor amiga está sufriendo por ti y con un niño tuyo a cargo. Ahora eres padre y debes pensar en su bienestar.
—Lo hago, créeme, es lo mejor y Natasha lo sabe —respondió él.
—No puedo…
—Ella está feliz de que viniera. Incluso consiguió la dirección y dijo que vendría a hablar contigo.
—No te creo.
—Hay muchas cosas que no sabes. Es doloroso y maravilloso a la vez, no sé por dónde empezar.
—No quiero ser chismoso —interrumpió don Emmanuel—, pero realmente quiero escuchar lo que le dirás a mi hija.
—Sí, señor, perdón —dijo Alex, intimidado por la presencia del hombre—. Natasha me confesó que se enamoró de Max, mi hermano, y que fueron amantes antes de casarnos. Pero, debido a la presión de su familia, se vio obligada a casarse conmigo estando embarazada. Mi hermano se enteró de nuestros problemas y decidió regresar. Ahora ellos están juntos en este preciso momento, reiniciando su romance. Así que el divorcio es un hecho y Alexito… haré todo para que nunca le falte nada ni tenga que reprocharnos nada a mí o a su madre.
—¡No puedo creerlo! Esto es… —dijo Nathalya—. Ella siempre me dijo que te amaba… no sé qué pensar ahora.
—Hija, por favor, no te lo tomes a mal. No sabemos cómo lo vivió ella, cómo fue su proceso. Recuerda que tú le has ocultado cosas para evitarle sufrimiento; posiblemente ella hizo lo mismo —le recordó don Emmanuel.
—Ella no sabía que nos amamos —argumentó Alex.
—Lo sé, pero…
—Estoy seguro de que de haberlo sabido antes, ella misma hubiera roto el compromiso. No es culpa de nadie —continuó Alex.
—Necesito descansar… con permiso —dijo Nathalya, agotada por tanta revelación.
Nathalya subió a su habitación a descansar, tal como había dicho. Aún no podía creer todo lo que había escuchado; nunca se hubiera imaginado que Natasha hubiera tenido un amor oculto durante tanto tiempo. La revelación la dejó pensativa y con un nudo en la garganta.
Mientras tanto, don Emmanuel pidió a Alex que se quedara unos días en la ciudad, para darle tiempo a su hija de recapacitar. Alex aceptó de inmediato; después de todo, había esperado años para poder estar con ella, ¿qué importaban unos días más? Además, estaba ansioso por conocer al pequeño Emmanuel, a quien creía su hijo y esperaba que Natasha se lo confirmara durante su estadía.
Alex avisó a Natasha, tal como habían acordado, y le advirtió que Nathalya se había sorprendido mucho al enterarse de todo lo sucedido. Natasha temía que su mejor amiga la juzgara por haber mentido tanto tiempo, pero sabía que debía explicarle la verdad, sin reservas.
Al día siguiente, Natasha llegó para enfrentar todas sus verdades. Max había decidido quedarse en un hotel, considerando imprudente su presencia; así, las amigas pudieron hablar tranquilamente, sin interrupciones.
—Nathalya, espero que me des la oportunidad de contarte todo —dijo Natasha con sinceridad.
—Tú siempre me escuchaste y nunca me juzgaste. Entiendo perfectamente lo que es tener que callar algo —respondió Nathalya con una sonrisa cálida.
—Realmente nunca me pasó por la mente que tú y Alex estuvieran enamorados. Te juro que, de saberlo, habría dicho la verdad desde un principio —continuó Natasha, con cierto remordimiento.
—No hace falta que lo jures, yo te creo. Además, eres mi mejor amiga y jamás me pelearía contigo por un hombre —replicó Nathalya, tranquila.
—Me has hecho tanta falta… tenemos tanto que contarnos —susurró Natasha, aliviada de ser comprendida.
—Ya tendremos tiempo… y además, tenemos que planear los bautizos de nuestros hijos, porque el mío tampoco tiene padrinos aún —añadió Nathalya, intentando aligerar un poco la tensión.
Nathalya y Natasha volvieron a ser las grandes amigas de siempre, prometiéndose no volver a ocultarse nada, ni siquiera para protegerse entre ellas. La confianza reconstruida era un bálsamo tras tanto secreto y malentendido.
Sin embargo, Natasha aún debía confesar la verdadera paternidad de su hijo, una dolorosa verdad para Alex, quien amaba al niño como a nada en el mundo. Él estaba decidido a enfrentarla, pero eligió esperar: quería darle a Nathalya la oportunidad de abrir su corazón y comenzar a reconstruir su relación.
Así, Natasha podría consolar a Alex mientras él se refugiaba en el pequeño Emmanuel, a quien todos creían hijo suyo. La esperanza de un nuevo comienzo se abría ante ellos, con la promesa de sanar viejas heridas y de aprender a amar con sinceridad, sin secretos ni silencios.