El vestido llegó en silencio, acompañado sólo por el suave toque de una empleada en la puerta. Era rojo sangre, intenso, vibrante, casi peligroso, con destellos dorados que parecían brillar al mínimo movimiento. De manga larga, con un escote sutil pero provocador, el diseño se ajustaba a su cuerpo como si hubiese sido creado exclusivamente para ella. El largo del vestido, pegado y fluido, delineaba su figura con una sensualidad imposible de ocultar.
Ángel también había enviado los zapatos: tacones dorados, finos, impecables, y un juego de joyas que combinaba a la perfección con el estilo del vestido. Nathalya se preparó en silencio, dejando que las manos temblorosas de la empleada recogieran su cabello en un peinado elegante que dejaba su cuello expuesto.
Cuando terminó, se miró al espejo.
La imagen que devolvía el reflejo era impactante.
Radiante.
Bella.
Elegante.
Una mujer que parecía pertenecer a ese mundo de lujos, pero que por dentro estaba rota y luchando por sobrevivir.
Al cabo de unos minutos, la empleada regresó para escoltarla al comedor. Nathalya respiró hondo, enderezó la espalda y bajó con la serenidad que requería su papel. Cada escalón retumbaba en su pecho, anunciándola como un trofeo más en manos de su captor.
Cuando entró en el comedor, Ángel y Don Emeterio ya la esperaban.
Ambos se pusieron de pie al verla.
La reacción del padre fue inmediata. Sus ojos se abrieron con sorpresa y admiración. Nathalya parecía una visión imponente, demasiado perfecta, demasiado elegante para ser simplemente un capricho pasajero.
Don Emeterio no tardó en sonreír con aprobación.
Por primera vez en mucho tiempo, se sentía orgulloso de su hijo.
La mujer que estaba frente a él era digna de cualquier familia poderosa.
Ángel, satisfecho con la impresión lograda, se acercó para ofrecerle la mano, presumiendo con la seguridad exagerada que lo caracterizaba.
Nathalya tomó aire y, aun sintiendo repulsión, se acercó a él como si realmente lo amara. Sus ojos se suavizaron, Por dentro, su alma gritaba. Pero su mente, fría y estratégica, sabía que cada palabra, cada gesto, cada detalle contaba para su futura libertad.
Durante la cena, Don Emeterio, en un intento por conocer mejor a la mujer que supuestamente se convertiría en la esposa de su hijo, decidió iniciar una conversación directa.
—Y dime, hija, ¿cómo te llamas?
Nathalya sonrió con suavidad y respondió con una cortesía impecable:
—Disculpe mi descortesía, Don Emeterio. Asumí por error que usted ya lo sabía. Mi nombre es Ivania Lamat.
—Es un hermoso nombre —comentó él, con sincera admiración—. Perdón que pregunte, pero escuché que mi hijo se dirige a ti como Nathy, si no me equivoco.
Ángel y Nathalya se tensaron al instante. Por un segundo, la mentira estuvo a punto de derrumbarse, pero Nathalya reaccionó con rapidez y naturalidad.
—Nany. Quiso decir Nany. Él me dice así de cariño.
—Ah, debí confundirme —respondió Don Emeterio, ligeramente apenado.
—Su hijo es muy tierno —añadió ella, jugando con el personaje que debía interpretar.
—No conocía esa faceta de mi hijo —dijo el hombre con tono casi incrédulo—. Y dime, ¿de dónde eres? ¿Quiénes son tus padres?
Ángel intervino enseguida, temiendo que Nathalya pudiera verse acorralada.
—Papá, creo que estás incomodando a mi novia.
Pero Nathalya levantó una mano, manteniendo la elegancia y el control.
—No te preocupes, cariño. Entiendo perfectamente que su padre se interese por tu futuro. Después de todo, quiere lo mejor para ti.
Recordando los asesinatos de los señores Lamat meses atrás —un hecho real que ella convirtió en herramienta—, comenzó a construir una historia perfecta, dolorosa y convincente.
—Mis padres eran los dueños de los casinos Lamat. Supongo que no llegó a escuchar de ellos… yo pagué mucho dinero para evitar un escándalo innecesario.
Los cubiertos de Don Emeterio se detuvieron en el aire.
—Lo siento mucho —dijo con pesar.
—A Nany no le gusta hablar de eso —intervino Ángel, tratando de protegerla dentro de su mentira.
—Es cierto… —continuó ella, bajando la mirada— pero no quiero que usted se quede con una impresión equivocada de mí.
Tomó la mano de Ángel con suavidad, como una novia enamorada. Era un acto calculado, necesario. Luego siguió narrando:
—A mis padres los mató una persona de confianza. Alguien que los defraudó y les robó casi todo hace poco más de tres meses. Me quedé sin nada.
Su voz tembló de forma tan convincente que incluso Ángel dudó por un instante si estaba actuando.
—Invertí todo lo que tenía en encontrar al culpable —agregó, fingiendo que la voz se le quebraba—. Y con un poco más de esfuerzo, pagué para que se hiciera justicia. Usted entiende, ¿verdad?
La mirada que Nathalya dirigió a Don Emeterio era tan intensa, tan firme, que el hombre sintió un escalofrío. Era la mirada de alguien que sobrevivió… o que había aprendido a vengarse.
—Claro, hija —respondió con solemnidad—. Yo hubiera hecho lo mismo.
—Después de todo eso, caí en una depresión muy fuerte… pero su hijo ha sido mi apoyo en cada momento. Me abrió las puertas de su casa, me permitió sentirme segura de nuevo, me ha demostrado un amor incondicional.
Ángel sonrió, encantado por las palabras, creyéndose dueño de la situación.
—Nany, yo haría lo que fuera por ti. Por eso mi padre ha venido esta noche, para celebrar nuestro compromiso.
—Así es, hija —intervino Don Emeterio—. Ya es tiempo de que mi hijo se case. Pensé que nunca sentaría cabeza, pero al conocerte… me doy cuenta de que ha empezado a madurar.
Nathalya inclinó la cabeza, manteniendo el papel a la perfección.
—De eso no tenga duda, suegro. Si no le incomoda que lo llame así…
El hombre soltó una pequeña risa satisfecha.
—Es perfecto.
Ángel estaba complacido por la excelente actuación de Nathalya. Verla desenvolverse con tanta naturalidad lo hacía sentir más tranquilo respecto a la cena con su padre, especialmente ahora que don Emeterio le había prometido aumentar su apoyo económico si demostraba madurez. Sus palabras, sin duda, le habían caído como anillo al dedo.
Aprovechando un pequeño descuido de su padre, Ángel hizo correr la voz entre sus empleados: su prometida se llamaba Ivania Lamat, Nany de cariño. Lo hizo para evitar que, en algún momento, alguien cometiera el error de llamarla Nathalya frente a don Emeterio.
—Pero dime, hijo —preguntó su padre mientras bebía un trago de vino—, ¿dónde has conocido a tan hermosa mujer?
—Bueno, padre… la conozco desde hace tiempo, salíamos… mmm…
—Que no te dé pena decirlo, cariño —interrumpió Nathalya con una sonrisa dulce, lista para hilar otra mentira convincente—. Acudíamos a la misma preparatoria. Mis papás me mandaron a la pública como castigo por irresponsable… y ahí conocí a Ángel, en la época en que él también estudió allí. Debo confesar que me impresionó desde el primer instante.
—Creí que entonces tenías una novia… ¿cómo se llamaba? —preguntó don Emeterio sin malicia, dirigiéndose a su hijo.
—Nathalya, papá —respondió Ángel sin titubear.
—Ah, sí…
—Ash, esa insignificante pobretona —mencionó Ivania con fingido desdén.
—Nada que ver contigo, cariño —agregó Ángel, complacido con su actuación.
—Inevitablemente sentí celos. No podía permitir que su hijo saliera con esa tipa —continuó ella—, así que le pedí que me ayudara a estudiar matemáticas. Obviamente era sólo un pretexto, porque su hijo era bastante malo en la materia. —Los tres rieron un poco ante la historia—. Debo reconocer que yo tuve la culpa de que terminaran.
—Lo cual te agradezco infinitamente, amor —respondió Ángel tomándole la mano.
—Le hiciste un favor a mi hijo —intervino don Emeterio—. Siempre pensé que ella sólo fue un capricho.
—Lo sé, papá, debí escucharte. Por suerte Nany me sacó de mi error —dijo Ángel, mirando con adoración a la mujer que en realidad odiaba.
Luego de unos segundos, se inclinó hacia su padre y murmuró en voz baja:
—Papá… ¿trajiste lo que te pedí?
—Claro, hijo. —Don Emeterio sacó una pequeña caja de regalo y se la entregó con solemnidad.
Ángel se levantó con elegancia, abrió la caja frente a Ivania y, con una sonrisa que intentaba parecer tierna, pronunció exageradamente lo que tantas veces había escuchado en películas románticas:
—Nany, tú me has enseñado el verdadero valor de la vida, el significado del amor… y tantas cosas más. Por eso, esta noche, delante de mi padre —la persona que más respeto en el mundo—, te pido que seas mi esposa.
Sacó un anillo ostentoso, brillante y evidentemente caro. Se arrodilló apenas un poco, lo suficiente para darle dramatismo, y extendió la mano hacia ella.
—Ángel… soy tan feliz. Sí, acepto —respondió Nathalya con una dulzura perfecta, casi celestial.
Él deslizó el anillo en su dedo, asegurándose de colocarlo en el correcto. Don Emeterio se levantó inmediatamente para felicitarlos, orgulloso del compromiso que acababa de presenciar.
No hubo un beso de enamorados como se suponía. Sólo un gran abrazo.
Ese detalle llamó de inmediato la atención de don Emeterio, pues no era lo habitual en estos casos. Sin embargo, antes de que sus dudas crecieran, alcanzó a escuchar cómo ambos murmuraban que a Nany le daba pena demostrar afecto frente a su futuro suegro y que hablarían más tarde a solas.
El señor, satisfecho con esa explicación, terminó por tranquilizarse. Pensó que la pareja omitía el beso por respeto a él y que, probablemente, pasarían la noche juntos como cualquier pareja amorosa que acaba de comprometerse.
Luego de esta escena, la charla disminuyó hasta desvanecerse por completo. Todos se retiraron a dormir.
Ángel tuvo que improvisar una última mentira: fingió que ambos habían decidido mantener la castidad hasta la noche de bodas y que estaba completamente feliz y conforme con ello. La expresión solemne de su padre le indicó que había funcionado.
Nathalya, por su parte, sabía que había hecho una actuación impecable. Cada gesto, cada palabra, cada matiz había sido calculado con precisión. Y ahora, con la farsa más que consolidada, era momento de que Ángel empezara a cumplir lo prometido… o enfrentaría las consecuencias.