Capítulo 1.
Clase de química, mi tortura personal de cada lunes. Personalmente, considero que es la peor clase que puede haber existido jamás y el hecho de que sea una asignatura obligatoria me motiva a creer que el mundo me odia.
Por otro lado, no podía estar más harta de todo. Quedaban cinco minutos para entrar a clase y el espectáculo era nefasto, aburrido y especialmente repetitivo. Mientras intentaba pasar el nivel tres mil quinientos dos en Candy Crush, mi novio Josh seguía presionando al pobre idiota que le estaba terminando la tarea de historia en aquella ocasión.
― Solo quedan tres minutos de recreo y aún no has hecho mi tarea de historia. Si no la entrego me reprueban y si me reprueban estás muerto. ― Amenazó Josh mientras le estrujaba el cuello de la camisa al pobre de primer año que no hacia otra cosa más que temblar.
Suspiré pesadamente antes de desviar la mirada hacia un lado, como siempre. Lo ha hecho tantas veces que desde hace ya un tiempo la dinámica de torturar a los nerds ya ni siquiera causa gracia como un chiste malo. Admito que durante los primeros años de la secundaria era entretenido ver a los nerds sufrir, puede sonar raro e incluso sádico, pero antes yo era de las que pensaba que era superior a los demás solo por el hecho de ser popular. La madurez de la pubertad fue necesaria para sacarme aquella estúpida idea de la cabeza, pero ese proceso lamentablemente no nos pasó a todos y Josh seguía actuando el mismo papel que venía protagonizando desde hace tiempo: ser el niño bonito, intocable y rey de la escuela.
― ¡Terminé! ― Exclamó el chico, quién le entregó el cuaderno a mi novio y se fue corriendo como si no hubiera mañana, supongo para evitar alguna golpiza de mi novio si es que nota algún problema. Pobre.
― Idiota. ― Comentó, más para todos que para sí mismo. ― Vámonos, preciosa.
Josh me acompañó hasta el salón de química y se despidió con un beso y una palmada en mi trasero antes de partir a su clase. Suspiré nuevamente. Todo era tan malditamente igual cada día que casi podía ejecutar la rutina con los ojos cerrados.
El profesor Rogers llegó diez minutos después y la clase comenzó con absoluta normalidad. Cada segundo que pasaba mis ojos pesaban y mi subconsciente amenazaba con tomar el control y enviarme a un lindo sueño, realmente deseable en comparación a la cátedra sobre átomos y otro montón de cosas que no entendía ni quería aprender.
Si me dormía, era un pasaje directo a dirección y la verdad, tenía muy pocas ganas de ir después de haber pasado tanto tiempo durante los últimos meses, así que saqué mi teléfono y comencé a intentar pasar el nivel en el que estaba atascada nuevamente.
― Señorita Jones, ¿me escucha? ― Levanté la mirada viendo al profesor mirarme desde la distancia con los brazos cruzados. Una vez que levanto bien la cabeza, pude notar que toda la clase me miraba esperando alguna respuesta sobre alguna pregunta que yo no escuché.
― No, lo siento, ¿Podría repetir la pregunta?
― ¿Cómo calculamos la masa atómica del ejercicio tres? ― Preguntó, mientras indicaba el ejercicio con la mano. Hago una búsqueda desesperada de la formula en el libro, pero nada. Intento nuevamente con la pizarra, intentando comprender algún detalle que no vi, pero todo lo que está anotado es como c***o para mí.
― La podemos calcular… ―No terminé la oración porque no sabía que añadirle, no tenía idea de lo que estaban pasando en esa clase.
― ¿De qué manera? ―Exigió la profesora. Muerdo mi labio, buscando un escape.
― No lo sé.
La clase se quedó en silencio mientras el señor Rogers soltó un suspiro, decepcionado. Si la tierra se hubiera abierto en ese momento y me hubiese tragado, no habría tenido problema.
― Señorita Jones, le diré por qué no sabe la respuesta a la pregunta. Primeramente, porque su teléfono es una gran distracción para usted, supongo que es más interesante que mi clase.
―Sinceramente, sí.
― Puedo entender que sea aburrido pero mi trabajo es enseñarles y eso tengo que hacer. Lamento si la hago perder el tiempo. Todos anoten en sus libretas―Obedecí a lo que dijo y me puse a anotar todo lo que la maestra decía.
―Van a hacer cien ejercicios de cálculo de masa atómica, incluyendo los difíciles del capítulo cuatro. ― Todo el salón, incluyéndome, soltamos quejas. Cien ejercicios de cálculo era demasiado, eso implicaba tiempo el cual yo podría estar disfrutando en alguna fiesta o comprando ropa junto a algunas de mis amigas.
―Tranquilos, todos han sido buenos chicos, excepto la señorita Jones. Todos ustedes podrán usar sus calculadoras y complementarlo con internet en caso de que no entiendan algo, mientras que la señorita Jones deberá resolverlos sola, en la biblioteca y con la ayuda de los libros de química que sean necesarios.
Esto era una condena. Era el infierno mismo.
― ¡¿Qué?! ¡Usted no puede hacerme esto!
―Claro que puedo, señorita Jones. De hecho, ya lo hice. ― En ese momento, sonó la campana, impidiéndome seguir replicando de la injusticia que acababa de pasar. El profesor se fue y lo único que me quedaba era empezar con esos ejercicios cuanto antes.
Salí del salón en busca de mi “amado” hasta que lo encontré en el patio con sus amigos de la práctica de basquetbol.
― ¿Josh me acompañas a la biblioteca por los libros? ― Pregunté. ― No vas a creer lo que me pasó, tengo cien ejercicios de química como castigo, ¿Lo puedes creer?
―Te acompañaría, preciosa, pero tengo práctica y no puedo faltar. ― Con la cabeza, señaló a sus amigos y los saludó con la mano. Acto seguido me dio un beso en la mejilla y se fue, dejándome completamente sola. Bufé y me encaminé a la biblioteca para comenzar mi tarea.
Entré buscando a la bibliotecaria o persona que me ayudara a buscar lo que necesitaba, pero no había nadie. Genial. Miré los estantes que estaban repletos de libros y por más que buscaba, la sección de química parecía estar desaparecida, ¿Cómo iba a encontrar lo que estoy buscando? Maldición.
Suspiré. Bueno, tendría que empezar por algún lado. Me acerqué a un estante, buscando algo que pudiera ayudarme. Un libro me llamó la atención: "Bajo la misma estrella", John Green. Sabía que no podía ayudarme en Historia, pero podría ayudarme a matar el tiempo cuando estaba en casa.
Sentí unos pasos y una mujer con lentes se acerca a mí.
― ¿Qué haces aquí? La biblioteca cerró hace media hora. ― Informó, mientras observaba su reloj.
― Oh, lo siento es que tengo una tarea de castigo del profesor Rogers y necesito libros de química. Esperaba que alguien pudiera ayudarme, pero estaba vacío así que supuse que seguía abierto. ― Expliqué.
― ¿Tu eres Grace Jones? ― Preguntó. Asentí con la cabeza. ― Me contaron sobre ti. Bueno, has llegado un poco tarde pero mañana te puedo ayudar sin ningún problema.
―Bueno, gracias. ―Agradecí con el libro aún pegado a mi pecho.
―Por cierto, mi nombre es Mónica y ese libro es de la biblioteca. ― Apuntó al ejemplar con el índice mientas se sonreía amablemente.
― Lo sé, me preguntaba si podía llevármelo.
―Claro, siempre y cuando me lo devuelvas íntegro. ―Dijo.
― Por supuesto.
― Es un trato entonces. ― En ese instante, el timbre sonó. Desde la ventana pude ver como todos los estudiantes se acumularon en la salida luchando por salir rápido del infierno.
Treinta minutos más tarde ya me encontraba en casa devorándome el libro. Decidí hacer una pausa y mientras bajaba las escaleras, me encontré con mis padres que por quinta vez en la semana haciendo lo mismo que hacen siempre: pelearse a gritos. La situación era insostenible y agotadora, sobre todo si llevaban años con esa rutina y no se habían detenido a pensar lo molesto que era para mí como una persona que tiene que vivir con ellos por obligación.
― Voy a salir. ―Tomé las llaves del auto y salí de la casa, buscando refugio en cualquier parte que no fuera mi casa. La verdad, ni siquiera me tomaron en cuenta.
Finalmente, tras conducir un rato llegué a un bar casi vacío, pedí una cerveza y me senté en la silla frente a una mesa. Frente mío, había un chico con la cara tapada por un libro, usaba lentes y tenía el pelo castaño.
Era un nerd de tomo y lomo.
Estaba tomando Coca-Cola y debía tener unos dieciocho o diecinueve años eso significa que es de la secundaria y debe estar en su último o penúltimo año, pero... ¿Qué chico de dieciocho prefiere una Coca-Cola a una cerveza?
En las fiestas que vamos Josh y yo siempre hay sexo, alcohol y drogas. Generalmente, la presión se sentía sobre aquellos que raramente le decían no a una cerveza, pero sí a una coca-cola, hasta que eventualmente, terminaban cediendo. Claramente, este chico no va mucho a ese tipo de fiestas.
Pedí otra cerveza y me quedé viendo al chico al chico un rato más. Hay algo en ese chico que me provoca algo... ¿Debe ser intriga? ¡Eso es! Intriga, me mira de una forma extraña, como si quisiera saber quién soy más adentro de mí, en el fondo. Es misteriosa la forma en que se esconde tras un libro, debe ser una persona brillante y abierta si es que le dieran la oportunidad de mostrarse, pero como es nerd y la gente no avanza, creo que seguirá siendo así hasta que terminemos la escuela y pueda relacionarse con gente como él en la universidad.
El chico cerró el libro y empezó a escribir en una servilleta rápidamente. Le dio un último sorbo a su bebida para dejar la pequeña botella de vidrio a un lado. Se levantó y pasó por mi lado, dejando en mi mesa la servilleta para luego salir por la puerta del bar hasta la calle donde finalmente lo perdí de vista. Fruncí el ceño para luego tomar la nota entre mis dedos.
« ¿Se te perdió algo que no paras de mirarme? Júntate con los de tu especie, después de todo, están hechos los unos a los otros en un muy mal sentido. - El nerd que leía libros al frente tuyo»
Era un amargado, seguro. Sacudí la cabeza y dejé tres dólares para pagar las dos cervezas consumidas. Antes de irme le pregunté al cantinero:
― ¿Tu conocías a ese chico que estaba sentado al frente mío?
― No, él viene a diario, pide una Coca-Cola en lata y luego se va.
― Entiendo. ―Dije.
― Pero nunca se había quedado tanto tiempo, siempre se queda medio hora o una hora como máximo, pero ustedes estuvieron mirándose por dos horas.
― ¡¿Dos horas?! ―Exclamé.
― Sí, son las doce de la noche. Deberías irte, por estos barrios la cosa se pone fea a medida que la hora avanza. ―Explicó.
― Gracias. ―Me subí al auto rápidamente y comencé a conducir de vuelta a casa.
¿Por qué me distraje tanto como para quedarme dos horas? Ese chico, ¿Cómo se llamaba? ¿Qué es eso que está al frente? ¡Mierda, un gato!
Pisé el freno de forma brusca, bajé del coche y vi al pobre gato. Me miró con esos grandes ojos verdes brillantes y simplemente no pude resistirme. Después de todo, mis padres estarían demasiado ocupados peleando entre ellos para notar la existencia del pequeño animal.
Antes de llegar a casa, pasé a una tienda de veterinaria para comprar su comida y en el trayecto decidí que el nombre seria Bruno, como Bruno Mars, mi cantante preferido.
― ¡Estoy aquí! ―Grité, cerrando la puerta principal con el pie. Subí a mi cuarto y me entretuve viendo como Bruno se relacionaba con todo lo que había en su nueva casa. Antes de dormir, le di de comer y minutos después, ambos estábamos acurrucados intentando dormir, pero simplemente no se podía, mis padres en la habitación siguiente estaban muy ocupados en una fogosa reconciliación que no hacia otra cosa que subir los decibeles de los gemidos de ambos.
Qué asco. Bruno y yo seguíamos con los ojos abiertos a las dos de la madrugada.
― ¡¿Quieren callarse?! ¡Mi gato y yo tratamos de dormir! ― Golpeaba la pared, intentando llamar la atención de mis padres, pero era inútil porque la cabecera de la cama no paraba de martillar la pared que compartíamos.
― Maldición. ―Susurré. Saqué mi MP4 y me puse los auriculares. Puse la música más suave que tenía, con eso me rendí al sueño, esperando que las horas pasaran para que llegara el otro día.