—Eres más cruel de lo que recordaba —le reprochó—. ¿Vendrías si te dijera que solo quiero verte de nuevo y darte las gracias como es debido? Podríamos cenar juntos —sugirió.
—Aunque es difícil rechazar una cena de comida de hospital, Elena y Alecks vendrán esta tarde a ver el invernadero para el seguro, y, cuando se vayan, yo todavía estaré limpiando el desastre que hiciste —bromeó.
—¿Puedo enviar a alguien para que me ayude? —ofreció.
—No, estoy intentando salvar todas las plantas que puedo, y tener a alguien más dando vueltas sin saber lo que hace solo me retrasaría —dijo con voz cansada—. Gracias por ofrecerte, de todas formas.
—Lo siento —dijo en voz baja—. Nunca quise causarte un problema que tuvieras que solucionar.
—Sé que fue un accidente. Me alegra que estés a salvo —dijo Maggie—. La granja quedará como nueva enseguida. Si hubieras resultado gravemente herido, o algo peor, no habría podido hacerme cargo tan bien como con unas cuantas macetas rotas —dijo con sinceridad.
—Tenía la esperanza de que, si venías, pudieras traerme algo del avión que dejé allí —dijo, intentando cambiar de estrategia. Quería volver a verla y, aunque le dieron el alta del hospital, no debía conducir al menos durante unos días más.
—¿Era importante? Probablemente podría enviártelo de vuelta con Alecks esta tarde cuando regrese a la ciudad —sugirió.
—Hay algunos documentos en un portafolio. Son un poco delicados, y no quisiera que los manejaran personas que no conozco —dijo lentamente.
—No me conoces, tonta. ¿Qué te hace pensar que no voy a husmear? —preguntó.
—Porque eres un ángel, lo quieras admitir o no. Eres buena persona, Maggie, y te preocupas por los demás —dijo con seguridad—. ¿Lo traerás? No me importa la hora. Puedes dejarlo en mi apartamento. Nada cambiará si te tomas un par de horas libres esta noche.
—No estoy segura de poder ir esta noche, estoy agotada. ¿Puede esperar hasta mañana? —preguntó.
—Claro —dijo, intentando disimular su decepción tras el hecho de que ella hubiera aceptado venir al día siguiente—. Cuando puedas venir mañana está bien —añadió con cierto optimismo.
—Voy a buscar el portafolio ahora mismo, para que esté a salvo. ¿Dónde lo dejaste exactamente? —preguntó, escuchando atentamente mientras Kaeden le describía cómo era y dónde debía estar.
—¿Entonces nos vemos mañana? —preguntó.
—A menos que prefieras que te lo envíe esta noche, quizá sea más rápido —sugirió. La idea se le acababa de ocurrir.
—Me gustaría que lo trajeras tú, prefiero no confiarlo a una completa desconocida —dijo, preocupado de que ella encontrara una excusa para no traerlo ella misma.
—Bueno, descansa un poco y nos vemos mañana —dijo.
—Gracias, mi ángel —dijo en voz baja, y colgó antes de que ella pudiera volver a discutir con él por llamarla así.
Maggie sacó un puñado de galletas de la caja y se dirigió al avión. Le llevó media hora buscar, pero finalmente encontró el estuche de cuero en la cola del avión, donde debió haber caído en el accidente. Conteniéndose para no abrirlo, lo llevó de vuelta a casa y lo guardó en su habitación, donde no estaría a la vista de Elena y donde no podría olvidarlo.
Con la ayuda de Bob, ya había avanzado más de lo que creía posible ese día, y sintiendo hambre de verdad por primera vez en días, decidió preparar un pan de campo para ofrecer a Alecks y Elena cuando llegaran. Entre las inundaciones que le impedían salir y el estado de su cuenta bancaria, la despensa estaba bastante vacía, pero tenía los ingredientes básicos, y se podían hacer muchas cosas con harina, huevos, azúcar, sal y leche UHT.
Para cuando llegaron, Maggie ya había horneado dos panes de campo. Pensó llevarle uno a Kaeden al día siguiente, para no llegar con las manos vacías. También había preparado un plato de tortitas y estaba terminando unos muffins que había decidido hacer con una lata de cerezas negras que encontró al fondo de la despensa.
—Alguien ha estado ocupado —Elena arqueó una ceja y le dirigió a Alecks una mirada significativa.
—No me mires, hace años que no la toco —dijo Alecks. Maggie frunció el ceño, preguntándose qué le habría visto a su vanidoso y pomposo hermanastro.
—Con todo este esfuerzo, de verdad que debes dejar de hacer el ridículo suspirando por un hombre que no puedes tener. Alecks está comprometido. La fiesta es dentro de diez días, y no querrás avergonzarlo ni avergonzarte a ti misma intentando impresionarlo con la esperanza de que vuelva a la granja —dijo Elena con una voz dulce teñida de malicia. En cuanto se enteró de su pequeño romance, lo puso fin.
—No es que te importe, pero llevo más de una semana atrapada aquí por las inundaciones, y justo cuando las carreteras empiezan a abrirse, un avión se estrella contra mi vida. Así que, por el momento, tengo que cocinar o morirme de hambre —dijo Maggie indignada.
—Tantos horneados —dijo Alecks con una sonrisa cómplice—. Dormimos juntos dos veces, Maggie. Nunca te amé; solo estabas aquí y eras fácil. Deja de intentar hacerme cambiar de opinión sobre nosotros. Mírate, ¿de verdad crees que lo nuestro pudo haber sido algo más que un experimento adolescente?
—Has dejado muy clara tu opinión al respecto —dijo Maggie con voz firme, a pesar de la opresión que sentía en el estómago—. ¿Quieres ver el invernadero?
—Ya lo vimos al entrar, no creo que haga falta ensuciarme los zapatos —dijo, sacando una silla y sentándose mientras tomaba un muffin aún caliente—. Ruslan ha bajado a consultarlo con el tasador.
—Voy a quitar esto para que tengas espacio para hablar de mi reclamación al seguro —dijo mientras cogía los platos y los colocaba en el banco.
—Prepara un poco de té, querida, este muffin está muy seco —Elena arrugó su delicada nariz con disgusto—. Nunca fuiste una cocinera especialmente buena, ¿verdad?
—También puedes cortar el pan —instruyó Alecks—. Supongo que tendrás por ahí algo de esa mermelada de agua de rosas, ¿no?
Maggie volvió a su modo habitual de esperar en silencio mientras ellos le hablaban con condescendencia y discutían cuánto dinero podrían obtener de los McConnell por encima de la indemnización del seguro.
—Le he dicho a Kaeden que solo quiero la evaluación del seguro. No quiero demandar, fue solo un accidente fortuito —dijo con más seguridad de la que sentía, y se arrepintió inmediatamente cuando la miraron.
—¡Estúpida, ¿sabes cuánto valen?! —gritó Alecks furioso—. ¡Te advertí que no aceptaras nada de lo que te ofrecieran! ¿Por qué estabas hablando con él?
—Quería saber que estaba bien, que no le había hecho más daño del que ya le estaba haciendo al sacarlo del avión —dijo apresuradamente—. Por suerte, está bien.
—Da igual, podemos alegar angustia emocional, así que podemos deshacernos fácilmente de cualquier cosa a la que haya accedido verbalmente el día del accidente —dijo Elena haciendo un gesto con la mano.
—¡Supongo que sus abogados opinan lo mismo sobre su disposición a pagar todos y cada uno de los daños! —dijo Maggie secamente.
—Créeme, ese chico no se puede permitir otro escándalo; llegarán a un acuerdo y sacaremos un buen dinero de esto —dijo Elena. Maggie tenía un mal presentimiento sobre cómo Elena usó el pronombre «nosotras» y escuchó con mucha atención mientras avanzaba la tarde.
—¡Ruslan! —exclamó Maggie con una sonrisa. Le tenía mucho cariño al mayor de sus hermanastros; si bien era muy egoísta, siempre la había tratado como a una hermana. Se levantó de la silla y lo abrazó justo cuando otro hombre entró en la pequeña cocina. —¿Nuevo novio? —preguntó con curiosidad.
—¡Ja! No —se rió al ver la cara del hombre—. Es el tasador de seguros; estaba tomando medidas y revisando la estructura.
—Sus fotos eran buenas, pero necesitaba información adicional —explicó—. Los McConnell quieren que esto se resuelva rápidamente, así que debería tener la evaluación lista para mañana por la noche.
—Toma, firma esto —Elena le acercó un contrato con un bolígrafo.
—¿Qué es? —preguntó Maggie.
—Es un acuerdo que me da derecho a actuar en tu nombre en este asunto del seguro —dijo Elena, restando importancia a las preocupaciones de Maggie.
—Me gustaría leerlo primero —dijo Maggie—. Lo leeré esta noche y mañana te enviaré por correo electrónico una copia escaneada y firmada.
—¡No, lo firmarás ahora para que pueda notificarles con la intención de demandarlos mañana! —dijo Elena con tono amenazante—. ¿Tenemos que pasar por todo esto otra vez? ¿Acaso no te humillaste lo suficiente la última vez que me enfrentaste? ¡Soy tu madre, por Dios, firma el maldito contrato!
—No es que queramos que dependas de nosotros para tu sustento —le espetó Alecks—. La granja y todas sus deudas son solo tuyas. Solo intentamos asegurarnos de que recibas lo que te corresponde para que puedas quedarte aquí, en la granja, donde perteneces.
—Dale unos minutos para que lo revise. Seguro que lo firma sin tanto resentimiento —intervino Ruslan en su nombre. Maggie le sonrió. Sabía que su homosexualidad, tan abierta y sin complejos, resultaba vergonzosa para Alecks y también para Elena, y agradecía su pequeño gesto de apoyo.
El grupo devoró casi todos los pasteles que había horneado mientras ella revisaba el contrato en busca de cualquier cosa relacionada directamente con el accidente y la posterior reclamación al seguro. Se mencionó la Corporación Dorian, que se había creado cuando Elena le cedió la granja, pero solo en lo referente a la gestión de la hipoteca, para la cual había necesitado un aval a tan temprana edad.
No encontraba ningún motivo para no hacerlo, así que firmó el documento a regañadientes, y se marcharon casi inmediatamente después, dejándola con la sensación de haber firmado su propia sentencia de ejecución.
Sintiéndose fatal, llamó a Bob y le dijo que se acostaría temprano y se acurrucó en el sofá con un libro. Normalmente, podía ignorar todas las cosas horribles que decía su familia, pero con las imágenes de Kaeden en la cabeza, no podía evitar que toda la negatividad la afectara. Estaba siendo tonta al dejarse llevar por sus coqueteos. Él solo estaba siendo amable porque Elena iba a demandarlo y quería que fuera más indulgente.
Cogió el móvil y envió un mensaje:
—Mañana no podré. Tendrás que enviar a alguien a recoger tu portafolio; aquí está a salvo hasta entonces.
Su móvil se activó al instante, pero dejó que sonara varias veces.
Después de un breve silencio, el teléfono volvió a vibrar y apareció un breve mensaje:
—¿Qué ha pasado?
Nada y todo había pasado. Maggie estaba cansada y sensible, y no tenía ganas de seguirle el juego a Kaeden esa noche, pensó mientras miraba el mensaje. El teléfono volvió a sonar con su melodía mientras lo observaba, sintiendo cómo las lágrimas le picaban en los ojos. Se quedó en silencio de nuevo.
—Por favor, contesta el teléfono, Maggie —apareció en la pantalla, y, sintiéndose incapaz de negarse, incluso a sí misma, apagó el teléfono.