Capitulo 2

1899 Words
—No te duermas —repitió mientras marcaba y esperaba a que el número de emergencias, siempre a tope, contestara en lugar de seguir reproduciendo esa música incesante y molesta—. ¿Recuerdas lo que pasó? ¿Sabes dónde estás? —La tormenta fue peor de lo previsto, así que aterricé mi avión en la pista de aterrizaje más cercana que pude encontrar. ¿Supongo que esa pista destartalada es tuya? —respondió Kaeden con tono acusador. —Ya no hay pista de aterrizaje. Intenté despedirte. Lleva más de una década en desuso y en mal estado desde que falleció mi padre. ¡Incluso antes, ya casi no se usaba! —se defendió, alzando la barbilla y enderezando la postura—. ¡No te duermas hasta que le avise a alguien de lo que ha pasado y de que estás aquí! —dijo amenazadoramente, agitando la linterna frente a su rostro. Kaeden giró la cabeza al verla desaparecer de su vista y gimió. Se llevó la mano a la frente, sintiendo la gran hinchazón y maldiciendo mientras sus dedos jugueteaban sobre la zona sensible. Le pesaban los ojos y los cerró para descansar un rato. Los abrió de golpe al ver que ella le arrojaba una toalla. —Estás empapado, y aunque el accidente no te mató, no quiero ser la que te dejó morir de neumonía —le dijo—. Sécate. Te traeré una bata para que te cambies. Regresaba al baño cuando la operadora de emergencias se puso al teléfono. Sin mencionar el nombre del hombre involucrado, explicó la situación y la posibilidad real de una conmoción cerebral grave. Las carreteras estaban cortadas, sin posibilidad de ambulancia, y los pocos helicópteros de rescate disponibles estaban salvando a personas arrastradas por las inundaciones. Enviarían una ambulancia aérea a su ubicación lo antes posible. El hecho de que estuviera lúcido y consciente era una buena señal hasta que pudiera ser evacuado por un equipo médico. Maggie tomó la bata y salió hacia donde lo había dejado. —Las carreteras están cerradas, tendrás que esperar a que venga un helicóptero a rescatarte —dijo al regresar junto a él, ahora sin camisa y forcejeando con su cinturón. —Bien —murmuró, intentando levantarse pero hizo una mueca de dolor y volvió a sentarse casi de inmediato. —Espera, te ayudo —ofreció al verlo forcejear. Se arrodilló junto a sus piernas y extendió la mano para sujetar la cintura de sus vaqueros—. ¡Levántalos! —ordenó con un tono cortante, reflejo de su incomodidad al tocar a uno de los hombres más guapos que jamás había conocido. Él levantó las nalgas del asiento y ella, con cuidado, bajó por sus piernas la tela vaquera, que se había apretado por la humedad. —Mientras estás ahí abajo —dijo con una media sonrisa y una risita casi inaudible. —¡Madre mía! ¡Estás conmocionado tras un accidente de avión y me estás coqueteando! —Maggie negó con la cabeza en señal de desaprobación, aunque su corazón latía con fuerza, y se sonrojó al pensar que él siquiera se atreviera a coquetear con una chica como ella—. Debiste de golpearte la cabeza muy fuerte. Kaeden gimió mientras ella le ayudaba a ponerse la bata y se recostaba en la silla. Lo único que quería era dormir unos minutos. No recordaba la última vez que había dormido. —No te duermas —le advirtió, volviendo a coger la linterna para iluminar sus sorprendentes ojos azules. —¡No! Estoy bien. Me llamo Kaeden McConnell. Es el quince de enero de 2017. El primer ministro es Malcolm Turnbull. Estrellé mi avión en el patio trasero de una terrorista llamada Maggie, que está empeñada en torturarme hasta que lleguen mis rescatadores —dijo rápidamente, haciendo una mueca de dolor como si le doliera la cabeza. —¡No soy ninguna terrorista! —le espetó. —No, pero tú también estás empapada, ve a cambiarte antes de que me acusen de haberte matado a mí en vez de al revés —murmuró en voz baja, esta vez con un tono tan cansado como se sentía—. ¿Siempre salvas a desconocidos en pijama? —A veces también me pongo una capa genial, ¡pero esta mañana tenía prisa! —replicó bruscamente, avergonzada por su ropa ahora que él se lo había señalado—. Toma —le extendió el teléfono—. Llama a quien necesites y avísales que estás bien; probablemente puedan venir a buscarte más rápido que los servicios de emergencia ahora mismo —dijo—. Cuando amaine un poco la lluvia, iré a buscar lo que necesites al avión. Habla con alguien, con quien sea, solo mantente despierto mientras me doy una ducha rápida. Maggie agradeció tener una excusa para escapar de la cruda masculinidad del hombre en su sala. No es que no hubiera estado cerca de hombres antes, incluso de hombres guapos, pero Kaeden McConnell era algo completamente distinto. Intentó racionalizar lo que sentía diciéndose a sí misma que era simplemente el esfuerzo de ayudarlo lo que le aceleraba el corazón y le resecaba la boca. Sin embargo, eran sus impactantes ojos azules y la forma en que la miraba lo que la tenía cautivada. Maggie sabía que no debía dejarse llevar por su encanto y su porte afable. Al fin y al cabo, era el hijo menor de Brian McConnell, un acaudalado magnate minero que había encabezado la lista de los hombres más ricos del país durante tantos años como ella pudiera recordar. A propósito, no les había dicho a los servicios de emergencia el nombre del hombre que había estrellado su avioneta contra su invernadero porque no quería la notoriedad que siempre parecía perseguirlo. Era el mujeriego de la familia. Siempre salía en los periódicos o revistas, en algún club con supermodelos y actrices. Sabía que debía tener algún puesto ejecutivo dudoso en la empresa familiar, pero su carrera no era lo que le daba fama, y no quería verse envuelta en ningún escándalo relacionado con su estilo de vida de playboy. Aun así, pensó, mientras aquellos vibrantes ojos azules y la sonrisa torcida volvían a aparecer en su mente, era agradable que coquetearan con ella, incluso un conocido mujeriego. Se permitió una pequeña fantasía mientras se enjuagaba el jabón y disfrutaba del agua tibia. ***** A Kaeden le dolía la cabeza y no tenía ganas de que su hermano le gritara otra vez por ser imprudente e irresponsable. Había sido una tontería llamar, pero si alguien podía conseguir un helicóptero para sacarlo de allí, era su hermano Wade. El problema era que no sabía dónde estaba exactamente. —¡Mira, está en la ducha! Llama a este número en quince minutos y te contestará, ¡es su maldito teléfono! —espetó Kaeden—. ¡No, no me acosté con ella! ¡No se está duchando por eso! ¡Está diluviando y hay una inundación! ¡Prácticamente me sacó del avión ella sola, y estaba empapada! —Su ira crecía—. Mira, llama en diez minutos y puedes hacerle todas tus preguntas estúpidas y sacarme de aquí, ¿de acuerdo? —Se dejó caer en la silla—. No, no me he olvidado de nuestro trato. Iba a arreglarlo cuando tuve el accidente. ¿Podemos hablar de esto luego? ¡Me duele la cabeza como si fuera a explotar! ¡Y no, no he bebido! —Colgó y tiró el teléfono a la mesita de café antes de cerrar los ojos. Cuando su teléfono sonó un minuto después, no fue el sonido estridente de la mayoría de los teléfonos, sino los suaves acordes melódicos de un arpa que lo arrullaron en lugar de despertarlo. Le resultó fácil ignorarlos y se quedó dormido. No oyó su regreso ni su conversación con su hermano. Sintió su mano suave tocarle el hombro con delicadeza después de que todo eso hubiera ocurrido. —¡Kaeden, despierta, por favor, despierta! —suplicó con voz preocupada, visiblemente inquieta por su lesión en la cabeza. Lo observaba atentamente durante su acalorada conversación con Wade McConnell, quien parecía más interesado en proteger a la familia de otro escándalo que en la salud de su hermano. Ella le había dicho que ni siquiera había mencionado el nombre a los servicios de emergencia, dejando en cambio sus datos de contacto y afirmando no saber quién era el piloto. Le había dicho que estaba aturdido por el accidente, a pesar de parecer relativamente ileso. Wade se tranquilizó un poco al oír eso, pero seguía sospechando de sus motivos y de las circunstancias del accidente. Kaeden era hermoso, y con los ojos cerrados, ella volvió a imaginar cómo sería besar esos labios que se entreabrieron suavemente con la respiración profunda del sueño. Su pulso era constante, su piel estaba cálida pero no húmeda, y la lógica le decía que estaría bien, pero el chichón en su cabeza y su incapacidad para despertarlo le decían lo contrario. Se acercó y esta vez le sacudió el hombro. —Kaeden, despierta, ¡tienes que despertar! —suplicó Maggie al hombre en coma. —Estoy despierto —susurró—. Solo estaba esperando el beso de la bella durmiente que me prometiste en el avión —sonrió de una manera graciosa y torcida. —¡Eres un imbécil! —exclamó—. ¡Pensé que habías entrado en coma o algo peor! —Lo siento —dijo tímidamente, al ver la ansiedad reflejada en su rostro. —Tu hermano va a enviar a alguien a buscarte para llevarte al hospital. ¿Qué necesitas del avión? —preguntó. —No lleves nada indispensable, no vuelvas a salir a la tormenta —aconsejó. —La lluvia ha amainado y parece que se aleja rápidamente. Mantente despierto, llegarán pronto, ¿de acuerdo? —dijo Maggie, buscando la mirada de Kaeden para asegurarse de que la entendía. Sus ojos eran tan azules que le costaba apartar la vista. Se dio cuenta de que él la miraba con curiosidad, así que se levantó y salió rápidamente de la habitación. El hecho de que llevara la túnica desabrochada, dejando al descubierto su pecho y su vientre plano, la distraía tanto que tenía que alejarse de él. No se engañaba. Sabía que un hombre así no coquetearía con todas las chicas que se encontrara. Probablemente no podía evitarlo, incluso si se parecían a ella. Alta y robusta, era lo más halagador que su madrastra le había dicho sobre su aspecto, y tenía razón. Maggie se calzó las botas, salió por la puerta trasera y se giró hacia el este para admirar el tenue dorado del sol que luchaba con las nubes por hacerse un hueco. Donde antes el horizonte solo mostraba los árboles del huerto del vecino, ahora se alzaban los tejados de las nuevas urbanizaciones de la zona. Tomando aire, se dirigió con paso decidido hacia el avión siniestrado, intentando ignorar los daños que había causado en uno de sus invernaderos. El suelo empapado crujía bajo sus pies y sintió un vuelco en el corazón al ver la magnitud de los daños, que ya no podía ignorar como había planeado. Tendría tiempo de sobra para ocuparse una vez que su indeseado huésped se hubiera marchado, así que apartó la mirada y subió al avión para recuperar sus pertenencias.
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